La persona que ha infligido el mayor daño a la Argentina de memoria reciente, Cristina Kirchner, encabeza las encuestas, por delante de Mauricio Macri, que llegó para desmantelar su legado catastrófico. Que más de un tercio de los argentinos digan que votarán por Kirchner en la primera ronda y más del 45 por ciento en la segunda, es estupefaciente. La susodicha enfrenta cargos de malversación, soborno y lavado de dinero, hizo jirones el marco institucional del país con su autoritaria concentración de poder y su clientelismo, y desquició la economía. Cuando dejó el poder, Argentina había dejado de crecer, la inflación de precios eran tan embarazosa que estaba prohibido dar la cifra real en los medios, el peso había perdido valor y respeto, el Gobierno no tenía acceso al crédito internacional y la inversión privada se había secado.
Cuando Macri llegó al poder, tomó una decisión trascendental. Asediado por el temor a que la turbulenta oposición peronista lo derrocara siguiendo su vieja tradición de hacer ingobernable lo que no le es dado gobernar, optó por el famoso «gradualismo». La expectativa era que algunas de las medidas, como resolver la disputa con los acreedores internacionales, eliminar los impuestos a las exportaciones agrícolas, liquidar los controles de capital, reducir en cierta medida los subsidios que mantenían bajas las tarifas de los servicios públicos e instar a los inversores a apostar en Argentina, desataría un torrente de capital privado.
Los temores de Macri sobre el peronismo eran comprensibles, pero resultado: el «gradualismo» impidió abordar los problemas de fondo. Eran estos: un gasto público que había duplicado el peso del Estado bajo el kirchnerismo y hecho que el crédito privado representara sólo el 15 por ciento del PIB; la creación maniática de dinero; un laberinto con más de cien impuestos, según «Paying Taxes 2018», informe del Banco Mundial y PricewaterhouseCoopers; un caos regulatorio que mantiene el comercio tan anémico que, según el economista Roberto Cachanosky, las exportaciones de Argentina equivalen a sólo 11 por ciento del PIB y las importaciones apenas al 14 por ciento.
El no haber atacado a este monstruo desde el primer día envió un mensaje equivocado a productores, consumidores e inversores. La inflación ya duplica a la de Kirchner y las tasas de interés están en ¡70 por ciento! El crecimiento es negativo y la pobreza ha vuelto al 30 por ciento. El peso ha perdido el 58 por ciento de su valor en menos de un año. El rescate del Fondo Monetario Internacional en 2018 no ha restaurado la confianza. Las reservas netas de Argentina se están agotando y el Gobierno enfrenta una factura de más de 14.000 millones de dólares hasta 2021 en pagos y servicios de la deuda.
El capital político que ha perdido el Gobierno ha tenido las mismas consecuencias que Macri quería evitar con el «gradualismo», es decir, la resurrección de Cristina Kirchner y el populismo argentino. Está tan preocupado por esa amenaza que ha optado por controlar los precios de unos sesenta productos y servicios «esenciales», y está subvencionando líneas de crédito a través de la agencia de seguridad social.
He tenido oportunidad de hablar con Macri a lo largo de los años. Es inteligente y plenamente consciente de la devastación que el populismo peronista ha traído a la Argentina. También sabe como el que más qué hace rico a cualquier país. Promete, ahora sí, que la verdadera reforma está en camino y que una segunda administración terminaría el trabajo. Ojalá. Pero los argentinos dicen que no le creen. Sería trágico que Macri, precisamente Macri, provocara el regreso de la infausta Cristina Fernández de Kirchner.
Publicado en ABC, Madrid.
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