La vejez y la fiebre lo tenían sentado en el Cuartel de La Plata, donde el jefe del Regimiento le dice que descanse. Allí ha leído su dimisión al Señor Jefe de las Fuerzas Militares de La Plata, que no a Uriburu: “Ante los sucesos ocurridos, presento en absoluto la renuncia del cargo del Presidente de la Nación Argentina. Dios guarde de Ud.”
Así terminaba, la Época de Yrigoyen.
La “defensa”.
“Hay que resistir. Hay que defenderse. El Radicalismo debe ocupar la calle”.
El enfermo Presidente, volado en fiebre en su casa de Calle Brasil, ha dado las órdenes. Sus más fieles se movilizan al respecto, pero el Vicepresidente Martínez duda que te duda, “El Presidente soy yo”, produciéndose escenas borrascosas con Ábalos, ministro de Obras Públicas (que terminarán en un duelo); Escenas que se reiteran entre el general Toscano, quien en el Arsenal de Guerra organiza la represión, cuando el conspirador Agustín P. Justo fue a pedirle que depusiera las armas:
-Siempre fuiste un traidor hijo de puta! Te fusilo acá nomás, cagón. Justo, enardecido, empuña su pistola y Mosconi se abalanza entre ambos, evitando los disparos. Fue la única mancha pública del glorioso General de YPF.
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Las cosas se precipitan, porque Uriburu ya está en Plaza de Mayo. Horacio Oyhanarte, el más consumado yrigoyenista de todos, ministro de RR.EE., abrumado por las indecisiones de Martínez, abandona Casa de Gobierno para salvar al Presidente. Tal vez lleva en su poder, los mensajes del leal Francisco Bosch, enardecido en improperios porque le impidieron cortar la marcha de Uriburu. Oyhanarte quiere creer que entre las fuerzas militares todavía hay leales.
Llega a Brasil 1040. Yrigoyen delira en fiebre, y su médico le pide guardar reposo, una locura, porque las turbas iban a dirigirse a destruir la casa. El Presidente, a vuelo de pájaro, estudia a fondo lo sucedido, con su sapienza de años. Vayamos a La Plata, que Crovetto es leal, y armaremos la Defensa.
Son las 17:30. En el auto descapotable del Canciller recorren la distancia en largas y lentas dos horas, donde la vida conmueve al viejo líder. Su padre, su madre, su tío, sus hermanos, sus hijos, sus mujeres, sus revoluciones, el Pueblo que ni siquiera le ve pasar en su retirada histórica.
No hubo “defensa” pese a unos tiros en Congreso. Martínez no la quiso, Yrigoyen no presidía, y los militares tampoco se atrevieron a disparar al gentío que empezaba a acompañar la marcha de los insurrectos.
La “deposición”.
Son las seis y media de la tarde de aquel agitado día iniciado con el amanecer revolucionario. Uriburu penetra entre una multitud a la Casa Rosada.
Martínez lo recibe, rodeado por Ábalos y el teniente coronel Pomar. ¡Hasta los granaderos se han plegado a la marcha!. Todavía se le susurra resistir. Entra Luís Colombo, presidente de la UIA, su amigo personal, “Renuncie vicepresidente, debe hacerlo”. “Yo no renuncio, que me fusilen”. Uriburu entra y lo increpa, hay escenas borrascosas, tomadas en fotografía. Martinez, nervioso, se niega a hacerlo, y Uriburu hace amenazas, que no se cumplen.
Justo lo saca aparte al Vicepresidente, y consigue su renuncia. Se irá del gobierno, en apenas unas horas que pudo ejercer el poder, que nunca le perteneció. Se le han hecho graves cargos, y Ábalos lo bate en duelo. Algunos insisten, que el más amigo de Yrigoyen, el propio Elpidio González, quiso salvar al Gobierno, prescindiendo del Presidente.
Amanecer de un día largo.
Dellepiane.
Cuando los radicales se dieron a existir, en el ya lejano 1890, y su Revolución del Parque, en donde, por otro lado, Uriburu participó como cívico, junto a De La Torre y el propio Yrigoyen, un hombre tuvo las barajas en la mano: el jefe de policía, coronel Capdevilla, fiel a Juárez, sacado del medio de un balazo, cuando iniciaba la represión. Capdevilla sabía que instigaban a la Revolución, para convertirla en golpe, personajes muy cercanos a Juárez. El Presidente fue tracionado por sus propios. Pongamos propios, entre comillas.
Yrigoyen tuvo su Capdevilla, y fue el General Luis Dellepiane.
Desde mediados de año se sabe que Uriburu, con Justo, andan conspirando, en la larga conspiración desde que el Presidente asumiera su presidencia, no en 1928, ¡Desde 1916 que no lo aguantan!. Y Dellepiane, quien no es radical, pero si “profesional de carrera”, duda de personajes alredor de Yrigoyen. Especialmente, de Martínez y de Elpidio. Cree que lo están aislando de lo que pasa.
Todos conocen la conspiración, pero nadie hace nada. Un granadero se atreve a decírselo al Presidente, que con gesto paternal le descarta la advertencia. Dellepiane, munido de información, se presenta en el despacho de Yrigoyen. Éste, asesorado por Elpidio, descarta todo. Dellepiane, compungido, echa la renuncia con advertencias que caen en saco roto. No es que lo aíslan, se da cuenta, es el Presidente el que se ha aislado.
El intendente José Luis Cantilo le repite el informe, Yrigoyen se enoja: “Ud solo me trae el barro de la calle!”. Es el miércoles 3 de septiembre. Yrigoyen mandará a leer el mensaje presidencial de apertura de sesiones, ¡Que siendo septiembre todavía no ha dado inicio a sus sesiones!. Ese año fue un desquicio en todo sentido.
Un ’30 para olvidar.
En el ’28, Yrigoyen gana 800 a 400 mil a sus adversarios. En las elecciones de marzo del ’30, pierde la friolera cifra de doscientos mil votos, que van a parar al arco opositor. Sus mejores espadas están distanciadas. Pueyrredón, dolido que no le devolviera la cartera donde destacara con brillantez; Molinari, porque no le soltó un buen cargo, siendo el adalid de la campaña electoral. Alvear, quien hasta aplaudirá su caída; Vergara a las puteadas contra el viejo; El país en contra. Llega finales de agosto, y el Presidente se siente mal. Le suben líneas de fiebre, y está adocenado para tomar decisiones.
En agosto del ’30 ya todo se sabe y nadie hace nada. En una borrascosa escena, Alfredo Palacios, Decano de la UBA, exige la renuncia del Presidente. Llega De La Torre desde Rosario: Vitoreado hasta el delirio. Votos sí, botas no, arenga. La juventud aplaude en silencio. No es lo que se esperaba. El Domingo 31, Fleitas abre la exposición en la Rural: Una ensordecedora silbatina lo conmina a abandonar el palco. Lunes 1° de septiembre. Inquietudes: Una multitud salió a vitorear al enfermo Presidente, que ni siquiera sale al balcón de su casa a saludar. El Jueves es la contramarcha de jóvenes estudiantes: Uno de ellos es asesinado en la puerta de la Rosada: El gentío empapa sus pañuelos en la sangre del chico, y corren por Avenida del Mayo. El viernes 5, Yrigoyen delega el mando, firmando su último decreto: José Figueroa Alcorta (pugliese), será Presidente de la Corte Suprema de Justicia.
Así terminaron, los tiempos dorados, de Hipólito Yrigoyen.
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