Gato por liebre: la notable influencia de Karl Marx.
A pesar de que muchos intelectuales reniegan de la etiqueta
marxista, adoptan y suscriben buena parte de sus recetas.
Por Alberto Benegas Lynch (h).
En lo que va de la historia de la humanidad no ha habido un
pensador que haya influido más en los acontecimientos mundiales que Karl Marx
debido a su notable capacidad de penetrar en las áreas más sensibles que han
captado la atención de numerosos intelectuales de muy diversas condiciones y
profesiones.
La influencia central en Marx provino de Hegel quien en su
Filosofía del derecho (asunto que alude también en La filosofía de la historia)
resume su posición cuando escribe que “El Estado es la realidad de la idea
ética; es el espíritu ético en cuanto a voluntad patente, clara por sí misma,
sustancial […] El Estado es la voluntad divina como espíritu presente y que se
despliega en la forma real y en la organización de un mundo”. Esta obra ha sido
posteriormente prologada por Marx donde subraya que “La religión es el sollozo
de la criatura oprimida […] Es el opio del pueblo. La eliminación de la
religión como ilusoria felicidad del pueblo, es la condición para su felicidad
real”. Este andamiaje conceptual se ha tomado en cuenta por sus seguidores al
efecto de demoler desde adentro a religiones oficiales, faena realizada
principal pero no exclusivamente por Antonio Gramsci para incorporar adherentes
en religiosos que puedan absorber la filosofía marxista aun manteniendo el
altar (en el caso del Papa Francisco su interés por el comunismo fue despertado
primero de muy joven por la doctora Esther Balestrino y luego de ordenado por
Monseñor Enrique Angelelli, la primera también entusiasta de Gramsci y el
segundo celebraba misa bajo la insignia de los Montoneros).
Un destacado precursor del marxismo fue Robespierre que en
la contrarrevolución francesa expresó es su célebre discurso del 2 de diciembre
de 1793 que “todo lo indispensable para la preservación es propiedad común” a
contracorriente de lo expresado en la declaración de derechos de 1789 en cuanto
a “la propiedad un derecho inviolable y sagrado.”
Otra influencia decisiva en el pensamiento de Marx fue el
determinismo físico en Demócrito sobre el que trabajó su tesis doctoral. Tal
como han explicado entre muchos autores como el filósofo de la ciencia Karl
Popper y el premio Nobel en neurofisiología John Eccles, esa postura que niega
la existencia de la psique fuera de los nexos causales inherentes a la materia
imposibilita el libre albedrío, la revisión de nuestros juicios, proposiciones
verdaderas y falsas, ideas autogeneradas, la responsabilidad individual, la
moral y la propia libertad. Esta postura marxista se pone de relieve
especialmente en la obra en coautoría con Engles titulada La sagrada familia.
Crítica de la crítica crítica (no fue una errata, es así el título) en el que
aluden a estudios realizados por Bruno Bauer y sus hermanos Edgar y Egbert,
donde mezcla ese tema con diatribas contra el judaísmo -que desarrolla en La
cuestión judía- a pesar de descender de una familia rabínica, aunque su padre
cambió de religión al efecto de contar con mayor número de clientes en su
bufete de abogado en el contexto del régimen prusiano.
Un buen número de intelectuales se dejaron seducir por el
marxismo que recién abandonaron una vez que comprobaron de primera mano los
desastres irreversibles que produce no sólo en cuanto a matanzas sino en cuanto
a la miseria a la que condena a la población. Hoy se suele renegar de la
etiqueta marxista pero se adoptan y suscriben buena parte de sus recetas, lo
cual está presente en aulas universitarias, en círculos sindicales, en no pocos
medios periodísticos, en ámbitos empresarios, en iglesias, en organismos
internacionales financiados por gobiernos y en un número nada despreciable de
los libros publicados. Incluso los hay quienes se proclaman abiertamente
anti-marxistas pero degluten sus principios.
Como es de público conocimiento, hay ríos de tinta sobre el
marxismo respecto a lo cual también he escrito antes para agregar unas gotas a
ese caudaloso río, pero dada la entusiasta reincidencia de sus postulados
vuelvo a insistir en el tema con otros ingredientes. Ha habido y hay fervientes
revisionistas que objetan distintos aspectos del marxismo pero vuelven una y
otra vez a sus ejes centrales. Aparecen marxistas edulcorados que rechazan
enfáticamente la violencia sin percatarse que está en la naturaleza de todo
régimen totalitario el uso sistemático de la fuerza al efecto de torcer
voluntades que pretenden operar en direcciones distintas a las impuestas por
los mandones de turno.
En la sección 36 del tercer capítulo del Manifiesto
Comunista escrito en 1848 por Marx y Engels se consigna el aspecto central de
su tesis (que ya habían subrayado en la antes mencionada La ideología alemana):
“Pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión:
abolición de la propiedad privada”. Si no hay propiedad privada, no hay
precios, ergo, no hay posibilidad de contabilidad, evaluación de proyectos o
cálculo económico. Por tanto, no existen guías para asignar eficientemente los
siempre escasos recursos y, consecuentemente, no es posible conocer en que
grado se consume capital. Y conviene enfatizar que los daños se producen en la
medida en que se afecte la propiedad sin necesidad de abolirla.
A este enjambre crucial imposible de resolver dentro del
sistema, se agrega el historicismo inherente al marxismo, contradictorio por
cierto puesto que si las cosas son inexorables no habría necesidad de ayudarlas
con revoluciones de ninguna especie. También es contradictorio su materialismo
dialéctico que sostiene que todas las ideas derivan necesariamente de las
estructuras puramente materiales en procesos hegelianos de tesis, antítesis y
síntesis ya que, entonces, en rigor, no tiene sentido elaborar las ideas
sustentadas por el marxismo.
Esta dialéctica hegeliana aplicada a las relaciones de
producción pretende dar sustento al proceso de lucha de clases. En este
contexto Marx fundó su teoría del polilogismo, es decir, que la clase burguesa tendría
una estructura lógica diferente de la de la clase proletaria, aunque nunca
explicó en qué consistían las ilaciones lógicas distintas a las aristotélicas
ni cómo se modificaban cuando un proletario se enriquecía ni cuando un burgués
es arruinado y en qué consiste la estructura lógica de un hijo de un proletario
y una burguesa. Sobre las llamadas “clases sociales” me explayaré en una
próxima columna.
Las contradicciones son aún mayores si se toman los tres
pronósticos más sonados de Marx. En primer lugar, que la revolución comunista
se originaría en el núcleo de los países con mayor desarrollo capitalista y, en
cambio, tuvo lugar en medio de la pobreza de la Rusia zarista. En segundo
término, que las revoluciones comunistas aparecerían en las familias obreras
cuando todas surgieron en el seno de intelectuales-burgueses. Por último,
pronosticó que la propiedad estaría cada vez más concentrada en pocas manos y
solamente las sociedades por acciones produjeron una dispersión colosal de la
propiedad tal como en un contexto más amplio hoy explican autores como Anthony
de Jasay cuando critican a Thomas Piketty.
En este muy apretado resumen, cabe mencionar que la visión
errada de Marx respecto a la teoría del valor-trabajo dio lugar a la noción de
la plusvalía. Aquella concepción sostenía que el trabajo genera valor sin
percatarse que las cosas se las produce (se las trabaja) porque se les asigna
valor y no tienen valor por el mero hecho de acumular esfuerzos (por más que se
haya querido disimular el fiasco con aquella expresión hueca del “trabajo
socialmente necesario”).
Lo dicho no va en desmedro de la conjetura respecto a la
honestidad intelectual de Marx en cuanto a que su tesis de la plusvalía y la
consiguiente explotación no la reivindicó una vez aparecida la teoría subjetiva
del valor expuesta por Carl Menger en 1871 que echaba por tierra con la teoría
del valor-trabajo marxista. Por ello es que después de publicado el primer tomo
de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía redactados
los otros dos tomos de esa obra tal como nos informa Engels en la introducción
al segundo tomo veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de
la aparición del primer tomo. A pesar de contar con 49 años de edad cuando
publicó el primer tomo y a pesar de ser un escritor muy prolífico se abstuvo de
publicar, salvo dos textos secundarios: sobre el programa Gotha y el folleto
sobre la comuna de París.
Lenin era más sagaz que sus maestros ya que nunca creyó que
el llamado proletariado podía dirigir y mucho menos gobernar una revolución.
Por eso escribió lo que aparece en el quinto tomo de sus obras completas en el
sentido que “no es el proletariado sino la intelligentsia burguesa: el
socialismo contemporáneo ha nacido en las cabezas de miembros individuales de
esta clase”.
Curiosa es en verdad la noción de los marxistas sobre la
división del trabajo: Marx y Engels consignan en la antedicha obra sobre la
ideología alemana que “en una sociedad comunista, en la que nadie tenga una
esfera exclusiva de actividad sino que cada uno pueda formarse en cualquier
sector que desee, la sociedad regula la producción general y por tanto se hace
posible hacer hoy una cosa y mañana otra, cazar por la mañana, pescar por la
tarde, criar ganado al atardecer, criticar después de cenar, como me apetezca,
sin convertirme nunca en cazador, pescador, pastor o crítico”.
A pesar de esta visión idílica, la violencia está
indisolublemente atada al marxismo. Por esto es que en el antedicho Manifiesto
comunista se declara que “no pueden alcanzar los objetivos más que destruyendo
por la violencia el antiguo orden social”. Marx en Las luchas de clases en
Francia en 1850 y al año siguiente en 18 de Brumario condena enfáticamente las
propuestas de establecer socialismos voluntarios como islotes en el contexto de
una sociedad abierta. Por eso es que Engles también condena a los que
consideran a la violencia sistemática como algo inconveniente, tal como
ocurrió, por ejemplo, en el caso de Eugen Dühring por lo que Engels escribió El
Antidühring sobre el “alto vuelo moral y espiritual” de la violencia.
Parte de la tesis de esta nota estriba en que, mal que les
pese a “los progres” y a los “fachos”, la manía de identificar una postura
intelectual por la localización geográfica de derecha e izquierda presenta una
falsa disyuntiva. La representación más fuerte de las derechas está constituida
por el nazi-fascismo. En los hechos, Hitler tomó cuatro pilares del marxismo:
la teoría de la explotación, el ataque a la propiedad, el antiindividualismo y
la teoría del polilogismo. Por su parte, Mussolini fue secretario del Círculo
Socialista y colaboró asiduamente en el periódico Avenire del Lavoratore,
órgano del movimiento comunista, época en que sus lecturas favoritas incluían a
George Sorel, Kropotkin y la dupla Marx-Engels. Luego fue colaborador del
diario Il Populo y director de Avanti. Tal como consigna Gregorio De Yurre en
Totalitarismo y egolatría , “era la figura más destacada y representativa del
ala izquierdista del marxismo italiano”.
En realidad, tanto los nazis como los fascistas, al permitir
el registro de la propiedad de jure pero manejada de facto por el gobierno,
lanzan un poderoso anzuelo para penetrar de contrabando y más profundamente con
el colectivismo marxista que, abiertamente, no permite la propiedad, ni
siquiera nominalmente.
Entre los autores que han enfatizado las similitudes y
parentescos de la izquierda y la derecha se destaca nítidamente Jean-François
Revel, quien en La gran mascarada apunta: “No se puede entender la discusión
sobre el parentesco entre el nazismo y el comunismo si se pierde de vista que
no sólo se parecen por sus consecuencias criminales sino también por sus
orígenes ideológicos. Son primos hermanos intelectuales”.
Tengamos muy presente como señala el gato por libre el ex
marxista Bernard-Henri Lévy en su Barbarism with a Human Face: “Aplíquese
marxismo a cualquier país que se quiera y siempre se encontrará un Gulag al
final”. Respecto de la social democracia de Eduard Bernstein conviene subrayar que
a pesar de su revisionismo respecto de Marx, insiste en el redistribucionismo
que significa reasignar factores productivos desde las áreas preferidas por los
consumidores hacia las deseadas por los aparatos estatales, con lo que el
consiguiente derroche de capital reduce salarios e ingresos en términos reales.
Es de interés remontarse a Marx y tomar su noción de
ideología como algo enmascarado, un engaño que oculta otros intereses, por
ende, en este contexto, se trata de algo falso que encubre intenciones
espurias. En esta línea argumental, toda cultura sería ideológica excepto la
marxista que sería transideológica. En un sentido más amplio y de acepción más
generalizada, un ideólogo es aquel que profesa un sistema cerrado, terminado e
inexpugnable. En otros términos, lo contrario al liberalismo que, por
definición, está abierto a un proceso de constante evolución.
PUBLICADO EN INFOBAE.
https://www.infobae.com/opinion/2021/09/04/gato-por-liebre-la-notable-influencia-de-karl-marx/
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