Mientras podían escucharse los ecos de la Cristiandad era común que la literatura, incluso la literatura secular, abrevara en los Evangelios en busca de inspiración, temas o personajes. Merecen recordarse en ese sentido obras de Par Lagerkvist, Gabriel Miró, Henryk Sienkiewicz, Sholem Asch, algún antiguo escrito influyente de Thomas de Quincey y hasta cuentos, "inquisiciones" y comentarios orales del agnóstico Borges. También el fogoso Giovanni Papini (1881-1956) transitó por ese camino, y en pocos casos lo hizo de manera más clara que en Los testigos de la Pasión, libro breve pero muy intenso.
Como él mismo lo señaló en la "Nota del autor" que antecede a los relatos, su propósito fue recrear "leyendas" en torno a seis personajes reales y dos ficticios vinculados con la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Ahí están Judas, Barrabás, el guardia Malco, Simón de Cirene, Poncio Pilatos, Caifás y el imaginario Gran Rabino que en un "fin de los tiempos" engañoso acude a conferenciar con el papa Celestino VI, célebre creación de Papini que en estas páginas hace su debut literario.
"He hecho una obra de artista, de poeta, no de historiador ni de teólogo -aclaró el escritor florentino-. Para ello he tenido que imaginar los razonamientos más verosímiles y naturales en la boca de determinados protagonistas".
La imaginación novelesca de Papini es, en efecto, creíble en el desarrollo psicológico y hasta teológico que imprime a los personajes a partir de escuetas referencias tomadas de los Evangelios o de obras seculares como las de Filón, Flavio Josefo, Eusebio o el Talmud judío.
En cada caso, además de contar un destino confuso, trágico o atroz, también desarrolla un tema. Con Judas aborda la tentación satánica, que se manifestó sembrando dudas sobre las enseñanzas del Maestro y adulando la inteligencia del apóstol que hubiera querido verlo al frente de una violenta insurrección contra los romanos.
El rústico Barrabás sabe que le debe la vida a ese Jesús del que nada conoce y que empieza a convertirse en una obsesión de su mente violenta y rastrera. Tampoco Malco comprende su curación milagrosa y se afana inútilmente en la pretensión de vengarse de aquel discípulo impetuoso -un tal Pedro- que le arrancó la oreja con la espada.
La transformación más impresionante, y los tramos más emotivos del libro, están dedicados al Cireneo. Temeroso, esquivo, desconfiado de todos, "era un buen judío, pero no tenía de piadoso nada que fuese superior a la piedad de los fieles corrientes". Hasta que un guardia romano lo llamó para que ayudara a cargar la cruz de aquel condenado al que ni siquiera se preocupó de mirar, y del que apenas vislumbró "un cuerpo abatido y un rostro húmedo de sudor mezclado con hilos de sangre".
Papini acierta al imaginar que ese gesto, incluso efectuado a regañadientes, mereció casi de inmediato una generosa recompensa divina expresada en la curación del hijo enfermo de Simón, en la inesperada avenencia conyugal con su esposa y en el hallazgo de un tesoro formidable que habría de transformar para siempre una vida que hasta entonces había sido humilde y esforzada. Y todo esto sin que el principal beneficiado acertara a comprender la fuente última de esas gracias abundantes.
Caifás y Pilatos, en cambio, no admiten transformación alguna. El primero, devorado por la soberbia, reivindica el apresamiento y la condena de "aquel embaucador y blasfemo venido de Galilea" y, al mismo tiempo, admite con orgullo que actuó como un deicida. El segundo, cercado por la locura en el crepúsculo de sus días, continuará buscando en su interior la respuesta que no recibió cuando formuló aquella pregunta esencial: "¿Qué es la verdad?"
Hacia el final de la obra Papini toma distancia de la Biblia para novelar el encuentro en el Vaticano entre el Gran Rabino en el exilio y el Santo Padre. El líder religioso judío ha venido por fin a comunicar la ansiada conversión de su pueblo a Cristo. Pero el anuncio está acompañado de una insólita condición, que en el relato es inaceptable pero que, paradójicamente, la Iglesia del mundo real ya ha cumplido en parte y renunciando de manera explícita a pedir la entrada en el redil de quienes ahora considera "hermanos mayores" en la fe.
Los testigos de la Pasión se publicó en 1937. Ocupa un lugar exiguo aunque destacado en la vasta obra de uno de los escritores más leídos de su tiempo. Papini se hizo católico cuando tenía alrededor de 40 años, después de haber sido un ateo militante, nihilista y anticlerical. Se lució en el cuento, la poesía, el ensayo histórico y literario, la biografía (vale recordar sus estudios sobre Dante y Miguel Angel) y la nota de prensa, pero fue en la polémica, y especialmente en la polémica religiosa, donde exhibió sus notables dotes intelectuales y la eficacia de un estilo agudo y demoledor. Hombre tajante y atrabiliario, también era capaz de comunicar, con su pluma al menos, pasajes de emoción genuina y delicada. Varias páginas de este libro así lo demuestran.
POR JORGE MARTÍNEZ.
PUBLICADO EN DIARIO LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/514527-Los-testigos-de-la-Pasion-de-Giovanni-Papini.note.aspx
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.