¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo! Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: «¡No, no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!» ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento: su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas en sistema, efecto y fin. La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta metamorfosis en arte, en sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo, como el modo de ser de un pueblo encarnado en un hombre, que ha aspirado a tomar los aires de un genio que domina los acontecimientos, los hombres y las cosas. Facundo, provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo. Tirano sin rival hoy en la tierra, ¿por qué sus enemigos quieren disputarle el título de Grande que le prodigan sus cortesanos? Sí; grande y muy grande es, para gloria y vergüenza de su patria, porque si ha encontrado millares de seres degradados que se unzan a su carro para arrastrarlo por encima de cadáveres, también se hallan a millares las almas generosas que, en quince años de lid sangrienta, no han desesperado de vencer al monstruo que nos propone el enigma de la organización política de la República. Un día vendrá, al fin, que lo resuelvan; y la Esfinge Argentina, mitad mujer, por lo cobarde, mitad tigre, por lo sanguinario, morirá a sus plantas, dando a la Tebas del Plata el rango elevado que le toca entre las naciones del Nuevo Mundo"
Facundo Quiroga.
Hacia mediados del siglo XVIII, Valle Fértil, o Jáchal, en la actual provincia de San Juan, se va convirtiendo en centro de vital importancia para toda la región que se llama de Cuyo, suelo arenisco, “vasallos del Cuzco”. Familias principales de Chile se trasladan a las nuevas villas y ciudades. De ella vienen, primero el capitán Diego Celis de Quiroga (1), hijo del capitán Rodrigo de Quiroga (2) que luego se avecina en Mendoza. El capitán Baltasar de Quiroga (3) llega al Valle Fértil en 1601 y allí se afinca. Así se funda en Jáchal la casa principal de los Quiroga, su fundo inmenso y su cuantiosa fortuna. Y así se llena, con el tiempo, todo San Juan y todo Cuyo de prohombres civiles y militares de esta familia de Quiroga.
Allá, por el año 1775, es José de Quiroga, casado con Isabel de Larrea y Bustos, el jefe de la casa de los Quiroga, en Jáchal. Más poderosa que cualquier otra, la familia de Quiroga domina la sierra y el valle, lo que equivale a decir que domina toda la región.
El 26 de abril de 1780 el capitán de milicias de Jáchal, José Prudencio Quiroga, contrae matrimonio con Juana Rosa de Argañaraz. Al año siguiente el matrimonio se traslada a San Antonio, en los Llanos, donde José Prudencio adquirió una gran extensión de campo y bosques donde formar su estancia. Y afincado en San Antonio, dominando con su actividad y su prestigio la región, usando los grandes medios de fortuna de que disponía (4), pobló el lugar dotándolo de todas las obras que la industria de su época permitía. Llegó a convertir a su pueblo en un centro importante; creó una gran represa, edificó un oratorio de piedra, una escuela y más tarde una iglesia (4).
En San Antonio nacen todos sus hijos; y en su iglesia se bautizan. Juan Facundo Quiroga nació el 27 de noviembre de 1789 (5) La única hermana de Quiroga, Saturnina, nacida en La Rioja, y que seguía a Facundo, estaba casada con Cruz Fernández Sánchez.
Es esa una época realmente paradisíaca la que viven esas regiones en los últimos años de la dominación española. Las tierras son fértiles, y casi gratuitas, las lluvias abundantes, las haciendas numerosas, pródigos los frutos, y la gente tranquila y feliz. Allí, don José Prudencio ve crecer sus hijos al par que aprecia el portentoso aumento de su fortuna (6).
En 1799 Facundo fue enviado por su padre a San Juan para recibir la limitada educación que entonces era posible adquirir en las escuelas.
Ya eran mozos los hijos de José Prudencio cuando la Revolución de Mayo repercutió con sus ecos inmortales en Los Llanos de La Rioja. Sus haciendas seguían reproduciéndose en forma prodigiosa, los frutos de sus huertas eran abundantísimos, y su fortuna y su fama cada vez mayores. Sus arrias iban y venían de Mendoza, San Juan, San Luis, Tucumán Córdoba y Santiago del Estero, bajo la vigilancia de su capataz principal y pariente de su mujer, Erasto Contreras. Pero la conducta de éste, de pronto comenzó a inquietar a José Prudencio. Eran cargas de vino vendidas y cuyo dinero no aparecía; eran gastos extraordinarios, fuera de todo cálculo, que le presentaba al regreso de su viaje; eran sumas respetables de dinero que pedía prestado y no le devolvía. De manera que comenzó a hacer vigilar a su capataz principal hasta que el enigma se descifró: el juego se llevaba cuanto dinero caía en sus manos.
Don José Prudencio retiró su confianza al capataz y con ello el empleo. Allá, cerca de Atiles le dio majada, rancho y una aguada. Que allí rehiciera su conducta.
Veinte años tenía Facundo cuando su padre le encargó la administración y conducción de sus arrias, y cuando ya tenía el cargo de llevar toda las cuentas administrativas de los bienes paternos.
Desde los dieciséis años ya salía Facundo con las arrias de su padre, unas veces con el capataz principal Contreras, y otras con otro capataz de menor jerarquía. Al cumplir veinte años, pues se hace cargo del puesto de capataz principal, y ya está en Mendoza, ya en San Luis, ya en Córdoba u otras provincias. Recorre todas las rutas de las provincias cercanas a La Rioja, y a veces las de algunas apartadas, como Buenos Aires y Santa Fe, cumpliendo con puntualidad y exactitud extrema sus compromisos.
Pero no en vano había estado varios años al lado de Contreras. No en vano en los altos del camino, mientras los peones dormían o cuando llegaban a una ciudad, había visto continuamente a Contreras manejar incansablemente el mazo de naipes, o hacer fuertes apuestas en riñas de gallos o carreras de caballos. Facundo fue poseído por la pasión del juego. Y un día del año 1812, dominado por un impulso demasiado fuerte, juega el importe de una carga de aguardiente y la pierde. Recién el mozo se da cuenta de su falta. Siente vergüenza y desprecio de sí mismo. No sólo ha dispuesto de un dinero que no le pertenece, sino que además, ha faltado a su deber. Anda taciturno varios días sin hablar con nadie. Tiene 24 años, es hombre capaz de cualquier trabajo, de cualquier empresa y de cualquier sacrificio. Para su atención en esta palabra. Y como castigo se impone lo que para él será un gran sacrificio. El coronel Manuel Corvalán, jefe de la frontera sur de Mendoza, ha recibido orden, por aquel tiempo, de levantar bandera de enganche hasta formar un contingente de 200 hombres. Facundo se presenta y se engancha. Con los reclutas se pone en marcha hacia Buenos Aires. En jurisdicción de Córdoba el coronel Corvalán recibe un chasque de don José Prudencio pidiéndole que le devuelva su hijo, “a quien desea ver a su lado, y en el seno de la familia, sin dar importancia alguna a la pérdida de dinero que éste ha sufrido”. Al llegar el contingente a Buenos Aires es destinado a formar en el Regimiento de Granaderos a Caballo, que ha empezado a instruirse en el Retiro bajo las órdenes del general San Martín. A Juan Facundo se lo alista en una compañía que manda el capitán Juan Bautista Morón, en un regimiento de infantería, donde permanece un mes recibiendo las primeras nociones de la instrucción militar, hasta que el comandante Corvalán consigue que se le dé de baja (7), retirándose Facundo inmediatamente a su provincia natal.
Con la fuerza y lozanía de su juventud, el ardor de su sangre y la firmeza de su temperamento sin dobleces, Facundo entrará enseguida en el ancho y subyugador escenario de las luchas civiles argentina.
En abril de 1816, José Prudencio, que ya tiene 63 años, renuncia a su cargo de Capitán de las Milicias de San Antonio, y el gobernador Brizuela y Doria nombra en su lugar a su hijo Claudio Quiroga. Los achaques de la edad y los dolores del reuma obligan a José Prudencio a delegar en su hijo Facundo todo el manejo de la administración de sus bienes. Desde entonces es Facundo quien compra y vende, quien vigila, quien asume la representación de lo que en aquel entonces significa ser el hombre más pudiente de la región. En el año 1817 se casa con la señorita Dolores Fernández, de la sociedad de La Rioja, pero sigue viviendo en casa de sus padres, en San Antonio. En esos años Facundo viaja con frecuencia a La Rioja, llega hasta Sañogasta, Chilecito, Vinchina. Es íntimo amigo de las principales familias de la provincia, como los Brizuela y Doria, Ocampo, Dávila, Villafañe, del Moral, Peñaloza, Orihuela San Román, Agüero, Gordillo… Frecuenta el campamento de El Plumerillo, de Mendoza, donde el general San Martín está formando el ejército patrio libertador, en la tarea de llevar donaciones del gobierno de La Rioja y de las principales familias de la provincia, entre las que se cuenta la de su padre y la suya propia, consistentes en vituallas y pertrechos de guerra. También el ejército del norte recibe las arrias de Facundo y el general Belgrano y el comandante Paz tienen frecuentes correspondencias con él.
Mientras La Rioja vive apaciblemente su vida, más allá de las fronteras, a mil leguas de distancia, Buenos Aires se convulsiona agitada por los menguados intereses de sus ganaderos, sus registreros y sus contrabandistas. En contacto directo con Inglaterra y Francia, ligados sus hombres principales con los comerciantes de esas naciones, el afán de lucro, la impaciencia por amasar fabulosas fortunas, el tráfico innoble al margen de las leyes y del interés patrio, dividen a los hombres más importantes en partidos antagónicos que van minando los cimientos de la nueva patria.
Ganaderos, registreros, contrabandistas, ellos lo agitan y lo mueven todo. Ellos convulsionan la ciudad y luego la campaña; ellos siembran la discordia, tejen las intrigas y van corrompiendo, poco a poco, las virtudes ciudadanas. A su impulso se mata a mansalva, se fusila sin proceso o con procesos fraguados (8), se calumnia a los hombres más venerables, y se llega a colocar a una provincia contra otra, dejando que San Martín se desespere en Mendoza ante la perspectiva de no poder formar su ejército libertador; que los portugueses se adueñen de la Banda Oriental pese al asombroso heroísmo de Artigas, y que las provincias apresten sus armas para ir en son de guerra contra Buenos Aires.
Es por aquel entonces que en las provincias se comienza a pronunciar las palabras federal y federación, inspiradas, sin duda en las instrucciones que Artigas da a los diputados de la Banda Oriental nombrados en el Congreso de la Florida ante la Asamblea Constituyente de 1813.
La Rioja estaba alejada de toda esa maraña de intrigas y de discordias. Al conjuro de la pujante actividad de Facundo, los bienes paternos, y algunos suyos propios, comienzan a crecer con ritmo más acelerado, y con ello el prestigio del mozo que rebasa los límites de los Llanos y llega hasta la misma Capital. De allá le llega, por renuncia del titular, el nombramiento de Capitán de las Milicias.
La misma pujante actividad que Facundo despliega en el manejo de los bienes paternos, despliega ahora al frente de la tenencia de las milicias de San Antonio Hombre de principios rígidos y disciplina férrea, tiene el concepto nórdico del cumplimiento del deber, concepto que, sin duda, trae en su sangre sueva y visigoda, a la que pertenece racialmente.
El 8 de diciembre de 1816 el comandante Juan Fulgencio Peñaloza ordena a todos los capitanes y demás oficiales que se sujeten en todo al Capitán Facundo Quiroga. Ya tiene mando sobre los demás capitanes de la milicia, destacándose como ejemplo de disciplina, orden y patriotismo. Por su parte, el gobierno está empeñado en que en toda la provincia haya orden y que los vicios se repriman, No se quiere holgazanes, viciosos, mal entretenidos y borrachos. Todo el mundo debe tener un medio de vida honorable, y para que ello se cumpla es indispensable que los Alcaldes, los Jueces Territoriales y los Capitanes de Milicias sean hombres de acendrada moral y de rígida disciplina.
Aparte de que la propia modalidad y la moral imperantes exigen ese orden y esa forma de convivencia social, no debe olvidarse que el país está en guerra con España y que dos ejércitos, el de Belgrano dentro del territorio nacional y el de San Martín en Chile, están combatiendo por la independencia de la patria. El gobierno de la provincia necesita controlar a los ciudadanos en sus actividades y en sus opiniones, como asimismo saber quiénes son los forasteros que tienen estada o transitan por el territorio provincial, en previsión de que sean espías, como ha ocurrido con falsos mineros a quienes Belgrano manda fusilar por esa causa.
La Rioja se incorpora, por aquel entonces, a las hazañas gloriosas del ejército patrio que traspone la cordillera. Riojano es el ejército que se cubre de gloria en la toma de Coquimbo (9). Antes y después de esta acción, La Rioja sigue enviando cargas de mulas, aperos, pólvora, armas, etc. para el ejército auxiliar del Perú bajo las órdenes de Belgrano. Facundo fue el alma de aquellos primeros servicios, pues conducía personalmente al ejército de Belgrano los auxilios en dinero y cargas que los vecinos de Huandacol, Vinchina, Jagüe, Bateas y Anguinán suministraban. El nombre de Quiroga y el de su padre Prudencio, aparecen en las listas de los entusiastas vecinos que voluntariamente concurren a auxiliar al ejército del Perú desde la Costa de arriba.
Es indudable que con el nombramiento de Comandante Militar de los Llanos, el prestigio de Facundo es inmenso en toda la región. A él acuden todos los que necesitan algo de cualquier especie que sea: ayuda pecuniaria; protección contra una injusticia; recomendación para el gobierno; certificación de hombría de bien. El cargo que ocupa, saca más de una vez a Facundo de sus tareas de administrador de los bienes de su padre y de los suyos propios, como asimismo, lo suele alejar, no solamente de la región, sino que también de la provincia. Lleva tropa a los ejércitos patrios en lucha con España, vigila la conducción de las vituallas y pertrechos, cumple comisiones reservadas del gobierno provincial.
En 1819, Juan Facundo Quiroga tiene treinta y un años; es hombre reposado, aunque de una energía poco común por lo extraordinaria; tiene dos hijos, Ramón y Mercedes; cuantiosos bienes que cuidar y un prestigio que lo coloca por encima de los demás militares y hacendados de los Llanos.
En el mes de diciembre de 1818, el Comandante Militar del los Llanos, recibe orden de su gobierno de marchar a Córdoba. A fines de enero de 1819, regresa a La Rioja cruzando la provincia de San Luis. Cuando llega a la ciudad de ese nombre es detenido por el gobernador Dupuy.(10) Allí permanece Quiroga alojado en el cuartel. Mientras dura su detención, la que se rodea de toda la consideración que merece Facundo por su rango militar y su persona, se trata de esclarecer los motivos de su viaje a Córdoba y su cruce, aunque de rigor, por la provincia puntana.
Facundo, que no está preso, sino detenido y no en la cárcel, sino en el cuartel, sale durante el día, pues esa libertad la tiene, y regresa por las noches a dormir. Visita a familias conocidas, se entretiene en la mesa de juego de alguna casa principal, y pasa el tiempo distrayéndose en lo que puede, hasta que se le permita seguir viaje.
El recelo del gobierno puntano se justifica por el estado de agitación y convulsión de las provincias. El 8 de febrero de 1819, estando Facundo en la calle, se produce la sublevación de los prisioneros españoles presos en San Luis. Son todos oficiales y altos jefes del ejército hispano vencido en Salta, Chacabuco y Maipú.
“Facundo, sin vacilar un instante, al enterarse en la calle de la revuelta, corre al cuartel. Un centinela, ya español, le cierra el paso. Quiroga afirma ser él también prisionero, y ante la ilusión de que contarían con su ayuda, el godo lo deja entrar. Quiroga corre a la cuadra, busca armas, no las halla, recoge un asta (cuerno) o chifle; se abre paso, derriba al centinela, cierra el camino a todo el que intenta penetrar, y al único que lo consigue, armado con cuchillo, él lo obliga a la fuga con su cuerno”.(11)
Restablecido el orden, el gobernador Dupuy ordena instruir el sumario correspondiente. El él declara Facundo. Cerrado el sumario, en donde en ninguna de sus partes dice que Facundo haya estado preso ni detenido, el gobernador, no sólo lo deja en libertad de continuar su camino, sino que lo agasaja y se declara su gran amigo. Con la íntima satisfacción de haber cumplido con su deber patriótico, Facundo emprende su camino a los Llanos, donde llega días después precedido por el eco de su hazaña. Y sigue allí atendiendo su Comandancia de Milicias.
A principios de 1820 llega a conocimiento del gobernador Berrenechea de que Nicolás Dávila prepara una revolución para derrocarlo y que procura aliarse con Quiroga, a quien escribe el primero: “Yo, persuadido de sus buenos sentimientos y de nuestra amistad, no he dado el menos asenso a esta noticia que lastimaría demasiado el corazón sensible de su padre si llega a saberlo”. El argumento filial es aquí invocado a un hombre de 32 años de edad, padre de familia, pero conserva a lo que se ve, un profundo respeto por el autor de sus días.
Sin embargo, Berrenechea deja de ser gobernador, y lo sustituye el general Francisco Ortiz de Ocampo, el primer general argentino quien confiere, en forma definitiva, el grado de Sargento Mayor a Juan Facundo Quiroga. Este segundo gobierno fue una aventura desgraciada, porque nada le faltó para su daño: la persecución, la tropelía, el degüello; como fruto de tanto delito, la sublevación en su contra de un sargento, que obligó al general a fugar. Al regreso de Ocampo, poco después, hubo media hora de degüello, en que perecieron 20 ó 30 personas rendidas y cinco o seis fusilados en el mismo día.
Como si la fatalidad hiciera su entrada en La Rioja, cuando tan luctuosos sucesos se producen, el regimiento 1º de los Andes comandado por el general Francisco Aldao y el coronel Corro, avanza sobre La Rioja. El general Ocampo se opone a su paso y reúne cuanta tropa hay disponible entre las que se hallan los llanistas de Facundo. Pero los soldados que aprendieron a luchar al lado de José de San Martín desbaratan en seguida a los milicianos de Ocampo y entran en la ciudad. Pero Facundo no cae envuelto con sus milicianos. Se separa un tanto con sus llanistas y cae sobre la retaguardia de las fuerzas vencedoras y las deshace. Aldao y Corro inútilmente procuran primero vencer a los llanistas, luego deshacerse de ellos. Todo es inútil: como pegados a ellos las lanzas de los llanistas desbaratan todo intento de resistencia. Corro y Aldao transigen: Más aún se rinden. Facundo se queda con casi todo el armamento de los soldados del regimiento 1º de los Andes y permite que Corro siga hacia el Perú y Aldao a Mendoza. Días después, Facundo regresa a los Llanos y dispone que el armamento tomado a Corro y Aldao sea enviado al general Güemes con destino al ejército patrio del general San Martín. (12)
Este hecho de armas de Facundo tiene gran resonancia en las provincias de Cuyo, y su nombre comienza a ser pronunciado en los corrillos políticos con respeto.
Poco después Quiroga se dirigió a San Juan, en 1822 y encontrándose allí, el gobernador Dávila destacó a su hermano Miguel para que de acuerdo con el capitán Manuel Araya, se apoderase del armamento que poseía Quiroga en los Llanos. Pero el coronel Isidoro Moreno descubre la celada, prende a Araya y lo ejecuta, escapando Dávila. Pero Quiroga llegó de San Juan, monta su caballo de repuesto y alcanza a Moreno en Patquia, pared de por medio de Famatina, residencia del gobierno. Facundo de ninguna manera quiere que haya una guerra civil y ordenó que los 1.000 hombres de Moreno regresen a los Llanos y después él tuvo una conferencia con Dávila y todo quedó concluido en apariencia. Pero el gobernador Dávila, a pesar del antecedente honroso de Copiapó, tenía algo de desleal en su alma: comenzó a armar públicamente sus tropas y a tomar medidas para atacar al comandante de los Llanos. Quiroga hizo otro tanto, de modo que todas las perspectivas eran para un desenlace funesto; la Sala tomó cartas en el asunto y bien documentada por Quiroga, sobre las causas verdaderas de aquel aparato guerrero, el 9 de marzo de 1823 exoneró a Dávila de su puesto. Este desconoció la resolución legislativa y se aprestó a capturar a todos los miembros de la Sala. Estos se refugiaron en Patquia, bajo la protección del general Quiroga, y allí sancionaron que Dávila fuese reducido por la fuerza de las armas.
San Martín hace un pedido a Quiroga, a través de una carta, para que haga una transacción con el gobernador de La Rioja, cuyas bases sean el honor y la amistad, pero la misma no llegó a tiempo. Ya se habían batido en “El Puesto” las fuerzas del gobernador y las de Facundo. Rodeados de hombres enardecidos, unos por el triunfo que ya es seguro, porque el gobernador Nicolás Dávila huyó con los más de sus parciales del campo de batalla, y otros por la rabia de la derrota, Facundo y Miguel Dávila chocan violentamente. La acción se paraliza en su alrededor. Una terrible lanzada de Miguel Dávila es medio parada por Facundo, pero sin evitar que lo hiera en el muslo. Chocan a su vez los dos caballos y los enemigos se miran cara a cara a menos de media vara de distancia. Se revuelven los caballos y chocan de nuevo los hombres: Miguel Dávila cae del caballo abierta la cabeza por el sable de Facundo.
El combate termina: hay 215 prisioneros y algunos muertos. Repican las campanas a lo lejos en son de triunfo y una vocinglería atruena el espacio. Facundo ordena cesar el repique de las campanas y la vocinglería; que los muertos sean enterrados y los heridos atendidos. Ordena exequias dignas de su nombre por Miguel Dávila, pasándose el sentido pésame a la viuda, y en el mismo día “que los prisioneros sean puestos en libertad en la plaza, con la prohibición absoluta de que nadie ose insultarlos por sus opiniones políticas”. (13)
Desde entonces Facundo es el verdadero caudillo de La Rioja y su ascendiente cobra proporciones extraordinarias. Dávila es depuesto, y la Legislatura nombra a Juan Facundo Quiroga para reemplazarlo el mismo día del combate: 28 de marzo de 1823. Dos meses después, Facundo presenta su renuncia, pero la Legislatura no se la acepta; entonces insiste en julio del mismo año, ya con carácter de indeclinable. Finalmente fue aceptada. Optó por retirarse a Mendoza con toda su hacienda donde deseaba vivir en quietud. Su renunciamiento no es debilidad sino fortaleza y grandeza de alma.
Al poco tiempo de haberse entablado la guerra con el Brasil, llegó a Buenos Aires, de regreso de Inglaterra, Bernardino Rivadavia. Desembarca en octubre de 1825. Con la llegada de don Bernardino, la logia de Buenos Aires cobra mayor actividad: los conciliábulos nocturnos son más frecuentes, los emisarios hacia el interior salen uno tras otro, las esquelas secretas van y vienen. Pero no se trata en todo ello de política en forma fundamental, no: se trata de negocios. Don Bernardino no ha vuelto al país como político, sino como hombre de negocios, como gran financista. Con los hombres de la logia masónica de Londres ha creado varias entidades comerciales, industriales y de fomento. Una de ellas es la “River Plate Agricultural Association” y la otra es la “River Plate Minning Association”. La primera tendrá a su cargo la explotación agrícola de las más feraces tierras de la provincia de Buenos Aires, que, en virtud de la ley de enfiteusis, se cederán gratuitamente a la “River Plate Agricultural Association” para colonos ingleses, y la segunda se adueñará, también gratuitamente, de las minas de plata de La Rioja, explotadas por riojanos con bastante éxito.
Los oligarcas porteños están locos de contento con la llegada de don Bernardino, no por él precisamente, sino por las gangas que trae representadas en las dos “Associations”. Y en una tenida mayor, “estando las columnas repletas de hermanos” entre los cuales están los miembros más influyentes del Congreso: el doctor Julián Segundo de Agüero (sacerdote apóstata), doctor Valentín Gómez, Dalmacio Vélez Sarsfield, doctor Baldomero García y los “hermanos” muy venerables, doctores Valentín Alsina y Juan Cruz Varela, la logia toma la suprema decisión de dar al país una Constitución unitaria, ya que de lo contrario los magníficos proyectos de Rivadavia serían irrealizables. Esa noche, en la penumbra de la logia, el imperialismo inglés afirmó con hondos cimientos la hasta entonces vacilante cabecera de puente en la ciudad de Buenos Aires.
En 1825 Facundo ostentaba el grado de Coronel Mayor. Fue entonces que el gobierno de Buenos Aires invitó a las demás provincias a enviar sus representantes a un Congreso General que debía dar la constitución al país. Era en los momentos difíciles que se había producido la guerra con el Imperio del Brasil. Sin embargo, Facundo, comandante general de las milicias riojanas y que había adoptado una bandera cuyo emblema era una espada y la inscripción “Religión o Muerte”, exigió del gobernador Blanco una resolución de la Legislatura, sobre el reconocimiento del presidente Rivadavia. Aquella corporación, de acuerdo con Quiroga y éste con Dorrego, sancionó el desconocimiento en La Rioja de Rivadavia como presidente, ni reconocer o acatar las leyes que dictase el Congreso reunido en Buenos Aires y también se declaró la guerra a los que no profesaran la religión católica, en oposición a los anticristos del unitarismo.
En Buenos Aires, por otro lado, sosteniendo la teoría federal, existía la logia “Libertad y Justicia”, su presidente era Félix de Alzaga. Así como la logia a la que pertenecía Rivadavia (“Los Caballeros de América”) enviaba emisarios a las provincias para ganar adeptos para la causa unitaria, con el mismo sigilo y el mismo secreto, los logistas de la logia “Libertad y Justicia” enviaban los suyos abogando por el federalismo. El general Las Heras era francamente partidario, o por lo menos simpatizante de la logia “Libertad y Justicia”, y no disimulaba esa preferencia.
En aquellos meses el coronel Gregorio Araoz de Lamadrid es enviado a Tucumán donde es bien recibido en Tucumán por su gobernador, el coronel Javier López, y por el pueblo, lleva, sin duda, instrucciones reservadas de la logia de Buenos Aires. No en vano había asistido diariamente a las sesiones del Congreso y tenido allí incidentes con algunos congresales. El 26 de noviembre, Lamadrid, con 300 hombres, entra violentamente en Tucumán y se apodera del gobierno. Desde ese momento desapareció el héroe militar y se borró de su mente la guerra con el Brasil.
Instado por la logia “Libertad y Justicia” Las Heras conmina ya a Lamadrid a que restituya en su puesto al gobernador López, de Tucumán, pero la logia “Caballeros de América”, a la que pertenece Lamadrid, le ordena mantener el mando y más aún: que forme una liga con Salta y Catamarca.
Bustos, de Córdoba; Ibarra, de Santiago del Estero y Facundo Quiroga, quisieron exigir a Lamadrid que desconociese la autoridad del presidente Rivadavia y como el gobernador tucumano no se resolviese a dar ese paso con la celeridad deseada por sus colegas, Quiroga resolvió atacarlo y al efecto penetró en la provincia de Tucumán, derrotando a Lamadrid en la célebre batalla del Tala, el 27 de octubre de 1826, cayendo éste acribillado de heridas de sable en la cabeza y además, un balazo, circunstancias que hicieron creer que había muerto, por lo cual su gente se desbandó y el triunfo de Quiroga fue completo.
Catamarca había reconocido el gobierno de Rivadavia, razón por la cual Quiroga e Ibarra tratan de imponer allí sus pretensiones como a Lamadrid. Pocos días antes de la batalla del Tala, el 9 de octubre, una parte de las fuerzas de Facundo, al mando del capitán Pantaleón Argañaraz, derrotó al gobernador Gutierrez de Catamarca, en Coneta, distrito de Capayán, a cuatro leguas de la ciudad capital de la provincia, poniéndolo en fuga hacia la sierra.
La noticia de la derrota del Tala cae como una bomba en Buenos Aires al saberse que Lamadrid ha sido derrotado. La oligarquía porteña no sale de su asombro; los logistas quedan perplejos al ver como se esfuman todos esos grandes negocios que ha traído de Londres don Bernardino. Los mineros ingleses hace una semana que partieron para La Rioja a posesionarse de las minas de plata de Famatina que son propiedad de la provincia de La Rioja y de Facundo Quiroga. Han partido creyendo Rivadavia que Lamadrid triunfaría sobre Facundo. ¿Qué será de ellos cuando en La Rioja, se encuentren mano a mano, y cara a cara, con Facundo?
Así llegaron a la ciudad de La Rioja y luego de una corta estadía emprendieron camino hacia el alto, hacia Famatina que había sido asignada por Rivadavia a la “River Plate Ninning Association”. Fue una sorpresa grande cuando se toparon con Facundo. El técnico, representante de la Mining –todo un personaje- mostró la orden de Rivadavia por la cual se debía entregar a esos ingleses las minas de plata de Famatina, propiedad del gobierno de La Rioja y de accionistas riojanos, uno de los cuales era el mismo Facundo. Quiroga, sentado frente al técnico inglés, en una de las habitaciones de la familia del gobernador Villafañe, con buenas maneras, por medio del intérprete que ha traído el inglés, le explica la verdadera situación de Rivadavia, de la Constitución recientemente sancionada, de la provincia de La Rioja, de la Sociedad de Minas de esta provincia, y del país mismo. El técnico inglés es un hombre de sólida cultura, ha viajado mucho, entiende algo de castellano, y se impone sin mayores inconvenientes de la realidad. Reúne a sus mineros y se dispone a regresar a Buenos Aires, lo que hace a los dos días.
El gobierno imparte órdenes: a Arenales en Salta, para que auxilie con sus fuerzas a Tucumán; al gobernador Juan Corvalán, de Mendoza, para que entregue fuerzas al coronel Estomba, quien debe acudir a San Juan. Al mismo tiempo parten numerosos diputados del Congreso a las provincias con la idea de apagar el incendio que amenaza propagarse por toda la República. La guerra entre Buenos Aires y las provincias está empeñada; entre Rivadavia y Facundo. El final fue que Rivadavia renunció al quedarse solo, abandonado hasta por su propio partido. Entretanto, Lamadrid, algo restablecido de sus heridas, se dirige a Salta en demanda de auxilios y obteniéndolos, se apresta nuevamente para la lucha. La suerte le es adversa por segunda vez, pues en el Rincón o Manantial, a dos leguas de Tucumán, el 6 de julio de 1827, era completamente vencido por Quiroga, que mandaba también las huestes santiagueñas. Facundo ordena al comandante Angel Vicente Peñaloza que persiga a Lamadrid con los que huyen en dirección al norte. Días después regresa el Chacho trayendo prisioneros al teniente Pantaleón Ocaña y al coronel colombiano Matute. Lamadrid siguió huyendo hasta Bolivia, donde pidió asilo al general Sucre.
Como consecuencia del triunfo de la batalla del Rincón de Valladares, fue nombrado gobernador de la provincia el doctor Nicolás Laguna, que fuera miembro de la Gran Logia de Buenos Aires, pero que desengañado luego de sus propósitos, renunció y publicó un violento manifiesto en su contra. Restablecido el orden en Tucumán, Facundo dispuso el regreso a La Rioja.
En Buenos Aires, a Bernardino Rivadavia lo reemplaza Vicente López en el orden nacional y, al volver la provincia de Buenos Aires a recuperar su soberanía (Rivadavia había hecho capital de la república a casi todo su territorio), Dorrego asume como Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. El partido federal ocupa el lugar del unitario. Este triunfo político es debido en gran parte a la pujanza de Quiroga y a sus grandes victorias en el interior.
Manuel Dorrego, acusó ante la Sala de Representantes el negociado de Rivadavia, con la complicidad de sus socios: Julián Segundo de Agüero, Salvador María del Carril, Juan Cruz Varela, Valentín Alsina, Dalmacio, Vélez Sarsfield, etc. Firmaba así su sentencia de muerte, pues los unitarios componentes de la logia “Los Caballeros de América” no le iban a perdonar esa acusación que la historia un día recogería para marcarlos a fuego por toda la eternidad.
Producido el movimiento revolucionario del 1º de diciembre de 1828, Quiroga recibió invitaciones para hacer la guerra al nuevo régimen de gobierno; Facundo no se hizo esperar en su determinación y declaró públicamente que se dirigía a restaurar las autoridades derrocadas. “Paisanos –dice a los hijos de La Rioja- si los grandes peligros exigen grandes sacrificios, llegado es el tiempo de que en este rincón de la República se repita la voz de alarma para hacer frente a la anarquía, que al amanecer del día 1º del presente mes, ha estallado en Buenos Aires”.
El 13 de diciembre de 1838 Dorrego es fusilado. No hubo proceso, no hubo acusación, no hubo defensa. Más aún, pues, no hubo derechos de gentes. Así obraba el partido de la ilustración, de la llamada gente decente, ya que según del Carril “el partido de Dorrego está formado de la canalla más desesperada”. Murió Dorrego asesinado. Ese asesinato es el crimen más estúpido y nefasto de la historia argentina. La conducta escandalosa de Rivadavia y de sus corifeos, causa la guerra entre unitarios y federales. No fueron las argumentaciones de Moreno y de Dorrego las que vencieron a Rivadavia, sino los llaneros de don Juan Facundo Quiroga. No se dirimió en la sala del Congreso General Constituyente la cuestión, sino en los campos de batalla de El Tala y del Rincón de Valladares.
Facundo Quiroga, desde La Rioja; Bustos, desde Córdoba y Estanislao López, desde Santa Fe le gritaron su indignación a Lavalle por el asesinato de Dorrego. Pero para la soberbia de Lavalle todo ello no tenía importancia. Organiza en Buenos Aires algo que pretende se asemeje a un gobierno regular y hace bajar de la Banda Oriental la segunda División del ejército, a las órdenes del general Paz. Como no hay una provincia que le responda, encomienda a Paz a que se dirija con sus tropas a Córdoba, y se imponga “por la fuerza de las armas” en las provincias del norte y de Cuyo, mientras él se entenderá con Buenos Aires y el litoral.
El 22 de abril de 1929 el general Paz vence a Bustos en San Roque y luego pasó comunicaciones a los gobernadores de las provincias vecinas “invitándoles a la concordia”. Facundo Quiroga, Comandante de Armas de La Rioja, apresta su ejército, con auxiliares de otras provincias, y se dispone a desalojar a Paz de Córdoba. Y nuevamente, labradores, gauchos llaneros, viñateros, carreteros, campesinos todos, vuelven a dejar sus herramientas de trabajo y formar el ejército de La Rioja a las órdenes del general Quiroga, para enfrentar al ejército de “los que profesan el oficio de la muerte”.
Facundo se mueve de La Rioja en dirección a Córdoba. Con él van el general Bustos, gobernador legítimo de Córdoba; Figueroa, gobernador de Catamarca: el coronel Félix Aldao, gobernador de Mendoza; el coronel Juan de Dios Bargas, jefe de la infantería. Y allí cerca de él, formando parte de su escolta personal, el capitán Angel Vicente Peñaloza, El Chacho.
En el llano de La Tablada se enfrentan ambos ejércitos el 23 de junio de 1829. Facundo es derrotado por Paz y, terminada la batalla, con un grupo de caballería emprende el regreso a La Rioja. Luego de dos días de marcha lo alcanza una partida de dispersos. El jefe de los que recién llegan es el teniente Ramón Acosta quien da cuenta a Quiroga que: “En el atardecer mismo del día 23 habían sido fusilados numerosos prisioneros riojanos, entre ellos, oficiales de alta graduación”. El ejército de la civilización y la ilustración fusilaba prisioneros indefensos.
Con las batallas de El Tala y Rincón de Valladares, el drama de nuestras guerras civiles solamente tuvo su prólogo. Es recién con la batalla de La Tablada que tiene su primer acto. Recién ahora va a comenzar la lucha en forma brava y a fondo. Nuestras guerras ya han tenido su gran bautizo de sangre en La Tablada y ya han salido de la esfera de acción de los personajes puramente tramoyistas como Rivadavia, Agüero, del Carril y Manuel J. García, y han dado lugar en la escena a personajes recios, como Paz y Facundo.
La derrota de Quiroga hizo creer a muchos gobernadores que el caudillo de La Rioja ya estaba eliminado del escenario de las luchas civiles. Rosas y Estanislao López, entre otros, así lo creyeron. Paz, por su parte, se cree árbitro de la situación, y tan engreído está, que hasta le niega permiso a su antiguo amigo y aliado, el general Lavalle, para pasar al interior del país.
López es de los más convencidos de que Quiroga ha terminado su carrera política, y se dispone a entenderse con Paz. A toda costa Estanislao López quiere la pacificación del país.
Mientras tanto Facundo deja en Atiles, su cuartel general en La Rioja, a su segundo y gran amigo, el general José Benito Villafañe, y se encamina a San Juan y Mendoza. Pacientemente, a costa de grandes sacrificios, incluso de parte de su fortuna y la de sus hijos, forma regimientos y aprovisiona los arsenales. Pero los unitarios no duermen, ni se hacen muchas ilusiones. El general Paz impone a Córdoba fuertes contribuciones de guerra mediante un bando imperativo y respetables sumas de dinero ingresan en las arcas de su tesorería militar.
El 22 de setiembre de 1829 se enfrentan las dos fuerzas en el campo del Pilar, donde si terrible era el poder de las armas que empuñaban, mucho más terrible era el odio que se profesaban. Los federales al mando del general José Félix Aldao y los unitarios del comandante Zuluaga. El combate comienza a las once, y a las dos de la tarde el cura y vicario foráneo, don José Godoy, acompañado de otros, consigue una tregua. Cuando se estaban tratando las condiciones del armisticio, de repente, sin saberse quién ha dado la orden, se oye el estampido de un cañón en el campo federal. Y sin prevención alguna, las caballerías federales se aprontan para el ataque. Con la impresión de que se ha traicionado la tregua, de un pistoletazo en la cabeza ejecutan al coronel Francisco Aldao.
El combate se reanuda, pero los unitarios en el mayor desorden, no pueden oponer resistencia. Huyen por donde pueden. En ese combate está Domingo Faustino Sarmiento, que es de los primeros en huir. Huye también Narciso Laprida, que fue uno de los presidentes del Congreso Constituyente de Tucumán.
Manuel Corvalán retoma el gobierno de Mendoza. A los pocos días se anuncia que está por llegar el general Juan Facundo Quiroga, que se hallaba enfermo en San Juan, sintiendo los primeros dolores del reuma, que lo han de torturar hasta la muerte. Una vez en Mendoza, juntamente con sus lugartenientes, los Aldao, organizan su ejército.
Mientras tanto en Buenos Aires la situación se va perfilando netamente hacia la política federal. El pacto de Cañuelas entre Lavalle y Rosas entregó, de hecho, la dirección política a éste. Desde ese momento Lavalle pierde su prestigio y su personalidad. Los amigos se le retiran y Rosas coloca los suyos en los puestos públicos de importancia, en la Legislatura y en los ministerios.
Estanislao López, organiza su ejército con soldados santafecinos, correntinos y entrerrianos, a cuyo frente están los coroneles Francisco Reinafé y Manuel López. La situación en Córdoba se vuelve irritante; los colaboradores de Paz están nerviosos y ya se muestran desconfiados.
Quiroga se apresta para una segunda campaña en Córdoba; ha dividido su ejército en dos divisiones. Una a su mando inmediato que penetra en Córdoba por el sur, y la otra, al mando de su segundo, el general Villafañe, que lo hace por el norte. Facundo tiene noticias concretas de las fuerzas de Paz y comprende que su pequeño ejército de menos de tres mil quinientos hombres, no es suficiente para enfrentarlas.
El pequeño ejército hace alto en Oncativo y Laguna Larga e inmediatamente forma un círculo con sus carretas, entre las cuales se atrinchera la infantería y la artillería. Hasta ese lugar llegan las fuerzas de Paz y el 25 de febrero de 1830 se produce el encuentro entre los dos ejércitos, que finalizó con el triunfo unitario.
La noticia de la nueva derrota de Quiroga corre como el viento por todo el país. La ciudad de La Rioja, dominada por los enemigos de Facundo, y por el miedo a la venganza o furia del gobernador unitario que llegue, vive alborozada, pero con un alborozo falso como todo lo que anima el odio o el miedo. Solamente allá, en San Antonio, en Atiles y Malanzán, los ánimos están tranquilos, los pobladores quietos y las lenguas en silencio. La presencia de Facundo era diaria, su voz era familiar y su generosidad y hombría de bien continuas. Allí no se le niega.
Facundo Quiroga, rodeado por un grupo numeroso de jinetes, se dirige por el camino real rumbo a Buenos Aires. En un alto del camino se despide de sus soldados quienes parten para La Rioja, mientras él con cinco jinetes sigue su rumbo hacia el sur. La noticia de su llegada a Buenos Aires creó una gran expectativa. Todos querían conocer personalmente al famoso caudillo, verlo, hablar con él. Facundo, en cambio, no tenía interés por nada. Se encerró en la casa de don Braulio Costa, una de las más principales de Buenos Aires, y se entretuvo con su hijo mayor, un muchachito de catorce años que estaba cursando sus estudios tranquilamente. Se preocupó en enviar mensajes a su mujer que estaba en San Juan.
Eran frecuentes sus charlas con Rosas sobre los problemas más candentes del país. Así el Restaurador fue conociendo a Facundo, y llegó a creer firmemente que el hombre que más valía de todos los jefes federales, era el caudillo riojano. De ese convencimiento firme, irrevocable, parte entonces toda la política y toda la táctica de Rosas en el manejo de los asuntos del país.
Mientras Rosas y Quiroga planean su acción futura, Lamadrid ha llegado a La Rioja y por la ley de 5 de junio, hace decretar: “La provincia de La Rioja es dependiente del gobierno de Córdoba, reconociendo al general Paz como Jefe Supremo, quedando fuera de la ley, como reos, los generales Quiroga y Villafañe”.
Paz, hombre que solo confía y cree en la fuerza de las armas, está satisfecho, sin embargo, con su título bárbaro de Jefe Supremo, y seguro de que, con las provincias que están bajo su mando el país está a su discreción, se dispone a librar la batalla decisiva por la Jefatura Suprema de todo el país. Mientras a ello se dispone el vencedor de Tablada y Oncativo, sus lugartenientes convertidos en gobernadores de provincias, con sus arbitrariedades y sus crímenes, van minando su autoridad y su fuerza.
Por fin Lamadrid se mueve y llega hasta San Juan para seguir a Mendoza. Allí hace asesinar a Bustos, so pretexto de fuga. Pero lo que más intranquilizaba a Lamadrid eran los famosos tapados de Facundo, o sea, dinero que, por falta de bancos, Facundo había escondido en diferentes lugares. Lamadrid se da ávidamente a la tarea de hallar esos caudales. Un cordobés, llamado Juan Pablo Carvallo, antiguo protegido de Quiroga, sirve de judas. Informa a Lamadrid que un tío de Quiroga que vivía en Portezuelo sabía donde estaban escondidos algunos de esos tapados. Lamadrid hace detener al tío de Quiroga, hombre ya viejo; lo conduce a su presencia y él mismo le interroga. El pobre viejo niega tener tal conocimiento. Pero se lo martiriza una y diez veces, hasta que flagelado habla. Y comienza así Lamadrid a descubrir los primeros tapados de Facundo. Pero faltaba dar con un gran tapado del que la gente tanto hablaba: un tapado de muchos miles de pesos en oro. La búsqueda resultaba, empero, infructuosa. De pronto Lamadrid tiene una idea que él califica de genial: la madre de Facundo ha de saber dónde está escondido ese gran tapado. Venga la madre del caudillo. Y la pobre señora, anciana, es reducida a prisión con una cadena al cuello.
Los actos de vandalismo del jefe unitario Lamadrid están documentados en las propias “memorias” que éste escribe. La persecución de Lamadrid no para allí; es la misma esposa de Quiroga quien se queja al general Paz de los malos tratos que recibe, respondiendo el vencedor de Tablada, el 10 de enero de 1831, que ha de intervenir en su defensa. Y es el mismo general Paz quien ha de referirse al asunto de los tapados poniendo al descubierto la impudicia del jefe unitario. (14) Lamadrid ha descubierto noventa mil pesos fuertes de los tapados de Quiroga, pero ha entregado nada más que treinta y dos mil.
Mientras sus lugartenientes oprimen a las provincias de su mando, el general Paz se pone en comunicación con los emigrados unitarios de Montevideo en procura de una acción general contra Buenos Aires y Santa Fe, provincias en las que, más que en ninguna otra, tiene fuerza el Partido Federal. Al alcance de la mano están las provincias de Corrientes y Entre Ríos, que se suponen susceptibles de ser vencidas. La idea madura bien pronto, y el coronel Chilabert prueba suerte con Entre Ríos, obteniendo un gran suceso, aunque corto. Lo acontecido en Entre Ríos previene a Rosas y a Quiroga. Es necesario apresurarse a tomar medidas antes de que los unitarios avancen sobre Buenos Aires, después de dominar el litoral. Así es que el 4 de enero de 1831 se firma en Santa Fe el “Pacto Federal”, piedra angular de la unidad nacional. El Pacto reconoce y confirma todos los anteriores. Sella la amistad de las provincias signatarias “reconociendo recíprocamente su libertad, independencia y derechos…” Así quedaba asentado el carácter federal de la nación. Cada provincia es dueña de su libertad, independencia y derechos. Las provincias federales ya tienen en su mano un instrumento que las habilita, frente a las provincias unitarias exentas de forma legal, a hacer la guerra invocando a la nación que ellas representan por el Pacto. Rosas, Quiroga y López buscaron la forma de colocarse dentro de la legalidad, aparente o real, frente a Paz y los emigrados, que jurídicamente no representaban nada.
Mientras todos estos acontecimientos ocurren, Quiroga se ha aquerenciado en Buenos Aires, un poco por dejar pasar el tiempo y “saber esperar”, y otro, por su estado de salud que es muy precario. El reuma lo tiene no sólo molesto, sino muy dolorido, y no pocos días postrado en la cama.
A pesar de su estado de salud, a fines de febrero de 1831 Quiroga se apresta a entrar en campaña. Buenos Aires no tiene ejército que darle, y él lo improvisa con 300 hombres sacados de las comisarías y de la cárcel. A ellos agrega 150 voluntarios que se le ofrecen atraídos por la fama de Facundo. Más que disciplinarlos, los arenga, los insta a la disciplina, al cumplimiento del deber, a la regeneración por medio de la militancia en el ejército federal. ¡Guay del que deserte, del flojo y del que robe!
Así se pone Facundo en marcha hacia Córdoba. Cruza el Arroyo del Medio y se interna en Santa Fe, buscando el camino a Río Cuarto. Forma una pequeña vanguardia de 50 hombres que pone al mando de Ruiz Huidobro. De pronto surge un escollo, casi un murallón: Río Cuarto. Allí están los coroneles Pringles y Echeverría, dos famosos sables del ejército patrio. Están atrincherados en la plaza y ésta no se rinde. Los ataques de Facundo son estériles. Un “pasado” sale de noche de la plaza y da a Facundo informes de cómo se puede vencer la resistencia. Facundo incorpora al “pasado” a sus filas, lo pone a la vanguardia del ataque y se decide a tomar la plaza por asalto. Antes de que el sol aparezca, Pringles y Echeverría ante la inminencia de la caída de la plaza, la abandonan. El “pasado” comandante Prudencio Torres, inicia el ataque; se une a él el resto de la fuerza de Facundo, y la ciudad cae. Facundo incorpora algunos soldados del ejército sitiado, y continúa su marcha hacia Río Quinto, donde está Pringles. Allí las fuerzas se chocan en un furioso combate. Las cargas de Facundo, Prudencio Torres y Ruiz Huidobro son incontenibles. Y el desbande se produce.
Al día siguiente Facundo continúa su marcha hacia Mendoza, engrosadas sus filas con la incorporación de tropas de Pringles y con paisanos de todos los pagos que atraviesa. Tres días después está en Chacón, cien kilómetros al este de la ciudad de Mendoza. Allí está el coronel Videla Castillo odiado por todo el pueblo de Mendoza, quien tiene bajo sus órdenes militares de fama bien ganada, como los coroneles Chenaut y Barcala, y un ejército de mil quinientos hombres. Quiroga cuenta tan solo con 400 o poco más; así y todo lo derrota a Castillo el 28 de marzo de 1831 en la batalla de Rodeo de Chacón. Quiroga dirigió el combate desde el pescante de una diligencia, señalando lo que quería mostrar con una cañita: el reuma no le permitía montar. Con esta victoria consiguió el control de San Luis y Mendoza, mientras sus partidarios recuperaban San Juan y La Rioja.
El general Paz cae prisionero el 10 de mayo de 1831 y su ejército pasa al comando de Lamadrid. Este poco después inicia su marcha retrógrada a Tucumán. Quiroga se encarga de aquella fuerza; reúne hombres, pertrechos y dinero y su favorito, el coronel Ruiz Huidobro, se encarga de organizar aquel ejército, con el cual emprende a fines de agosto, la marcha sobre Tucumán. Alcanza a Lamadrid en los campos de la Ciudadela, el 4 de noviembre y le impone la derrota más espantosa. Esto da el dominio a Quiroga de las nueve provincias del norte y de la región andina, y en las primeras semanas de 1832 está de regreso en Cuyo con su ejército victorioso.
La guerra entre federales y unitarios ha obligado a los gobiernos provinciales a descuidar el resguardo de las fronteras con los indios. Hacendados de todas las provincias se presentan en queja al ver asoladas sus estancias por los malones, y sobre todo por los cautivos, mujeres las más, que los indios se llevan a las tolderías. Hay que reaccionar contra los salvajes.
No ha terminado todavía su mandato el general Rosas, cuando ya habla de organizar una expedición al desierto con el concurso de varias provincias y de la república de Chile. ¿Pero es realmente Rosas quien tiene la iniciativa de la expedición al desierto? ¿Es realmente Rosas quien nombra a Quiroga general en jefe de la expedición?
La provincia de Mendoza está tan invadida por los salvajes como la de Buenos Aires, o más aún. La iniciativa de una campaña contra los salvajes surge precisamente de las provincias de Mendoza y San Juan, quienes encomiendan la guerra al general Facundo Quiroga, encargándole la invitación a las demás provincias.
Pese a todo, el general Rosas es el primero en el país en hablar de una expedición contra los indios. Ya en 1821, siendo gobernador de Buenos Aires el general Rodríguez, presenta una Memoria sobre el problema que significan las incursiones de los indios del Sud. En la realización práctica de la expedición, Rosas es el único que demuestra estar realmente interesado en la empresa.
Ya por marchar las columnas, menos la de Chile, que por los conflictos sociales de ese país no puede concurrir, el general Quiroga, que se queda en Mendoza, atiende la marcha de los preparativos para la gran expedición y, sobre todo, abre su bolsillo para sufragar los primeros gastos.
La expedición quedó organizada en tres divisiones: la de la izquierda al mando de Rosas, debiendo operar en la pampa del sur a lo largo de los ríos Colorado y Negro hasta el Neuquén, para asegurar la línea del Río Negro; la del centro, al mando del general Ruiz Huidobro, que se destinaba a desalojar los indios de la pampa central; y la de la derecha, al mando del general Félix Aldao, que debía operar sobre la región andina, pasar por el Diamante y el Atuel y seguir hasta el Neuquén para reunirse con Rosas. Las tres columnas se ponen en movimiento en el mes de marzo de 1833 y siguen su derrotero sin mayor novedad en los primeros días.
La División de Aldao parte de Mendoza y llega sólo hasta Limay Mahuida (La Pampa), el 31 de marzo; la de Ruiz Huidobro llega hasta Trapal, el 25 de marzo y por dificultades insalvables del momento, se detiene, mientras que la División de Rosas llega hasta Viedma, y realiza de verdad, una obra civilizadora. Quiroga entre tanto se halla en San Juan, y desde allí ordena la contramarcha de Ruiz Huidobro, que sólo ha logrado un triunfo en Las Acollaradas.
Quiroga luego regresa a Buenos Aires a la cabeza del Regimiento “Auxiliares de los Andes”, iniciando su viaje el 28 de noviembre de 1833. Al llegar a la Capital es acogido con simpatía.
Con posterioridad llega a Buenos Aires la noticia de la disputa que se había producido entre los gobernadores de Salta y Tucumán, Pablo Latorre y Alejandro Heredia. Durante el gobierno del doctor Manuel Vicente Maza, se le encomienda a Facundo Quiroga una gestión mediadora, ante la gravedad que estaba teniendo el conflicto. La idea, con seguridad, ha sido de Rosas a quien tanto le preocupaban las disensiones partidarias. Ocurre que la causa federal peligra en el norte de la República. El gobernador de Tucumán, Alejandro Heredia, es federal con fervor; pero transige con los unitarios, llevado por su espíritu liberal. Rosas le ha reprochado esta política, y le ha predicho que le será funesta. Los unitarios han reclutado gente en Tucumán para derrocar al general Pablo Latorre, gobernador de Salta. Han fracasado en su intentona y emigrado a Bolivia. Latorre cree ver en esa tentativa, lo mismo que en el propósito de los jujeños de separar a su región de la provincia de Salta, la complicidad de Heredia. Los ejércitos de Tucumán y de Salta están prontos para atacarse. Solo una persona puede evitarlo: Juan Facundo Quiroga. Sólo él tiene prestigio en el Norte como para una mediación eficaz. Rosas insinúa a Maza la idea de enviarlo allá.
Quiroga aceptó el nombramiento, después de algunas observaciones y el 18 de diciembre de 1834 se ponía en camino a cumplir su misión. Rosas lo acompaña hasta San Antonio de Areco. La víspera de Navidad está en Córdoba; el 29 de diciembre en Pitambalá, Santiago del Estero, y allí recibe la noticia de que el gobernador Latorre ha sido derrotado, y Fascio y los jujeños, aliados de Heredia, lo han hecho prisionero.
Llegado a Santiago del Estero, Quiroga no inició de inmediato su regreso por estar algo enfermo, haciéndolo recién a comienzos de febrero y el día 16, a las 11 de la mañana, en Barranca Yaco, Juan Facundo Quiroga era asaltado y muerto por la partida del capitán Santos Pérez, conjuntamente con su secretario Santos Ortiz y comitiva. El 7 de febrero de 1836 su cuerpo fue sepultado en Buenos Aires, previos honores de Capitán General.
Un agitado descanso
La tumba de Juan Facundo Quiroga tiene una historia muy enredada. En 1836, un año después de su asesinato en Barranca Yaco, su viuda solicitó al Restaurador que los restos del caudillo riojano fueran trasladados del cementerio de los canónigos, ubicado al lado de la Catedral de Córdoba, a un predio que ella había adquirido en el Cementerio del Norte. Ubicado a metros del acceso principal, sobre la que por entonces se conocía como “Avenida de las Alamedas”, fue amurado y empotrado en la pared trasera de su sepulcro, según su pedido. Una sencilla verja, a la vieja usanza, lo separaba de la avenida. Bastante más tarde llegó de Milán, para presidir su túmulo, una Dolorosa en mármol de Carrara esculpida por Antonio Tantardini. Quiso verse en ella un retrato de su viuda, pero esto es “puro cuento”: el italiano ya había realizado una para el cementerio de Génova. En cambio, es probable que ésta fuese la primera “obra de arte” que se colocó en la Recoleta. En 1877, al morir Rosas en Southampton, un grupo de seguidores quiso oficiar una misa en su memoria. Esto enardeció a los descendientes de los “mártires unitarios” que se dieron cita en el cementerio, y se la agarraron con lo primero que se toparon a su paso: la tumba del “Tigre de los Llanos”. Los restos de Facundo desaparecieron incluso de los registros del camposanto. En diciembre de 2004, el féretro fue encontrado detrás de una pared falsa de la bóveda de la familia Demarchi. ¿Qué había ocurrido? Antonio Demarchi, yerno de Quiroga, temió que el cadáver fuera ultrajado. Con gran celeridad mandó levantar una pared en su propio panteón familiar, detrás de la cual ocultó de pie el féretro de bronce. Al parecer, sus descendientes siempre supieron que estaba allí, pero desconocían detrás de cuál pared.
Referencias
(1), (2) y (3) Los tres eran ascendientes de Juan Facundo Quiroga.
(4) En la gran explanada del terreno que está a doscientas varas de la que fue casa de José Prudencio, se ven aún los cimientos de piedra del antiguo oratorio, y a pocos metros está la iglesia, en la que actualmente se dice misa, levantada en la época de Juan Facundo Quiroga.
(5) Según un escrito de puño y letra, fechado el 29 de abril de 1903, del Dr. Eduardo Gaffarot, nieto de nuestro caudillo
(6) Dice Sarmiento en Facundo: “Facundo Quiroga fue hijo de un sanjuanino de humilde condición, pero que, avecindado en los Llanos de la Rioja, había adquirido en el pastoreo una regular fortuna”. Esta referencia que Sarmiento da del padre de Facundo es intencionalmente falsa. Como se ha visto, el padre de Facundo ya era hombre rico y principalmente por sus antepasados, además de ser capitán de milicias de los Llanos. En cuanto a su ascendencia, se ha visto también que era de alta alcurnia, contándose en ella, justicias mayores, regidores, gobernadores y hasta el mismo rey Recaredo (rey de los visigodos).
(7) Dice Sarmiento: “Facundo reaparece después en Buenos Aires donde en 1810 es enrolado como recluta en el regimiento de Arribeños… Más tarde fue reclutado por el Ejército de Los Andes y enrolado en Granaderos a Caballo; un teniente García lo tomó de asistente y bien pronto la deserción dejó un vacío en aquellas gloriosas filas”. Lo único cierto de todo esto es que Facundo se enroló voluntariamente (y no que lo enrolaron) en Granaderos a Caballo. En el Regimiento de Arribeños no estuvo nunca. Todo lo demás es falso. Sarmiento, con esa propensión que tenía a la impostura, necesitaba enlodar la memoria de Facundo, y por eso, sabiendo que mentía, dice que Facundo desertó, cuando la verdad es que por pedido del padre fue dado de baja.
(8) Aún no están claros los procesos como el de Martín de Alzaga ordenado por Rivadavia en forma sumarísima, sin derecho a defensa.
(9) “Gaceta de Buenos Aires, sábado 31 de enero de 1818. Departamento de Guerra. Lista de los individuos que se han distinguido en proporcionar y activar los auxilios que ha prestado esta ciudad (de La Rioja) a beneficio del ejército de la Patria. Ejército del Perú: el Maestro D. Nicolás Carmona, cura de la ciudad….D. D. Juan Fulgencio Peñaloza, capitán comandante de los Llanos; el Benemérito capitán D. Juan Facundo Quiroga…”.
(10) Dice Sarmiento en Facundo: “El desertor de los Arribeños (ya sabemos que es mentira, porque Facundo no desertó, sino que a pedido de su padre le dieron de baja y que en el regimiento de Arribeños no estuvo nunca), el soldado de Granaderos a Caballo, que no ha querido ir a inmortalizarse en Chacabuco y Maipú, resuelve ir a reunirse a la montonera de Ramírez, vástago de la de Artigas, y cuya celebridad en crímenes y en odio a las ciudades a que hace la guerra ha llegado hasta los Llanos y tiene lleno de espanto a los gobiernos. Facundo parte a asociarse a aquellos filibusteros de la Pampa, y acaso la conciencia que deja de su carácter e instintos y de la importancia del refuerzo que va a dar a aquellos destructores alarma a sus compatriotas, que instruyen a las autoridades de San Juan, por donde debía pasar, del designio infernal que lo guía. Dupuy, gobernador entonces (1819), lo hace aprehender, y por algún tiempo permanece confundido entre los criminales vulgares que las cárceles encierran…” “… el depósito de prisioneros (españoles) se sublevó un día y abrió la puerta de los calabozos a los reos ordinarios a fin de que les prestasen ayuda para común evasión…” “Facundo era uno de esos reos; no bien se vio desembarazado de las prisiones, cuando enarbolando el macho de grillos, abre el cráneo al español…” “Quiroga, empero, siempre hablaba del macho de grillos…” Hemos querido transcribir in extenso para que las patrañas y las imposturas de Sarmiento queden más en evidencia. Dice también Sarmiento que el Gobernador Ocampo, a raíz de los sucesos de San Luis, lo nombra con un cargo en las milicias. Pero hemos visto que Facundo, en 1816, ya era Capitán de Milicias, y en 1818 ya es Comandante Militar de los Llanos. De patraña en patraña, Sarmiento va tejiendo esa falsa vida de un Facundo bandido. No existe ningún documento serio que pruebe que Facundo estuviese preso, detenido o retenido.
(11) Facundo, por David Peña.
(12) “Quiroga, dice el historiador Saldías, le remitió todo el material de guerra de la división de Aldao y alguna tropa a Güemes”.
(13) Zinny, tomo III, página 376. M. reyes, ibídem. Sarmiento, Facundo, página85. Saldías, Historia de la Confederación Argentina, tomo II, página 43. David Peña, Facundo, página 96.
(14) J. M. Paz, Memorias.
Fuente
De Paoli, Pedro – Facundo – Ed. Plus Ultra – Buenos Aires (1973).
Portal www.revisionistas.com.ar
Turone, Oscar A. – El Tigre de los Llanos
Watson, Rentero y Di Meglio – Buenos Aires tiene historia – Ed. Aguilar.
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939)
Fuente de información: www.revisionistas.com.ar
REVISIONISTAS.
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