El General Julio Argentino Roca fue figura principal del Partido Autonomista Nacional,
primera estructura política de alcance nacional que naciera en 1874 por la unión de los partidos Autonomista
de Adolfo Alsina y Nacional de Nicolás Avellaneda.
EL ABRAZO DEL ESTRECHO Y LA GEOPOLÍTICA DEL ROQUISMO, por Diego Luciano Mazzella.
ANTECEDENTES
La controversia en torno a los límites entre Chile y Argentina se remonta a la instalación por parte del país trasandino de una colonia en el Estrecho de Magallanes en 1843, bajo el nombre de Puerto del Hambre. Esto motivó que el gobierno de Buenos Aires protestara en 1847, señalando que esos territorios dependían de las autoridades del Virreinato del Río de la Plata en tiempos coloniales. Chile respondió alegando derechos sobre esas regiones, desatando así la controversia. Este asunto quedó sin resolver y recién el 30 de agosto de 1855 la Confederación Argentina firma el “Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación” con el país trasandino, el cual llama al reconocimiento de límites que poseían al tiempo de separarse de la dominación española en 1810. Asimismo, se convocaba a discutir después de forma pacífica y amigable un arreglo satisfactorio para las partes, sometiendo de ser necesario la decisión al arbitraje de una nación amiga.
En 1866, Chile denuncia el Tratado de 1855, y en 1868 alega derechos sobre la Patagonia. El representante nacional en el país trasandino, Félix Frías, presentó numerosas resoluciones ante el gobierno chileno que argumentaban los derechos argentinos, pero fueron desestimadas. A todo esto, en 1876, cuando comenzaban nuevas negociaciones, Chile apresa en la boca del río Santa Cruz un buque francés que tenía permiso argentino, lo que agravó la discordia.
En 1881, luego del trabajo llevado en conjunto por los representantes de ambas naciones, el ministro argentino de Relaciones Exteriores, el federal Bernardo de Irigoyen, y el cónsul general de Chile, Francisco Echevarría, firmaron en Buenos Aires el Tratado de Límites que resolvió la larga disputa. Este tratado fija como límites la Cordillera de los Andes hasta el paralelo 52º, marcando la divisoria las cumbres más altas de la misma, pero, sin embargo, el Tratado no precisó los límites en el canal de Beagle ni detalló sus islas.
A la vista de todos, el Tratado fue considerado un modelo de sensatez y realismo. Sin embargo, años después la Guerra del Pacífico renovó el afán expansionista del gobierno chileno.
Este fue un conflicto armado que enfrentó, entre 1879 y 1883, a Chile contra una alianza peruano-boliviana, por motivo de los intereses económicos de Santiago sobre la región salitrera de Antofagasta. El ejército chileno se apoderó de dicha zona, la cual en esos momentos formaba parte de Bolivia. No obstante, los esfuerzos bolivianos y peruanos por frenar el expansionismo chileno fueron inútiles, y el 20 de octubre de 1883 se firma en Lima el Tratado de Ancón, el cual restablece la paz entre los beligerantes. En el mismo, se ceden a Chile los territorios de Tacna y Arica, perdiendo Bolivia su salida al mar.
Paralelamente, esta victoria militar despertó sentimientos nacionalistas y expansionistas en el pueblo chileno, situación aprovechada por grupos militares que a través de los periódicos incitaban a cumplir el viejo anhelo de quedarse con la Patagonia y adquirir una salida al Atlántico. El país trasandino, exacerbado, aspiraba a una posición predominante en América del Sur. En Santiago se hablaba abiertamente de una guerra con la Argentina, y en Buenos Aires belicistas como Estanislao Zeballos insistían que la única solución definitiva de los problemas fronterizos era el enfrentamiento armado.
LA GEOPOLÍTICA DEL ROQUISMO.
Cómo es sabido, la Campaña al Desierto aseguró para la república el dominio sobre los territorios australes. En la mente de Roca, la campaña tenía como objetivo no la aniquilación del indio –contrariamente a lo que se dice, ya que éste estaba vencido hacia 1870[1]-, sino adoptar una enérgica actitud de posesión en esa parte de la Argentina que hasta entonces no era nuestra en los hechos. Fue un acto posesorio, una afirmación de soberanía, más que una expedición militar. La Nación así adquiría auténtico dominio, no sólo formal, sino efectivo a través de la fundación de pueblos, asentamientos, la construcción de caminos y, más tarde, la creación de un vasto tendido ferroviario, uno de los más grandes del mundo.
No obstante, la cuestión con Chile siempre había estado presente en las preocupaciones de Roca. Durante la Campaña del Desierto, los expedicionarios descubrieron que muchos indios mapuches poseían armas que les habían sido provistas por el Estado chileno, y esto para Roca no era un dato más. Sin embargo, él en lo concerniente a las relaciones con sus vecinos, tenía como prioridad evitar la cualquier tipo de conflicto armado. Norberto Galasso recoge una anécdota de la escritora María Rosa Oliver, que en su libro de memorias recuerda una visita de Julio Roca a la casa de su familia en 1898, en donde éste se quejaba de que todos le pedían la guerra, que lo presionaban, que lo acosaban; y luego en un momento de arrebato, golpeó una mesa con su puño y exclamó “¡No voy a darles el gusto: no habrá guerra, carajo!”
Una guerra con Chile, para Roca, podría llegar a ser algo muy desafortunado, no sólo por las heridas que generaría un conflicto con un país vecino, sino fundamentalmente por la amplia posibilidad de perderla. Por aquel entonces, Argentina se encontraba en inferioridad de condiciones militares. Hay que recordar que nuestros vecinos salían triunfantes de una guerra, y nosotros no teníamos ese tipo de conflictos desde la intervención anglofrancesa en tiempos de Rosas. Además, las fuerzas militares, en la última década del siglo XIX, estaban dedicadas a ocupar, poblar y administrar los territorios recientemente adquiridos.
Por aquel entonces, gobernaba el país José Evaristo Uriburu. Roca le planteó la necesidad de restablecer cierto equilibro de fuerza con el potencial enemigo chileno, el cual contaba con una armada muy superior a la nacional. Ante esto, era sumamente necesario establecer un apostadero naval y Uriburu se abocó enteramente a esa tarea, pudiendo comenzarla a pocos meses de finalizar su mandato, con una monumental obra en Bahía Blanca, labor del ingeniero italiano Luis Luiggi, que fue el Puerto Militar, hoy conocido como Puerto Belgrano. Asimismo, era necesario adquirir naves de guerra, para lo cual fueron aprovechadas las buenas relaciones estrechadas en Italia por Roca, país al que le fue comprado el acorazado de última generación “Garibaldi”, que se estaba construyendo con destino a la flota de ese país europeo. Pese a las presiones que se manejaron desde Santiago para impedirlo, finalmente esa moderna unidad naval fue entregada a la República Argentina. En esta negociación, la intervención personal de Roca había sido decisiva. También se encargó a Gran Bretaña la fragata “Sarmiento”, futuro buque escuela de nuestra armada. En aquella época, Argentina había adquirido también los buques acorazados “25 de mayo” (1891), “9 de Julio” (1893), “Buenos Aires” (1896), “San Martín” (1897), el “Belgrano” y el “Pueyrredón” (1898). Del mismo modo, fueron adquiridos los destructores “Santa Fe” y “Misiones” (1896), y el “Entre Ríos” y el “Corrientes” (1897). Con estas adquisiciones, el tonelaje naval de las flotas de ambos países llegó a ser casi igual.
Aunque las gestiones diplomáticas continuaban entre los dos países, crecía la percepción de que la guerra era inevitable. Pero las adquisiciones militares, y el mejoramiento de la organización militar, posibilitaban mejores condiciones para hacer una paz digna o una buena guerra. El único capaz de llevar esta situación a un buen desenlace era, según la percepción popular, Julio Argentino Roca.
EL ABRAZO DEL ESTRECHO.
Ya siendo Roca presidente, comienzan las gestiones para dar fin a esta controversia. Para ello, se designa el arbitraje de Inglaterra, que evaluaría lo recibido por peritos de ambos países. Entre tanto, Roca creía que serviría a la paz algún gesto que facilite la solución de la situación planteada. Ese fue el espíritu del llamado “Abrazo del Estrecho”.
El 9 de enero de 1899 el Congreso le concede la licencia al presidente Roca para ausentarse de la Capital Federal, y el 20 del mismo mes toma un tren al sur. Al día siguiente llega a Bahía Blanca, donde lo esperaba el acorazado “Belgrano”, una de las cuatro grandes naves adquiridas durante el gobierno de Uriburu. Lo acompañaban el ministro de Relaciones Exteriores, Bernardo de Irigoyen, y el de Marina, el comodoro Rivadavia. Viajaban también algunos diputados y senadores, y su edecán Artemio Gramajo, el célebre inventor del revuelto que lleva su nombre. De igual forma, a bordo del crucero “Patria” viajaban periodistas. Luego de pasar varias horas observando los avances de las obras del Puerto Militar, Roca se embarca y zarpan los buques. El 23 en la tarde llegan a Puerto Madryn, donde descienden y toman un pequeño ferrocarril que los acerca a Trelew, visitando Gayman, Rawson y el valle de Chubut. Allí Roca se encuentra con los frutos de su obra colonizadora, llevada adelante por el esfuerzo de trabajadores que hablaban inglés y aún no estaban convencidos de ser súbditos del Estado argentino. Estos colonos deslizaron al presidente de la Nación varios pedidos, entre ellos que el gobernador hablara inglés para poder entenderse directamente, que no se hicieran ejercicios militares los domingos y que se mejoraran las comunicaciones con Buenos Aires. Roca quedó sorprendido con el espíritu emprendedor de aquellos habitantes, a los cuales con el tiempo satisfizo en sus necesidades, impulsando también la construcción de escuelas.
Luego volvieron a bordo y siguieron viaje al sur haciendo ahora breves detenciones -donde se estudiaban los alcances de una línea telegráfica- sin descender de los barcos. Luego hubo una parada en la desembocadura del río Santa Cruz, donde Roca aprovechó para visitar estancias de los alrededores, para luego seguir hasta Rio Gallegos, donde se hospedó en la casa del gobernador. Desde allí, dirigió un discurso a los habitantes prometiéndoles velar por sus intereses. Luego la flota enfiló hacia Tierra del Fuego.
Ya en Ushuaia, permanecieron allí hasta el 11 de febrero. De ahí emprendieron el último tramo hasta Punta Arenas, donde lo esperaba el presidente de Chile, Federico Errázuriz Echaurren. Sin embargo, hubo un cambio de planes en la ruta, propuesto por el ministro de Marina, el cual sugería a Roca llegar a Punta Arenas por el otro lado, enfilando por los canales fueguinos. Era una demostración de bravura a la armada chilena, para ostentar que nuestra flota estaba en condiciones de realizar maniobras intrépidas. Rivadavia dijo que respondía con su cabeza al éxito del arriesgado trayecto, el cual él ya había recorrido varias veces. Roca aceptó.
Finalmente, la flota avanzó por los canales bajo el embate de los helados chubascos. Rivadavia estuvo todo el viaje en el puente de mando, junto con su valija donde tenía un revolver con el que se castigaría en caso de fallar. Sin embargo, todo anduvo bien, incluso cuando los acorazados tenían que girar por estrechos canales acantilados de menos de doscientos metros de separación. Al anochecer del 14 de febrero, el “Belgrano” y el “Patria” fondearon en Puerto Hambre, donde los esperaba la fragata “Sarmiento”, la cual fue notificada del cambio de recorrido. Levaron las anclas al día siguiente, y al mediodía, puntualmente, las naves argentinas llegaron a la cita. Pero los chilenos de Punta Arenas esperaban que la flota llegara desde el este, desde el Atlántico, pero tamaña fue la sorpresa al ver éstos las columnas de humo de los barcos llegar desde el sur, sin poder creer lo que veían. Esa “zorrería” de Roca, dirá éste después, hizo más por la paz con Chile que los documentos y las conversaciones diplomáticas.
Seguidamente Roca visitó a Errázuriz, que lo esperaba en el acorazado “O’Higgins”. Pero hay que ser sinceros, y lo cierto es que no hubo tal abrazo, sino un apretón de manos. Como aquella era una entrevista pacífica, y su colega chileno era civil, Roca renunció a su vestimenta militar, vistiéndose de frac con la banda presidencial cruzada en su pecho. Horas más tarde, Errázuriz devolvió el gesto visitando el “Belgrano”. Los tripulantes de ambas flotas confraternizaron sin incidentes. Se estrecharon amistades y se conversó mucho.
En su libro “Argentina-Chile. Una frontera caliente”, Miguel Ángel Scenna señala que si bien en el encuentro de Punta Arenas no se resolvió nada, se asistió a una evidente relajación en la tensión. Ambos presidentes generaron el “Espíritu del Estrecho”, tendiente a una mejor comprensión mutua. Las entrevistas entre Jefes de Estado en aquellas épocas eran algo realmente excepcional.
En definitiva, el “Abrazo del Estrecho” fue sólo un gesto. Pero hay gestos que, dados en el momento oportuno y de la manera adecuada, son capaces de revertir situaciones que a veces parecen insuperables. Roca no sólo había llevado la presencia del Estado Nacional a los territorios australes, sino que también había demostrado a los chilenos que queríamos la paz pero que estábamos preparados para ir a la guerra en caso de ser inevitable.
El fantasma de la guerra había sido disipado.
Publicado en Jovenes Revisionistas.
BIBLIOGRAFIA
- Adolfo Becerra, “Acuerdos de Límites”, Círculo de Legisladores de la Nación – Instituto de Historia del Parlamento, Buenos Aires, 1997.
- Norberto Galasso, “Historia de la Argentina”, Tomo II, Colihue, Buenos Aires, 2011.
- Félix Luna, “Soy Roca”, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1989.
- Cancillería Argentina, “La carrera armamentista naval entre Argentina y Chile”, ver enhttp://www.argentina-rree.com/7/7-021.htm
- Miguel Ángel Scenna, “Argentina-Chile. Una frontera caliente”, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1981.
[1] Es importante destacar que la lucha en la frontera venía desde tiempos coloniales, y fue un asunto transversal para muchos gobiernos como el de Rosas, Urquiza, Mitre y Sarmiento. Cuando Roca emprendió su campaña, las fuerzas militares de los indios estaban diezmadas.
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