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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

“
"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

sábado, abril 23, 2022

El poder del testimonio. Al intentar reemplazar la fe por la diplomacia, el Papa se asemeja a un político más y deja de lado su misión.

 

El poder del testimonio.

Al intentar reemplazar la fe por la diplomacia, el Papa se asemeja a un político más y deja de lado su misión.

En un muy reciente reportaje, frente a la pregunta de si iría a Ucrania, Su Santidad Francisco I modificó su posición previa sobre el tema y respondió con una frase que choqueó al mundo: ¿De qué serviría que el Papa fuera a Kiev si la guerra continuara al día siguiente? Este columnista se preguntó en un twit qué habría pasado si Cristo hubiera respondido de modo similar, ¿de qué sirve que ofrende mi vida en la cruz por la humanidad si ésta seguirá pecando? 

Seguramente sin notarlo, la respuesta lo pone en la misma posición y actitud que el relator del gran poema conque Borges inaugura su último libro Los Conjurados, Cristo en la cruz:  

“¿De qué puede servirme que aquel hombre haya sufrido, si yo sufro ahora? Un Unamuno moderno desesperado por no poder encontrar su fe, esa fe que ansía. Y el calificativo evangélico de “Hombre de poca fe”, viene de inmediato a la mente. La Torah narra el momento terrible en que el colérico e inmediato Dios de los judíos, el mismo Dios cristiano y mahometano, fulmina a Moisés la noche antes de entrar a la tierra prometida por su falta de fe al golpear dos veces la roca que YHV le había ordenado azotar para que brotara agua. Cristo, el hijo bondadoso, suaviza el castigo y lo vuelve reproche amable cinco veces, en Mateo, para destacar esa falta de convicción y confianza. “No creéis en mí, hombres de poca fe”. Y aquí no hay más remedio que salir del análisis político o de la estrategia, de las relaciones exteriores, de la diplomacia, de las gestiones de mediación que el Pontífice dice estar llevando, de la lógica humana.  

También debe prescindirse de la función de Jefe de Estado y aún de la función de jefe de la Iglesia Occidental, que podría condicionar cualquier accionar en nombre de mantener una relación fluida con la Iglesia Ortodoxa rusa en sus dos o tres versiones, preservada providencialmente y ahora en riesgo por la politización tan poco cristiana y tan poco espiritual de esas ramas. 

El primer deber

El primer deber de un hombre es el de Estado. Dice la teología moral, y eso es lo que reclaman sus creyentes, y hasta la humanidad toda, que respeta la institución papal más allá de toda creencia. Por eso ahora el mundo mira con sorpresa cómo el Papa parece no creer en la fuerza de su propia fe, de su propio Dios, de su propia doctrina. Y también le reclama el cumplimiento de su propio consejo, del “hagan lío” con el que entusiasmó a los jóvenes, equivalente al “escándalo” que predicara San Pablo, o que tan bien ejemplificara Morris West en su inmortal obra Las sandalias del Pescador, donde el Papa deja de lado todo otro interés que no sea la humildad y la generosidad de ofrendar la riqueza propia de la iglesia y su boato y se enfrenta e ignora a su propia jerarquía y burocracia internas. Una línea simbólica que une a Juan XXIII con Juan Pablo II, que el australiano complementa luego con Los Payasos de Dios, donde profetiza sobre un Papa que abdica por sentirse impotente de modificar su corte y se recluye hasta morir en solitario, premonición imposible de no conectar con Benedicto XVI. 

La invasión rusa a Ucrania pone a la humanidad en un dilema de casi imposible solución. La épica de un loco mesiánico con poderío nuclear desconocido y la capacidad de usar el sentimiento nacionalista ciego de un pueblo domado en esa cultura, y la necesidad de combatirlo o disuadirlo sin provocar una destrucción en masa. Se puede estar en contra de los procedimientos. Se puede sostener que se trata de una fatal perinola en la que todos perderán, y seguramente se pueden repasar los múltiples errores estratégicos, de geopolítica, de liderazgo y de información cometidos por los líderes del mundo libre en el pasado, que coadyuvaron para llegar a este momento. Lo que nadie conoce, ni se atreve a proponer, es un camino que lleve a la solución de este drama. 

El mandato esencial

No hay ninguna duda de que Su Santidad y el cuerpo diplomático del Vaticano han sopesado y ponderado la situación a fondo y mejor que muchos, pero donde todo está fallando, no habría que olvidar el mandato esencial del Nuevo Testamento: “Id y predicad a todas las naciones”. Alguien tiene que movilizar semejante fuerza. Cristo no es una metáfora. No es una mediación. Ninguna religión lo es. Alguien tiene que unir a todas las religiones y creencias y a todas sus ramas en una misma demanda, en un solo repudio, en una sola voz. No existe tal cosa como una iglesia ortodoxa rusa pro Putin. No puede existir. No existe para los individuos de bien, no existe en ninguna de las religiones que nos unen en un solo Dios, mucho más allá de nuestros ateísmos y agnosticismos. 

La mediación es una acción diplomática que corresponde llevar adelante a los diplomáticos. La unión de todas las creencias y de todas las absurdas facciones religiosas se podrá intentar lograr solamente con un acto de supremo coraje, de suprema valentía, un milagro si se quiere, un nuevo Pedro que, a un paso de ser crucificado para que muriese, como una burla irónica del mismo modo que Cristo, pide que se lo crucifique cabeza abajo porque no se siente digno de morir como su Salvador. En esa misión, todo recurso sirve. El testimonio de Jesús más que ninguno. Justamente lo que el mismo Cardenal Bergoglio supo hacer tan bien en Argentina: tender puentes de solidaridad, de coparticipación, de paz y de hermandad. Suena utópico. Tanto como querer derrotar a Rusia dejándole de comprar gas y expropiando el Chelsea.

“El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo”.

dice Borges hablando de un momento de decisión y generosidad que cambió la historia. Como también diría del Sargento Cruz al narrar aquella noche histórica nacional en que el mítico integrante de la partida se pondría del lado del débil sin medir consecuencias. El momento en que un hombre se parece apenas por un instante a Dios, no importa a cuál. 

“Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime”.

…sigue el insigne ciego porteño, poniendo énfasis en la superioridad de un ejemplo, de un símbolo, de un sacrificio, por sobre todas las políticas, las especulaciones, los errores, las conveniencias y las pequeñeces. 

Sólo el Papa.

No hay ningún otro líder religioso capaz de unir a todas las creencias, a todos los ritos y los profetas, a todos los mandamientos y formas de adoración. Sólo el Papa puede hacerlo. La humanidad, indignada, todavía mira a Francisco I con esperanza. También espera que cumpla su mandato sagrado. Recuerda mucho más pedestremente a ese gran teólogo del boxeo que fue Tito Lectoure, que cuando un boxeador arrugaba (con perdón genuino) en un combate, le decía: Responda a su entrenamiento. ¡Responda a su entrenamiento, Su Santidad! Tome su báculo, su Biblia, su cruz, y vaya a predicar a todas las naciones. ¡Y si va a morir crucificado, que sea cabeza abajo!

No, el Papa no debe ir a Kiev. Debe ir a Maríupol, al sur, donde la guerra es más cruel, donde la muerte acecha, donde más caen las bombas, los misiles, donde estalla la metralla y trepidan los tanques. Donde la lucha es más cruenta, más inmoral y más dolorosa. 

Recen por mí, nos pidió usted mismo. Rece por nosotros. Por Ucrania. Ora pro nobis. Allí, en vivo y en directo. En el frente. Sea el líder sin especulaciones hasta que se alcen al unísono las condenas de todas las religiones, de todas las ramas, de todas las facciones. Vaya con su cruz y su Biblia a desafiarlos a que tiren. Finalmente, ese es su trabajo, su mandato, su misión, su razón de ser, su testimonio. 

Tú eres Pedro, Francisco.

Por Dardo Gasparré.

PUBLICADO EN DIARIO LA PRENSA.

https://www.laprensa.com.ar/514973-El-poder-del-testimonio.note.aspx

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