A las 2.15 del 24 de marzo de 1976, catorce vehículos militares de la Policía Federal y del Ejército irrumpieron en el edificio de Avenida del Libertador al 1100.Forzaron la puerta de entrada y subieron los seis pisos por las escaleras. Cuando llegaron al departamento, rompieron la puerta de servicio a punta de bayoneta.
–¡Alberte, venimos a matarte!– gritó un militar de la patota.
–¡Por culpa tuya murieron muchos de nuestros compañeros!– guapeó otro.
El ex militar y dirigente peronista, Bernardo Alberte, dormía junto a su mujer. En otra habitación estaba Lidia, una de sus cuatro hijos. Les dijo a las dos que se escondieran en una de las habitaciones. Él se calzó un revolver e intentó una defensa. No pudo hacer mucho. En los forcejeos lo agarraron entre varios y, sin más, lo tiraron por una ventana del comedor. Cayó al pulmón del edificio y murió en el acto. Tenía 57 años. A las mujeres las tiraron boca abajo a punta de fusil. Los militares intentaron llevarse a Lidia. Pero el jefe de la patota ordenó que la dejaran.
Así, la dictadura estrenaba la metodología que pondría en acción durante los siguientes siete años: el asesinato, la desaparición y el saqueo. Y lo hizo en primera instancia con un símbolo del peronismo. Alberte fue el primer muerto de la dictadura. El primero de los muchos miles que vendrían después. La familia logró recuperar al día siguiente el cuerpo y enterrarlo en el cementerio de Avellaneda.
El ex militar figuraba en las listas negras de la Triple A para ser ejecutado. Su hijo Bernardo recordó: “En la primera reunión de gabinete después de la muerte de Perón, el 8 de agosto de 1974, López Rega, en presencia de todos los ministros, mostró fotos de las personas peligrosas para el gobierno y para la seguridad de la Nación, según dijo. Uno de ellos era mi viejo. Otros: Julio Troxler, Juan José Hernández Arregui, Silvio Frondizi. También Jorge Taiana padre, que vino a ver a mi padre y le dijo: ‘Alberte, están locos. Te tenés que ir’”.
La Triple A actuó unos días antes del golpe. El 20 de marzo un grupo armado lo fue a buscar a su lugar de militancia, la corriente 26 de Julio, donde estaba con Jorge Di Pascuale y Alicia Eguren. No lo encontraron y se llevaron a dos hombres de la corriente. Un día antes ya habían secuestrado a otro militante, Máximo Altieri, un chico de 25 años. Alberte se puso a buscarlo con el padre del chico. Hasta llegó a escribir una carta abierta a la Triple A en la que proponía un canje: su vida por la de Altieri. A joven lo encontraron muerto en la morgue del cementerio de Avellaneda.
El crimen de Altieri lo decidió a escribir una carta a Videla. La terminó la noche del 23, pero le puso de fecha 24, día que sería entregada. Decía que lo habían querido secuestrar y denunciaba el asesinato del joven militante. Y responsabilizó a Videla, jefe del Ejército, por la represión ilegal y le advertía del error histórico que iban a cometer las fuerzas armadas de producirse un nuevo golpe militar.
Alberte tenía una larga historia con el peronismo. En octubre de 1945 cuando era teniente intentó sublevar la Escuela de Infantería de Campo de Mayo para ponerla a favor de Perón. No tuvo éxito y terminó encarcelado. Con el triunfo del 17 de octubre recuperó el grado y la libertad. Ahí se encolumnó con Perón. En 1954, Perón lo nombró su edecán personal. Ahí creció la relación entre ambos. “En el golpe del ’55 mi viejo fue la primera defensa en la Casa Rosada –dijo Bernardo–. Se quedó al lado de Perón hasta que el general se exilió.
Después de que lo trasladen por varias cárceles, a se exilió hasta que salió la Ley de Amnistía, en el ’58, tras el pacto de Perón con Frondizi. Al regreso a la Argentina, Alberte se encargó de recomponer su economía: llegó a tener tres zapaterías de compostura en el acto y una tintorería. Casi diez años después, en el ’67, Perón recompensó la lealtad de Alberte: lo nombró delegado personal y secretario del movimiento justicialista.
La causa judicial
Luego de la muerte arrancó una larga procesión judicial. La familia no encontraba abogado, hasta que Jorge Garber los empezó a ayudar. La querella empezó en abril del ’76: era contra Videla. El primer juez le dijo a Garber: ‘No sólo a Alberte había que tirarlo por la ventana, sino a todos los peronistas’. Otro le dijo al hijo de Alberte “déjese de joder con esto, porque me van a matar a mí y lo van a matar a usted’. La causa pasó por 14 juzgados en seis años: del ’76 al ’81. Todos se fueron declarando incompetentes.
Cuando la dictadura se esfumaba, un juez se metió con la causa y logró avanzar con algunas medidas. Finalmente, en diciembre de 1985, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal resolvió cerrarla. Luego vinieron las leyes del perdón y el expediente quedó planchado. Hasta 2003, cuando esas leyes fueron anuladas y la investigación fue reabierta. Hoy el expediente por el crimen de Alberte forma parte de la megacausa Primer Cuerpo del Ejército, a cargo de Daniel Rafecas.
La familia aportó a la Justicia los nombres de dos militares que ocuparon puestos de relevancia en la División Inteligencia y Operaciones del Estado Mayor del Ejército. Se trata del general retirado Oscar Guerrero, que habría sido el jefe de la patota, y el general retirado Jorge O’ Higgins al que se le encontró parte de la correspondencia de Perón a Alberte, que había sido robada la noche del crimen.
En 2006, el presidente Néstor Kirchner ascendió post mortem a Alberte al grado de coronel.
Fuente: Infojus.
>>> Publicado en Diario "Uno" de Mendoza, 24 de marzo de 2016.
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