Cafiero confiesa en sus memorias que si de algo estaba
informado sobre Alfonsín, era de su antiperonismo. Y Alfonsín fruncía el ceño
cuando le hablaban de las virtudes democráticas de "Toni".
Se conocieron cuando la dictadura ya no podía evitar irse cargada
de sangre por la canaleta de la historia. Pero venían "visteándose"
desde tiempos que para ese tiempo se iban.
Antonio Cafiero confiesa en sus sabrosas memorias que si de
algo estaba informado sobre Raúl Alfonsín, era de su antiperonismo. Y Raúl Alfonsín
fruncía el ceño cuando le hablaban de las virtudes democráticas de
"Toni".
-Peronista -decía con desdén en aquellos vertiginosos 60/70.
Pero cuando una noche de aquel final de prepotencia de vanos
generales ambos se estrecharon la mano en un restaurante de la calle Venezuela
intuyeron que los inciertos días por venir deberían atravesarlos en un codo a
codo sincero. Importaba un destino común para lo que representaban.
Charlaron largo. Y la cuenta, claro, la pagó Antonio. No
sólo porque invitaba. Sino porque sabía que el radical era duro para sacar un
duro de su bolsillo.
Cafiero comentaba que esa noche observó "con curiosidad
y respeto" a Alfonsín: "No se trataba de un radical clásico. Lejos
estaba su figura de evocar las de Yrigoyen, Balbín e incluso Oscar Alende o
Juan Carlos Pugliese. Fue muy parco en sus expresiones, pero todas coincidentes
con las nuestras: democracia. No imaginaba entonces que habíamos iniciado una
relación política y amistosa que duraría hasta su muerte".
Y a horas del día de octubre del 83 en que Raúl Alfonsín se
alzó con la Rosada, recibió un llamado:
-Felicitaciones, pero no se entusiasme, ya iremos los
peronistas por la presidencia -le dijo Antonio.
Y cuando meses después el peronista reunió voluntades para
arrancar con la Renovación, supo que a Raúl Alfonsín le agradaba la patriada.
Había que sacarse de encima la ortodoxia que lideraba Herminio. Piruetas tiene
la historia. En aquella patriada Antonio tuvo un socio todoterreno. Íntimo
amigo personal: el rionegrino Remo Costanzo. Un vínculo que desmanteló
agriamente el caso de las coimas en el Senado.
1987 fue un año de prueba para el tejido Antonio-Raúl.
En Semana Santa, los carapintadas entraron en escena con más
exhibición de músculos que de cerebro. En la madrugada en que se largó la
chirinada, se destacaron tres hombres en primera línea de defensa del gobierno.
Hablaron a cinco teléfonos por mano. Alertaron. Convocaron. Organizaron. Mangas
arremangadas, en la Rosada, jugaron a pleno el radical César Jaroslavsky y el
joven peronista Manzano. En el Congreso, Antonio, en ese largo y tenso fin de
semana, con el peronismo en la calle cubrió las espaldas de Raúl. Incluso en
las fotos que inmortalizaron aquella respuesta tan digna que la sociedad dio a
los fascistas.
Y llegó septiembre. Mes con recuerdo cruel en la historia
radical: un 6 de septiembre, el golpe contra "El Peludo".
Y otro 6 de ese mes, pero del 87, a Alfonsín comenzó a
escurrírsele el poder. Era un domingo fúnebre para las huestes de Alem. En las
parlamentarias aplastó el peronismo. Ganó en 15 provincias en manos de la UCR.
Ganó la mayoría en ambas cámaras. Y Cafiero, gobernador de Buenos Aires.
Ambos siguieron viéndose. Hablando. Raúl, lamentando un año
más tarde que Antonio no venciera a Carlos Menem en la marcha por la Rosada.
En uno de esos paliques, Antonio le confesó un hecho que
solía desternillar a Raúl. Sucedió a finales de los 50. Antonio preso en
Caseros por portación de peronismo.
-No podíamos nombrar a Perón. Ustedes, los de la
Libertadora, nos habían prohibido nombrar a Perón. Entonces, para alentar a los
cientos de compañeros también en cana y poco creyentes de que el general
volviese al país, yo en los recreos caminaba entre ellos y los alentaba
cantando "fumando espero, al hombre que tanto quiero..." y dale que
va... "fumando espero, al hombre que tanto quiero"...
Y en aquellos paliques Antonio y Raúl se dieron tiempo para
establecer una polla de nietos.
-¿Cuántos tiene, Raúl?
-Por ahora 15, Antonio...
-Le voy ganando, Raúl: estoy llegando a las dos docenas.
Y un día murió Raúl Alfonsín. Sólo los mezquinos de
espíritu, sólo los amantes del discurso único, le negaron espacio a una
reflexión digna sobre su paso por la historia. Con sus graves débitos. Y sus
inmensos aciertos.
En La Recoleta, Antonio habló en nombre del peronismo. Y
mirando a los radicales, reflexionó:
-Raúl ya no les pertenece, es de todos los argentinos...
Ahora, seguramente Cafiero también es de todos en este país
complejo. Con sus más. Sus menos. Y la voz de pito con que hizo política...
Publicado en Diario "Río Negro" (edición Nro. 23776), martes 14 de octubre de 2014, página 2.
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