El 13 de noviembre de 1901 nació en Lincoln, provincia de Buenos Aires, Arturo Martín Jauretche (1901-1974). En su homenaje, esa fecha fue declarada Día del pensamiento nacional. La vida de este luchador testimonia una ruptura del aparato gris de la retórica –del que habló Abelardo Castillo– y transita un sendero marcado tanto por la defensa de la cultura nacional como por la denuncia permanente de las confabulaciones urdidas entre los gestores de los intereses imperiales y los tilingos de la economía local. En ese itinerario, se destacan: su práctica como combatiente revolucionario que supo enfrentar el sable petrolero del golpista José F. Uriburu; la fundación –junto a un nutrido grupo de jóvenes militantes entre los que se encontraban Raúl Scalabrini Ortiz, Homero Manzi, Luis Dellepiane y Gabriel del Mazo– de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) que bajo la consigna “Somos una Argentina colonial queremos ser una Argentina libre” denunciaron las prácticas de lo que caracterizaron como “Estatuto Legal del Coloniaje”. Estatuto que, una vez más –en ese eterno retorno de los embates de las empresas multinacionales– expresaba las políticas de entrega del patrimonio nacional, destrucción del aparato productivo y empobrecimiento de la población. Durante el primer gobierno peronista fue designado presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires, desde el que apoyó el programa económico de industrialización acelerada de Miguel Miranda. Años después, vuelto del exilio en Montevideo (al que se vio obligado a raíz del golpe cívico-militar de 1955) e instalado en su departamento de Esmeralda 886 (cercano a la emblemática esquina de la resistencia, de Esmeralda y Corrientes) reaparecía un nuevo “taller de forja”. Se ocupó de desarrollar sus ideas en libros, conferencias y artículos periodísticos, entre las que se encuentran sus reflexiones acerca de los miembros de la Intelligentsia elitista vernácula, una suerte de exóticos desterrados de un mundo que no les pertenece, cultores de problemas extraños y que cuando intervienen en nuestras cuestiones lo hace como extranjeros. Jauretche reforzó sus posiciones en torno a “La colonización pedagógica” en tanto puerta trasera, en la que “conoceremos dinámicamente el aparato de la superestructura cultural del país”.
Dentro de ese extenso derrotero queremos destacar su labor como Presidente de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba). Cargo al que accede en el año 1973 a instancias de su amigo y Director Ejecutivo de la editorial Rogelio García Lupo, acompañado por un núcleo de colaboradores entre los que se encontraba el abogado Mario Hernández. De esta manera, Don Arturo retoma la labor de Boris Spivacov y se entrega a la tarea de dar impulso al desarrollo de nuevas colecciones desde el despacho del entrepiso del edificio de Rivadavia 1571. Desde este mítico espacio, al tiempo que recorría con la vista el vuelo de los pájaros, el paso de los potenciales lectores y los verdes árboles de la Plaza del Congreso concebía la edición de nuevos libros.
Así, promueve que se impriman, entre otras obras: La Revolución chilena, de Salvador Allende, El ABC de la mecánica cuántica, de V. Rydnik, Genio y Figura de Eduardo Mallea de Oscar Villordo, Manuel Ugarte de Norberto Galasso, Teoría del Hospital de Ramón Carrillo, Neocapitalismo y comunicación de masas de Heriberto Muraro. Tiempo después del golpe cívico-militar de 1976, el 26 de febrero de 1977, una partida del ejército secuestró del depósito de Eudeba esos y otro títulos (unos 60.000 ejemplares) que terminaron en las piras bárbaras. Sin embargo, algunos de los libros sobrevivieron en silencio, resguardados con celo en bibliotecas o en la memoria de sus lectores. Otros, años después, fruto de algunas reediciones, fueron reapareciendo en las librerías y dan testimonio del valor de las luchas en defensa de nuestra cultura por parte de hombres y mujeres, comprometidos con su tiempo y los intereses del pueblo, que contribuyen al devenir de la misma.
Publicado en ADN RÍO NEGRO, 13-11-2016. Imágenes: BLOG DE LA PATAGONIA.
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