ARGENTINA. SOCIEDAD, ESCUELA Y DISCRIMINACIÓN
CARLOS SCHULMAISTER*
LOS OTROS DOMINADOS EN TIEMPOS
DE INDIAS
Si bien los historiadores no se han puesto de acuerdo respecto a la
magnitud del poblamiento originario de nuestro continente, al momento de la
llegada de los españoles, todas las investigaciones serias concuerdan en que a
partir de la Conquista
española comenzó un acelerado proceso de reducción demográfica, de
desintegración, estancamiento y deculturación de gran parte de las culturas y
civilizaciones autóctonas.
Considerando la totalidad de América y no sus partes, la causa inicial
de aquel proceso fue la guerra emprendida contra los indígenas. La superioridad
militar de los invasores, acompañada de grandes dosis de astucia e
inescrupulosidad, se impuso finalmente sobre un número mayor de oponentes con
los resultados de su exterminio masivo en muchos casos y el sometimiento para
los que sobrevivieron, lo cual se tradujo en muchas partes en la desaparición
definitiva de etnias, comunidades y culturas.
Inmediatamente, los abusos a que fueron sometidos los indígenas en las
encomiendas y en las minas, su reducción a la esclavitud, la sobreexplotación
en casi todos los lugares, las enfermedades y las epidemias, y la consiguiente
desarticulación de sus comunidades y culturas agravó el proceso de violencia
ejercida contra ellas, continuando su disminución demográfica para llegar
también por esa vía, en muchos casos, a su completa desaparición.
Simultáneamente, y desde un principio, blancos españoles y nativos
comenzaron a cruzarse sexualmente en aquellos lugares donde entraron en
contacto en condiciones de dominación-subordinación, produciendo un nuevo tipo
biofísico y cultural: el mestizo, que no encajaba en ninguna de las dos
culturas que lo habían generado, y cuyas posteriores relaciones con blancos e
indios fueron más o menos traumáticas según las particulares características
que revestía el desarrollo de las nuevas sociedades en los distintos lugares de
Indias.
En líneas generales, ese mestizaje fue considerablemente mayor que el
realizado entre los europeos no españoles y los pueblos originarios de otros
continentes. Pero, particularizando por regiones de Indias o por países con
posterioridad a la
Revolución de Mayo, los resultados fueron muy diversos, entre
otras razones por las diferencias de magnitud del poblamiento indígena
precolombino de cada una de ellas, por las particulares modalidades de los
contactos entre españoles e indios y por la variabilidad y duración de los
grados de violencia sostenidos entre ambos.
Si miramos en perspectiva esos primeros tres siglos de dominación
europea, el dato más relevante es la dominación llevada a cabo por una sociedad
constituida por unos muy pocos hombres -y muchas menos mujeres- oriundas de
Europa, blancas y católicas, sobre una cantidad imprecisa, pero seguramente
millonaria, de seres humanos y culturas caracterizadas por una gran diversidad.
Desde el Norte hasta el Sur de América los pobladores autóctonos fueron
sometidos, explotados, empobrecidos, deculturados, perseguidos y asesinados por
funcionarios, soldados, dignatarios de la Iglesia y patrones blancos, pese a la legislación
protectora de los nativos y a la tenaz lucha de algunos pocos sacerdotes como
Bartolomé de las Casas y algunas órdenes religiosas católicas.
Sin embargo, la posterior irrupción -primero de contrabando y luego
legalizada- de los negros africanos, como mano de obra esclava de los sectores
dominantes de la población blanca, se llevó a cabo por decisión de la propia
Corona española, quien les otorgó el status de cosas, o piezas de ébano, como se los consignaba en los barcos negreros
ingleses que los traían de África. Su valor económico, a tenor de la demanda,
echaba por tierra toda consideración humanista acerca de su condición de
personas, todavía no reconocida en Europa ni siquiera por la Iglesia Católica.
A diferencia de los indígenas, que fueron declarados libres de derecho
no obstante su triste situación, era excepcional hallar negros libres en
América como no hubieran sido manumitidos por sus amos o por haberse escapado
refugiándose en zonas inhóspitas, por lo cual (entre otras razones) las órdenes
religiosas tampoco se ocuparon de ellos.
Esa misma causa, más un rechazo mucho mayor de que fueron objeto por
parte de indígenas y blancos, dificultó en líneas generales su cruzamiento, por
lo menos con la intensidad con que aquellos lo practicaron entre sí, siendo
predominantemente endógamos durante todo el tiempo en que se practicó la
esclavitud en América. Esto último no impidió que las mujeres negras fueran
explotadas sexualmente por los hombres blancos, quienes si no se casaban con
una mujer de su mismo origen preferían amancebarse con indias antes que con
aquellas.
La historiografía no abonada a la leyenda rosa de la colonización
española ha dejado incontestables pruebas acerca del sometimiento y explotación
de los negros por parte de los blancos, sobre todo en las plantaciones de zonas
tropicales del continente, lo que no puede ser relativizado por el registro del
trato más benigno dispensado a los esclavos domésticos en muchos lugares de
Indias, pues todos estuvieron siempre situados en el escalón más bajo de la
escala social.
En todo caso, y en grado diverso según los lugares adonde fueron
llevados, su presencia añadió nuevas características a la estructura social de
Indias, estableciéndose en la sociedad blanca española una rígida
estratificación bío-socio-cultural que perduró hasta después de la Revolución de Mayo.
Consecuente con la política de Felipe II en España, la Corona prohibió
permanentemente la entrada en Indias de toda clase de asiáticos, tanto por
razones raciales como religiosas, como ocurrió con árabes y judíos, semitas
ambos y musulmanes y mosaístas respectivamente.
Los ingleses tenían prohibido radicarse en Indias; sin embargo, de hecho las reglas
fueron más elásticas tratándose de ellos, sobre todo a partir del siglo XVIII y
en la primera década del siguiente, siendo Buenos Aires un claro ejemplo de
ello, como lo prueba el hecho de que muchos de los soldados derrotados en las
invasiones inglesas de 1806 y 1807 se quedaron definitivamente allí y bien
pronto formalizaron matrimonios con las hijas de las familias más
caracterizadas de la época, las cuales por esa única vez no tuvieron en cuenta
sus “linajes innobles”.
Los otros pueblos anglosajones también tenían prohibida la entrada en
Indias por razones religiosas. Pero también la tuvieron muchos de religión
católica como los portugueses (salvo un breve período entre fines del sigo XVI
y comienzos del XVII), los franceses, etc, en estos casos en razón del
exclusivismo con que se manejaban en la época las relaciones entre metrópolis y
colonias.
Hispanoamérica fue una sociedad multicultural desigualitaria con tres
culturas: la indígena o autóctona, la blanca
o caucásica de origen español previamente teñida con sangres moras, y la
negra traída a la fuerza desde África.
Los hombres y mujeres de piel blanca y su cultura (la cultura española)
ocuparon el centro del escenario social y establecieron con los hombres y
mujeres indígenas y negros y con sus respectivas culturas diversas relaciones
de dominación y de explotación que continuarían en la etapa independiente.
Indios y negros tenían en su contra ser distintos a los blancos en materia de
color de piel y de religión, lo cual justificaba por entonces su reducción a
los estados de servidumbre (de hecho) y de esclavitud (de derecho).
LIBERTAD, ¿PARA QUIÉNES?
A partir de 1810, la ruptura con España iniciada en algunas
ciudades y regiones americanas se fue
convirtiendo rápidamente en una guerra por la independencia dentro de un
proceso revolucionario continental que tuvo matices comunes y diferentes según
los lugares de que se trate.
En todas partes, en líneas generales, luego de una efímera convocatoria
a las etnias originarias a sumarse a la lucha contra los españoles, por lo
demás reducida a muy escasos lugares del continente, apelando a los principios
de igualdad y fraternidad entre criollos e indígenas, y de la abolición de los
servicios personales de los indios (encomienda, mita y yanaconazgo), éstos, y
también los negros[1],
pasaron a constituir en todas partes el grueso de los ejércitos en combate.
Unos quedaron en las filas españolas, otros en las de las nuevas naciones
americanas.
Pero los indígenas nunca ocuparon los grados elevados de la oficialidad
de esos ejércitos ni tampoco recibieron, una vez terminada la guerra contra
España, ningún reconocimiento oficial de
los gobiernos nacionales ni pensiones ni ayudas de ninguna clase, las que por
otra parte también les fueron negadas a los blancos pobres. La sociedad civil
blanca tampoco los tuvo en cuenta. La nacionalidad en ciernes en las nuevas
unidades políticas no los consideró, de hecho, como compatriotas.
Simultáneamente con las luchas en el frente externo, los desencuentros
dentro de la sociedad blanca dominante de las nuevas naciones vieron a los
indígenas nuevamente en calidad de soldados forzosamente reclutados y en ambos
bandos en lucha. Una vez más fueron “carne de cañón” de los ejércitos en pugna.
Cuando éstos eran licenciados los que habían sobrevivido se convertían en
parias para la sociedad blanca.
Similar suerte corrieron los blancos pobres y los mestizos en esa
etapa. Y también los negros en aquellos países donde habían llegado a tener una
fuerte presencia poblacional, tanto respecto de los blancos como en ciertos
lugares respecto de los mulatos.
Salvo este último ejemplo, no aplicable a nuestro país por la escasa
cantidad de esclavos existentes en el virreinato del Río de la Plata , el proceso descripto
anteriormente se reflejó íntegramente entre nosotros.
Una vez concluida la guerra contra España -a excepción de Cuba-, y
mientras subsistían las guerras civiles en casi todas partes, entre nosotros
los pueblos indígenas situados en las pampas bonaerenses sin dueños, pobladas
de vacas y caballos cimarrones, y que habían permanecido al margen de la
sociedad blanca, prácticamente sin contactos con ella o bien con esporádicos
contactos cargados de violencia, comenzaron a redoblar sus asaltos a las
estancias para robar ganado y mujeres. Muchos de esos robos implicaban el
traslado de las reses a Chile para ser vendidas a blancos del hermano país.
En la provincia de Buenos Aires, el estanciero Juan Manuel de Rosas los
contuvo con una política de acuerdos, otorgamiento de cargos y sueldos a los
caciques y entrega de rebaños para que se establecieran en sitios fijos,
incluso en sus propias tierras, con la misión de servir de contención a su vez
a otras tribus empeñadas en el robo y posterior
venta de ganado de las estancias. Estrategia similar a la llevada a cabo
por Roma en las marcas del Rin con los pueblos que ellos llamaron bárbaros, los
que con el transcurso del tiempo se romanizaron al punto de que hasta llegaron
a tener emperadores de ese origen. Así fue como durante veinte años
prácticamente no hubo malones en la línea sur bonaerense.
Pero
luego del derrocamiento de Rosas -instigado por Gran Bretaña- los malones
indígenas contra las estancias bonaerenses comenzaron a producirse con mayor
frecuencia y magnitud. Entonces, las autoridades porteñas aplicaron contra
ellos políticas totalmente distintas a la de aquél, centradas en su
aniquilamiento.
Desde entonces se difundió en Argentina, la menos indígena, la más
blanca de estas tierras hispanoamericanas, una concepción según la cual los
restos de las culturas nativas representaban una rémora para el progreso por
considerarlas integradas por salvajes incapaces de funcionar en la
civilización, lo cual significaba por entonces civilización blanca. En consecuencia,
se incrementaron las acciones de guerra y exterminio masivo, seguidas de
desplazamientos, relocalizaciones y apropiación de las tierras que hasta
entonces habían ocupado.[2]
Los nativos se habían convertido en un “problema” para la sociedad
dominante, “moderna” y “progresista”, situada en Buenos Aires. Paradójicamente,
en la Argentina
de la segunda mitad del siglo XIX muchas tribus indígenas enfrentadas con el
ejército regular tenían en sus tolderías mástil, bandera y un trompa con su
clarín, rechazaban los regalos de banderas chilenas efectuados por el gobierno
trasandino y se identificaban expresamente como argentinos[3].
Ellos se sentían argentinos y querían ser considerados como tales, y en
definitiva eso era lo que eran aunque no
hubieran pretendido serlo. Pero la oligarquía no los quería, prefería
segregarlos, y promovía su aniquilamiento.
El vocero más caracterizado y apasionado de esta ideología y de su
correlato político militar fue Sarmiento, quien desde mucho antes y hasta bien
entrado en años dejara huellas imborrables de su pensamiento en el libro, en el
periodismo y en la correspondencia epistolar, consistente en aniquilar a los
indígenas en todas partes del mundo.
La razón para el desprecio y la exclusión oligárquica fue la condición
por ella atribuida a los “salvajes” nativos (así como también a los “bárbaros”
gauchos) de ser incapaces de razonamiento, de convivencia civilizada, y sobre
todo de progreso. En esos años, el desprecio, la exclusión social, la
persecución y el asesinato se fundaba en prejuicios de origen racial, aun
cuando detrás de ellos siempre estuvo el interés económico por desposeerlos y/o
explotarlos. En cambio, para sus descendientes que llegaron al siglo XX,
incluidos los inmigrantes indígenas de los países limítrofes, el racismo
explícito e implícito de los blancos se reforzó con la explotación económica,
el mismo tipo de explotación que le correspondió a los blancos pobres -ya
fueran criollos de piel blanca y origen lejanamente español como los
descendientes de los gauchos- y a los mestizos del noroeste, del noreste o de la Patagonia , muchos de los
cuales con el transcurso del tiempo pasaron a ser vistos como blancos por la
pérdida gradual de los rasgos predominantes de sus biotipos autóctonos.
Ese proceso de aniquilamiento fue emprendido desde el Estado mismo[4],
especialmente entre la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, por
eliminación física de los indígenas a cargo del ejército nacional y de los
terratenientes (blancos criollos o europeos), a pesar de contar entre sus
milicos y sus peonadas con mestizos y hasta con indios mansos. De modo que en
un mismo combate morían no sólo los indígenas contra los que se llevaba la
guerra, sino también los “bárbaros” criollos, los mestizos y los indios “salvajes” que revistaban en sus
propias filas.
La misma “solución final” para el problema racial de los pueblos salvajes fue aplicada por la
oligarquía argentina con los negros cuando ya no existía más la esclavitud
legal, al enviarlos a morir en la guerra de la Triple Alianza
contra el Paraguay, entre 1865 y 1871[5],
donde se llevó a cabo el genocidio de guaraníes, mestizos y blancos.
Simultáneamente, los restos del criollaje blanco y mestizo que había
poblado las provincias del interior y especialmente las zonas de frontera con
el indio en la zona central del país, y que no había sucumbido al genocidio
desatado por los porteños con posterioridad a la batalla de Pavón[6] (y aun antes) fue diezmado en la lucha
territorial contra los indígenas, concluida en el sur en 1885 en el Chubut, y
en el norte en la guerra del Chaco argentino y en las matanzas de Jujuy en
1900.
Para entonces, la oligarquía ya había tenido a los tres más grandes
racistas y genocidas del siglo XIX: Mitre, Sarmiento y Roca, todos Presidentes
y Generales de la Nación
devenidos en Próceres después de muertos: los tres “próceres” más importantes
de la oligarquía, su verdadero núcleo duro.
En el norte argentino hacía ya muchas décadas que los indígenas eran
utilizados como semi esclavos en los ingenios azucareros, en los algodonales y
en las explotaciones forestales, propiedad de renombrados miembros de la
oligarquía, unificándose en estos casos el racismo y la explotación económica
sobre la base de las condiciones de desigualdad social que conformaban la sociedad
global instituida por el Estado oligárquico. Del mismo modo, luego de la
terminación del “problema del indio” los restos de las etnias supérstites del
sur argentino corrieron la misma suerte en su condición de peones de estancias,
pero en el sur del sur, algunos aventureros europeos emprendieron a fines de
siglo una nueva cruzada particular de exterminio indígena pagando un óbolo a
sus sicarios por cada indio muerto contra entrega de un par de orejas; pero
como desconfiaban de éstos al verse andar por allí muchos indios desorejados
subieron la recompensa a cambio de un pecho de mujer india, con lo cual se
aseguraban de que murieran desangradas y al mismo tiempo que disminuyeran los
futuros nacimientos...[7]
Un libro de lectura de la escuela primaria decía allá por la década de
1920, dando cuenta de los resultados del proceso de liquidación del indígena
ocurrido en la segunda mitad del siglo XIX, “...
en nuestro país, afortunadamente ya no queda ni un salvaje...”, lo cual no
era exactamente cierto, pero sí lo era que para ese momento había muchísimos
menos indígenas que antes. Seguramente
que en muchas aulas de esa época, y en todo el país, había alumnos indígenas,
mestizados o no, que tenían algún
antepasado masacrado por el ejército o por los patrones, pero ahora se vestían
como los blancos y hablaban en español. Para ellos quedarían los peores
trabajos de la sociedad, los más sacrificados y al mismo tiempo los menos
remunerados, la pérdida de tierras comunitarias a manos de propietarios
blancos, la marginalidad social, la pobreza, la falta de salud, de educación,
de justicia y de justicia social. Pero aunque tuvieran apellidos y rasgos
indígenas, para entonces la oligarquía debió aceptar que ya fueran
irremediablemente argentinos.
Desde entonces, la sociedad blanca dominante de origen lejanamente
castizo, que ya no era totalmente blanca, y para nada castiza, no ha tenido
tanto prácticas explícitas de discriminación racial como de discriminación
económico social ejercida contra las personas por su condición de pobres, o por
su status social. En todo caso, su racismo permanecía oculto pero afloraba de
vez en cuando por otras vías.
La mezcla de los grupos indígenas con el torrente étnico blanco, aun en
condiciones de notoria desigualdad social, comenzada en tiempos de los
españoles, se había extendido en la etapa independiente, al punto de oscurecer
en ciertas zonas de Argentina la tez de los pobladores de origen español.
También el mestizaje ha sido también otra vía para la constante pérdida
de muchos elementos de las culturas y las identidades indígenas, pero éste no
ha sido un fenómeno exclusivo de éstas: lo mismo ocurrió con los restos de la
cultura gaucha y con las colectividades inmigrantes europeas de fines del siglo
XIX y comienzos del XX. Pero la diferencia con éstos es que, durante cinco
siglos a los indígenas primero se los violentó, se los dominó y se los
desestructuró psicológica y culturalmente para degradarlos después por medio de
una tremenda explotación económica que todavía continúa.
Actualmente, y en líneas generales, los indígenas no mestizados pero
integrados en la sociedad dominante corren la misma suerte que el sector más
pobre de los pobres no indígenas: la miseria y la marginalidad social ya es
consustancial a sus condiciones culturales de existencia. En cambio, la
situación de las pequeñas comunidades indígenas que actualmente sobreviven en
el norte argentino es dramática. Formalmente integrados a la sociedad en
igualdad de condiciones que cualquier otro argentino, como señala la Constitución Nacional ,
es decir, tan sólo a nivel declarativo, son sobreexplotados económicamente en
los ingenios y obrajes igual que hace cien años, son perjudicados de mil
maneras, agraviados y manipulados con fines electorales, sin solución de
continuidad desde el momento en que fueron vencidos y sometidos por los
blancos, a fines del siglo XIX, siendo la tendencia irreversible la de su
desaparición física y cultural. En estos casos sobrevive la discriminación de
tipo racial reforzada por la económica y social.
Haciendo una síntesis anticipadamente, pues razones de espacio nos
impiden desarrollar en profundidad la historia de las relaciones entre la
sociedad blanca dominante y los grupos indígenas, y abstrayéndonos de las
características diferenciales según tiempos y lugares, vemos que las mismas han recorrido todas las
modalidades que fuera dado imaginar: seudo
igualdad declarativa a comienzos de la dominación española y a comienzos de
la etapa independiente, aniquilación
masiva en tiempos de la
Conquista española, abandono
e indiferencia por su suerte en la primera mitad del siglo XIX, exclusión de la identidad dominante (española
primero, argentina después), racismo
explícito, segregación, otra vez aniquilación, desplazamientos geográficos,
esclavitud, servidumbre,
sobreexplotación laboral, discriminación de todo tipo, desigualdad social,
seudo integración o integración
subordinada , deculturación, marginación, racismo implícito, paternalismo,
manipulación política, etc, etc. Todas ellas modalidades del ejercicio de
la dominación, la expoliación y la explotación de la sociedad blanca dominante
sobre los grupos étnicos autóctonos.
En la actualidad, la desigualdad y la injusticia social que están a la
base del sistema afectan a los pueblos indígenas en todos los ámbitos de la
vida social: en lo político, lo económico, lo social, lo cultural, y en la
exclusión de género, mucho más gravemente que al resto de la sociedad.
SALVAJISMO, BARBARIE,
CIVILIZACIÓN:
OTRA INMIGRACIÓN EUROPEA
El discurso oficial porteño dominante en la segunda mitad del siglo XIX
en todo el país, caracterizaba como barbarie a la población descendiente de
españoles, estuviera o no mestizada, que en líneas generales llamaremos gauchos
o paisanos, y que poblaba tanto el interior de Argentina como la provincia de
Buenos Aires y también la misma ciudad homónima. Sus “defectos” eran la
pobreza, obviamente no debida a su propia voluntad, y su “incultura” frente a
los hombres “civilizados”, de “buena familia”, propietarios de tierras y
ganados, vinculados a la cosa pública, al Estado, a los puestos públicos, a la
actividad mercantil, conocedores de que más allá del océano existía un mundo
superior al que se podía acceder en la medida que se dispusiera de dinero, lo
cual ellos tenían en grado harto suficiente. Por esa razón, los más conspicuos
“civilizados” aprendían el refinado idioma francés, propio de los hombres
cultos, y el inglés de los hombres de negocios. Y más tarde lo harían pasando
largas temporadas en esas lejanas y amadas tierras.
Asimismo, para los pueblos originarios estaba reservada la categoría de
salvajismo, “científica”[8]
en esos tiempos. Esos pueblos avergonzaban a las élites blancas dominantes de
Buenos Aires y a algunas oligarquías provinciales del interior del país. El darwinismo social de fines del siglo XIX
explicaba y justificaba su liquidación en aras del Progreso, esa nueva deidad
fascinadora de todas las oligarquías latinoamericanas.
A pesar del escaso poblamiento
de nuestro territorio, la oligarquía argentina pregonaba la sustitución
de “bárbaros” y “salvajes” argentinos preferentemente por blancos europeos del
norte de Europa. Pero el aluvión inmigratorio provino de la baja Europa y no
gozó de condiciones de fomento por parte de los gobiernos de la oligarquía ni
pudo acceder en forma amplia a la
propiedad de la tierra, como por su predominante condición de campesinos
hubiese sido dado esperar y ellos mismos anhelaban, conformándose buena parte
de ellos -los que no se afincaron en los pueblos y ciudades para desarrollar
oficios asalariados o artesanales- con un destino de arrendatarios con escasas
posibilidades de acumulación y ascenso social. Como siempre, el suelo, el
espacio, una vez arrebatado a sus usufructuarios milenarios, no podía ir a
parar a manos de campesinos. El Progreso y la Civilización exigían
el latifundio como propiedad sagrada de la oligarquía.
La magnitud del caudal inmigratorio trajo como consecuencia un alto
grado de mestizaje con la población blanca nativa que transformó nuevamente el
biotipo social y fundamentalmente la cultura argentina. Pero a pesar de su gran
integración social y cultural a la sociedad dominante, no quedó eximida del
posterior rechazo ni de los prejuicios raciales por parte de los sectores
oligárquicos, conservadores y liberales, repentinamente convertidos en
“nacionalistas” a comienzos del siglo XX. [9]
Junto con aquellos inmigrantes, que finalmente no satisficieron las
expectativas forjadas por la oligarquía en décadas anteriores, comenzaron a
llegar inmigrantes semitas (árabes y judíos), éstos últimos provenientes sobre
todo del este europeo, conformando colectividades con alta integración en la
vida socioeconómica de aquellos tiempos, en condiciones ventajosas comparados
con la población criolla, con la mestiza de larga data y con los restos de las
culturas autóctonas. En este caso, algunos sectores segundones de la oligarquía
y sobre todo del ejército, se abroquelaron desde el nacionalismo elitista y el
tradicionalismo en el rechazo prejuicioso y discriminatorio contra los judíos
sobre la base de planteos racistas, religiosos, ideológicos y políticos, en
consonancia con los nuevos aires que soplaban en Europa.
Esas componentes, provenientes de la tradición española y hoy
emblemáticamente nazi-fascistas, se instalaron fuertemente en la Argentina del siglo XX.
Será recién después de 1983 cuando comience a producirse su rápida retirada,
pese a lo cual pocos años después se produjeron dos cruentos atentados
terroristas contra la
Embajada de Israel en Buenos Aires y contra el edificio de la AMIA que ya llevan más de una
década sin esclarecerse.
A comienzos del siglo XX arribaron los japoneses, una colectividad
endogámica por razones culturales y religiosas al igual que los judíos, y que
desarrollaron una fuerte integración en la vida económica, social y cultural de
nuestro país.
Después de las oleadas menores de inmigración europea sucedidas durante
unos pocos años de la primera y la segunda posguerras mundiales, la inmigración
ultramarina se detuvo. Habrá que esperar hasta los ochentas y noventas para
registrar la llegada de otros
pueblos del este asiático como los
chinos, laosianos, coreanos, indios, etc. Todos estos grupos étnicos son
endógamos tanto por razones idiomáticas como culturales y religiosas y se
hallan integrados en la vida económica ocupando posiciones importantes,
generalmente por encima del status promedio de la población local, y sin ser
objeto de discriminación racial aunque sí de prejuicios y estereotipos de
diverso tipo.
El resultado final en nuestro país ha sido una sociedad multicultural
integrada predominantemente por miembros de la etnia blanca dominante de origen
europeo llegados durante los últimos cinco siglos y con alto grado de
mestización en estas tierras; más los restos supérstites de las culturas
autóctonas con diverso grado de deculturación y de mestizaje, si bien hay
grupos étnicos que conservan su biotipo prácticamente inalterable y buena parte
de los elementos constitutivos de sus culturas, como sucede en el norte
argentino; y los escasos representantes de las culturas del este asiático.
NUESTROS VECINOS INMIGRAN PERO
NO SON INMIGRANTES
En la historiografía argentina de las últimas décadas del siglo XX ha
surgido una línea de pensamiento que niega la existencia de una identidad
nacional firmemente acendrada desde el comienzo de nuestras luchas
revolucionarias; línea que releva y pone en el centro de sus análisis la
presencia de identidades regionales volcadas hacia adentro de sí mismas,
indiferentes por la suerte de sus vecinas con las que poco antes integraban una
unidad jurisdiccional tan amplia como el virreinato del Río de la Plata. Más aún,
prolonga ese supuesto estado psicológico y material hasta los tiempos de la
llamada Organización Nacional.
Esta tesis ha pasado en menos de lo que canta un gallo a la escuela
argentina, desde la primaria a la universidad, realimentándose continuadamente,
y no ha generado, que se sepa, ninguna refutación. Esto último no autoriza a
inferir que ello se deba a que no haya nada que refutarle. Nosotros creemos lo
contrario con absoluta convicción y consideramos que esta posición es
tremendamente funcional a la historiografía liberal tradicional aun cuando
provenga de historiadores aparentemente progresistas.
No es el momento de embarcarnos en demostrar lo que pensamos. Muchos
historiadores nacionales ya han relevado desde mucho tiempo atrás testimonios
que indican exactamente lo contrario, y aun cuando aceptemos la existencia de
fuertes improntas regionales en la primera mitad del siglo XIX, sostenemos que ello
no era incompatible con la existencia de sentimientos y conciencia global de
pertenencia a unidades políticas mayores, incluso supranacionales. San Martín y
Bolívar, entre otros, son destacados representantes y voceros de los pueblos y
las capas sociales mayoritarias interesadas en la construcción de estructuras
políticas amplias, lo que se han dado en llamar el sueño de la patria grande.
En esos tiempos, cuando Bolívar decía “La patria es la América ”, nosotros nos
llamábamos y nos reconocíamos como sudamericanos,
y la idea y la experiencia colectivas y subjetivas acerca de la patria no eran
relictos del pasado sino algo vital, a nivel de los problemas de la vida
cotidiana, con clara noción del necesario proyecto y destino de unidad
latinoamericana como condición para ser y para seguir teniendo esa identidad
hispano-indígena que nadie repudiaba salvo las élites oligárquicas que
surgieron en las ciudades portuarias al abrigo del libre cambio.
Por eso es que hoy nos consideramos hermanos de nuestros vecinos. Por
haber formado parte de una etapa histórica de unidad cultural con múltiples
matices particulares, como ramas de un mismo tallo. Por eso es que nunca fueron
considerados extranjeros entre nosotros como lo demuestran las motivaciones del
alzamiento de Felipe Varela en solidaridad con el Paraguay en la Guerra de la Triple Infamia ,
consecuencia de Caseros y Pavón con todo lo que ello representó: la
paralización del proceso de desarrollo de las identidades nacionales con
extensión a los pobladores originarios y de los sentimientos de hermandad entre
los pueblos sudamericanos.
El proceso de limpieza de sangres y de los caracteres sociales y
culturales considerados indignos por las élites blancas dominantes, iniciado a
partir de 1852, obedeciendo a los intereses de la dominación de Gran Bretaña,
fue aplicado en líneas generales en toda Sudamérica, en tanto la
Gran Democracia del
Norte, que ya venía dando pasos similares en su propio territorio desde
mucho tiempo atrás, instigaba y cohonestaba esa ideología y su correlato
empírico en América central y el Caribe.
Esa tarea fue terriblemente exitosa en muy poco tiempo debido a los
medios violentos utilizados para ello, idénticos en todas partes a los de
nuestro país, pero no ha terminado aún. El proceso particular de liquidación de
las culturas originarias consideradas salvajes formaba parte de un proceso
general similar aplicado al resto de la población del país, calificada de
bárbara, por lo que también la sociedad nacional en su conjunto fue
deculturada, sometida, expoliada, desintegrada, distorsionada y humillada.
Es por ello que propugnamos que la
otra historia, debe incorporar simultáneamente el rescate de todas las historias y de todas las memorias no oficiales
conjuntamente con las de los pueblos originarios puesto que la mayoría de éstos
nunca se consideraron a sí mismos como no argentinos y esto ya era así aun antes de 1810, como lo prueba entre muchos
otros casos el ofrecimiento de los caciques de la campaña de Buenos Aires, a
Liniers, de miles de lanceros para pelear contra los ingleses.[10]
Dicho de otra manera, consideramos que también el pueblo mayoritario,
nuestro pueblo en el sentido de comunidad nacional, es parte de los Otros
Dominados y no sólo sus minorías dominadas. Un proyecto y un destino de país
integrado en condiciones de igualdad y justicia social es consustancial a los
intereses de los sectores sociales ubicados en la parte baja de la pirámide
social, los cuales además constituyen las mayorías populares. De ahí que decir
“pueblo” en Iberoamérica equivale a mayorías, por lo que hasta es redundante
decir “mayorías populares”.
Esa suerte de mezcla indisoluble entre magnitud y sustancia, que es el
pueblo, la comunidad nacional, la patria en suma, se entiende cuando decimos
que todos somos pueblo excepto los que están al servicio de intereses
extranacionales en contra de los de su propia patria, con lo cual queda abierta
una puerta para que las capas intermedias, generalmente renuentes a integrarse
con los de abajo, formen parte del proyecto y del destino anhelado por las
mayorías. En definitiva, la unidad en la lucha popular es una condición
necesaria para el triunfo tanto al interior de nuestro país como en la escala
subcontinental latinoamericana, en la cual siempre es bueno recordar que “los pueblos son sagrados para los pueblos”.
Desgraciadamente, el presente nos encuentra con una larga historia de
resentimientos entre vecinos, generados permanentemente por sus oligarquías al
servicio de los poderes imperialistas de turno. Aunque excepcionalmente éstas
no se hallen en posesión del aparato institucional del gobierno siempre son
propietarias de algo mucho más importante que es el Poder político y económico
a su exclusivo servicio. La misma trayectoria recorrida por la oligarquía de
Argentina y sus herederos y recambios actuales ha sido realizada, apenas con
diferencias formales, por las demás oligarquías de Iberoamérica.
Sus políticas se caracterizan, por lo general, por un doble discurso
constituido, por un lado, por apelaciones declamatorias a la integración y la
unidad latinoamericana en abstracto, y por el otro, poniendo obstáculos a una
real, concreta y completa integración de nuestras naciones en cada situación
particular que se presenta en la vida cotidiana, en nombre de “la soberanía” o
de “nuestros viejos núcleos morales”,
practicando una infantil geopolítica tendiente a la desintegración y al
debilitamiento de nuestros países. Así, por ejemplo, en Argentina, las derechas
han fogoneado últimamente políticas restrictivas del ingreso a nuestro país de
bolivianos, chilenos y paraguayos, acusándolos de distorsionar y perjudicar el
normal funcionamiento de nuestra sociedad. He aquí, una vez más, el recurso del
chivo expiatorio por parte del Poder.
Constantemente,
nuestros vecinos han emigrado a Argentina aun desde antes del aluvión
inmigratorio europeo del siglo XIX. Pero nunca fueron tenidos en cuenta ni reconocidos. En el caso
de los chilenos en la
Patagonia , aun admitiendo la existencia de seculares
intenciones de expansión territorial de sus gobiernos oligárquicos, no se ha
tenido ni se tiene en cuenta que nadie se va de su país cuando en él puede
prosperar y realizarse como ser humano, y la historia de todos los inmigrantes
es siempre la misma. Sobre todo en Argentina, con el universal llamado del
Preámbulo constitucional a todos los
hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino,
deberíamos agradecer en primer lugar a nuestros vecinos el haberse venido para
acá a integrar una sociedad que creían que les ofrecía mejores perspectivas y
en la que ellos siempre volcaron sus mejores aportes, compartiendo el futuro
con nosotros,
Pero ellos nunca
fueron tratados –ni siquiera a posteriori- como pioners. Ellos inmigraron a nuestro país pero no se los consideró
inmigrantes, y tampoco fueron integrados. Las causas las conocemos todos: son
pobres, tienen una fuerte impronta genética
indígena, y consiguientemente son morochos. Esa discriminación de tipo
racial y económico social se convierte así en discriminación por nacionalidad.
Con lo cual se pone en evidencia una vez más que el tan mentado espíritu generoso y abierto a la Humanidad del
Preámbulo es sólo una cáscara vacía, ya que siendo Argentina un buen receptor
de inmigración, que nunca tuvo políticas restrictivas del ingreso y radicación
de los extranjeros, incluidos los inmigrantes limítrofes (salvo la Ley de Residencia de 1902 para
expulsar a los “revoltosos” socialistas y anarquistas portadores de “ideologías
disolventes”), eso no le ha impedido en general haberlos tratado mal
posteriormente, salvo que fueran anglosajones.
EL SUR COMPARTIDO
El principal grupo étnico autóctono de nuestra Patagonia, en cuanto a
magnitud y distribución espacial, fue hasta dos o tres siglos atrás el
tehuelche, suplantado y diluido posteriormente en el caudaloso torrente étnico
mapuche, el cual a pesar de constantes acciones y condiciones adversas ha
logrado sobrevivir hasta el presente, en tanto otros ya hace muchas décadas que
están absolutamente extinguidos.
Los mapuches situados en la zona cordillerana conservan rasgos étnicos
y culturales propios en mayor medida que los que viven en otras zonas, en razón
de su mayor concentración demográfica, pero en cambio sus condiciones de
integración social en la sociedad global son mucho más precarias. No obstante,
y a diferencia de los indígenas dispersos en otras zonas de la Región , esa situación les
ha facilitado desarrollar una creciente toma de conciencia de sí mismos como
etnia y como cultura sometida, y en los últimos tiempos el inicio de una lucha
que abarca un amplio repertorio de reivindicaciones.
¿Dónde están los mapuches hoy, sean puros o mestizos, en el Alto Valle
de Río Negro? Básicamente en todas las localidades. Forman parte de los
sectores de trabajadores. Algunos trabajan en la administración pública
municipal o provincial, algunos son pequeños comerciantes o empleados de
comercio, otros trabajan en las escasas actividades secundarias y terciarias
existentes como los galpones de empaque o las agroindustrias, y en gran número
son albañiles y peones de chacras, siendo en estas últimas actividades donde
padecen la mayor explotación laboral.
Las localidades del Alto Valle, multiculturales por excelencia,
registran un elevado grado de integración política y social de los descendientes
de mapuches al nivel de los derechos consagrados constitucionalmente. Lo cual
no implica que esa integración se dé en la práctica real del ejercicio de una
ciudadanía también real ni del acceso efectivo a la distribución social de los
bienes económicos y culturales en condiciones democráticas, justas e
igualitarias, puesto que la sociedad nacional es esencialmente no democrática,
injusta y desigualitaria. De todos modos, ellos padecen en peor grado esas
condiciones reales de nuestra sociedad. Actualmente, los mapuches tienen las
mismas posibilidades de realización individual y social que tienen los pobres
no indígenas, es decir, prácticamente inexistentes. Ahora los pobres son
iguales sin importar mayormente el color, el origen, la religión, etc, a los efectos
de la dominación y explotación capitalista.
A pesar de todo, y de la constante manipulación clientelística de que
son objeto por parte de los principales partidos políticos, hoy se hallan en
mejores condiciones para encarar las luchas sociales conjuntas de todos los
pobres y sometidos, lo cual era inconcebible cien años atrás, cuando las
diferencias étnicas pesaban mucho y
dificultaban la integración social.
Si la integración socioeconómica de los indígenas es aparente, precaria
y escasa, mucho más grave, a nuestro juicio, es la situación en el plano
cultural, ya que en la
Patagonia no existe integración cultural ni justicia cultural
ni tampoco una memoria integral de la dominación y explotación del trabajo de
los pobladores indígenas y de los inmigrantes chilenos y sus descendientes por
parte de los sectores dominantes, fundamentalmente de los propietarios rurales.
Si bien éste es un tema muy amplio cuyo tratamiento exigiría un mayor
espacio, nos parece necesario anticipar nuestra opinión de que en el siglo XX
esta desmemoria de los pueblos explotados del sur americano es básicamente de tipo
socioeconómico, por más que a comienzos del siglo XX subsistieran las
consideraciones racistas de los gobiernos conservadores y algunas
colectividades europeas trajeran a estos lares prejuicios similares. En todo
caso, aquel racismo decimonónico, explicitado desde el poder como patriótica
expresión del seudo progresismo local, continúa en forma implícita, larvada y
oculta en los repliegues del pensamiento y las prácticas sociales.
En la actualidad, la autopercepción de los mapuches mestizados e
integrados en la sociedad global, que son la mayoría, y la percepción de los
otros externos respecto de ellos no es la de ser descendientes de mapuches,
sino la de ser pobres: situación que contribuye positivamente a la continuidad
creciente de su toma de conciencia para la lucha por la igualdad y la justicia
social como integrantes de una sociedad nacional en cuyo seno las identidades
se hallan en permanente construcción.
Hablamos de conciencia de los indígenas tanto como de los no indígenas.
A partir de allí, la unidad de todos los pobres en la lucha por mejorar las
comunes condiciones sociales de existencia es el camino más lógico, racional y
deseable que se pueda esperar para la transformación integral de la sociedad,
es decir, para una nueva, justa e igualitaria síntesis o simbiosis
sociocultural que convierta en causa nacional y popular las reivindicaciones de
los mapuches que todavía se encuentran organizados en comunidades.
Esto último, siempre que sea de modo tal que la unidad intercultural en
la participación y lucha por las diversas reivindicaciones de conjunto y de
cada sector no signifique ni implique el olvido o la pérdida de rasgos
específicos de la cultura particular de
ninguno de ellos, sino todo lo contrario, es decir, un renovado rescate de su pasado etnocultural y una identificación
vital con sus raíces identitarias, dentro de la cultura nacional argentina y
con carácter de patrimonio multicultural colectivo.
La patria, que no es el ente metafísico creado por los historiadores,
escritores y poetas al servicio de la oligarquía e introyectado en nuestras
mentes por el aparato educacional, sino
una metáfora de la comunidad en tiempo presente, está compuesta
mayoritariamente por argentinos pobres, para quienes a esta altura de nuestra
historia como comunidad nacional, la discriminación entre blancos, morochos,
rubios, negros, amarillos, criollos, indígenas, mestizos o europeos, deberían
ser ociosas y estúpidas.
Y esta afirmación no implica ni pretende disolver o licuar la
diversidad de orígenes, ni mucho menos subsumirla para neutralizarla dentro de
la categoría de mestizo, disolviendo y licuando consiguientemente la diversidad
cultural y las diversas memorias dominadas, como ha ocurrido en otros países de
Hispanoamérica.
IDEOLOGÍA E INTEGRACIÓN
Si se toma conciencia de que la patria es la comunidad y no el Poder,
ni su discurso histórico a través del tiempo, la unidad de los pobres es el
camino que imprescindiblemente deben transitar todos los explotados y dominados
al interior de nuestras sociedades nacionales en las diversas luchas
coyunturales de la sociedad en su conjunto, mientras simultáneamente se libra
la batalla para la transformación definitiva de la sociedad global dominante de
bases oligárquicas en una nueva sociedad democrática de bases populares[11]
que produzca la integración real de los restos de los grupos étnicos,
transculturados o no.
Por supuesto, esa integración debe realizarse en condiciones
democráticas, igualitarias, justas y solidarias, con la valoración,
reconocimiento y respeto que corresponde a cualquier grupo étnico o cultural y
a todo ser humano por el simple hecho de serlo, pero con mucha más urgencia,
firmeza y generosidad en el caso de los restos de los pueblos originarios pues
se trata de compatriotas dominados y explotados desde hace cinco siglos. Es
decir, debemos comenzar por nuestros prójimos, o sea por nuestros próximos.
En consecuencia, es en el nivel ideológico cultural de la estructura
social donde deben aplicarse los más
decididos esfuerzos para comenzar a cambiar la situación actual de los pobres,
comenzando por librar los combates liberadores de la conciencia contra las
ideologías neoliberales y neoconservadoras
oligárquicas que históricamente han sembrado entre nosotros un sentimiento
autodenigratorio, configurando lo que algunos exponentes del pensamiento
popular latinoamericano y universal han dado en llamar el complejo de
inferioridad del colonizado.
Sólo desde ese plano podrá iniciarse una efectiva y permanente política
de transformación de las actuales condiciones estructurales de la vida
política, económica, social y cultural de la sociedad nacional. Por esa razón
la educación es tan importante, siempre que se haga bien y que dé paso a las
acciones concretas que requiere ese proceso de lucha.
Hoy se sabe que el sistema educativo ha sido el principal encargado de
difundir y de reforzar aquel complejo permanentemente, valiéndose concretamente
de una historia argentina falsificada, e implícitamente de una ideología
difundida por medio de sutiles mecanismos ideológicos de deformación del
conocimiento de la realidad.
Respecto de la política historiográfica oficial, el combate por la
verdad histórica se libró éxitosamente por parte de muchas corrientes
revisionistas, y continúa librándose permanentemente.
En cambio, respecto de aquellos mecanismos ideológicos falta mucho por
hacer y la tarea es mucho más difícil pues la mentira y la falsedad son
presentadas disfrazándolas como verdades cuando en realidad son “verdades” de sentido común, presupuestos
ideológicos del sistema dominante, capitalista dependiente y oligárquico, que
terminan pareciendo naturales, indiscutibles, como es el caso de la
construcción de las diferencias de color de las personas y los estereotipos
étnicos, cuando ya sabemos que ninguna propuesta de sentido es neutral ni
inocente y siempre debemos desmontarla críticamente para dejar en evidencia no
sólo a quiénes la emiten, sino a quiénes representa, a quiénes beneficia y a
quiénes perjudica. Esto último, si partimos de concebir y ejecutar nuestra
tarea intelectual como una actividad política liberadora.
En este sentido, muchas de las acciones públicas destinadas a los
sectores indígenas, presentadas bajo un ropaje discursivo de reivindicación y
reconocimiento de derechos humanos, utilizan mecanismos ideológicos de
deformación de la verdad sobre los problemas concretos del sector, resultando
ser la mayoría de las veces expresiones del paternalismo y el gatopardismo[12]
esterilizante, conservador y congelador de la desigualdad social, ejercidos por
gobiernos nacionales, provinciales y municipales que no hacen otra cosa que
reproducir las componentes oligárquicas del Estado y el sistema.
IDEOLOGÍA, SOCIEDAD Y ESCUELA
Siguiendo este recorrido, queremos echar un vistazo a dos cuestiones
solamente, dentro de un más amplio repertorio posible, relacionadas con el
subsistema educativo.
La primera de ellas es la contradicción existente entre la actualmente
extendida asunción de la defensa de los derechos humanos a nivel de discurso
oficial y crecientemente por parte de la sociedad, por una parte, y por la otra
al hecho de seguir considerando “prócer” a quien fuera el más prominente
racista, convicto y confeso, de Iberoamérica: Domingo Faustino Sarmiento, de lo
cual sobran evidencias de su pensamiento y su acción en contra de los
indígenas, de los gauchos, de los pobres y de los débiles.
Y si bien el sistema educativo no es quien le ha creado esa falsa
estatura de prócer con tan inmerecidos honores, ha sido el divulgador y
reproductor de esa falacia. Y eso es lo que continúa haciendo actualmente.
En ese sentido, nos parece increíble que algunos dirigentes de gremios
docentes nacionales levanten la figura de Sarmiento en el presente como ejemplo
y bandera para pensar una sociedad mejor, dando por sentado que hizo muchas escuelas y que impulsó la
educación (otra exageración ya demostrada[13])
-como si fuera posible separar la condición de Sarmiento de ser sólo un animador contra el analfabetismo, y ni
siquiera el mejor añadimos nosotros aceptando el modesto título que le
confiriera Paul Groussac- abstrayéndola de su condición de teórico racista y
promotor eficiente de la liquidación de las poblaciones autóctonas de América.
Este tipo de actitudes, de pensamiento y de prácticas, es fruto de la
ignorancia de la historia real, que no es la historia oficial enseñada en todos
los niveles del sistema educativo. Sólo así se explica la paradoja de que los
docentes descendientes de indígenas continúen rindiendo homenajes, desde hace
más de un siglo, a quien fue ilustrado ideólogo y fogonero de la aniquilación
de sus antepasados.
Que estas verdades no las conozca el pueblo en su conjunto es
gravísimo, pero mucho más lo es que las ignoren los docentes, trabajadores
intelectuales con la misión de educar y formar generaciones tras generaciones
de niños y adolescentes en las cuestiones referidas a la patria, el
patriotismo, las identidades, la vida cívica, los valores y la democracia.
Por empezar, las
culturas dominadas en el pasado continúan siéndolo actualmente junto con las ya
transculturadas y explotadas económica y socialmente sin diferenciación étnica.
Son culturas que por lo general no tienen voz propia, o si la tienen no posee
la fuerza suficiente como para ser escuchada por quienes deben hacerlo, ya que
la cultura oficial dominante las ha excluido de su centro y las ha desplazado a
la zona de la periferia cultural y de la marginalidad económico social.
Históricamente sucedió así en Argentina y en el resto de Iberoamérica: su voz les fue arrebatada
violentamente antes y ahora.
En el siglo XIX, tiempo de hegemonía indisputada del seudoliberalismo
argentino, el discurso oficial de la sociedad blanca dominante referido a las
etnias autóctonas de América era claramente racista, discriminatorio y
excluyente, y se reflejaba en una consecuente política práctica en su contra.
Una vez completado el control territorial del país y el sometimiento y
marginación de los grupos indígenas sobrevivientes el discurso racista oficial
se dedicó a atender a otros destinatarios: los inmigrantes de la baja Europa y
los “rusos”, como era común referirse a los judíos por esos años. Contra ellos
se ejerció el racismo y la praxis oficial discriminatoria y represiva sin
pudores ni remilgos, sobre todo con relación a su participación en los
conflictos sociales.
Durante
el largo período de los gobiernos radicales, a comienzos del siglo XX, no
existió una posición coherente y firme de claro contenido social proindigenista
ni antirracista en las esferas oficiales como fruto de las contradicciones
ideológicas y políticas que anidaban en las filas del partido gobernante.
La bienintencionada iniciativa de Irigoyen de efectuar un
reconocimiento a España como formadora de nuestras naciones, por medio de la
creación de la efemérides del 12 de octubre, realizada con un claro objetivo
hispanoamericanista luego de más de un siglo de prédica antiespañola de origen
liberal pro británico (excepción hecha de la época de Rosas) y como respuesta a
las presiones de EE.UU. para forzar el alineamiento de los países
latinoamericanos neutrales en la Primera Guerra Mundial, no tuvo el equilibrio
necesario para rescatar la relevancia sustantiva de la cultura de los pueblos
originarios ni la existencia de mestizajes no traumáticos como el del
Paraguay ni la de un extendido
sincretismo cultural, mucho más evidente en el interior que en el litoral, ni
tampoco la historia de su exterminio. A lo cual se añadió la poco afortunada
expresión “día de la raza”, para designar dicha efemérides, debajo de la cual
se cobijaron no los liberales de la oligarquía sino los nacionalistas de
derecha, hijos putativos de aquella, quienes con deshonestidad intelectual
llevaron su hispanofilia a niveles de panegírico.
Para fines del siglo XX, al llevarse a cabo los actos del V Centenario
de la llegada de Colón, una ansiada revisión crítica del pasado pondría las
cosas en su lugar y cuestionaría severamente “la obra” española en Indias,
arrastrando a Irigoyen en sus impugnaciones por haber instituido aquella
conmemoración. Lo cual no ha sido del todo justo puesto que Irigoyen fue ante
todo antioligárquico como corresponde serlo en Iberoamérica, por más que la UCR revistara en el campo del
“liberalismo” a la violeta de Argentina y por más limitaciones y errores que
haya tenido, y aquí estamos pensando en la Semana Trágica y en
las matanzas de la
Patagonia.
En Irigoyen, nieto de india y con sangre española, se daba esa
condición de mestizo con compromiso nacional que tuvieron antes que él cientos
de auténticos patriotas en Argentina y en la Hispanoamérica
independiente, como fueron para citar los casos más relevantes entre nosotros
los de San Martín, también hijo de india y de español, y después Perón, hijo de india y con ancestros europeos
por parte de padre.
A comienzos de siglo, la oligarquía y el ejército, contraídas
defensivamente contra el avance de “los rojos” socialistas y anarquistas y
luego de los comunistas, y con un largo historial de racismo en su haber al
cual ya nos hemos referido, reflejaban por entonces las nuevas ideas y
prácticas racistas antijudías de la vieja Europa, las que ocuparían un espacio
privilegiado más tarde, durante la Primera Década Infame, no sólo en el plano
gubernamental sino también en ciertos
sectores de la sociedad civil, movilizados desde las conferencias de Lugones en
1923 en el teatro Coliseo, en contra de la inmigración (la de baja ralea, se entiende) y especialmente
de los judíos.
La llamada revolución del 4 de junio de 1943 fue realizada por
militares formados en ese ambiente corporativo de ideas corporativistas,
jerárquicas y antijudías del ala nacionalista del ejército argentino. Y si bien
el posterior gobierno peronista salido de su seno por la alianza de ese sector
y las mayorías trabajadoras del país tuvo otro signo distinto en esta materia,
sin exclusiones ni discriminaciones, al punto que las organizaciones
judías apoyaron la reelección de Perón,
ese nacionalismo popular llevaba larvado en su seno el germen del antijudaísmo
inoculado a partir del vector nazi fascista que lo integraba, proveniente del
nacionalismo elitista, y que habría de perdurar más o menos implícito en el
ejército hasta el momento de su eclosión en la experiencia nazi llevada a cabo
por todas las fuerzas armadas de la nación en el período 1976-1983, y también
en el imaginario peronista oficial hasta
el retorno a la democracia[14].
Y en cuanto a la consideración de la situación de los indígenas estuvo ausente
en los planes oficiales para la nueva sociedad proyectada.
A partir de la década de los sesentas, las tradicionales miradas
negativas sobre los indígenas en la historia argentina, que habían quedado
instaladas en el plano cultural y académico oficial, comenzaron a ser
impugnadas en esos mismos planos pero desde veredas opuestas, y fueron
perdiendo terreno tanto en nuestro país como en muchos lugares del mundo, a
tenor de los crecientes procesos de concientización y lucha de las masas contra
los factores de dominación externos e internos que se fueron produciendo en los
países coloniales y semicoloniales.
Sin embargo, ello no significó que el discurso fuera sustituido por una
acción gubernamental sistemática en beneficio de las comunidades indígenas.
Para ello habrá que esperar el retorno a la democracia, a fines de 1983, y
desde entonces los problemas indígenas (no “el problema indígena”) comenzarán a
ser tenidos en cuenta desde las esferas gubernamentales incluyendo la
participación de sus protagonistas. Mucho ha incidido en este impulso la acción
firme y sostenida de los organismos internacionales de defensa de los derechos
humanos y de los pueblos autóctonos sometidos que desde entonces han comenzado
a recuperar su iniciativa, su voluntad de lucha, y el ejercicio del derecho a pensar y a hacer escuchar su voz por sí mismos.
No obstante, a pesar de que actualmente la sociedad argentina ha
comprendido que Argentina también es Iberoamérica y no Europa (mal que les pese
a los grupos y sectores del stablishment),
y que, en consecuencia, los pueblos originarios padecen de una injusticia
histórica integral, el cambio de actitud de la sociedad blanca dominante y de
las políticas públicas respecto de los indígenas frecuentemente adolece de
errores en las acciones emprendidas.
PATERNALISMO, EDUCACIÓN,
INTEGRACIÓN
Habitualmente, quienes hablan y escriben en nuestro país, y en
Iberoamérica, sobre los grupos étnicos dominados son, como siempre lo ha sido,
predominantemente integrantes del grupo étnico dominante. Por ejemplo, en los
libros de lectura, en los manuales escolares, en los libros sesudos de los
cientistas sociales y en los diarios y revistas, los autores escriben desde su
posición de clase dentro de la sociedad blanca dominante, pues son generalmente
blancos de clase media, sin olvidar que medios de comunicación e industrias
culturales son siempre de propiedad de integrantes del grupo étnico dominante.
Por más que en la actualidad la mayoría de esos voceros –científicos,
escritores, periodistas, documentalistas, etc- expresen una actitud y un
pensamiento divergente al de sus homólogos de las épocas de la lujuria
oligárquica, de todas maneras al asumir el ejercicio de la voz en defensa de
las etnias dominadas se constituyen en Otros externos a los indígenas y
frecuentemente su voz no resulta ser igual a la voz de los indígenas así como
el pensamiento expresado no suele corresponder exactamente al de éstos últimos.
En la mayoría de esas emisiones, más allá de sus, en principio,
probables buenas intenciones, no se halla presente el yo indígena sino el de
los portavoces externos, razón por la cual no pueden reflejar la profundidad de
los propios y reales puntos de vista de los indígenas acerca de su pasado, de
su cultura y de la realidad, así como tampoco sus sentimientos, sus emociones y
la compleja sensación de ser indígena en el seno de una sociedad blanca
dominante que en su interior no es igualitaria ni justa ni democrática.
Y por más que estos mensajes se presenten como indigenistas o
proindigenistas, es decir, como proviniendo del núcleo real de la cultura y los
intereses indígenas, en la práctica no lo son. Su carga ideológica, larvada o
metamorfoseada, generalmente se corresponde con la ideología de la sociedad blanca dominante.
Hasta aquí podríamos concluir que, por su origen, esos mensajes son por
lo menos insuficientes para la comprensión de los problemas indígenas y en
consecuencia para la lucha por sus reivindicaciones. Insuficientes tal vez no
en cantidad sino en cuanto a la posibilidad de expresar en profundidad y en su
totalidad la amplitud y complejidad de
los problemas indígenas a que aluden.
Eso en el mejor de los casos, pues además de esa clase de resultados,
cada vez que algún integrante de una cultura o de una clase dominante o por lo
menos en una situación de dominancia subroga a los legítimos propietarios de
los derechos de pensar y expresar reivindicaciones correspondientes a culturas
o clases dominadas suelen producirse otros resultados que constituyen un
problema mucho más grave.
Son los que se originan en ciertos enfoques, formas de conocimiento y
de transmisión de los asuntos contenidos en dichos mensajes que terminan
impidiendo el conocimiento de la verdad verdadera al sustituirla con verdades a
medias y hasta con falacias. No obstante, como sus enunciados son presentados
con visos de rigor analítico y discursivo es muy fácil caer en la trampa de
apropiarnos acríticamente de un falso conocimiento y de naturalizarlo después.
Los defectos de esos mensajes son varios y suelen presentarse
conjuntamente, potenciando sus efectos. Entre otros, mencionaremos los
siguientes:
- La mirada
externa presenta a las diversas culturas indígenas fuera de la historia;
- no tiene en
cuenta la historia de su aniquilamiento, dominación y explotación por
parte del Poder desde la llegada de los europeos a América;
- se las
presenta aisladas de la sociedad global dominante, como culturas exóticas;
- con un
enfoque estático y cristalizado;
- fragmentando
y reduciendo su universo cultural en casilleros predeterminados con un
enfoque de anticuario, de documentación y de inventario, como hacían los
antropólogos ingleses con los pueblos del África negra en el siglo XIX;
- sin tomar en
cuenta para su estudio el comportamiento al interior de los grupos étnicos
o subculturales de variables sociales propias de la cultura dominante
presentes en su vida concreta;
- sin
considerar las relaciones entre ellas y la cultura dominante en términos
de dominación, violencia física y violencia simbólica, desigualdad social,
explotación económica, etc;
- sin
relacionar los conocimientos con las diversas mediaciones sociales
intervinientes en la trama de poder político, económico, social y cultural
en que son producidos, como son los intelectuales, los enseñantes, los
Mass Media, el sistema educativo y el político, como constructores de
significados hegemónicos, así como tampoco con las ideologías y los
presupuestos explícitos e implícitos existentes en nuestra sociedad
nacional y en el mundo;
- en la
escuela nunca se estudian los conflictos sociales del presente, el cierre de
fábricas, la desocupación, la corrupción pública y privada, el hambre y la
desnutrición infantil, las huelgas y las protestas sociales, ni los
sueldos miserables que reciben los peones en las chacras, es decir, esos
trabajadores por lo general chilenos y/o mapuches cuyos hijos tienen que
estudiar en el aula, de la forma más arriba señalada, un fenómeno social
llamado discriminación.
La utilización de tales procedimientos devienen en un discurso tramposo
y deshonesto del asunto en cuestión, pues en él se ha producido un contrabando
ideológico, omitiendo, reduciendo o distorsionando la verdad y produciendo un
constructo irreal, una construcción intelectual falsa que suele convertirse en
una machietta, y que por lo tanto
deja fuera de foco los problemas fundamentales y actuales de esos grupos
dominados, o bien concluye creando o reforzando estereotipos o tipos ideales,
tanto con carga negativa como mítica al estilo del “buen salvaje” de otros
siglos.
Tanto los productos intelectuales como las acciones gubernamentales, y
entre éstas especialmente las educativas, presentan casi siempre estas formas
de conocimiento y de discurso sesgado, atrofiado y distorsionado.
Uno puede preguntarse por qué ocurre. Y las respuestas pueden ir desde
un ingenuo“no se dan cuenta” (pues no
tienen criticidad para conocer la realidad ni para criticar el fruto de sus
trabajos) hasta una estrafalaria teoría conspiracionista: “lo hacen ex profeso” (pues están al servicio de la dominación).
Ambas clases de respuestas tienen largo andamiento en nuestra realidad y en
nuestra historia pero si bien pueden representar algún grado de verdad no
contienen toda la verdad.
Lo cierto es que todo trabajador intelectual y todo ser humano en uso
de sus facultades intelectuales, piensa y actúa con supuestos ideológicos
internalizados que no se hacen totalmente presentes a su conciencia. Por eso,
es exagerado atribuir en bloque a los intelectuales –aun descontando honrosas
excepciones– la condición de mercenarios, pues la mayoría de ellos obran con el
convencimiento de ser honestos intelectualmente y de no hacer concesiones.
Pero, si bien no son culpables por acción, consideramos que sí lo son
por omisión de criticidad en su tarea, aunque sólo sea en parte. Razón por la
cual es legítimo enjuiciar su tarea a la luz de la responsabilidad social que
les cabe como intelectuales al tener la posibilidad de influir sobre la
conciencia de los demás. Esto ya ha sido hecho anteriormente en muchos lugares
del mundo pero se ha olvidado últimamente, acorde con la tónica de los tiempos
que corren.
Y aunque suspendamos provisoriamente un juicio en ese sentido, mucho
más útil es preguntarnos a quién
beneficia esa clase de productos intelectuales que a veces hasta pueden
expresar la verdad, pero no toda la verdad, como corresponde a un verdadero
intelectual con responsabilidad social por su tarea y con compromiso militante
con la verdad y la justicia, que es como se debe definir críticamente a un
intelectual. Y la respuesta es muy sencilla: al sistema social capitalista constituido
sobre bases oligárquicas, es decir, basado formalmente en los valores del
liberalismo político pero en la práctica real sustentado en la dominación
permanente y creciente de una subclase conservadora como es la oligarquía en
sus actuales modalidades de existencia y de pequeños grupos y agencias con
poder político, económico, social y cultural, los cuales ejercen su dominación
y explotación sobre amplias capas de la sociedad de Argentina y de Iberomérica.
El ejemplo más cercano y contundente es la enorme rentabilidad política
y económica que ha representado para la
oligarquía argentina la construcción de una historia falsificada, puesta
enteramente a su servicio y no al de la nación. En este caso, la “verdad”
histórica se impuso por la violencia de los hechos y de las aulas creando
dogmas y mitos sacrosantos. Una vez que la memoria colectiva se aleja de los
hechos reales, por el paso del tiempo y por el constante machaque oficial, los
dogmas parecen verdades, se naturalizan y terminan convirtiéndose en mitos que
son creídos y transmitidos de generación en generación. Pues bien, el resultado
es el mismo cuando en lugar de estudiar el pasado pretendemos conocer las
culturas indígenas actuales de nuestro país.
PATERNALISMO INDIGENISTA
Anteriormente hemos calificado como gatopardista
el accionar de algunas agencias gubernamentales que operan sobre los
problemas relacionados con las comunidades indígenas. Ahora añadiremos la
caracterización de paternalismo para
algunas de sus prácticas relacionadas con el pensar y actuar la integración de
los indígenas, con la aclaración de que el paternalismo también suele ser ejercido con frecuencia por los
intelectuales, sobre todo en esta materia, y además por otros trabajadores
intelectuales como son los educadores, y por la escuela misma finalmente.
Entre nosotros, ¡quién no ha leído o escuchado alguna vez la famosa
frase “Nuestros hermanos los indios”,
que es todo un cliché habitualmente
presente en textos escolares, en las curriculas de la escuela primaria y en el
cuaderno de los alumnos!
Los autores de libros y manuales, las autoridades educativas que
elaboran los lineamientos curriculares y los docentes, creen sinceramente que
al utilizar esa frase están contribuyendo a la lucha contra la desigualdad y la
discriminación social.
Nada más lejos de la verdad. Ni esa frase ni otras por el estilo son
inocentes ni ingenuas. Por el contrario, cumplen una función muy triste sobre
todo cuando son empleadas en los ámbitos educativos: sirven para engañar al
lector, o sea el docente y el alumno, y para distraerlos del camino hacia la
verdad en los asuntos sobre los que se dice querer enseñar.
El paternalismo, en este ejemplo, nace por el hecho de hablar y
escribir sobre los Otros Dominados, en forma favorable a ellos pero desde la
cultura dominante, en cuyo núcleo ideológico se sitúa la escuela y el docente
que cumplen una función precisa y
determinada en línea con los fines que inspiraron la creación del aparato
educativo del Estado.
Cuando la escuela, el libro, el maestro, hablan de una cultura
dominada, lo hacen desde su propia mirada, su ideología y sus intereses de
clase, las más de las veces no explicitados ni concientes. Su punto de
observación es el de la centralidad del sistema dominante, condensado en su núcleo
de valores hegemónicos, considerados representativos de la totalidad social,
desconociendo u obviando la historia de su contradictoria construcción y la
existencia de otros actores y otros puntos de vista legítimos pero en
condiciones de subordinación a aquél.
La institución escuela expresa al sistema global al ser fruto del
mismo, al ser un instrumento para sus fines. Ella toma la iniciativa de hablar
y de actuar, como otras instituciones públicas, sobre los Otros Dominados,
fundamentalmente porque tiene la facultad para hacerlo. Pero esa misma facultad
le ha sido y le es privada, retaceada y hasta impedida, según los casos y las
necesidades del sistema, a sus legítimos propietarios.
El ejercicio de esa facultad aparece encubierto por buenas intenciones,
buenos sentimientos y valores altruistas, igualitarios, etc, pero de hecho
entraña una minusvaloración de aquellos a quienes se sustituye en el ejercicio
de su expresión y en la toma de decisiones que tienen que ver con ellos mismos
y con sus relaciones con la sociedad global.
En última instancia, como concesión forzada, aunque difícilmente
gratuita, el sistema dominante puede llegar al extremo de aceptar oficialmente
que los Otros Dominados se expresen sobre sí mismos y tomen decisiones por sí
mismos en algunos asuntos muy acotados de sus realidades particulares, pero
nunca permite ni permitirá que puedan hacerlo -como sería lógico y natural en
un contexto sociopolítico realmente democrático- que lo hagan respecto de la
sociedad global que ellos también integran. Es algo así como lo que sucedía en
el feudo medieval: el siervo podía decidir por sí mismo qué hacer con la exigua
porción de tierra de mala calidad que su señor le había destinado para su
manutención y la de su familia, pero en la extensa y feraz extensión correspondiente a aquél, que él
laboraba como bestia de carga la mayor parte del tiempo, debía abstenerse de
pensar, de opinar y de actuar por sí mismo.
Esa minusvaloración de los grupos y las culturas indígenas tiene como
presupuesto que ellos no están en condiciones de asumir sus derechos políticos
y culturales con representatividad colectiva.
Obviamente que pueden hablar individualmente, tienen para ello los
mismos derechos constitucionales de igualdad que el resto de los habitantes.
Pero para los asuntos étnico-culturales es la sociedad blanca dominante la que
toma a su cargo su “defensa” frente a las condiciones adversas que se les
presentan en su relación con los no indígenas. Y también decide su
“integración” en los términos y con los alcances y límites que ella define
desde el núcleo ideológico de valoraciones e intereses del sistema. Es decir, actúa con ellos como un padre
generoso que se ocupa de sus hijos en tanto no están en condiciones de valerse
por sí mismos hasta llegar a su mayoría de edad. O más bien, como su tutor “natural”.
En la escuela, los niños estudian a los indígenas como un objeto
cultural exótico, no como algo que está presente en sus vidas al punto que
muchos niños llevan apellidos indígenas pero sus maestros hacen silencio sobre
ese hecho, pues parten de que la condición de indígena o descendiente de ellos
no es un valor cultural digno de aprecio sino todo lo contrario. Como ejemplo,
vaya la siguiente triste anécdota:
En 1986, en una reunión provincial de profesores de ciencias sociales
del nivel medio, una joven profesora rionegrina replicó flamígeramente a otro
profesor, “¡cómo le vas a preguntar a un
chico si tiene ascendencia indígena... lo estás humillando!”. Lo que ese
profesor había contado era su experiencia de utilizar abordajes didácticos
diferentes al estudiar la historia local y los valores democráticos, valiéndose
del recurso de hacer reconocer a sus alumnos los apellidos de los
adjudicatarios de viviendas de los planes provinciales que publicaba el periódico
regional. Les hacía reparar en las características fonéticas de los apellidos
de origen español, italiano, alemán y mapuche, con la finalidad de estudiar la
identidad multicultural de nuestras localidades a lo largo de la historia. Pero
según los presupuestos básicos de esa profesora, tener ascendencia mapuche es
motivo de humillación, y peor aún si se menciona en público, por lo cual
supongo que admitirá que los niños descendientes de mapuches puedan hablar de
“eso” con sus padres, fuera de la presencia de extraños y en voz baja...
Coincidente con lo anterior es el siguiente caso: cuando recientemente
un historiador argentino[15]
publicó un libro aportando las pruebas de que San Martín era hijo de don Diego
de Alvear -y por lo tanto hermanastro de Carlos María- y de una india guaraní
(lo cual no era nada novedoso pues en vida de San Martín la sociedad porteña
rumoreaba al respecto y lo intuía por sus facciones despreciándolo por ello),
los docentes de todo el país se sintieron asombrados y optaron primeramente por
dudar de la veracidad de esa información que la televisión difundía
constantemente en entrevistas al autor. En nuestra pequeña escala local
innumerable cantidad de docentes en ejercicio (sobre todo de la escuela
primaria) y otros próximos a serlo nos preguntaron si “eso” se podía mencionar
a los alumnos. Un ex maestro jubilado que en sí mismo lleva evidentes rasgos de
ascendencia indígena, pletórico de santa indignación por el sacrilegio cometido
contra el prócer arremetió contra el historiador y contra su trabajo, desde las
páginas de una pequeña publicación local, calificándolos de ave de carroña y de
libelo difamatorio, respectivamente. Más allá de lo anecdótico, lo grave es
que, hasta el presente, la condición mestiza de San Martín es ocultada en las
escuelas y se continúa mencionando que es hijo de Don Juan de San Martín y de
doña Gregoria Matorras del Ser.
Otro ejemplo en el mismo sentido, es decir, del prejuicio racial y
social, es que cuando llega la fecha del aniversario de la localidad suele
invitarse al aula para dialogar con los alumnos sobre “aquellos viejos tiempos”
exclusivamente a viejos colonos europeos o a sus descendientes, y sólo
excepcionalmente a alguien de origen mapuche, chileno, o simplemente criollo,
como si éstos no hubieran estado presentes en la historia de nuestros pueblos.
En el caso particular de Villa Regina, en 1924, fecha de su fundación,
no había indígenas, pero sí abundaban chilenos y criollos que trabajaron
esforzada y parejamente desde entonces en las chacras junto a los italianos
inmigrantes que habían llegado siendo tan pobres como ellos. Hoy, ochenta años
después, la mayoría de los descendientes de aquellos italianos son propietarios
capitalistas enriquecidos y los descendientes de los chilenos y criollos siguen
trabajando para ellos en las chacras o en las numerosas empresas que aquellos
poseen, integran las barriadas marginales de la ciudad y siguen estando abajo
en la escala social y seguramente lo estarán también sus descendientes en el
futuro. Sin embargo, esta situación
injusta no ha merecido ningún recuerdo historiográfico crítico y lo que es
peor, ningún anclaje en la memoria colectiva de la sociedad local.[16]
Lo anterior, para el caso de localidades con descendientes de mapuches,
se observa claramente en las escuelas de la Línea Sur , donde existe
la costumbre de rescatar privilegiadamente como pioneros merecedores del
reconocimiento y agradecimiento de la posteridad, a los descendientes de
sirios, libaneses y europeos, olvidando a los mapuches que poblaban la zona
desde mucho tiempo antes de la llegada de aquellos y cuyo destino fue ser
siempre mano de obra barata de los propietarios rurales de esos orígenes.
Constituye un clásico en el tratamiento de estos temas la referencia a
que los manuales y los libros de lectura de la escuela primaria y los libros de
texto de los colegios secundarios leídos en las diversas regiones de nuestro
país presentan invariablemente imágenes de los habitantes de Argentina
realizadas en base a los patrones de representación de los hombres blancos
occidentales.
Por más que, por razones históricas, en nuestro país el color
predominante de la tez de sus habitantes sea el blanco de origen europeo,
extensas regiones del mismo como son las del norte y centro tienen
predominancia de habitantes con pieles oscuras, indígenas o mestizas. Por otra
parte, por razones de movilidad geográfica en el pasado y en el presente, gran
cantidad de esos pobladores también habitan las regiones que más recibieron el
aporte inmigratorio europeo. Entonces, cabe preguntarse por qué se elige para
los libros que circulan en el sistema educativo nacional una imagen de hombres
y mujeres con un determinado color de piel. ¿Acaso el blanco es un color
neutral?, ¿o una ausencia de color que se hace evidente por contraposición a la
utilización de la expresión “hombre de
color” para referirse a un negro?
El ejemplo precedente nos da pie para decir que las expresiones
eufemísticas tampoco son inocentes en la mayoría de los casos. Precisamente, el
significado de eufemismo[17]
(“Manera de expresar suave o
decorosamente ideas cuya recta y franca
expresión resultaría dura o malsonante”) sirve a nuestros propósitos. Quien
no se atreve a pronunciar los términos negro, aborigen o judío, y los reemplaza
por la ya mencionada hombre de color, por
natural o hebreo, respectivamente, parte del supuesto de que aquellos son
hirientes u ofensivos y lo que en realidad está haciendo es confirmar su
supuesto carácter denigratorio que sólo existe en la mente de quienes
discriminan. Más claramente, quien así obra discrimina.
Análogamente a los ejemplos anteriores, en las escuelas argentinas de la Patagonia es frecuente
que los docentes sientan pudor de preguntar a algún alumno si es chileno. La
historia del tradicional y generalizado uso de ese gentilicio en nuestro país,
al igual que los otros términos ya mencionados, con sentido discriminatorio y
ofensivo ha terminado por naturalizar el supuesto de que ser chileno, negro,
indígena o judío es un desmedro, una condición inferior.
Como vemos, la discriminación opera no sólo al nivel del discurso
explícito, es decir, de aquello que se expresa visual o lingüísticamente,
hablando del presente, y como memoria oficial respecto del pasado, sino también
por medio de lo que se calla o se oculta y de la desmemoria u olvidos
oficiales.
Veamos otro caso similar ocurrido hace un par de años en Río Negro: una
madre chilena fue a hablar con la maestra de su hijo porque tanto sus
compañeros de aula como los demás alumnos de la escuela se burlaban
constantemente de él debido a que su apellido era Concha, un apellido muy común
en Chile así como en España es un tradicional nombre de mujer o un diminutivo
de Concepción, pero que en Argentina representa la más popular de las
denominaciones de la vulva y la vagina. La pobre madre le dijo a la maestra que
su hijo lloraba y no quería ir más a la escuela y le pidió que hiciera algo
para terminar con ese comportamiento. La respuesta de la docente fue la
siguiente: ¡Pero, señora... usted lo que
tiene que hacer es cambiarle urgentemente el apellido a su hijo!
No conozco otro caso más cruel de herir y humillar a una madre, a un
hijo, a un padre, y a la vez a un alumno de una escuela argentina y a una
familia extranjera radicada en nuestro país, que el de esa maestra.
En lugar de educar a los alumnos de su grado y de su escuela para
cambiar su comportamiento discriminatorio, la maestra cohonestaba su conducta y
el culpable resultaba ser el niño chileno por ser portador de apellido. La
“solución” de la maestra, una de las caras de la institución escolar, era que
su alumno renunciara a uno de los componentes de su identidad como es el
apellido. Identidad que no es sólo legal sino fundamentalmente histórica,
social y moral. Su respuesta se compadecía totalmente con aquella tradicional
prohibición racista y discriminatoria de ponerle a los recién nacidos nombres
del acervo cultural indígena, hoy felizmente desaparecida en nuestro país.
¿Me pregunto cómo se podrá hacer desaparecer el dolor de aquella
familia ante la definición implícita de una maestra, pero también de una
escuela, de un sistema educativo provincial y de un Estado nacional a quienes
aquella representa, que consideran que el apellido de un ser humano es reputado
despreciable y merecedor de burla y escarnio?
Es evidente la inferioridad atribuida a todo lo autóctono y la
superioridad de lo europeo, blanco y católico, en el imaginario social
constantemente reproducido por la escuela, por otras instituciones y por las
políticas públicas. Esa constante construcción y reproducción falsa del pasado
y de la realidad se canaliza a través del discurso y de las prácticas sociales
y se consolida en la mentalidad colectiva como estereotipos y representaciones
negativas de los Otros Dominados que permanecen fuertemente arraigadas con el
paso de los años.
Por supuesto, esta negatividad de la mirada no se aplica solamente a
las grupos y culturas indígenas o a sus descendientes. También opera respecto
de otros inmigrantes de países vecinos, además de los chilenos, como es el caso
de los peruanos, los bolivianos, los paraguayos y los uruguayos, los cuales
tienen en su biotipo claras señales de su ascendencia indígena, ya sea pura o
mestizada. En este último caso no la pasan mejor, la cultura dominante también
los ignora y desvaloriza asimilándolos a la condición de “indios” cuando en
ellos la vertiente genética europea ha sucumbido frente al desmedro que
representa para la conciencia de aquella la dominancia de la otra, la
autóctona. De allí que a todos ellos les hayamos inventado motes como los de
“chilotes”, “perucas”, “bolitas”, “paraguas”y “charrúas”, que no son fruto de
un inexistente gracejo nacional sino de nuestro proverbial sentido de
superioridad, por lo demás ya conocido en casi todo el mundo.
Puestos a vilipendiar a España, a su cultura, y a los aspectos
positivos de su presencia en América -que sin dudas los tuvo-, el injerto
europeo de los tres siglos de Indias españolas no satisfizo a los liberales de
la segunda mitad del siglo XIX pues el tronco genético resultó ser la vertiente nativa americana[18];
y los mestizos, de piel oscura frente al español, tiraban para la tierra, para
los de abajo y para los del interior, en lugar de hacerlo para Europa, para los
de arriba y para los de la ciudad de las luces, la inefable Buenos Aires.
El desencanto de los “Organizadores” se inclinó por lavar esas pieles
oscuras en el torrente de la inmigración europea promovida inmediatamente. Pero
cincuenta años más tarde, tendrían otra desilusión pues no habían venido los
rubios de ojos celestes del mundo anglosajón, pobladores de ciudades
cosmopolitas, ilustrados y con abundantes capitales sino los pueblos pobres, en
su gran mayoría analfabetos o semialfabetizados, con mezclas de sangres moras y
eslavas (consideradas inferiores por los de la alta Europa y en consecuencia
por la oligarquía vicaria), provenientes en su gran mayoría de la baja Europa
rural.
En la escuela, esa mirada respecto de los países vecinos, instalada
como presupuestos ideológicos de los que parten el aparato educativo y los
propios docentes, se expresa en la distancia entre el discurso meramente
declarativo, “generoso”, integracionista hacia el mundo entero, y las políticas
efectivas respecto a los países de Iberoamérica, lo que no hace sino reflejar
el mismo fenómeno que se produce al interior de la sociedad argentina.
La ya mencionada convocatoria universal del Preámbulo de la Constitución de 1853
no fue realizada pensando en nuestros vecinos, nuestros hermanos de sangre y de
cultura, sino en los europeos anglosajones. Desde entonces, los inmigrantes
sudamericanos han sufrido un destino parejo al de las culturas indígenas
nacidas en suelo argentino: todos ellos son representados como un “problema” al
interior de la sociedad dominante, en términos
de diferencias, desviaciones y amenazas.
En la construcción de los Otros el pensamiento opera habitualmente por
medio de estereotipos, categorías y prejuicios, conducentes a su percepción
devaluada, negativa, punto de partida de las prácticas discriminatorias. La
escuela, los medios de comunicación, sobre todo la televisión, los cientistas
sociales, los libros, pero también la familia y la calle difunden esos
presupuestos socializando a la niñez desde sus primeros años, contribuyendo así
a la producción y reproducción del prejuicio y las prácticas discriminatorias.
Ciertamente, las actitudes racistas se basan en buena medida en razones
psicológicas al fundarse en reacciones de miedo ante la diversidad y la
incomprensión de lo desconocido. De allí nacen los prejuicios, los rechazos,
los sentimientos de odio y las actitudes violentas para con quienes vienen a resultar peligrosos
y amenazantes para el Nosotros. Esas reacciones son el resultado de una larga
historia de construcciones de identidades al interior de las tramas de
relaciones sociales de dominación en todas las escalas.[19]
Son los libros escolares, el cine y la televisión, con sus textos, sus
imágenes y sus cánones estéticos, los vehículos más importantes para la
formación de las creencias y el conocimiento oficial del mundo por parte de los
niños, siendo su núcleo ideológico la concepción etnocéntrica y eurocéntrica.
Ésta no es una mera e inocente posición o corriente de pensamiento, sino un
resultado y un instrumento de la dominación histórica mundial, ejercida
inicialmente por algunos países europeos sobre los de otros continentes a
partir de la primera mundialización, a comienzos de la edad moderna,
agregándose otros centros de dominación a partir de la etapa de la división
internacional del trabajo. Fue entonces cuando aquellas concepciones fueron
asumidas como propias por las oligarquías vicarias de los países
latinoamericanos en términos de raza, clase, religión, nacionalidad y género a
los fines de la producción y reproducción dentro de sus países del modelo
mundial dominante
Esa concepción incluye en sí también al modelo de civilización
cristiana, consustancial a ella, el cual también se debate en una querella
permanente de tipo religioso con otras confesiones y cosmovisiones que en la
práctica son percibidas por los alumnos con notas diferenciales, problemáticas,
negativas en suma, como son las religiones orientales o el Islam. Y aun dentro
del mismo tronco cristiano, esa concepción dominadora se expresa en forma
similar respecto de toda otra confesión religiosa que no sea el catolicismo,
considerado religión e iglesia oficial de casi todos los países
latinoamericanos. Con lo cual estamos
orillando el problema de la discriminación por razones religiosas.
Culturas y religiones que no sean las del Nosotros, son las de Ellos.
Pero no sólo se considera (se construye) como diferentes a sus creaciones
culturales sino a ellos mismos, sus portadores. Quien sustenta productos
culturales inferiores ha de ser, en esta lógica, un inferior. Lo cual es
aprendido por el Nosotros como menos inteligentes,
menos capaces, atrasados, sin espíritu de
progreso, viciosos, etc.
Cuando los Otros (indígenas, mestizos y blancos) son pobres, sean
nacidos en nuestro país o en los países vecinos, constituyen otro problema para
el Nosotros de la sociedad dominante, que se
considera absolutamente inocente
respecto de la pobreza de Ellos, la cual es considerada como propia de sus
estirpes, como un mal endémico o una patología que se lleva en la sangre de
generación en generación, ocultando que todos los grupos dominados han sido y
son explotados desde hace siglos, por lo menos en nuestro país, por miembros de
la sociedad blanca aunque tengan en común con ellos la piel blanca, la religión
católica o la nacionalidad y que seguirán siendo pobres sin remedio mientras
exista una élite dominante.
Así, es frecuente escuchar a grandes y chicos en la calle, en las
escuelas y colegios, expresiones del tipo de “los chilenos vienen a sacarle
el trabajo a los argentinos”, ¡a Nosotros que hemos sido siempre tan
generosos con los extranjeros y mirá cómo nos pagan!, cuando lo real e
incontestable es que entre Nosotros los inmigrantes chilenos han constituido
desde hace más de un siglo la mano de obra barata explotada por los dueños de
establecimientos rurales, de fábricas y talleres, y de casas de familia. Y lo
mismo puede decirse de los inmigrantes del resto de los países vecinos en las
correspondientes zonas de nuestro país donde se han concentrado.
Cuando éste es el tenor de los discursos del Nosotros es porque ya nos
sentimos frente a la amenaza que
Ellos representan para nuestra cultura, nuestro país, nuestra provincia,
nuestra localidad, nuestro barrio y nuestra familia, pero fundamentalmente para
nuestra seguridad, nuestro bienestar y nuestra riqueza. ¡Como si entre Nosotros
estos bienes sociales estuvieran armoniosamente distribuidos! Es entonces
cuando se escucha: “¡Hay que hacer algo
al respecto porque si no acá todos vamos a ser chilenos muy pronto!”
Fue en ese contexto que se produjo en la provincia de Neuquen, pocos
años atrás, el aberrante hecho de que las autoridades provinciales prohibieran
a una alumna del nivel primario, nacida en Chile, que fuera abanderada de su
escuela. Hubo quienes apoyaron esa medida basándose en “razones” de patriotismo, otros en la falta de reciprocidad hacia
los alumnos argentinos por parte de los establecimientos educativos chilenos y
otros lo hicieron fundados en que las leyes están para ser respetadas.
Ese presunto patriotismo argentino invocado en esa ocasión representa
una versión oligárquica de la idea y el sentimiento de patria, muy diferente a
la versión popular y latinoamericana; y que la falta de reciprocidad de otros
países es insuficiente para impedir la generación de una práctica igualitaria
respecto a la condición de abanderado en las escuelas, la cual debe inscribirse
en el desarrollo permanente de un espíritu y una vocación humanista universal;
y respecto de las leyes hay que decir que ellas deben estar al servicio de los
hombres y los pueblos y no éstos al servicio de aquellas. Por último, todos
deberíamos sentirnos llenos de gozo de que un alumno de cualquier nivel del
sistema educativo que haya nacido en el extranjero merezca ser abanderado de
una escuela argentina, pues sería una prueba de que nuestras declaraciones latinoamericanistas
se corresponden con la práctica aunque sea en un asunto tan sencillo como
éste.
Sólo puede ser atribuido a la falta de conciencia histórica, social y
política, que haya argentinos pobres que se identifiquen con ese Nosotros
aparentemente neutral y se sientan nacionalistas y patriotas contra Ellos, los
pobres de los países pobres vecinos. Pero no debería extrañar tal estado mental
si recordamos que en la década de los 90´s abundaban los argentinos que no
siendo pobres e integrando el Nosotros se expresaban en similares términos
respecto de los inmigrantes pobres, y por extensión hacia sus países de origen,
no teniendo el más mínimo pudor en soñar y hasta predicar a favor de un nuevo
status de “americanos” (yanquees), dispuestos a renunciar a la soberanía
nacional y hasta a la nacionalidad argentina si fuera necesario, imitando en
esto a Sarmiento, mientras remaban para allá en los tiempos de la
convertibilidad 1 a
1.
Resumiendo, el tema escolar “Los inmigrantes” se estudia en forma reificada,
congelado en la visión de la inmigración europea de fines del siglo XIX y
comienzos del XX, cuando en realidad los inmigrantes sudamericanos siguen
arribando a nuestro país constantemente. Pero para éstos no se aplica el
reconocimiento de pioneros del presente en una Argentina semivacía, como si
ellos no trabajaran y no hicieran ningún aporte a la sociedad del Nosotros.
Razón por la cual algunos de sus integrantes más conspicuos protestan porque
los chilenos reciben viviendas de los planes provinciales o ayudas de
emergencia por parte de las municipalidades. Es que con los inmigrantes pobres
nos olvidamos del Preámbulo y de nuestro
civilizado espíritu cosmopolita.
En cambio, tratándose de los indígenas, ¡Nosotros les tendemos la mano,
los ayudamos! ¡Nosotros somos los buenos, los caritativos, los solidarios, pues
ellos necesitan nuestra ayuda para
llegar algún día a ser como Nosotros! ¡Nosotros los queremos integrar y
paradójicamente a veces ocurre que no se dejan...! ¡Actuamos con ellos como el
buen samaritano, porque nace de Nosotros, de nuestro espíritu generoso, pues sabemos que no tienen las mismas
herramientas culturales que nosotros, ellos están un poco más abajo que
Nosotros pero incluso los preferimos antes que a los chilenos pues por lo menos
han nacido en nuestro país...!
Lo que acabo de describir con ironía en el párrafo precedente y que
hasta resulta grotesco y triste a la vez, suele ser identificado actualmente
como una muestra de “espíritu solidario”, “fraternidad” (“nuestros hermanos los
indios”, no un componente de Nosotros sino una zona próxima que nos viene de
arrastre: Ellos). Este pensamiento internalizado, el correspondiente discurso
oficial y las prácticas oficiales consiguientes son las herramientas que se
emplean para la búsqueda de la “integración” (¡...!).
Pero la integración no es tal sino cuando se lleva a cabo en
condiciones que aseguren el paso de una comunidad, de una cultura o de un grupo
étnico o social, desde una situación anterior reputada como injusta, no
igualitaria, no democrática y habitual objeto de gatopardismo (como ha ocurrido
con otras experiencias históricas de integración de los indígenas en las
naciones hispanoamericanas independientes), a una nueva sociedad que sea todo
lo contrario (lo cual no es el caso de Argentina), y donde todos los seres
humanos puedan realizarse integralmente como personas, es decir en su plena
dignidad, compartiendo solidariamente la existencia con todos.
Los pueblos indígenas y sus descendientes transculturados aspiran al
respeto real por sus diferencias y al mismo tiempo a la igualdad de
oportunidades concreta -y no meramente declarativa- que les corresponde como
seres humanos, por ende como derechos humanos, tanto para el acceso al
bienestar material como para la toma de decisiones en los espacios públicos.
La educación que se imparte en las escuelas en contra de la
discriminación de los indígenas es una falacia toda vez que la escuela ha
discriminado no sólo a ellos sino a todos los Dominados y de todas las formas
posibles y lo sigue haciendo de otras maneras. En consecuencia, se demuestra la
hipocresía del sistema dominante que en un tema tan sensible como el de los
derechos humanos actúa como lo hace el tero: pega el grito en un lado y pone
los huevos en otro, porque al obviar otras modalidades del ejercicio de la
discriminación las perpetúa, y porque la eficacia del conocimiento no es
suficiente para modificar los comportamientos sociales. Y si no repárese en la
paradoja de que por la escuela argentina pasaron tanto los genocidas del
período 76-83 como sus víctimas.
Por todo lo dicho, consideramos que es necesario reflexionar sobre
estos temas desde nuestra condición de docentes pues la educación no está
pensada para terminar en el aula o en la escuela, sino para difundir sus beneficios
en toda la sociedad, siendo el principal de ellos su potencial carácter de arma
para la lucha no violenta y democrática para la construcción de una existencia
mejor que la presente.
Pero debemos hacerlo críticamente, sin seguir modas intelectuales
adoptadas automáticamente porque vienen “de arriba” o porque somos fetichistas
de la letra impresa: “si está en el libro por algo será...”
Si así procediéramos podríamos iniciar el camino para desaprender el
racismo implícito, los prejuicios y las prácticas discriminatorias que todos
hemos aprendido en la calle y en la escuela y podríamos empezar a cortar la
cadena de su reproducción, a la que hemos sido condenados por la oligarquía y
sus gerentes.
***[20]
NOTAS
[1] “El 8 de junio [de 1810] fueron a la Real Fortaleza los
oficiales naturales indios que hasta aquí habían servido agregados a los
cuerpos de castas de pardos y morenos, y recibiéndolos la Junta se les leyó a su
presencia por el secretario la orden siguiente: “La Junta no ha podido mirar con
indiferencia que los naturales hayan sido incorporados al cuerpo de castas,
excluyéndolos de los batallones españoles a que corresponden. Por su clase, y
expresas declaratorias de su Majestad, en lo sucesivo no debe haber diferencias
entre el militar español y el militar indio: ambos son iguales, y siempre
debieron serlo, porque desde principios del descubrimiento de estas Américas
quisieron los Reyes Católicos que sus habitantes gozasen los mismos privilegios
que los vasallos de Castilla”.
(JUSTO, Liborio, Nuestra patria
vasalla).
2 “...
porque seamos justos con los españoles. Al exterminar a un pueblo salvaje cuyo
territorio iban a ocupar, hacían simplemente lo que todos los pueblos civilizados hacen con los salvajes, lo que la colonia
efectúa deliberadamente o indeliberadamente con los indígenas, absorbe,
destruye, extermina. Si este procedimiento
terrible de la civilización es bárbaro y cruel a los ojos de la justicia
y de la razón es, como la guerra misma, como la conquista, uno de los medios de
que la providencia ha armado a las diversas razas humanas, y entre éstas a las
más poderosas y adelantadas, para sustituirse en lugar de aquellas que por su
debilidad orgánica o su atraso en la carrera de la civilización no pueden
alcanzar los grandes destinos del hombre
en la tierra. Puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones
nacientes, conquistar pueblos que están en
posesión de un terreno privilegiado; pero gracias a esta injusticia, la América , en lugar de
permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada hoy
por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la más bella y la más progresiva de las que
pueblan la tierra; merced a estas injusticias, la Oceanía se llena de
pueblos civilizados, el Asia empieza a moverse bajo el impulso europeo, el
África ve renacer en sus costas los tiempos de Cartago y los días gloriosos de
Egipto. Así, pues, la población del mundo está sujeta a revoluciones que
reconocen leyes inmutables: las razas fuertes exterminan a las débiles, los
pueblos civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los salvajes”.
(Sarmiento en El Progreso (Chile), el 27 de septiembre e 1844).
[3] “SAHIHUEQUE.
“El cacique [tehuelche] Casimiro tenía una
pequeña bandera argentina, y fuera donde fuese, al celebrar una reunión de cualquier índole, clavaba el
asta de su banderita en la tierra, como significando que él era argentino
y las deliberaciones eran presididas
por la insignia azul y blanca.
Cuando un día Sahihueque vio la bandera
de Casimiro, sus ojos se entrecerraron y su corazón comenzó a latir ansiosamente, impelido por un tremendo
anhelo. Así, poco tiempo después, al encontrarse con el sargento mayor Mariano
Bejarano, describiendo la bandera que había visto en manos de Casimiro,
Sahihueque pidió:
— Decile a tu gobierno que yo también quiero
una bandera, pero tiene que ser más
grande que la de Casimiro.
— ¿Más grande? ¿Y por qué más grande? –quiso saber, extrañado, Bejarano.
— Porque yo soy más argentino que él.
De este increíble sentimiento de
argentinidad, de amor a la patria, si se quiere, da cuenta el mismo
Bejarano, describiendo en su “Diario de
viaje” [...] un episodio del que fue testigo [...]. en las tolderías del
Caleuvú, cuando llegó una patrulla militar chilena. Le explicaron: durante el
invierno anterior, la gente de Sahihueque había prestado ayuda a un grupo de
soldados chilenos, evitando que murieran helados en la cordillera. Para
expresar su agradecimiento, el jefe militar de Valdivia, Cnel. Serrano, de
Osorno, además de otros regalos, enviaba dos hermosas banderas chilenas con
destino exclusivo al cacique.
Sahihueque las miró, sacudió la cabeza, y dijo:
— Devolvele estas banderas a tu coronel.
Decile que Sahihueque no las va a aceptar. Sahihueque es argentino.”
(CASTANY, Ernesto, Valentín Sahihueque. Cacique argentino. En Todo es Historia, Nº 136, pp.76-77).
“CARTA DE MANUEL NAMUNCURÁ AL
DIARIO LA PRENSA ,
EL 30 DE ABRIL DE 1908, A
LOS 97 AÑOS DE EDAD.
“Me es doloroso recordar lo que
se tiene por famosa conquista de la pampa, en cuya virtud los míos fueron
desalojados de las Salinas Grandes, donde se deslizó mi niñez, viendo dirigir a
mi malogrado padre, el general Juan Calfucurá, a cien mil hombres, con quienes
combatió heroicamente durante cuarenta años a los chilenos... después... me
ausenté llevando el pabellón de la patria, que lo he sabido honrar desde mi
juventud, tal vez mejor que muchos que se han titulado patriotas y que no han
buscado otra cosa que hacerse propietarios de las tierras... No me quedó otro
recurso que remontar a pie las cumbres nevadas de los Andes... me habían puesto
fuera de la ley... A pesar de que mi patriotismo no decayó un instante y de que
hacía gala de él en suelo extranjero, desde mi llegada a la república de Chile
fui objeto de la mayor hospitalidad. ...en Villa Rica se me presentaron mil
ochocientos soldados... que volvían triunfantes del Perú... Querían que
aceptara ese contingente y otros que vendrían luego, para dirigirlos a la
conquista de las tierras de que fui desalojado por el ejército argentino. Pero
sentí, como buen patriota, que me avergonzaba de oír tales ofrecimientos y los
rechacé con toda energía y altivez, declarándome más argentino que muchos de
los que se hallaban destacados en la
frontera de la pampa y deseaban exterminar a los de mi raza. Entonces resolví
regresar solo a mi patria... había guardado silencio hasta ahora, creyendo servir
así a los intereses de mi patria, pero he resuelto comunicarlo... en vista de
que casi he desaparecido del mundo de los vivos.”
(CEVALLOS,
Estanislao S., Callvucurá y la dinastía de los Piedra. Col. Capítulo. Vol.1. p.
XXII. Bs. As., CEAL, 1981).
[4] “¿Logramos exterminar a los
indios? Lautaro, Rengo y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son
todos. Incapaces de progreso. El exterminio de esa canalla es providencial y
útil, sublime y grande... Dejarles los niños a las madres indígenas es
perpetuar la barbarie. Hay caridad en alejarlos cuanto antes de esa infección.
Se les debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño que tiene ya el odio
instintivo al hombre civilizado”. (Sarmiento en El Nacional, del 19 de mayo de
1857).
[5] “Estamos por dudar de que
exista el Paraguay, descendientes de
razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por
instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y
colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento
cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de
españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la
barbarie... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo
acompañan miles de animales que le obedecen y
mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo
ese pueblo guaraní. Era preciso purgar
la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contacto hay que
librarse”. (Carta de Sarmiento a Mitre en 1872).
(George. G. Petre,
ministro británico en la
Argentina , escribió que la población del Paraguay fue
“reducida de cerca de un millón de personas bajo el gobierno de Solano López, a
no más de trescientas mil, de las cuales más de las tres cuartas partes eran
mujeres”). (SUÁREZ, Matías, Sarmiento, ese desconocido. Bs. As., Teoría,
1968).
[6] “... No trate de economizar
sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La
sangre de esa chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de
seres humanos.”
( Carta de
Sarmiento a Mitre en 1861).
“... Sandes ha
marchado a San Luis. Está saltando para llegar a La Rioja y darle una buena
tunda al Chacho [...] Si va, déjelo ir. Si mata gente, cállense la boca. Son
animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con
tratarles mejor”.
(Carta de
Sarmiento a Mitre, citada por FERNÁNDEZ RETAMAR, R., Calibán. Apuntes sobre la
cultura de nuestra América. Bs. As., La Pleyade , 1973).
[7] BORRERO, José María, La Patagonia trágica. Este
libro, actualmente muy difícil de hallar pues no se ha vuelto a reeditar desde
hace muchas décadas, es uno de los primeros testimonios de denuncia de las
matanzas de indígenas en Santa Cruz y Tierra del Fuego, y de su protección y
defensa por parte de los salesianos establecidos en esas zonas.
[8] LARRAÍN IBÁÑEZ, Jorge,
Modernidad, razón e identidad en América Latina. Santiago, Andrés Bello, 1996.
Véase el cap. 2, Razón y construcción del
otro. El autor pasa revista a las ideas de los filósofos del siglo XVIII, de los economistas clásicos, de Hegel,
de Engels y Marx, y muchos otros, todas representativas del etnocentrismo y
eurocentrismo que vieron a los naturales de América, de África y Asia como atrasados, inferiores (incluso en
estatura), irracionales, viciosos, inmorales, ociosos, degenerados, indolentes,
ignorantes, pasivos, flojos, resignados, imprevisores, falsos, traidores,
mentirosos, de estupidez hereditaria, etc.
También los animales de América fueron considerados inferiores en su
naturaleza al extremo de que Hegel dice que los pájaros en América, a pesar de
tener un plumaje colorido y brillante no saben cantar, pero abriga la esperanza
de que “cuando venga el día en que las
selvas del Brasil ya no resuenen con los tonos inarticulados de hombres
degenerados, muchos de los plumíferos cantores producirán también melodías más
refinadas” (citado por el autor).
Todos ellos
justificaban la dominación colonialista, y hasta la esclavitud, la celebraban y
la saludaban alborozados. Engels y Marx, lo hicieron con la dominación
británica en la India
y en Irlanda (solo en estos dos casos variaron sus posiciones después de 1860);
con Argelia, “un hecho importante y afortunado para el progreso de la
civilización”; con California (“la magnífica California fue arrebatada a
mexicanos flojos que no sabían qué hacer con ella”, “... en interés de su
propio desarrollo, México estará en el futuro bajo la tutela de los Estados
Unidos”) y siempre tuvieron una mirada negativa sobre las repúblicas
latinoamericanas.
[9] “Cualquier craneota
inmediato es más inteligente que el inmigrante recién desembarcado en nuestra
playa. Es algo amorfo, yo diría celular, en el sentido de su completo alejamiento de todo lo que es mediano progreso en la organización mental. Es un cerebro lento,
como el del buey a cuyo lado ha vivido; miope en la agudeza psíquica, de torpe
y obtuso oído en todo lo que se refiere a la espontánea y fácil adquisición de
imágenes por vía del gran sentido cerebral. ¡Qué oscuridad de percepción, qué
torpeza para transmitir la más elemental sensación a través de esa piel que recuerda la del paquidermo en sus
dificultades de conductor fisiológico!” [...]
Crepuscular,
pues, y larval en cierto sentido, es el estado de adelanto psíquico de ese
campesino, en parte, el vigoroso protoplasma de la raza nueva, cuando apenas
pisa nuestra tierra. Forzosamente tiene uno que convencerse de que el pesado
palurdo no siente como nosotros [...] su mecanismo psicológico es lento e
intermitente como la rueda de la hilandera primitiva o el arado grosero del
agricultor de la media edad, esa sensibilidad moral, receptáculo y fábrica de
todos los sentimientos e ideas morales del hombre culto y definitivo, es
todavía un vago remedo de lo que sería después”.
(José María Ramos Mejía
(1849-1914). Presidente del Consejo Nacional de Educación entre 1908 y 1912).
[10] También los negros
participaron en las milicias organizadas por Liniers formando el cuerpo de
Pardos y Morenos y continuaron luchando después en la guerra contra España y en
las guerras civiles de las Provincias Unidas del Río de la Plata pese a que el decreto
de la Asamblea
de 1813 sobre libertad de vientres no los alcanzara. La esclavitud recién fue
abolida en 1853 por la Constitución Nacional.
“DICIEMBRE 1806. _ Sir Popham
está bloqueando Montevideo. El 6 de Setiembre Liniers da una proclama
solicitando al pueblo se organice en milicias regulares. El francés tiene 53
años. Parece un mozo. La población responde decidida. Hasta los indios ofrecen
su apoyo. El acta del Cabildo del 22 de Diciembre dice que “diez caciques de
estas pampas piden permiso para entrar en la sala” y venían a agradecer el
“haber echado a esos colorados de vuestra casa, que lograron tomar por una
desgracia” y que “os ofrecemos nuevamente reunidos todos los grandes caciques
que veis, hasta el número de 28.000 de nuestros súbditos, cada uno gente de
guerra y cada uno con 5.000 caballos; queremos sean los primeros en combatir
a esos colorados que parece aún que se
quieren incomodar.”
El Cabildo
agradece con afecto la ayuda, agregando que por ahora “las tropas que en cuerpo
se hallan formadas, aseguran la
defensa de esta hermosa capital”.
(Diario de la Historia Argentina ).
[11] Ésta es la mirada del
nacionalismo popular latinoamericano, uno de cuyos representantes más
destacados fue el gran patriota cubano José Martí.
“Martí,
por su parte, es el consciente vocero de las clases explotadas. “Con los oprimidos había que hacer causa
común”, nos dejó dicho, “para
afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de los opresores”. Y como a partir de la Conquista , indios y
negros habían sido relegados a la base de la pirámide, hacer causa común con
los oprimidos venía a coincidir en gran medida con hacer causa común con los
indios y los negros, que es lo que hace Martí. Esos indios y negros se habían
venido mezclando entre sí y con algunos blancos, dando lugar al mestizaje que
está en la raíz de nuestra América, donde también según Martí, “el mestizo autóctono ha vencido al criollo
exótico”. Martí es radicalmente antirracista porque es portavoz de las
clases explotadas, donde se están fundiendo las tres razas. Sarmiento se opone
a lo americano esencial para implantar aquí, a sangre y fuego, como
pretendieron los conquistadores, fórmulas foráneas: Martí defiende lo
autóctono, lo verdaderamente americano. Lo cual, por supuesto, no quiere decir
que rechazara torpemente cuanto de positivo le ofrecieran otras realidades: “injértese en nuestras repúblicas el mundo”,
dijo, “pero el tronco ha de ser el de
nuestras repúblicas”. FERNÁNDEZ RETAMAR, R., op. cit., p.99.
[12] Término derivado del título de
la novela de Giuseppe di Lampedusa, El gatopardo, habitualmente utilizado como “cambiar algo para que nada
cambie”.
[13] SUÁREZ, Matías E., op. cit.,
cap. II.
VEDOYA, Juan Carlos, Cómo fue la enseñanza popular en la Argentina. Bs. As.,
Plus Ultra, 1973.
[14] Ser peronista mientras Perón
vivía implicaba creer en la existencia de una conspiración mundial dirigida por
la sinarquía internacional, término
de dudoso origen que incluía a los judíos como alma mater del capitalismo y del socialismo, trabajando a dos
puntas para conseguir la dominación mundial. Y aunque aquel vocablo se
refiriera, junto a otros factores oscuros de poder, al sionismo internacional y
no a los judíos en general, se daba por sentado que éstos, en cualquier país
del mundo y cualquiera fuera su nacionalidad, siempre obedecerían al sionismo
en primer lugar, así como la mayoría de los partidos comunistas del mundo
seguían al pie de la letra las órdenes del P. C. de la Unión Soviética
referidas a la política local.
[15] GARCÍA HAMILTON, Don José. La
vida de San Martín. Bs. As., Sudamericana, 2000.
[16] En 1988, siendo Director
Municipal de Cultura promoví la sanción de una ordenanza municipal por la cual
las autoridades municipales deben celebrar el 18 de septiembre de cada año la
fecha patria de los chilenos con carácter obligatorio como si se tratara de una
efemérides nacional; en la Plaza
de los Próceres, lugar donde se llevan a cabo los actos patrios oficiales de
Argentina; y con todas las formalidades de estilo correspondientes a éstos.
Fundamentaba la medida en la historia de nuestros orígenes comunes y la
consiguiente fraternidad de nuestros pueblos, en el reconocimiento al constante
aporte de hombres y mujeres de Chile en nuestra Patagonia y por ende en nuestra
ciudad y en una vocación de integración efectiva como latinoamericanos. Desde
entonces Villa Regina fue la única ciudad de Argentina que asumió tal
compromiso en base a una ordenanza municipal. Hasta ese momento la colectividad
chilena festejaba su fecha patria aisladamente, en la periferia de la zona
suburbana, sin participación oficial de las autoridades municipales ni del resto
de la población.
[17] SAPIENS. Enciclopedia
Ilustrada de la Lengua
castellana. T. 2, pág.
491. Bs. As., Sopena, 1981.
[18] Precisamente, todo lo opuesto
al pensamiento de José Martí. Véase más arriba nota Nº 11.
[19] GENTILI, Pablo (comp.),
Cultura, política y currículo. Bs. As., Losada, 1997. Para éste y otros asuntos
relacionados con la construcción social de los Otros recomendamos toda la obra.
***
*** ***
(JUSTO, Liborio, Nuestra patria
vasalla).
2 “...
porque seamos justos con los españoles. Al exterminar a un pueblo salvaje cuyo
territorio iban a ocupar, hacían simplemente lo que todos los pueblos civilizados hacen con los salvajes, lo que la colonia
efectúa deliberadamente o indeliberadamente con los indígenas, absorbe,
destruye, extermina. Si este procedimiento
terrible de la civilización es bárbaro y cruel a los ojos de la justicia
y de la razón es, como la guerra misma, como la conquista, uno de los medios de
que la providencia ha armado a las diversas razas humanas, y entre éstas a las
más poderosas y adelantadas, para sustituirse en lugar de aquellas que por su
debilidad orgánica o su atraso en la carrera de la civilización no pueden
alcanzar los grandes destinos del hombre
en la tierra. Puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones
nacientes, conquistar pueblos que están en
posesión de un terreno privilegiado; pero gracias a esta injusticia, la América , en lugar de
permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada hoy
por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la más bella y la más progresiva de las que
pueblan la tierra; merced a estas injusticias, la Oceanía se llena de
pueblos civilizados, el Asia empieza a moverse bajo el impulso europeo, el
África ve renacer en sus costas los tiempos de Cartago y los días gloriosos de
Egipto. Así, pues, la población del mundo está sujeta a revoluciones que
reconocen leyes inmutables: las razas fuertes exterminan a las débiles, los
pueblos civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los salvajes”.
(Sarmiento en El Progreso (Chile), el 27 de septiembre e 1844).
[1] “SAHIHUEQUE.
“El cacique [tehuelche] Casimiro tenía una
pequeña bandera argentina, y fuera donde fuese, al celebrar una reunión de cualquier índole, clavaba el
asta de su banderita en la tierra, como significando que él era argentino
y las deliberaciones eran presididas
por la insignia azul y blanca.
Cuando un día Sahihueque vio la bandera
de Casimiro, sus ojos se entrecerraron y su corazón comenzó a latir ansiosamente, impelido por un tremendo
anhelo. Así, poco tiempo después, al encontrarse con el sargento mayor Mariano
Bejarano, describiendo la bandera que había visto en manos de Casimiro,
Sahihueque pidió:
— Decile a tu gobierno que yo también quiero
una bandera, pero tiene que ser más
grande que la de Casimiro.
— ¿Más grande? ¿Y por qué más grande? –quiso saber, extrañado, Bejarano.
— Porque yo soy más argentino que él.
De este increíble sentimiento de
argentinidad, de amor a la patria, si se quiere, da cuenta el mismo
Bejarano, describiendo en su “Diario de
viaje” [...] un episodio del que fue testigo [...]. en las tolderías del
Caleuvú, cuando llegó una patrulla militar chilena. Le explicaron: durante el
invierno anterior, la gente de Sahihueque había prestado ayuda a un grupo de
soldados chilenos, evitando que murieran helados en la cordillera. Para
expresar su agradecimiento, el jefe militar de Valdivia, Cnel. Serrano, de
Osorno, además de otros regalos, enviaba dos hermosas banderas chilenas con
destino exclusivo al cacique.
Sahihueque las miró, sacudió la cabeza, y dijo:
— Devolvele estas banderas a tu coronel.
Decile que Sahihueque no las va a aceptar. Sahihueque es argentino.”
(CASTANY, Ernesto, Valentín Sahihueque. Cacique argentino. En Todo es Historia, Nº 136, pp.76-77).
“CARTA DE MANUEL NAMUNCURÁ AL
DIARIO LA PRENSA ,
EL 30 DE ABRIL DE 1908, A
LOS 97 AÑOS DE EDAD.
“Me es doloroso recordar lo que
se tiene por famosa conquista de la pampa, en cuya virtud los míos fueron
desalojados de las Salinas Grandes, donde se deslizó mi niñez, viendo dirigir a
mi malogrado padre, el general Juan Calfucurá, a cien mil hombres, con quienes
combatió heroicamente durante cuarenta años a los chilenos... después... me
ausenté llevando el pabellón de la patria, que lo he sabido honrar desde mi
juventud, tal vez mejor que muchos que se han titulado patriotas y que no han
buscado otra cosa que hacerse propietarios de las tierras... No me quedó otro
recurso que remontar a pie las cumbres nevadas de los Andes... me habían puesto
fuera de la ley... A pesar de que mi patriotismo no decayó un instante y de que
hacía gala de él en suelo extranjero, desde mi llegada a la república de Chile
fui objeto de la mayor hospitalidad. ...en Villa Rica se me presentaron mil
ochocientos soldados... que volvían triunfantes del Perú... Querían que
aceptara ese contingente y otros que vendrían luego, para dirigirlos a la
conquista de las tierras de que fui desalojado por el ejército argentino. Pero
sentí, como buen patriota, que me avergonzaba de oír tales ofrecimientos y los
rechacé con toda energía y altivez, declarándome más argentino que muchos de
los que se hallaban destacados en la
frontera de la pampa y deseaban exterminar a los de mi raza. Entonces resolví
regresar solo a mi patria... había guardado silencio hasta ahora, creyendo servir
así a los intereses de mi patria, pero he resuelto comunicarlo... en vista de
que casi he desaparecido del mundo de los vivos.”
(CEVALLOS,
Estanislao S., Callvucurá y la dinastía de los Piedra. Col. Capítulo. Vol.1. p.
XXII. Bs. As., CEAL, 1981).
[1] “¿Logramos exterminar a los
indios? Lautaro, Rengo y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son
todos. Incapaces de progreso. El exterminio de esa canalla es providencial y
útil, sublime y grande... Dejarles los niños a las madres indígenas es
perpetuar la barbarie. Hay caridad en alejarlos cuanto antes de esa infección.
Se les debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño que tiene ya el odio
instintivo al hombre civilizado”. (Sarmiento en El Nacional, del 19 de mayo de
1857).
[1] “Estamos por dudar de que
exista el Paraguay, descendientes de
razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por
instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y
colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento
cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de
españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la
barbarie... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo
acompañan miles de animales que le obedecen y
mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo
ese pueblo guaraní. Era preciso purgar
la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contacto hay que
librarse”. (Carta de Sarmiento a Mitre en 1872).
(George. G. Petre,
ministro británico en la
Argentina , escribió que la población del Paraguay fue
“reducida de cerca de un millón de personas bajo el gobierno de Solano López, a
no más de trescientas mil, de las cuales más de las tres cuartas partes eran
mujeres”). (SUÁREZ, Matías, Sarmiento, ese desconocido. Bs. As., Teoría,
1968).
[1] “... No trate de economizar
sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La
sangre de esa chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de
seres humanos.”
( Carta de
Sarmiento a Mitre en 1861).
“... Sandes ha
marchado a San Luis. Está saltando para llegar a La Rioja y darle una buena
tunda al Chacho [...] Si va, déjelo ir. Si mata gente, cállense la boca. Son
animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con
tratarles mejor”.
(Carta de
Sarmiento a Mitre, citada por FERNÁNDEZ RETAMAR, R., Calibán. Apuntes sobre la
cultura de nuestra América. Bs. As., La Pleyade , 1973).
[1] BORRERO, José María, La Patagonia trágica. Este
libro, actualmente muy difícil de hallar pues no se ha vuelto a reeditar desde
hace muchas décadas, es uno de los primeros testimonios de denuncia de las
matanzas de indígenas en Santa Cruz y Tierra del Fuego, y de su protección y
defensa por parte de los salesianos establecidos en esas zonas.
[1] LARRAÍN IBÁÑEZ, Jorge,
Modernidad, razón e identidad en América Latina. Santiago, Andrés Bello, 1996.
Véase el cap. 2, Razón y construcción del
otro. El autor pasa revista a las ideas de los filósofos del siglo XVIII, de los economistas clásicos, de Hegel,
de Engels y Marx, y muchos otros, todas representativas del etnocentrismo y
eurocentrismo que vieron a los naturales de América, de África y Asia como atrasados, inferiores (incluso en
estatura), irracionales, viciosos, inmorales, ociosos, degenerados, indolentes,
ignorantes, pasivos, flojos, resignados, imprevisores, falsos, traidores,
mentirosos, de estupidez hereditaria, etc.
También los animales de América fueron considerados inferiores en su
naturaleza al extremo de que Hegel dice que los pájaros en América, a pesar de
tener un plumaje colorido y brillante no saben cantar, pero abriga la esperanza
de que “cuando venga el día en que las
selvas del Brasil ya no resuenen con los tonos inarticulados de hombres
degenerados, muchos de los plumíferos cantores producirán también melodías más
refinadas” (citado por el autor).
Todos ellos
justificaban la dominación colonialista, y hasta la esclavitud, la celebraban y
la saludaban alborozados. Engels y Marx, lo hicieron con la dominación
británica en la India
y en Irlanda (solo en estos dos casos variaron sus posiciones después de 1860);
con Argelia, “un hecho importante y afortunado para el progreso de la
civilización”; con California (“la magnífica California fue arrebatada a
mexicanos flojos que no sabían qué hacer con ella”, “... en interés de su
propio desarrollo, México estará en el futuro bajo la tutela de los Estados
Unidos”) y siempre tuvieron una mirada negativa sobre las repúblicas
latinoamericanas.
[1] “Cualquier craneota
inmediato es más inteligente que el inmigrante recién desembarcado en nuestra
playa. Es algo amorfo, yo diría celular, en el sentido de su completo alejamiento de todo lo que es mediano progreso en la organización mental. Es un cerebro lento,
como el del buey a cuyo lado ha vivido; miope en la agudeza psíquica, de torpe
y obtuso oído en todo lo que se refiere a la espontánea y fácil adquisición de
imágenes por vía del gran sentido cerebral. ¡Qué oscuridad de percepción, qué
torpeza para transmitir la más elemental sensación a través de esa piel que recuerda la del paquidermo en sus
dificultades de conductor fisiológico!” [...]
Crepuscular,
pues, y larval en cierto sentido, es el estado de adelanto psíquico de ese
campesino, en parte, el vigoroso protoplasma de la raza nueva, cuando apenas
pisa nuestra tierra. Forzosamente tiene uno que convencerse de que el pesado
palurdo no siente como nosotros [...] su mecanismo psicológico es lento e
intermitente como la rueda de la hilandera primitiva o el arado grosero del
agricultor de la media edad, esa sensibilidad moral, receptáculo y fábrica de
todos los sentimientos e ideas morales del hombre culto y definitivo, es
todavía un vago remedo de lo que sería después”.
(José María Ramos Mejía
(1849-1914). Presidente del Consejo Nacional de Educación entre 1908 y 1912).
[1] También los negros
participaron en las milicias organizadas por Liniers formando el cuerpo de
Pardos y Morenos y continuaron luchando después en la guerra contra España y en
las guerras civiles de las Provincias Unidas del Río de la Plata pese a que el decreto
de la Asamblea
de 1813 sobre libertad de vientres no los alcanzara. La esclavitud recién fue
abolida en 1853 por la Constitución Nacional.
“DICIEMBRE 1806. _ Sir Popham
está bloqueando Montevideo. El 6 de Setiembre Liniers da una proclama
solicitando al pueblo se organice en milicias regulares. El francés tiene 53
años. Parece un mozo. La población responde decidida. Hasta los indios ofrecen
su apoyo. El acta del Cabildo del 22 de Diciembre dice que “diez caciques de
estas pampas piden permiso para entrar en la sala” y venían a agradecer el
“haber echado a esos colorados de vuestra casa, que lograron tomar por una
desgracia” y que “os ofrecemos nuevamente reunidos todos los grandes caciques
que veis, hasta el número de 28.000 de nuestros súbditos, cada uno gente de
guerra y cada uno con 5.000 caballos; queremos sean los primeros en combatir
a esos colorados que parece aún que se
quieren incomodar.”
El Cabildo
agradece con afecto la ayuda, agregando que por ahora “las tropas que en cuerpo
se hallan formadas, aseguran la
defensa de esta hermosa capital”.
(Diario de la Historia Argentina ).
[1] Ésta es la mirada del
nacionalismo popular latinoamericano, uno de cuyos representantes más
destacados fue el gran patriota cubano José Martí.
“Martí,
por su parte, es el consciente vocero de las clases explotadas. “Con los oprimidos había que hacer causa
común”, nos dejó dicho, “para
afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de los opresores”. Y como a partir de la Conquista , indios y
negros habían sido relegados a la base de la pirámide, hacer causa común con
los oprimidos venía a coincidir en gran medida con hacer causa común con los
indios y los negros, que es lo que hace Martí. Esos indios y negros se habían
venido mezclando entre sí y con algunos blancos, dando lugar al mestizaje que
está en la raíz de nuestra América, donde también según Martí, “el mestizo autóctono ha vencido al criollo
exótico”. Martí es radicalmente antirracista porque es portavoz de las
clases explotadas, donde se están fundiendo las tres razas. Sarmiento se opone
a lo americano esencial para implantar aquí, a sangre y fuego, como
pretendieron los conquistadores, fórmulas foráneas: Martí defiende lo
autóctono, lo verdaderamente americano. Lo cual, por supuesto, no quiere decir
que rechazara torpemente cuanto de positivo le ofrecieran otras realidades: “injértese en nuestras repúblicas el mundo”,
dijo, “pero el tronco ha de ser el de
nuestras repúblicas”. FERNÁNDEZ RETAMAR, R., op. cit., p.99.
[1] Término derivado del título de
la novela de Giuseppe di Lampedusa, El gatopardo, habitualmente utilizado como “cambiar algo para que nada
cambie”.
[1] SUÁREZ, Matías E., op. cit.,
cap. II.
VEDOYA, Juan Carlos, Cómo fue la enseñanza popular en la Argentina. Bs. As.,
Plus Ultra, 1973.
[1] Ser peronista mientras Perón
vivía implicaba creer en la existencia de una conspiración mundial dirigida por
la sinarquía internacional, término
de dudoso origen que incluía a los judíos como alma mater del capitalismo y del socialismo, trabajando a dos
puntas para conseguir la dominación mundial. Y aunque aquel vocablo se
refiriera, junto a otros factores oscuros de poder, al sionismo internacional y
no a los judíos en general, se daba por sentado que éstos, en cualquier país
del mundo y cualquiera fuera su nacionalidad, siempre obedecerían al sionismo
en primer lugar, así como la mayoría de los partidos comunistas del mundo
seguían al pie de la letra las órdenes del P. C. de la Unión Soviética
referidas a la política local.
[1] GARCÍA HAMILTON, Don José. La
vida de San Martín. Bs. As., Sudamericana, 2000.
[1] En 1988, siendo Director
Municipal de Cultura promoví la sanción de una ordenanza municipal por la cual
las autoridades municipales deben celebrar el 18 de septiembre de cada año la
fecha patria de los chilenos con carácter obligatorio como si se tratara de una
efemérides nacional; en la Plaza
de los Próceres, lugar donde se llevan a cabo los actos patrios oficiales de
Argentina; y con todas las formalidades de estilo correspondientes a éstos.
Fundamentaba la medida en la historia de nuestros orígenes comunes y la
consiguiente fraternidad de nuestros pueblos, en el reconocimiento al constante
aporte de hombres y mujeres de Chile en nuestra Patagonia y por ende en nuestra
ciudad y en una vocación de integración efectiva como latinoamericanos. Desde
entonces Villa Regina fue la única ciudad de Argentina que asumió tal
compromiso en base a una ordenanza municipal. Hasta ese momento la colectividad
chilena festejaba su fecha patria aisladamente, en la periferia de la zona
suburbana, sin participación oficial de las autoridades municipales ni del resto
de la población.
[1] SAPIENS. Enciclopedia
Ilustrada de la Lengua
castellana. T. 2, pág.
491. Bs. As., Sopena, 1981.
[1] Precisamente, todo lo opuesto
al pensamiento de José Martí. Véase más arriba nota Nº 11.
[1] GENTILI, Pablo (comp.),
Cultura, política y currículo. Bs. As., Losada, 1997. Para éste y otros asuntos
relacionados con la construcción social de los Otros recomendamos toda la obra.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.