Si bien Juan Domingo Perón nunca negó su participación en el alzamiento militar septembrino, pocos saben que detalló su participación minuciosamente en un informe que luego integró un libro clave para entender los sucesos de 1930.
El teniente coronel José María Sarobe, partícipe del golpe citado, elaboró un informe de varias páginas, entre el 9 de septiembre y el 10 de octubre de ese año, donde puntualizó el plan elaborado por la junta de gobierno. Al tiempo pidió la colaboración de algunos subordinados para enriquecer el texto con sus testimonios, uno de ellos fue el capitán Perón. En enero de 1931 entregó su texto titulado Lo que yo ví, de la preparación y realización de la revolución del 6 de septiembre de 1930. Contribución personal a la historia de la revolución, y aclaró a continuación (Son sólo apuntes, falta redacción).
Dicho texto fue incorporado como apéndice único a las memorias del futuro general Sarobe, las que terminó en 1935, y que fueron publicadas póstumamente, ya que había fallecido en 1946, luego del golpe de 1955, mediante la asistencia de su esposa, con el título Memoria sobre la revolución del 6 de septiembre de 1930, editadas, ahora sí, en 1957 por ediciones Gure, prolífica en ese tiempo en publicaciones antiperonistas.
Posteriormente dicho texto del capitán Perón sería reeditado, con otros textos del ex presidente, bajo el título Tres Revoluciones Militares, publicado en 1963 por editorial Escorpión, bajo la edición de Rogelio “Pajarito” García Lupo. Dicha obra tendría reediciones en las editoriales Corac (1972), Síntesis (1974), y Peña Lillo (1982), amén de ser incluido en el tomo 1 de las obras completas, publicadas primero por Docencia en 1984, y luego por Fundación Hernandarias, en 1997.
En dicho texto el capitán Perón detalló que “en los últimos días del mes de junio de 1930 se presentó en mi despacho del Estado Mayor General del Ejército, donde servía yo, el Mayor Ángel Solari, viejo y querido amigo… no entró con rodeos, sino que se limitó a decirme: “Yo no aguanto más. Ha llegado el momento de hacer algo. El General Uriburu está con intenciones de organizar en movimiento armado” – Y me preguntó – ¿Vos, no estás comprometido con nadie? – Absolutamente, le contesté. – Entonces contamos con vos, me recalcó -. .
De allí el detalle de la reunión en casa de Uriburu, los devaneos entre las distintas líneas internas del Ejército, la organización final del golpe, su acercamiento a Justo, su persuasión para que se sumen otros camaradas, el reconocimiento del rol ideológico de
La Nueva República, y sus contactos y publicaciones “anónimas” en Crítica y La Fronda. Antes su entrada en un auto blindado a la Casa Rosada, lo sorprendió la imagen de un busto destruido del presidente depuesto, donde un ciudadano le entregó un pedazo, afirmando: “Tome mi capitán, guárdelo de recuerdo y que mientras la patria tenga soldados como Ustedes en entre ningún peludo más a esta casa”, al tiempo que afirmó Perón “yo lo guardé y lo tengo como recuerdo en mi poder”.
También tuvo tiempo para agradecer a colaboradores civiles del golpe, como “Don Pedro L. Balza (hijo), secretario de la Dirección de La prensa, a quien no he vuelto a ver pero que le guardo reconocimiento”.
Sus últimas palabras sobre el hecho fueron que “la revolución había virtualmente terminado, pero en el espíritu de los que habíamos participado en la preparación y realización quedaba una amarga pena: la mayor parte de los Oficiales no habían intervenido porque no se los había hablado”, y que “sólo un milagro pudo salvar la revolución. Ese milagro lo realizó el pueblo de Buenos Aires, que en forma de avalancha humana se desbordó en las calles al grito de “viva la revolución”, que tomó la casa de gobierno, que decidió a las tropas en favor del movimiento y cooperó en todas formas…”
El triunfo de Hipólito Yrigoyen de 1928, casi plebiscitario con 840.000 votos contra casi la mitad del binomio “antipersonalista”, dio inicio a su segundo mandato como presidente constitucional. Pero los hechos se precipitaron para conspirar con su continuidad.
La caída de la Bolsa de New York en 1929 fueron determinantes, junto a la crisis de la democracia en el período de entreguerras, para socavar el espíritu de institucionalidad regional. A ello se sumó la enfermedad presidencial hasta hechos sombríos como el asesinato, en noviembre del ’29, de Carlos W. Lencinas. Al mes un atentado contra el presidente marcó un clima de violencia política. Vale como ejemplo el panfleto, firmado por Manuel Carlés, fundador de la Liga Patriótica Argentina, donde amenazó: “La renuncia presidencial o la guerra necesaria”.
Al año la elección legislativa, donde el radicalismo porteño fue derrotado por el partido Socialista Independiente, significó un cimbronazo político. Se le sumó una fuerte campaña de desprestigios desde La Prensa y La Nación, comprensible por representar sectores contrarios al El Peludo, y desde medios más orientados a la clase media como La Razón y Crítica, siendo este último, dirigido por Natalio Botana, quien tuvo la mayor virulencia.
Dejadez, autoritarismo y corrupción, entre otras, fueron las diatribas que recibió el gobierno depuesto, pero también hubo otro factor en juego que sumó al golpe: el petróleo. Desde lograr por ley la nacionalización del petróleo a la decisión de bajar por decreto el precio de los combustibles, otorgándole a YPF la faculta de imponer los precios de manera uniforme, generó la protesta de las multinacionales.
La campaña electoral de marzo de 1930 estuvo bajo la consigna yrigoyenista de “defensa del petróleo” y “defensa de la riqueza nacional”.
El golpe era inminente, con golpe con “olor a petróleo”.
Así, el profético relato de Roberto Arlt en Los siete locos se hizo realidad…
El 6 de septiembre de 1930 el avance sobre la Casa Rosada de los oficiales y cadetes del Colegio Militar comandados por el general José Félix Uriburu fue suficiente para derrumbar al gobierno. Uriburu, aunque aliado a los conservadores, buscó cambiar el sistema político, tratando de introducir elementos “corporativistas” a la Constitución y apoyar a Lisandro de la Torre para la presidencia. En su grupo fluían sectores de La Nueva República, la impronta de la “hora de la espada” de Leopoldo Lugones, y sectores que admiraban al fascismo y, especialmente, la dictadura española del general Miguel Primo de Rivera. Mientras que Justo fue más pragmático y, aunque tenía buen trato con los nacionalistas, admitía el concurso de las fuerzas tradicionales con un fuerte apoyo de los militares y del sector financiero internacional.
La campaña mediática, la suma de conspiraciones entre universitarios, partidos opositores, nacionalistas y militares dio sus frutos, quebrando el orden constitucional y marcaron las posteriores interrupciones del proceso democrático.
La Década Infame tuvo su acta de nacimiento y marcó los turbulentos años ’30.
Estudiada la participación de Perón en el golpe por Joseph Page, Enrique Pavón Pereyra, Ignacio Cloppet, Jorge Crespo y Jorge Arredondo, quien hizo en 1998 una obra específica, entre otros, con el tiempo fua minimizado por el protagonista, al punto de llevarlo a su arrepentimiento. Perón adjuró al tiempo de su participación en el golpe, desde su mención en un discurso como presidente de 1953, su referencia en la carta dando sus condolencias por la muerte del Che, o en los testimonios que brindó a Tomás Eloy Martínez y que el publicaría en Panorama en los ’70 y, de forma completa, en Las memorias del General (1996).
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