Por qué aborrecemos a Donald Trump.
Por José Carlos Rodríguez.
The Objective
La propia imagen de Donald Trump en la televisión nos produce indignación. Sí, le aborrecemos con total sinceridad, en la confianza de que todo el mundo, o casi todo, comparte este sentimiento hacia él. Cuando el odio es compartido convertimos un rasgo oprobioso, inmoral, en una virtud pública; y aquí estamos, presumiendo de virtud. Es odio, sí, pero es una animadversión ilustrada, racional, progresiva. Un odio demostrable; es más, ¡científico!
Aborrecemos a Donald Trump porque odiamos las guerras. ¿Quién con un mínimo de humanidad puede transigir con un presidente que va a poner el mundo en llamas? ¿No debería arder él, antes de que lo hagamos los demás? Luego resulta que Donald Trump, como ha reconocido su antagonista Bob Woodward, no ha iniciado ninguna guerra. Da igual, porque en realidad la paz nunca fue el verdadero motivo de nuestra enemiga por Trump.
Aborrecemos a Donald Trumpporque nuestros anhelos pasan por la paz en Oriente Medio. Y vimos, con horror, que reconocía a la ciudad fundada por los judíos hace tres milenios como su capital. Luego resulta que con su impulso tres países árabes, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Sudán, han firmado acuerdos de amistad con Israel. Unos acuerdos que facilitan la cooperación económica, esos lazos de mutuo interés que refuerzan la amistad entre los pueblos. Bien, la paz en el Oriente Medio tampoco nos inquieta tanto.
Aborrecemos a Donald Trump porque va a desestabilizar el precioso sistema constitucional de los Estados Unidos. No es que nos hayamos oído defender la Constitución de 1788 con anterioridad, pero ahora tememos por ella casi como por nuestra propia vida. Luego resulta que Donald Trump propone al Senado tres jueces para el Tribunal Supremo, guardián de esa Constitución, que declaran que se aferrarán a su texto y a las intenciones de sus redactores, y que la defenderán frente a cualquier incidencia política. No importa, no vamos a oírnos defender esa Constitución a estas alturas.
Aborrecemos a Donald Trump porque tememos por la democracia. ¡La democracia en América de la que habló Alexis de Tocqueville y nunca hemos leído! Luego resulta que se acumulan las evidencias de fraude electoral en las elecciones que parecen haberle expulsado del poder. Y la pureza de la democracia no puede medirse con la pureza de nuestros malos sentimientos por el pelirrojo. La democracia nunca llegó a ser tan importante para nosotros.
Aborrecemos a Donald Trump porque es blanco. Y nosotros no somos racistas. Él es una amenaza para las minorías, como los hispanos o los negros. Luego resulta que el presidente más impopular de la historia de los Estados Unidos es el hombre más votado, sólo por detrás de Biden. Y que según Pew Research la mayoría de los votantes de Trump le entregan su papeleta por mostrarle su adhesión, no por frenar a los demócratas, mientras que Biden también le debe sus votos a Trump. Y que entre esos ocho millones de votos que ha obtenido en 2020 sobre los que cosechó en 2016 ha habido un gran aumento de negros e hispanos, que han progresado como nunca en estos años. No nos afecta, porque el destino de las minorías, aunque nos inquieta, no es tan relevante en este caso.
Aborrecemos a Donald Trump porque es una amenaza para la economía. Siempre habrá algún liberal que me tire a la cabeza el proteccionismo que yo también defiendo, pero ya le tiraré yo el desastre que las desregulación y la rebaja de impuestos va a suponer sobre el empleo y la desigualdad en los Estados Unidos. Luego resulta que Trump rebajó la tasa de paro del 4,9 al 3,5 por ciento antes de que el virus destrozase la actividad económica. Que los salarios crecen, y más entre los trabajadores que menos ganan. Que el coeficiente Gini, que mide la desigualdad, cae (de 0,489 a 0,484). Y que la pobreza cae al 14,4 por ciento, 1,8 puntos en los tres primeros años de su mandato. Y que tenemos que remontarnos 50 años para ver una tasa de pobreza así. Pero ningún dato nos va a hacer dudar, porque la economía nunca fue nuestra preocupación.
En realidad, nada tiene que ver con eso. No es por su ambición desmedida, ni por que nos quiera dar lecciones, ni por su actitud machista, cualidades que admiramos en Pablo Iglesias, o al menos le perdonamos. Simplemente, es un presidente republicano. Y desprecia las ideas que nosotros tenemos, y que no son ni la paz, ni la Constitución, ni la democracia, ni la situación de las minorías, ni la pobreza o las desigualdades.
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