Fidel Castro ha muerto. ¿Qué leyenda de 10 palabras hay que
poner en su lápida? "Aquí yacen los restos de un infatigable
revolucionario-internacionalista nacido en Cuba". Me niego a repetir los
detalles conocidos de su biografía. Pueden leerse en cualquier parte. Me parece
más interesante responder cuatro preguntas clave.
¿Qué rasgos psicológicos le dieron forma y sentido a su
vida, motivando su conducta de conquistador revolucionario, cruce caribeño
entre Napoleón y Lenin?
Era inteligente, pero más estratega que teórico. Más hombre
de acción que de pensamiento. Quería acabar con el colonialismo y con las
democracias, sustituyéndolas por dictaduras estalinistas. Fue perseverante.
Voluntarioso. Audaz. Bien informado. Memorioso. Intolerante. Inflexible.
Mesiánico. Paranoide. Violento. Manipulador. Competitivo al extremo de
convertir el enfrentamiento con Estados Unidos en su leitmotif. Narcisista, lo
que incluye histrionismo, falta total de empatía, elementos paranoides, mendacidad,
grandiosidad, locuacidad incontenible, incapacidad para admitir errores o
aceptar frustraciones, junto a una necesidad patológica de ser admirado, temido
o respetado, expresiones de la pleitesía transformadas en alimentos de los que
se nutría su insaciable ego. Padecía, además, de una fatal y absoluta
arrogancia. Lo sabía todo sobre todo. Prescribía y proscribía a su antojo.
Impulsaba las más delirantes iniciativas, desde el desarrollo de vacas enanas
caseras hasta la siembra abrumadora de moringa, un milagroso vegetal. Era un
cubano extraordinariamente emprendedor. El único permitido en el país.
¿Cómo era el mundo en
que se formó?
Revolución y violencia en su estado puro. Fidel creció en un
universo convulso, estremecido por el internacionalismo, que no tomaba en
cuenta las instituciones ni la ley. Su infancia (n. 1926) tuvo como telón de
fondo las bombas, la represión y la caída del dictador cubano Gerardo Machado
(1933). Poco después, le llegaron los ecos de la Guerra Civil española
(1936-1939), episodio que sacudió a los cubanos, especialmente a alguien, como
él, hijo de gallego. La adolescencia, internado en un colegio jesuita dirigido
por curas españoles, fue paralela a la Segunda Guerra (1940-1945). El joven
Fidel, buen atleta, buen estudiante, seguía ilusionado en un mapa europeo las
victorias alemanas. El universitario (1945-1950) vivió y participó en las
luchas a tiros de los pistoleros habaneros. Fue un gangstercillo. Hirió a tiros
a compañeros de aula desprevenidos. Tal vez mató alguno. Participó en
frustradas aventuras guerreras internacionalistas. Se enroló en una expedición
(Cayo Confites, 1947) para derrocar al dominicano Trujillo. Era la época de la
aventurera "Legión del Caribe". Durante el bogotazo (1948), en
Colombia, trató de sublevar a una comisaría de policías. Los cubanos no tenían
conciencia de que el suyo era un país pequeño y subdesarrollado. Como
"Llave de las Indias" y plataforma de España en el Nuevo Mundo, los
cubanos no conocían sus propios límites. Esa impronta resultaría imborrable el
resto de su vida. Sería, para siempre, un impetuoso conspirador dispuesto a
cambiar el mundo a tiros. No en balde, cuando llegó a la mayoría de edad se
cambió su segundo nombre, Hipólito, por el de Alejandro.
¿En qué creía?
Fidel aseguró que se convirtió en marxista-leninista en la
universidad. Probablemente. Es la edad y el sitio para esos ritos de paso. El
marxismo-leninismo es un disparate perfecto para explicarlo todo. Es la pomada
china de las ideologías. Fidel tomó un cursillo elemental. Le bastaba. Le
impresionó mucho ¿Qué hacer?, el librito de Lenin. Incluso, los escritos de
Benito Mussolini y de José Antonio Primo de Rivera. No hay grandes
contradicciones entre fascismo y comunismo. Por eso Stalin y Hitler, llegado el
momento, cogiditos de mano, pactaron el desguace de Polonia. Los comunistas
cubanos, como todos, eran antiyanquis y estaban convencidos de que los
problemas del país derivaban del régimen de propiedad y de la explotación
imperialista auxiliada por los lacayos locales. Fidel se lo creyó. Sus padrinos
ideológicos fueron otros jóvenes comunistas: Flavio Bravo y Alfredo Guevara.
Fidel no militó públicamente en el pequeño Partido Socialista Popular
(comunista), pero su hermano Raúl, apéndice obediente, sí lo hizo. Allí se quedó
en prenda hasta el ataque al cuartel Moncada (1953). Fidel se reservó para el
Partido Ortodoxo, una formación socialdemócrata con opciones reales de llegar
al poder que lo postuló para congresista. Batista dio un golpe (1952) y Fidel
se reinventó para siempre, con barba y uniforme verde oliva encaramado en una
montaña. Era su oportunidad. Había nacido el Comandante. El Máximo Líder. Sólo
se quitó el disfraz cuando lo sustituyó por un extravagante mameluco deportivo
marca Adidas.
¿Cuál es el balance
de su gestión?
Desastroso. Les prometió libertades a los cubanos, los
traicionó y calcó el modelo soviético de gobierno. Acabó con uno de los países
más prósperos de América Latina y diezmó y dispersó a la clase empresarial,
pulverizando el aparato productivo. Tres generaciones de cubanos no han
conocido otros gobernantes durante cincuenta y tantos años de partido único y
terror. Extendió la educación pública y la salud, pero ese dato lo incrimina
aún más. Confirma el fracaso de un sistema con mucha gente educada y saludable
incapaz de producir, hambrienta y entristecida por no poder vivir siquiera como
clase media, lo que los precipita a las balsas. Fusiló a miles de adversarios.
Mantuvo en las cárceles a decenas de miles de presos políticos durante muchos años.
Persiguió y acosó a los homosexuales, a los cultivadores del jazz o el rock, a
los jóvenes de pelo largo, a quienes escuchaban emisoras extranjeras o leían
libros prohibidos. Impuso un macho feroz y rural como estereotipo
revolucionario. El 20% de la sociedad acabó exiliada. Creó una sociedad coral
dedicada públicamente a las alabanzas del Jefe y de su régimen. Por su
enfermiza búsqueda de protagonismo, miles de soldados cubanos resultaron
muertos en guerras y guerrillas extranjeras dedicadas a crear paraísos
estalinistas o a destruir democracias como la uruguaya, la venezolana o la
peruana de los años sesenta. Carecía de escrúpulos políticos. Se alió a Corea
del Norte y a la Teocracia iraní. Apoyó la invasión soviética a Checoslovaquia.
Defendió a los gorilas argentinos en los foros internacionales. El 90% de su
tiempo lo dedicó a jugar a la revolución planetaria. Deja un país mucho peor
del que lo recibió como a un héroe. La historia lo condenará. Es cuestión de
tiempo.
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