En Madrid, donde la sorprendió la pandemia, la periodista y exlegisladora reflexionó sobre la violencia de los años 70 y el destino de sus dos hermanos desaparecidos; así nació Silencios, un libro a la vez íntimo y político.
Durante dos años trabajó en Silencios. Memoria dudosa sobre lo acallado, que acaba de publicar. Fue una “experiencia inédita”, cuenta. “Era estar todo el día dedicada a una sola situación”. Gracias a este proceso, supo qué quería decir. “Del silencio es de donde nace, por lo menos, la verdad personal”, dice. Y agrega: “Si se puede escuchar el propio silencio, las palabras salen después mucho menos contaminadas”. Tras esta experiencia creativa, su asombro por la forma en que los argentinos miramos la historia nacional de los últimos cuarenta años se agiganta: “Me impresiona que de un dolor tan profundo como el que ha pasado nuestro país, donde sin embargo no ha habido silencio, las palabras surjan tan cargadas de odio”.
Podría haber existido un aprendizaje compasivo. Pero no: elegimos la grieta. ¿Por qué? “Ponemos mucha ideología y congelamos lo humano en el lugar de víctima o de verdugo”, señala Morandini, cuando en realidad “lo que conmueve es el sufrimiento humano, y entender que lo que pasó nos podría haber pasado a cualquiera”. Otra hubiera sido la historia si hubiésemos conseguido “ponernos en el lugar del otro”, dice.
Pero en este libro Morandini no habla solo de su historia familiar. También indaga en los silencios colectivos. En la apropiación de los derechos humanos y de la memoria. En el prólogo, el ensayista italiano Loris Zanatta afirma que la palabra de Morandini “no es una explosión de ira”, sino “una explosión de conciencia civil”, “pensamientos que sacuden coartadas y certezas”. Y que estas páginas representan “un gran aporte a la democracia”.
–¿Cómo fue escribir sobre la Argentina a la distancia?
–Cuando empezó la pandemia estaba en Europa porque se cumplían 75 años del fin de la Segunda Guerra Mundial y Alemania había preparado eventos para recordar esa fecha. Fui invitada a un congreso sobre la cultura de la memoria, en Dresde. Después me enfermé de Covid y llegó el aislamiento. El congreso fue muy conmovedor. Fue tomar conciencia de que las tiranías, la violencia política, las guerras civiles son las situaciones mas traumáticas que puede vivir una sociedad. Y además, en Dresde, una ciudad emblemática porque fue bombardeada por los aliados cuando la guerra casi había terminado. Observé que, a pesar de las diferencias, ellos pudieron resolver lo vivido de otra manera que nosotros. De hecho, crearon una comisión de historiadores para reflexionar, sin injerencia de la política. Además, viví una experiencia que me hizo pensar en cómo los argentinos no tenemos rituales. El día del aniversario del ataque, un 12 de febrero muy frío, empezaron a sonar las campanas de la catedral, que también fue bombardeada y que hoy es símbolo de la reunificación. Y de pronto, en la calle, alguien me tomó de la mano sin que yo viera su rostro, y yo tomé la mano de otro, y así se fue haciendo una gran cadena humana, con esas campanas de fondo. Yo lloraba, por ellos, pero también por nosotros, por esta falta de rituales compartidos. Los argentinos nos debemos ese abrazo de reconocimiento del dolor vivido.
–¿Y por qué no lo tuvimos? Vivimos las desapariciones de la dictadura, Malvinas, dos atentados…
–No nos identificamos en el dolor del otro. Ponemos mucha ideología y congelamos lo humano en el lugar de víctima o de verdugo. Cuando, en realidad, lo que conmueve es el sufrimiento humano, la toma de conciencia de que nos podría haber pasado a cualquiera. Es ponerse en el lugar del otro.
–Y entonces, se quedó en España...
–Había venido a este congreso y pasé por Madrid a ver a mi hijo, que vive allí. A los pocos días empecé con síntomas de Covid. Estuve confinada ocho meses. Preferí quedarme allá, donde apelaban a mi responsabilidad ciudadana y no sucedía lo que escuchaba que pasaba en la Argentina, donde las autoridades estaban con el Código Penal en la mano. El silencio y la soledad que me dieron esos meses afuera me ocuparon. No tuve necesidad de matar el tiempo, de hacer cursos, de mirar la televisión, de ver películas. Y de esos silencios salió un libro.
–¿Hubo antes, entonces, una Argentina tóxica que demoró este libro?
–Como a todos, esta Argentina me duele mucho. Hago una pregunta muy perturbadora: ¿qué queremos? ¿Seguir matándonos a perpetuidad? Creo que la forma odiosa e irrespetuosa en que nos tratamos demuestra que hay una parte importante de nuestro país que ignora lo que sucedió realmente en los años 70. En la medida en que no tomemos conciencia de eso estaremos a la deriva. Después está la forma en que una sociedad lidia con su pasado trágico. Me duele que haya una apropiación ideológica de lo vivido, que, en mi caso, supone además un dolor personal. No me gusta el papel de víctima. Nadie tiene que compensarnos por lo que hemos pasado. Todo esto nos ha pasado como país. Atropelló a mi familia, pero lo vivido fue un hecho colectivo.
–Esa “forma odiosa en que nos tratamos” no es solo cosa del pasado.
–Así es, pero si no vamos atrás no entenderemos lo que pasa hoy, porque no hemos curado el ayer. La democracia empezó de la forma más auspiciosa con el Juicio a las Juntas, había una evolución. Cuanto más te alejás del tiempo del terror, del tiempo del miedo, se van cayendo los velos y nos podemos ocupar de temas que no nos ocupábamos antes porque teníamos miedo. Pero llegó el kirchnerismo y peronizó la memoria. Se apropió de ella y dejó de ser un hecho colectivo. Porque una cosa es la memoria y otra cosa es la historia. Y la historia está parcializada. Si no se entiende la violencia que precedió al golpe militar, no se entiende el golpe militar. No estoy justificando. La teoría de los dos demonios ha sido superada. Uno repite que no se puede comparar la violencia del Estado con la violencia subversiva. Pero no se ha tomado conciencia de que a este pasado dramático lo tenemos que resolver entre todos. No con un grupo que se apropia de nuestra memoria y nos impone cómo tenemos que hablar, cómo tenemos que pensar. Así se vuelve a instaurar el silencio. Es dolorosísimo constatar que en nuestro país decir lo que se piensa es un acto de coraje, no de honestidad. En la medida que esto no esté sanado, no podremos avanzar. Es la conciencia, la responsabilidad que cada uno de nosotros tuvo. Al presente de la Argentina lo explica ese pasado mal resuelto.
–¿Y cómo es este presente?
–En la Argentina hay una confusión enorme en torno a qué es una democracia y las responsabilidades que tenemos todos en el cuidado de esa democracia. Incluso de aquellos que tienen que representarnos y no tienen tan claro por dónde pasa el cumplimiento de la Constitución. Hay un anónimo que yo repito: “Las constituciones son como chalecos de fuerza que se ponen las sociedades en momentos de lucidez para evitar momentos de locura”. Los derechos humanos como normativa nacen de las cenizas del nazismo. En Madrid asistí a una exposición muy perturbadora de fotografías sacadas por un fotógrafo nazi que no tenía ningún problema en mostrar el Holocausto. En la Argentina, en cambio, todo fue ocultado. Nadie vio morir al desaparecido. Entonces fue posible que dijeran “no están”, “están en el extranjero”. Ocultaron los cadáveres para que no hubiera crímenes. Por eso, hay una gran confusión, menor en el último tiempo. Es perverso convertir hechos en opiniones, en interpretaciones. Se va construyendo una realidad que no tiene nada que ver con la verdad de lo que sucede.
–Hablemos del silencio.
–Del silencio es donde nace, por lo menos, la verdad personal. De ese diálogo interior con uno mismo. Y si se puede escuchar el silencio propio, las palabras salen después mucho menos contaminadas. Por eso me impresiona que de un dolor tan profundo como el que ha vivido nuestro país, donde no ha habido silencio, las palabras estén tan cargadas de odio. La memoria es un hecho plural, tenemos que construirla entre todos. Desconfío de los que gritan, porque el que sufrió realmente hace silencio. Cuando veo algunas actitudes cargadas de odio, me dan ganas de decirles: “Les cambio un poquitito de sufrimiento por esa certeza que tienen”. Gracias a este libro, por primera vez me animé a preguntarme por los días de mis dos hermanos en cautiverio. Supe que habían sido arrojados en los vuelos de la muerte tardíamente. Nunca me animé hasta ahora a decir públicamente por qué ellos no sobrevivieron y otros sobrevivieron en la ESMA. Tengo muchos por qué, y tengo derecho a la memoria. Primero denuncié, cuando éramos muy pocos. Y después me pregunté, casi obsesivamente, por qué nos pasó esto. Ahora la pregunta es qué vamos a hacer con lo vivido. Cuando veo que hay tanta superficialidad, tanta banalidad, que se hacen celebraciones juveniles en el predio de la ESMA. Es como si profanáramos. Que las los familiares de las víctimas del Covid hayan tenido que llevar una piedra a la plaza pública para no ser olvidados evidencia que hay una corriente subterránea que nos va uniendo. Los hechos de hoy están íntimamente vinculados a los de ayer. ¿Por qué no tenemos rituales compartidos? No hay comunidad porque cada grupo va con sus propios muertos, sin reconocer la tragedia colectiva. Insisto: ¿queremos seguir matándonos a perpetuidad? Ya no es una grieta, se están cavando fosas muy profundas entre nosotros. ¿Cómo se construye una convivencia democrática cuando tenemos un grupo de compatriotas que se han apropiado de la historia? Entre nosotros hay una gran confusión entre Estado y gobierno. El gobierno se apropia del Estado, que somos todos. Se ha ido profundizando la creencia errada de que la democracia es solo un hecho electoral. Ganar una elección no da un cheque en blanco para hacer lo que se quiera.
–¿Cómo vivió su familia la decisión de hacer pública la forma en que desaparecieron sus hermanos?
–A Primo Levi, el escritor italiano de origen judío que es considerado “el testigo de Auschwitz” por sus poemas y novelas, y que empezó a escribir inmediatamente después de lo vivido, sus hijos nunca quisieron leerlo. Para los hijos no es bueno escuchar a sus padres siempre con estos temas. Pero yo lavé mi alma. Eso me ha ayudado a tener compasión. Cerré cuentas con mi pasado. Necesitaba por lo menos ofrecer mi verdad. Hacer un aporte a la memoria colectiva. En Japón, los sobrevivientes de Hiroshima repiten, repiten y repiten lo que les ha pasado, para darle sentido al sacrificio. La ira es la que enferma, la que separa. Defiendo lo que pienso pero me cuido de hacer descalificaciones personales.
–Muchos argentinos se fueron a vivir a España, hartos del país. Sin embargo, siguen pendientes de lo que pasa aquí. ¿Por qué?
–Hace poco en reunión de amigas, casi todas tenían sus hijos afuera. Y una de ellas dijo con mucha sabiduría: “¡Cómo nuestros hijos no se van a ir si estamos todo el tiempo diciendo que este país es una porquería!”. Creo que se nos ha ido de las manos el país. Todos tenemos responsabilidad. No puede ser un país que viva, como el tango, barranca abajo. Las cosas que se dicen en la Argentina son anacrónicas. Por un lado queremos presentarnos como los adalides de los derechos humanos y después apoyamos regímenes como el de Nicaragua, Venezuela o Cuba. Y la irresponsabilidad que hay en las universidades, cómo se envenena ideológicamente a la gente joven. Y la educación siempre es a futuro. ¿Estamos formando ciudadanos para que piensen por si mismos o ciudadanos a los que les estamos poniendo dogmas e inhibiéndoles la posibilidad de que digan lo que piensan porque hay otro grupo que grita más fuerte y los escracha? También, estamos contaminados con los números de la economía. Solo se habla de economía. El episodio de [Javier] Milei rifando su dieta no es una anécdota. Se rifa la democracia. Se ha reducido el Congreso a las dietas. Si no establecemos cuál es la función del Congreso en una república, después no vamos a poder definir los perfiles de idoneidad que tenemos que buscar para quienes vamos a sentar en las bancas. Hoy llegan al Congreso personas que no creen en la democracia y que después usan las bancas para atentar contra el sistema que les da fundamento. Es tan simbólico. Si ponemos todo en la dieta, vamos a entender que hay mucha gente que ha hecho de la política una profesión. Entonces vamos a poder hablar del nepotismo, de las dinastías políticas. De esos temas tenemos que hablar, pues son antidemocráticos.
–¿No le da la impresión de que por momentos oficialismo y oposición se mimetizan demasiado en las formas de hacer política?
–Después de mi experiencia legislativa escribí La mala bestia. Siempre tengo una cuota de ingenuidad. Hago estos aportes creyendo que voy a contribuir a la generación de un debate. Creo que hay una cultura política antidemocrática. No hay negociación, hay trueque. “Votame esta ley que te doy un cargo, que te hago este puente…”. La política dejó de ser un servicio y se convirtió en una profesión. Yo soy periodista y he participado en política. Pero lo que nos define es si somos honestos, o tramposos, o mentirosos. Y eso, uno lo lleva a la actividad que sea. A la política, el periodismo, al amor o la amistad.
COMPROMISO CON LA DEMOCRACIA
PERFIL: Norma Morandini.
■ Norma Morandini nació en Córdoba. Estudió Medicina, Psicología y Periodismo. En 1976 se mudó a Buenos Aires. Trabajó como periodista hasta que el secuestro de sus hermanos menores, Néstor y Cristina, la expulsó al exilio.
■ Vivió en Portugal y en España, donde trabajó en Cambio 16, una de las revistas emblemáticas de la época, de la que luego fue corresponsal sudamericana con asiento en Brasil. Cubrió el Juicio a las Juntas para el diario O Globo.
■ Desde aquellos años se involucró en la defensa de los derecho humanos como integrante de Poder Ciudadano y Periodistas.
■ Fue diputada por Córdoba entre 2005 y 2009 y senadora hasta 2015. Dirigió el Observatorio de Derechos Humanos del Senado.
■ Es autora de Catamarca, La gran pantalla, De la culpa al perdón y La mala bestia, entre otros libros. Acaba de publicar Silencios. Memoria ruidosa sobre lo acallado. Escribe artículos de opinión para los diarios LA NACION, Clarín y El País de España.
■ Recibió en 2010 la Pluma de Honor que concede la Academia Nacional de Periodismo, a la que fue integrada el año pasado. También, el premio a la trayectoria de ADEPA.
PUBLICADO EN DIARIO LA NACIÓN.
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