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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

“
"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

domingo, abril 26, 2020

ARGENTINA. SOCIEDAD, ESCUELA Y DISCRIMINACIÓN por CARLOS SCHULMAISTER


ARGENTINA.  SOCIEDAD, ESCUELA Y DISCRIMINACIÓN

CARLOS SCHULMAISTER*


LOS OTROS DOMINADOS EN TIEMPOS DE INDIAS

Si bien los historiadores no se han puesto de acuerdo respecto a la magnitud del poblamiento originario de nuestro continente, al momento de la llegada de los españoles, todas las investigaciones serias concuerdan en que a partir de la Conquista española comenzó un acelerado proceso de reducción demográfica, de desintegración, estancamiento y deculturación de gran parte de las culturas y civilizaciones autóctonas.  
Considerando la totalidad de América y no sus partes, la causa inicial de aquel proceso fue la guerra emprendida contra los indígenas. La superioridad militar de los invasores, acompañada de grandes dosis de astucia e inescrupulosidad, se impuso finalmente sobre un número mayor de oponentes con los resultados de su exterminio masivo en muchos casos y el sometimiento para los que sobrevivieron, lo cual se tradujo en muchas partes en la desaparición definitiva de etnias, comunidades y culturas. 
Inmediatamente, los abusos a que fueron sometidos los indígenas en las encomiendas y en las minas, su reducción a la esclavitud, la sobreexplotación en casi todos los lugares, las enfermedades y las epidemias, y la consiguiente desarticulación de sus comunidades y culturas agravó el proceso de violencia ejercida contra ellas, continuando su disminución demográfica para llegar también por esa vía, en muchos casos, a su completa desaparición.
Simultáneamente, y desde un principio, blancos españoles y nativos comenzaron a cruzarse sexualmente en aquellos lugares donde entraron en contacto en condiciones de dominación-subordinación, produciendo un nuevo tipo biofísico y cultural: el mestizo, que no encajaba en ninguna de las dos culturas que lo habían generado, y cuyas posteriores relaciones con blancos e indios fueron más o menos traumáticas según las particulares características que revestía el desarrollo de las nuevas sociedades en los distintos lugares de Indias.
En líneas generales, ese mestizaje fue considerablemente mayor que el realizado entre los europeos no españoles y los pueblos originarios de otros continentes. Pero, particularizando por regiones de Indias o por países con posterioridad a la Revolución de Mayo, los resultados fueron muy diversos, entre otras razones por las diferencias de magnitud del poblamiento indígena precolombino de cada una de ellas, por las particulares modalidades de los contactos entre españoles e indios y por la variabilidad y duración de los grados de violencia sostenidos entre ambos.  
Si miramos en perspectiva esos primeros tres siglos de dominación europea, el dato más relevante es la dominación llevada a cabo por una sociedad constituida por unos muy pocos hombres -y muchas menos mujeres- oriundas de Europa, blancas y católicas, sobre una cantidad imprecisa, pero seguramente millonaria, de seres humanos y culturas caracterizadas por una gran diversidad.
Desde el Norte hasta el Sur de América los pobladores autóctonos fueron sometidos, explotados, empobrecidos, deculturados, perseguidos y asesinados por funcionarios, soldados, dignatarios de la Iglesia y patrones blancos, pese a la legislación protectora de los nativos y a la tenaz lucha de algunos pocos sacerdotes como Bartolomé de las Casas y algunas órdenes religiosas católicas.
Sin embargo, la posterior irrupción -primero de contrabando y luego legalizada- de los negros africanos, como mano de obra esclava de los sectores dominantes de la población blanca, se llevó a cabo por decisión de la propia Corona española, quien les otorgó el status de cosas, o piezas de ébano, como se los consignaba en los barcos negreros ingleses que los traían de África. Su valor económico, a tenor de la demanda, echaba por tierra toda consideración humanista acerca de su condición de personas, todavía no reconocida en Europa ni siquiera por la Iglesia Católica.
A diferencia de los indígenas, que fueron declarados libres de derecho no obstante su triste situación, era excepcional hallar negros libres en América como no hubieran sido manumitidos por sus amos o por haberse escapado refugiándose en zonas inhóspitas, por lo cual (entre otras razones) las órdenes religiosas tampoco se ocuparon de ellos.
Esa misma causa, más un rechazo mucho mayor de que fueron objeto por parte de indígenas y blancos, dificultó en líneas generales su cruzamiento, por lo menos con la intensidad con que aquellos lo practicaron entre sí, siendo predominantemente endógamos durante todo el tiempo en que se practicó la esclavitud en América. Esto último no impidió que las mujeres negras fueran explotadas sexualmente por los hombres blancos, quienes si no se casaban con una mujer de su mismo origen preferían amancebarse con indias antes que con aquellas.
La historiografía no abonada a la leyenda rosa de la colonización española ha dejado incontestables pruebas acerca del sometimiento y explotación de los negros por parte de los blancos, sobre todo en las plantaciones de zonas tropicales del continente, lo que no puede ser relativizado por el registro del trato más benigno dispensado a los esclavos domésticos en muchos lugares de Indias, pues todos estuvieron siempre situados en el escalón más bajo de la escala social.
En todo caso, y en grado diverso según los lugares adonde fueron llevados, su presencia añadió nuevas características a la estructura social de Indias, estableciéndose en la sociedad blanca española una rígida estratificación bío-socio-cultural que perduró hasta después de la Revolución de Mayo.
Consecuente con la política de Felipe II en España, la Corona prohibió permanentemente la entrada en Indias de toda clase de asiáticos, tanto por razones raciales como religiosas, como ocurrió con árabes y judíos, semitas ambos y musulmanes y mosaístas respectivamente.
Los ingleses tenían prohibido radicarse en  Indias; sin embargo, de hecho las reglas fueron más elásticas tratándose de ellos, sobre todo a partir del siglo XVIII y en la primera década del siguiente, siendo Buenos Aires un claro ejemplo de ello, como lo prueba el hecho de que muchos de los soldados derrotados en las invasiones inglesas de 1806 y 1807 se quedaron definitivamente allí y bien pronto formalizaron matrimonios con las hijas de las familias más caracterizadas de la época, las cuales por esa única vez no tuvieron en cuenta sus “linajes innobles”.
Los otros pueblos anglosajones también tenían prohibida la entrada en Indias por razones religiosas. Pero también la tuvieron muchos de religión católica como los portugueses (salvo un breve período entre fines del sigo XVI y comienzos del XVII), los franceses, etc, en estos casos en razón del exclusivismo con que se manejaban en la época las relaciones entre metrópolis y colonias.
Hispanoamérica fue una sociedad multicultural desigualitaria con tres culturas: la indígena o autóctona, la blanca  o caucásica de origen español previamente teñida con sangres moras, y la negra traída a la fuerza desde África.
Los hombres y mujeres de piel blanca y su cultura (la cultura española) ocuparon el centro del escenario social y establecieron con los hombres y mujeres indígenas y negros y con sus respectivas culturas diversas relaciones de dominación y de explotación que continuarían en la etapa independiente. Indios y negros tenían en su contra ser distintos a los blancos en materia de color de piel y de religión, lo cual justificaba por entonces su reducción a los estados de servidumbre (de hecho) y de esclavitud (de derecho). 

LIBERTAD, ¿PARA QUIÉNES?

A partir de 1810, la ruptura con España iniciada en algunas ciudades  y regiones americanas se fue convirtiendo rápidamente en una guerra por la independencia dentro de un proceso revolucionario continental que tuvo matices comunes y diferentes según los lugares de que se trate. 
En todas partes, en líneas generales, luego de una efímera convocatoria a las etnias originarias a sumarse a la lucha contra los españoles, por lo demás reducida a muy escasos lugares del continente, apelando a los principios de igualdad y fraternidad entre criollos e indígenas, y de la abolición de los servicios personales de los indios (encomienda, mita y yanaconazgo), éstos, y también los negros[1], pasaron a constituir en todas partes el grueso de los ejércitos en combate. Unos quedaron en las filas españolas, otros en las de las nuevas naciones americanas.
Pero los indígenas nunca ocuparon los grados elevados de la oficialidad de esos ejércitos ni tampoco recibieron, una vez terminada la guerra contra España,  ningún reconocimiento oficial de los gobiernos nacionales ni pensiones ni ayudas de ninguna clase, las que por otra parte también les fueron negadas a los blancos pobres. La sociedad civil blanca tampoco los tuvo en cuenta. La nacionalidad en ciernes en las nuevas unidades políticas no los consideró, de hecho, como compatriotas.
Simultáneamente con las luchas en el frente externo, los desencuentros dentro de la sociedad blanca dominante de las nuevas naciones vieron a los indígenas nuevamente en calidad de soldados forzosamente reclutados y en ambos bandos en lucha. Una vez más fueron “carne de cañón” de los ejércitos en pugna. Cuando éstos eran licenciados los que habían sobrevivido se convertían en parias para la sociedad blanca. 
Similar suerte corrieron los blancos pobres y los mestizos en esa etapa. Y también los negros en aquellos países donde habían llegado a tener una fuerte presencia poblacional, tanto respecto de los blancos como en ciertos lugares respecto de los mulatos.
Salvo este último ejemplo, no aplicable a nuestro país por la escasa cantidad de esclavos existentes en el virreinato del Río de la Plata, el proceso descripto anteriormente se reflejó íntegramente entre nosotros.
Una vez concluida la guerra contra España -a excepción de Cuba-, y mientras subsistían las guerras civiles en casi todas partes, entre nosotros los pueblos indígenas situados en las pampas bonaerenses sin dueños, pobladas de vacas y caballos cimarrones, y que habían permanecido al margen de la sociedad blanca, prácticamente sin contactos con ella o bien con esporádicos contactos cargados de violencia, comenzaron a redoblar sus asaltos a las estancias para robar ganado y mujeres. Muchos de esos robos implicaban el traslado de las reses a Chile para ser vendidas a blancos del hermano país.
En la provincia de Buenos Aires, el estanciero Juan Manuel de Rosas los contuvo con una política de acuerdos, otorgamiento de cargos y sueldos a los caciques y entrega de rebaños para que se establecieran en sitios fijos, incluso en sus propias tierras, con la misión de servir de contención a su vez a otras tribus empeñadas en el robo y posterior  venta de ganado de las estancias. Estrategia similar a la llevada a cabo por Roma en las marcas del Rin con los pueblos que ellos llamaron bárbaros, los que con el transcurso del tiempo se romanizaron al punto de que hasta llegaron a tener emperadores de ese origen. Así fue como durante veinte años prácticamente no hubo malones en la línea sur bonaerense.
            Pero luego del derrocamiento de Rosas -instigado por Gran Bretaña- los malones indígenas contra las estancias bonaerenses comenzaron a producirse con mayor frecuencia y magnitud. Entonces, las autoridades porteñas aplicaron contra ellos políticas totalmente distintas a la de aquél, centradas en su aniquilamiento.
Desde entonces se difundió en Argentina, la menos indígena, la más blanca de estas tierras hispanoamericanas, una concepción según la cual los restos de las culturas nativas representaban una rémora para el progreso por considerarlas integradas por salvajes incapaces de funcionar en la civilización, lo cual significaba por entonces civilización blanca. En consecuencia, se incrementaron las acciones de guerra y exterminio masivo, seguidas de desplazamientos, relocalizaciones y apropiación de las tierras que hasta entonces habían ocupado.[2]
Los nativos se habían convertido en un “problema” para la sociedad dominante, “moderna” y “progresista”, situada en Buenos Aires. Paradójicamente, en la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX muchas tribus indígenas enfrentadas con el ejército regular tenían en sus tolderías mástil, bandera y un trompa con su clarín, rechazaban los regalos de banderas chilenas efectuados por el gobierno trasandino y se identificaban expresamente como argentinos[3]. Ellos se sentían argentinos y querían ser considerados como tales, y en definitiva eso era lo que eran aunque no hubieran pretendido serlo. Pero la oligarquía no los quería, prefería segregarlos, y promovía su aniquilamiento.
El vocero más caracterizado y apasionado de esta ideología y de su correlato político militar fue Sarmiento, quien desde mucho antes y hasta bien entrado en años dejara huellas imborrables de su pensamiento en el libro, en el periodismo y en la correspondencia epistolar, consistente en aniquilar a los indígenas en todas partes del mundo.
La razón para el desprecio y la exclusión oligárquica fue la condición por ella atribuida a los “salvajes” nativos (así como también a los “bárbaros” gauchos) de ser incapaces de razonamiento, de convivencia civilizada, y sobre todo de progreso. En esos años, el desprecio, la exclusión social, la persecución y el asesinato se fundaba en prejuicios de origen racial, aun cuando detrás de ellos siempre estuvo el interés económico por desposeerlos y/o explotarlos. En cambio, para sus descendientes que llegaron al siglo XX, incluidos los inmigrantes indígenas de los países limítrofes, el racismo explícito e implícito de los blancos se reforzó con la explotación económica, el mismo tipo de explotación que le correspondió a los blancos pobres -ya fueran criollos de piel blanca y origen lejanamente español como los descendientes de los gauchos- y a los mestizos del noroeste, del noreste o de la Patagonia, muchos de los cuales con el transcurso del tiempo pasaron a ser vistos como blancos por la pérdida gradual de los rasgos predominantes de sus biotipos autóctonos.
Ese proceso de aniquilamiento fue emprendido desde el Estado mismo[4], especialmente entre la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, por eliminación física de los indígenas a cargo del ejército nacional y de los terratenientes (blancos criollos o europeos), a pesar de contar entre sus milicos y sus peonadas con mestizos y hasta con indios mansos. De modo que en un mismo combate morían no sólo los indígenas contra los que se llevaba la guerra, sino también los “bárbaros” criollos, los mestizos y  los indios “salvajes” que revistaban en sus propias filas.
La misma “solución final” para el problema racial de los pueblos salvajes fue aplicada por la oligarquía argentina con los negros cuando ya no existía más la esclavitud legal, al enviarlos a morir en la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, entre 1865 y 1871[5], donde se llevó a cabo el genocidio de guaraníes, mestizos y blancos. 
Simultáneamente, los restos del criollaje blanco y mestizo que había poblado las provincias del interior y especialmente las zonas de frontera con el indio en la zona central del país, y que no había sucumbido al genocidio desatado por los porteños con posterioridad a la batalla de Pavón[6]  (y aun antes) fue diezmado en la lucha territorial contra los indígenas, concluida en el sur en 1885 en el Chubut, y en el norte en la guerra del Chaco argentino y en las matanzas de Jujuy en 1900.
Para entonces, la oligarquía ya había tenido a los tres más grandes racistas y genocidas del siglo XIX: Mitre, Sarmiento y Roca, todos Presidentes y Generales de la Nación devenidos en Próceres después de muertos: los tres “próceres” más importantes de la oligarquía, su verdadero núcleo duro. 
En el norte argentino hacía ya muchas décadas que los indígenas eran utilizados como semi esclavos en los ingenios azucareros, en los algodonales y en las explotaciones forestales, propiedad de renombrados miembros de la oligarquía, unificándose en estos casos el racismo y la explotación económica sobre la base de las condiciones de desigualdad social que conformaban la sociedad global instituida por el Estado oligárquico. Del mismo modo, luego de la terminación del “problema del indio” los restos de las etnias supérstites del sur argentino corrieron la misma suerte en su condición de peones de estancias, pero en el sur del sur, algunos aventureros europeos emprendieron a fines de siglo una nueva cruzada particular de exterminio indígena pagando un óbolo a sus sicarios por cada indio muerto contra entrega de un par de orejas; pero como desconfiaban de éstos al verse andar por allí muchos indios desorejados subieron la recompensa a cambio de un pecho de mujer india, con lo cual se aseguraban de que murieran desangradas y al mismo tiempo que disminuyeran los futuros nacimientos...[7] 
Un libro de lectura de la escuela primaria decía allá por la década de 1920, dando cuenta de los resultados del proceso de liquidación del indígena ocurrido en la segunda mitad del siglo XIX, “... en nuestro país, afortunadamente ya no queda ni un salvaje...”, lo cual no era exactamente cierto, pero sí lo era que para ese momento había muchísimos menos indígenas que antes.  Seguramente que en muchas aulas de esa época, y en todo el país, había alumnos indígenas, mestizados o no,  que tenían algún antepasado masacrado por el ejército o por los patrones, pero ahora se vestían como los blancos y hablaban en español. Para ellos quedarían los peores trabajos de la sociedad, los más sacrificados y al mismo tiempo los menos remunerados, la pérdida de tierras comunitarias a manos de propietarios blancos, la marginalidad social, la pobreza, la falta de salud, de educación, de justicia y de justicia social. Pero aunque tuvieran apellidos y rasgos indígenas, para entonces la oligarquía debió aceptar que ya fueran irremediablemente argentinos.
Desde entonces, la sociedad blanca dominante de origen lejanamente castizo, que ya no era totalmente blanca, y para nada castiza, no ha tenido tanto prácticas explícitas de discriminación racial como de discriminación económico social ejercida contra las personas por su condición de pobres, o por su status social. En todo caso, su racismo permanecía oculto pero afloraba de vez en cuando por otras vías.
La mezcla de los grupos indígenas con el torrente étnico blanco, aun en condiciones de notoria desigualdad social, comenzada en tiempos de los españoles, se había extendido en la etapa independiente, al punto de oscurecer en ciertas zonas de Argentina la tez de los pobladores de origen español.
También el mestizaje ha sido también otra vía para la constante pérdida de muchos elementos de las culturas y las identidades indígenas, pero éste no ha sido un fenómeno exclusivo de éstas: lo mismo ocurrió con los restos de la cultura gaucha y con las colectividades inmigrantes europeas de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Pero la diferencia con éstos es que, durante cinco siglos a los indígenas primero se los violentó, se los dominó y se los desestructuró psicológica y culturalmente para degradarlos después por medio de una tremenda explotación económica que todavía continúa.
Actualmente, y en líneas generales, los indígenas no mestizados pero integrados en la sociedad dominante corren la misma suerte que el sector más pobre de los pobres no indígenas: la miseria y la marginalidad social ya es consustancial a sus condiciones culturales de existencia. En cambio, la situación de las pequeñas comunidades indígenas que actualmente sobreviven en el norte argentino es dramática. Formalmente integrados a la sociedad en igualdad de condiciones que cualquier otro argentino, como señala la Constitución Nacional, es decir, tan sólo a nivel declarativo, son sobreexplotados económicamente en los ingenios y obrajes igual que hace cien años, son perjudicados de mil maneras, agraviados y manipulados con fines electorales, sin solución de continuidad desde el momento en que fueron vencidos y sometidos por los blancos, a fines del siglo XIX, siendo la tendencia irreversible la de su desaparición física y cultural. En estos casos sobrevive la discriminación de tipo racial reforzada por la económica y social.
Haciendo una síntesis anticipadamente, pues razones de espacio nos impiden desarrollar en profundidad la historia de las relaciones entre la sociedad blanca dominante y los grupos indígenas, y abstrayéndonos de las características diferenciales según tiempos y lugares, vemos que  las mismas han recorrido todas las modalidades que fuera dado imaginar: seudo igualdad declarativa a comienzos de la dominación española y a comienzos de la etapa independiente, aniquilación masiva en tiempos de la Conquista española, abandono e indiferencia por su suerte en la primera mitad del siglo XIX, exclusión de la identidad dominante (española primero, argentina después), racismo explícito, segregación, otra vez aniquilación, desplazamientos geográficos, esclavitud, servidumbre, sobreexplotación laboral, discriminación de todo tipo, desigualdad social, seudo integración o integración subordinada , deculturación, marginación, racismo implícito, paternalismo, manipulación política, etc, etc. Todas ellas modalidades del ejercicio de la dominación, la expoliación y la explotación de la sociedad blanca dominante sobre los grupos étnicos autóctonos.
En la actualidad, la desigualdad y la injusticia social que están a la base del sistema afectan a los pueblos indígenas en todos los ámbitos de la vida social: en lo político, lo económico, lo social, lo cultural, y en la exclusión de género, mucho más gravemente que al resto de la sociedad. 

SALVAJISMO, BARBARIE, CIVILIZACIÓN:
OTRA INMIGRACIÓN EUROPEA
           
El discurso oficial porteño dominante en la segunda mitad del siglo XIX en todo el país, caracterizaba como barbarie a la población descendiente de españoles, estuviera o no mestizada, que en líneas generales llamaremos gauchos o paisanos, y que poblaba tanto el interior de Argentina como la provincia de Buenos Aires y también la misma ciudad homónima. Sus “defectos” eran la pobreza, obviamente no debida a su propia voluntad, y su “incultura” frente a los hombres “civilizados”, de “buena familia”, propietarios de tierras y ganados, vinculados a la cosa pública, al Estado, a los puestos públicos, a la actividad mercantil, conocedores de que más allá del océano existía un mundo superior al que se podía acceder en la medida que se dispusiera de dinero, lo cual ellos tenían en grado harto suficiente. Por esa razón, los más conspicuos “civilizados” aprendían el refinado idioma francés, propio de los hombres cultos, y el inglés de los hombres de negocios. Y más tarde lo harían pasando largas temporadas en esas lejanas y amadas tierras.
Asimismo, para los pueblos originarios estaba reservada la categoría de salvajismo, “científica”[8] en esos tiempos. Esos pueblos avergonzaban a las élites blancas dominantes de Buenos Aires y a algunas oligarquías provinciales del interior del país.  El darwinismo social de fines del siglo XIX explicaba y justificaba su liquidación en aras del Progreso, esa nueva deidad fascinadora de todas las oligarquías latinoamericanas.
A pesar del escaso poblamiento  de nuestro territorio, la oligarquía argentina pregonaba la sustitución de “bárbaros” y “salvajes” argentinos preferentemente por blancos europeos del norte de Europa. Pero el aluvión inmigratorio provino de la baja Europa y no gozó de condiciones de fomento por parte de los gobiernos de la oligarquía ni pudo acceder  en forma amplia a la propiedad de la tierra, como por su predominante condición de campesinos hubiese sido dado esperar y ellos mismos anhelaban, conformándose buena parte de ellos -los que no se afincaron en los pueblos y ciudades para desarrollar oficios asalariados o artesanales- con un destino de arrendatarios con escasas posibilidades de acumulación y ascenso social. Como siempre, el suelo, el espacio, una vez arrebatado a sus usufructuarios milenarios, no podía ir a parar a manos de campesinos. El Progreso y la Civilización exigían el latifundio como propiedad sagrada de la oligarquía.
La magnitud del caudal inmigratorio trajo como consecuencia un alto grado de mestizaje con la población blanca nativa que transformó nuevamente el biotipo social y fundamentalmente la cultura argentina. Pero a pesar de su gran integración social y cultural a la sociedad dominante, no quedó eximida del posterior rechazo ni de los prejuicios raciales por parte de los sectores oligárquicos, conservadores y liberales, repentinamente convertidos en “nacionalistas” a comienzos del siglo XX. [9]        
Junto con aquellos inmigrantes, que finalmente no satisficieron las expectativas forjadas por la oligarquía en décadas anteriores, comenzaron a llegar inmigrantes semitas (árabes y judíos), éstos últimos provenientes sobre todo del este europeo, conformando colectividades con alta integración en la vida socioeconómica de aquellos tiempos, en condiciones ventajosas comparados con la población criolla, con la mestiza de larga data y con los restos de las culturas autóctonas. En este caso, algunos sectores segundones de la oligarquía y sobre todo del ejército, se abroquelaron desde el nacionalismo elitista y el tradicionalismo en el rechazo prejuicioso y discriminatorio contra los judíos sobre la base de planteos racistas, religiosos, ideológicos y políticos, en consonancia con los nuevos aires que soplaban en Europa.
Esas componentes, provenientes de la tradición española y hoy emblemáticamente nazi-fascistas, se instalaron fuertemente en la Argentina del siglo XX. Será recién después de 1983 cuando comience a producirse su rápida retirada, pese a lo cual pocos años después se produjeron dos cruentos atentados terroristas contra la Embajada de Israel en Buenos Aires y contra el edificio de la AMIA que ya llevan más de una década sin esclarecerse.
A comienzos del siglo XX arribaron los japoneses, una colectividad endogámica por razones culturales y religiosas al igual que los judíos, y que desarrollaron una fuerte integración en la vida económica, social y cultural de nuestro país.
Después de las oleadas menores de inmigración europea sucedidas durante unos pocos años de la primera y la segunda posguerras mundiales, la inmigración ultramarina se detuvo. Habrá que esperar hasta los ochentas y noventas para registrar la llegada  de otros pueblos  del este asiático como los chinos, laosianos, coreanos, indios, etc. Todos estos grupos étnicos son endógamos tanto por razones idiomáticas como culturales y religiosas y se hallan integrados en la vida económica ocupando posiciones importantes, generalmente por encima del status promedio de la población local, y sin ser objeto de discriminación racial aunque sí de prejuicios y estereotipos de diverso tipo. 
El resultado final en nuestro país ha sido una sociedad multicultural integrada predominantemente por miembros de la etnia blanca dominante de origen europeo llegados durante los últimos cinco siglos y con alto grado de mestización en estas tierras; más los restos supérstites de las culturas autóctonas con diverso grado de deculturación y de mestizaje, si bien hay grupos étnicos que conservan su biotipo prácticamente inalterable y buena parte de los elementos constitutivos de sus culturas, como sucede en el norte argentino; y los escasos representantes de las culturas del este asiático.

NUESTROS VECINOS INMIGRAN PERO NO SON INMIGRANTES

En la historiografía argentina de las últimas décadas del siglo XX ha surgido una línea de pensamiento que niega la existencia de una identidad nacional firmemente acendrada desde el comienzo de nuestras luchas revolucionarias; línea que releva y pone en el centro de sus análisis la presencia de identidades regionales volcadas hacia adentro de sí mismas, indiferentes por la suerte de sus vecinas con las que poco antes integraban una unidad jurisdiccional tan amplia como el virreinato del Río de la Plata. Más aún, prolonga ese supuesto estado psicológico y material hasta los tiempos de la llamada Organización Nacional.
Esta tesis ha pasado en menos de lo que canta un gallo a la escuela argentina, desde la primaria a la universidad, realimentándose continuadamente, y no ha generado, que se sepa, ninguna refutación. Esto último no autoriza a inferir que ello se deba a que no haya nada que refutarle. Nosotros creemos lo contrario con absoluta convicción y consideramos que esta posición es tremendamente funcional a la historiografía liberal tradicional aun cuando provenga de historiadores aparentemente progresistas.
No es el momento de embarcarnos en demostrar lo que pensamos. Muchos historiadores nacionales ya han relevado desde mucho tiempo atrás testimonios que indican exactamente lo contrario, y aun cuando aceptemos la existencia de fuertes improntas regionales en la primera mitad del siglo XIX, sostenemos que ello no era incompatible con la existencia de sentimientos y conciencia global de pertenencia a unidades políticas mayores, incluso supranacionales. San Martín y Bolívar, entre otros, son destacados representantes y voceros de los pueblos y las capas sociales mayoritarias interesadas en la construcción de estructuras políticas amplias, lo que se han dado en llamar el sueño de la patria grande. En esos tiempos, cuando Bolívar decía “La patria es la América”, nosotros nos llamábamos y nos reconocíamos como sudamericanos, y la idea y la experiencia colectivas y subjetivas acerca de la patria no eran relictos del pasado sino algo vital, a nivel de los problemas de la vida cotidiana, con clara noción del necesario proyecto y destino de unidad latinoamericana como condición para ser y para seguir teniendo esa identidad hispano-indígena que nadie repudiaba salvo las élites oligárquicas que surgieron en las ciudades portuarias al abrigo del libre cambio.
Por eso es que hoy nos consideramos hermanos de nuestros vecinos. Por haber formado parte de una etapa histórica de unidad cultural con múltiples matices particulares, como ramas de un mismo tallo. Por eso es que nunca fueron considerados extranjeros entre nosotros como lo demuestran las motivaciones del alzamiento de Felipe Varela en solidaridad con el Paraguay en la Guerra de la Triple Infamia, consecuencia de Caseros y Pavón con todo lo que ello representó: la paralización del proceso de desarrollo de las identidades nacionales con extensión a los pobladores originarios y de los sentimientos de hermandad entre los pueblos sudamericanos.
El proceso de limpieza de sangres y de los caracteres sociales y culturales considerados indignos por las élites blancas dominantes, iniciado a partir de 1852, obedeciendo a los intereses de la dominación de Gran Bretaña, fue aplicado en líneas generales en toda Sudamérica, en tanto la Gran Democracia del Norte, que ya venía dando pasos similares en su propio territorio desde mucho tiempo atrás, instigaba y cohonestaba esa ideología y su correlato empírico en América central y el Caribe.
Esa tarea fue terriblemente exitosa en muy poco tiempo debido a los medios violentos utilizados para ello, idénticos en todas partes a los de nuestro país, pero no ha terminado aún. El proceso particular de liquidación de las culturas originarias consideradas salvajes formaba parte de un proceso general similar aplicado al resto de la población del país, calificada de bárbara, por lo que también la sociedad nacional en su conjunto fue deculturada, sometida, expoliada, desintegrada, distorsionada y humillada.
Es por ello que propugnamos que la otra historia, debe incorporar simultáneamente el rescate de todas las historias y de todas las memorias no oficiales conjuntamente con las de los pueblos originarios puesto que la mayoría de éstos nunca se consideraron a sí mismos como no argentinos y esto ya era así aun antes de 1810, como lo prueba entre muchos otros casos el ofrecimiento de los caciques de la campaña de Buenos Aires, a Liniers, de miles de lanceros para pelear contra los ingleses.[10]
Dicho de otra manera, consideramos que también el pueblo mayoritario, nuestro pueblo en el sentido de comunidad nacional, es parte de los Otros Dominados y no sólo sus minorías dominadas. Un proyecto y un destino de país integrado en condiciones de igualdad y justicia social es consustancial a los intereses de los sectores sociales ubicados en la parte baja de la pirámide social, los cuales además constituyen las mayorías populares. De ahí que decir “pueblo” en Iberoamérica equivale a mayorías, por lo que hasta es redundante decir “mayorías populares”.
Esa suerte de mezcla indisoluble entre magnitud y sustancia, que es el pueblo, la comunidad nacional, la patria en suma, se entiende cuando decimos que todos somos pueblo excepto los que están al servicio de intereses extranacionales en contra de los de su propia patria, con lo cual queda abierta una puerta para que las capas intermedias, generalmente renuentes a integrarse con los de abajo, formen parte del proyecto y del destino anhelado por las mayorías. En definitiva, la unidad en la lucha popular es una condición necesaria para el triunfo tanto al interior de nuestro país como en la escala subcontinental latinoamericana, en la cual siempre es bueno recordar que “los pueblos son sagrados para los pueblos”.
Desgraciadamente, el presente nos encuentra con una larga historia de resentimientos entre vecinos, generados permanentemente por sus oligarquías al servicio de los poderes imperialistas de turno. Aunque excepcionalmente éstas no se hallen en posesión del aparato institucional del gobierno siempre son propietarias de algo mucho más importante que es el Poder político y económico a su exclusivo servicio. La misma trayectoria recorrida por la oligarquía de Argentina y sus herederos y recambios actuales ha sido realizada, apenas con diferencias formales, por las demás oligarquías de Iberoamérica.
Sus políticas se caracterizan, por lo general, por un doble discurso constituido, por un lado, por apelaciones declamatorias a la integración y la unidad latinoamericana en abstracto, y por el otro, poniendo obstáculos a una real, concreta y completa integración de nuestras naciones en cada situación particular que se presenta en la vida cotidiana, en nombre de “la soberanía” o de “nuestros viejos  núcleos morales”, practicando una infantil geopolítica tendiente a la desintegración y al debilitamiento de nuestros países. Así, por ejemplo, en Argentina, las derechas han fogoneado últimamente políticas restrictivas del ingreso a nuestro país de bolivianos, chilenos y paraguayos, acusándolos de distorsionar y perjudicar el normal funcionamiento de nuestra sociedad. He aquí, una vez más, el recurso del chivo expiatorio por parte del Poder.
            Constantemente, nuestros vecinos han emigrado a Argentina aun desde antes del aluvión inmigratorio europeo del siglo XIX. Pero nunca fueron  tenidos en cuenta ni reconocidos. En el caso de los chilenos en la Patagonia, aun admitiendo la existencia de seculares intenciones de expansión territorial de sus gobiernos oligárquicos, no se ha tenido ni se tiene en cuenta que nadie se va de su país cuando en él puede prosperar y realizarse como ser humano, y la historia de todos los inmigrantes es siempre la misma. Sobre todo en Argentina, con el universal llamado del Preámbulo constitucional a todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino, deberíamos agradecer en primer lugar a nuestros vecinos el haberse venido para acá a integrar una sociedad que creían que les ofrecía mejores perspectivas y en la que ellos siempre volcaron sus mejores aportes, compartiendo el futuro con nosotros,
            Pero ellos nunca fueron tratados –ni siquiera a posteriori- como pioners. Ellos inmigraron a nuestro país pero no se los consideró inmigrantes, y tampoco fueron integrados. Las causas las conocemos todos: son pobres, tienen una fuerte impronta genética  indígena, y consiguientemente son morochos. Esa discriminación de tipo racial y económico social se convierte así en discriminación por nacionalidad.
Con lo cual se pone en evidencia una vez más que el tan mentado espíritu generoso y abierto a la Humanidad del Preámbulo es sólo una cáscara vacía, ya que siendo Argentina un buen receptor de inmigración, que nunca tuvo políticas restrictivas del ingreso y radicación de los extranjeros, incluidos los inmigrantes limítrofes (salvo la Ley de Residencia de 1902 para expulsar a los “revoltosos” socialistas y anarquistas portadores de “ideologías disolventes”), eso no le ha impedido en general haberlos tratado mal posteriormente, salvo que fueran anglosajones.    
       
EL SUR COMPARTIDO

El principal grupo étnico autóctono de nuestra Patagonia, en cuanto a magnitud y distribución espacial, fue hasta dos o tres siglos atrás el tehuelche, suplantado y diluido posteriormente en el caudaloso torrente étnico mapuche, el cual a pesar de constantes acciones y condiciones adversas ha logrado sobrevivir hasta el presente, en tanto otros ya hace muchas décadas que están absolutamente extinguidos.
Los mapuches situados en la zona cordillerana conservan rasgos étnicos y culturales propios en mayor medida que los que viven en otras zonas, en razón de su mayor concentración demográfica, pero en cambio sus condiciones de integración social en la sociedad global son mucho más precarias. No obstante, y a diferencia de los indígenas dispersos en otras zonas de la Región, esa situación les ha facilitado desarrollar una creciente toma de conciencia de sí mismos como etnia y como cultura sometida, y en los últimos tiempos el inicio de una lucha que abarca un amplio repertorio de reivindicaciones.
¿Dónde están los mapuches hoy, sean puros o mestizos, en el Alto Valle de Río Negro? Básicamente en todas las localidades. Forman parte de los sectores de trabajadores. Algunos trabajan en la administración pública municipal o provincial, algunos son pequeños comerciantes o empleados de comercio, otros trabajan en las escasas actividades secundarias y terciarias existentes como los galpones de empaque o las agroindustrias, y en gran número son albañiles y peones de chacras, siendo en estas últimas actividades donde padecen la mayor explotación laboral.
Las localidades del Alto Valle, multiculturales por excelencia, registran un elevado grado de integración política y social de los descendientes de mapuches al nivel de los derechos consagrados constitucionalmente. Lo cual no implica que esa integración se dé en la práctica real del ejercicio de una ciudadanía también real ni del acceso efectivo a la distribución social de los bienes económicos y culturales en condiciones democráticas, justas e igualitarias, puesto que la sociedad nacional es esencialmente no democrática, injusta y desigualitaria. De todos modos, ellos padecen en peor grado esas condiciones reales de nuestra sociedad. Actualmente, los mapuches tienen las mismas posibilidades de realización individual y social que tienen los pobres no indígenas, es decir, prácticamente inexistentes. Ahora los pobres son iguales sin importar mayormente el color, el origen, la religión, etc, a los efectos de la dominación y explotación capitalista.
A pesar de todo, y de la constante manipulación clientelística de que son objeto por parte de los principales partidos políticos, hoy se hallan en mejores condiciones para encarar las luchas sociales conjuntas de todos los pobres y sometidos, lo cual era inconcebible cien años atrás, cuando las diferencias étnicas  pesaban mucho y dificultaban la integración social.
Si la integración socioeconómica de los indígenas es aparente, precaria y escasa, mucho más grave, a nuestro juicio, es la situación en el plano cultural, ya que en la Patagonia no existe integración cultural ni justicia cultural ni tampoco una memoria integral de la dominación y explotación del trabajo de los pobladores indígenas y de los inmigrantes chilenos y sus descendientes por parte de los sectores dominantes, fundamentalmente de los propietarios rurales.            
Si bien éste es un tema muy amplio cuyo tratamiento exigiría un mayor espacio, nos parece necesario anticipar nuestra opinión de que en el siglo XX esta desmemoria de los pueblos explotados del sur  americano es básicamente de tipo socioeconómico, por más que a comienzos del siglo XX subsistieran las consideraciones racistas de los gobiernos conservadores y algunas colectividades europeas trajeran a estos lares prejuicios similares. En todo caso, aquel racismo decimonónico, explicitado desde el poder como patriótica expresión del seudo progresismo local, continúa en forma implícita, larvada y oculta en los repliegues del pensamiento y las prácticas sociales.
En la actualidad, la autopercepción de los mapuches mestizados e integrados en la sociedad global, que son la mayoría, y la percepción de los otros externos respecto de ellos no es la de ser descendientes de mapuches, sino la de ser pobres: situación que contribuye positivamente a la continuidad creciente de su toma de conciencia para la lucha por la igualdad y la justicia social como integrantes de una sociedad nacional en cuyo seno las identidades se hallan en permanente construcción.
Hablamos de conciencia de los indígenas tanto como de los no indígenas. A partir de allí, la unidad de todos los pobres en la lucha por mejorar las comunes condiciones sociales de existencia es el camino más lógico, racional y deseable que se pueda esperar para la transformación integral de la sociedad, es decir, para una nueva, justa e igualitaria síntesis o simbiosis sociocultural que convierta en causa nacional y popular las reivindicaciones de los mapuches que todavía se encuentran organizados en comunidades. 
Esto último, siempre que sea de modo tal que la unidad intercultural en la participación y lucha por las diversas reivindicaciones de conjunto y de cada sector no signifique ni implique el olvido o la pérdida de rasgos específicos  de la cultura particular de ninguno de ellos, sino todo lo contrario, es decir, un renovado rescate de su pasado etnocultural y una identificación vital con sus raíces identitarias, dentro de la cultura nacional argentina y con carácter de patrimonio multicultural colectivo.
La patria, que no es el ente metafísico creado por los historiadores, escritores y poetas al servicio de la oligarquía e introyectado en nuestras mentes por el aparato educacional,  sino una metáfora de la comunidad en tiempo presente, está compuesta mayoritariamente por argentinos pobres, para quienes a esta altura de nuestra historia como comunidad nacional, la discriminación entre blancos, morochos, rubios, negros, amarillos, criollos, indígenas, mestizos o europeos, deberían ser ociosas y estúpidas.
Y esta afirmación no implica ni pretende disolver o licuar la diversidad de orígenes, ni mucho menos subsumirla para neutralizarla dentro de la categoría de mestizo, disolviendo y licuando consiguientemente la diversidad cultural y las diversas memorias dominadas, como ha ocurrido en otros países de Hispanoamérica.      

IDEOLOGÍA E INTEGRACIÓN

Si se toma conciencia de que la patria es la comunidad y no el Poder, ni su discurso histórico a través del tiempo, la unidad de los pobres es el camino que imprescindiblemente deben transitar todos los explotados y dominados al interior de nuestras sociedades nacionales en las diversas luchas coyunturales de la sociedad en su conjunto, mientras simultáneamente se libra la batalla para la transformación definitiva de la sociedad global dominante de bases oligárquicas en una nueva sociedad democrática de bases populares[11] que produzca la integración real de los restos de los grupos étnicos, transculturados o no.
Por supuesto, esa integración debe realizarse en condiciones democráticas, igualitarias, justas y solidarias, con la valoración, reconocimiento y respeto que corresponde a cualquier grupo étnico o cultural y a todo ser humano por el simple hecho de serlo, pero con mucha más urgencia, firmeza y generosidad en el caso de los restos de los pueblos originarios pues se trata de compatriotas dominados y explotados desde hace cinco siglos. Es decir, debemos comenzar por nuestros prójimos, o sea por nuestros  próximos. 
En consecuencia, es en el nivel ideológico cultural de la estructura social  donde deben aplicarse los más decididos esfuerzos para comenzar a cambiar la situación actual de los pobres, comenzando por librar los combates liberadores de la conciencia contra las ideologías  neoliberales y neoconservadoras oligárquicas que históricamente han sembrado entre nosotros un sentimiento autodenigratorio, configurando lo que algunos exponentes del pensamiento popular latinoamericano y universal han dado en llamar el complejo de inferioridad del colonizado.
Sólo desde ese plano podrá iniciarse una efectiva y permanente política de transformación de las actuales condiciones estructurales de la vida política, económica, social y cultural de la sociedad nacional. Por esa razón la educación es tan importante, siempre que se haga bien y que dé paso a las acciones concretas que requiere ese proceso de lucha.
Hoy se sabe que el sistema educativo ha sido el principal encargado de difundir y de reforzar aquel complejo permanentemente, valiéndose concretamente de una historia argentina falsificada, e implícitamente de una ideología difundida por medio de sutiles mecanismos ideológicos de deformación del conocimiento de la realidad.
Respecto de la política historiográfica oficial, el combate por la verdad histórica se libró éxitosamente por parte de muchas corrientes revisionistas, y continúa librándose permanentemente.
En cambio, respecto de aquellos mecanismos ideológicos falta mucho por hacer y la tarea es mucho más difícil pues la mentira y la falsedad son presentadas disfrazándolas como verdades cuando en realidad son “verdades” de sentido común, presupuestos ideológicos del sistema dominante, capitalista dependiente y oligárquico, que terminan pareciendo naturales, indiscutibles, como es el caso de la construcción de las diferencias de color de las personas y los estereotipos étnicos, cuando ya sabemos que ninguna propuesta de sentido es neutral ni inocente y siempre debemos desmontarla críticamente para dejar en evidencia no sólo a quiénes la emiten, sino a quiénes representa, a quiénes beneficia y a quiénes perjudica. Esto último, si partimos de concebir y ejecutar nuestra tarea intelectual como una actividad política liberadora.
En este sentido, muchas de las acciones públicas destinadas a los sectores indígenas, presentadas bajo un ropaje discursivo de reivindicación y reconocimiento de derechos humanos, utilizan mecanismos ideológicos de deformación de la verdad sobre los problemas concretos del sector, resultando ser la mayoría de las veces expresiones del paternalismo y el gatopardismo[12] esterilizante, conservador y congelador de la desigualdad social, ejercidos por gobiernos nacionales, provinciales y municipales que no hacen otra cosa que reproducir las componentes oligárquicas del Estado y el sistema.

IDEOLOGÍA, SOCIEDAD Y ESCUELA

Siguiendo este recorrido, queremos echar un vistazo a dos cuestiones solamente, dentro de un más amplio repertorio posible, relacionadas con el subsistema educativo.
La primera de ellas es la contradicción existente entre la actualmente extendida asunción de la defensa de los derechos humanos a nivel de discurso oficial y crecientemente por parte de la sociedad, por una parte, y por la otra al hecho de seguir considerando “prócer” a quien fuera el más prominente racista, convicto y confeso, de Iberoamérica: Domingo Faustino Sarmiento, de lo cual sobran evidencias de su pensamiento y su acción en contra de los indígenas, de los gauchos, de los pobres y de los débiles.
Y si bien el sistema educativo no es quien le ha creado esa falsa estatura de prócer con tan inmerecidos honores, ha sido el divulgador y reproductor de esa falacia. Y eso es lo que continúa haciendo actualmente.
En ese sentido, nos parece increíble que algunos dirigentes de gremios docentes nacionales levanten la figura de Sarmiento en el presente como ejemplo y bandera para pensar una sociedad mejor, dando por sentado que hizo muchas escuelas y que impulsó la educación (otra exageración ya demostrada[13]) -como si fuera posible separar la condición de Sarmiento de ser sólo un animador contra el analfabetismo, y ni siquiera el mejor añadimos nosotros aceptando el modesto título que le confiriera Paul Groussac- abstrayéndola de su condición de teórico racista y promotor eficiente de la liquidación de las poblaciones autóctonas de América.   
Este tipo de actitudes, de pensamiento y de prácticas, es fruto de la ignorancia de la historia real, que no es la historia oficial enseñada en todos los niveles del sistema educativo. Sólo así se explica la paradoja de que los docentes descendientes de indígenas continúen rindiendo homenajes, desde hace más de un siglo, a quien fue ilustrado ideólogo y fogonero de la aniquilación de sus antepasados.
Que estas verdades no las conozca el pueblo en su conjunto es gravísimo, pero mucho más lo es que las ignoren los docentes, trabajadores intelectuales con la misión de educar y formar generaciones tras generaciones de niños y adolescentes en las cuestiones referidas a la patria, el patriotismo, las identidades, la vida cívica, los valores y la democracia.
            Por empezar, las culturas dominadas en el pasado continúan siéndolo actualmente junto con las ya transculturadas y explotadas económica y socialmente sin diferenciación étnica. Son culturas que por lo general no tienen voz propia, o si la tienen no posee la fuerza suficiente como para ser escuchada por quienes deben hacerlo, ya que la cultura oficial dominante las ha excluido de su centro y las ha desplazado a la zona de la periferia cultural y de la marginalidad económico social. Históricamente sucedió así en Argentina y en el resto de  Iberoamérica: su voz les fue arrebatada violentamente antes y ahora.
En el siglo XIX, tiempo de hegemonía indisputada del seudoliberalismo argentino, el discurso oficial de la sociedad blanca dominante referido a las etnias autóctonas de América era claramente racista, discriminatorio y excluyente, y se reflejaba en una consecuente política práctica en su contra.
Una vez completado el control territorial del país y el sometimiento y marginación de los grupos indígenas sobrevivientes el discurso racista oficial se dedicó a atender a otros destinatarios: los inmigrantes de la baja Europa y los “rusos”, como era común referirse a los judíos por esos años. Contra ellos se ejerció el racismo y la praxis oficial discriminatoria y represiva sin pudores ni remilgos, sobre todo con relación a su participación en los conflictos sociales.
            Durante el largo período de los gobiernos radicales, a comienzos del siglo XX, no existió una posición coherente y firme de claro contenido social proindigenista ni antirracista en las esferas oficiales como fruto de las contradicciones ideológicas y políticas que anidaban en las filas del partido gobernante.
La bienintencionada iniciativa de Irigoyen de efectuar un reconocimiento a España como formadora de nuestras naciones, por medio de la creación de la efemérides del 12 de octubre, realizada con un claro objetivo hispanoamericanista luego de más de un siglo de prédica antiespañola de origen liberal pro británico (excepción hecha de la época de Rosas) y como respuesta a las presiones de EE.UU. para forzar el alineamiento de los países latinoamericanos neutrales en la Primera Guerra Mundial, no tuvo el equilibrio necesario para rescatar la relevancia sustantiva de la cultura de los pueblos originarios ni la existencia de mestizajes no traumáticos como el del Paraguay  ni la de un extendido sincretismo cultural, mucho más evidente en el interior que en el litoral, ni tampoco la historia de su exterminio. A lo cual se añadió la poco afortunada expresión “día de la raza”, para designar dicha efemérides, debajo de la cual se cobijaron no los liberales de la oligarquía sino los nacionalistas de derecha, hijos putativos de aquella, quienes con deshonestidad intelectual llevaron su hispanofilia a niveles de panegírico. 
Para fines del siglo XX, al llevarse a cabo los actos del V Centenario de la llegada de Colón, una ansiada revisión crítica del pasado pondría las cosas en su lugar y cuestionaría severamente “la obra” española en Indias, arrastrando a Irigoyen en sus impugnaciones por haber instituido aquella conmemoración. Lo cual no ha sido del todo justo puesto que Irigoyen fue ante todo antioligárquico como corresponde serlo en Iberoamérica, por más que la UCR revistara en el campo del “liberalismo” a la violeta de Argentina y por más limitaciones y errores que haya tenido, y aquí estamos pensando en la Semana Trágica y en las matanzas de la Patagonia.
En Irigoyen, nieto de india y con sangre española, se daba esa condición de mestizo con compromiso nacional que tuvieron antes que él cientos de auténticos patriotas en Argentina y en la Hispanoamérica independiente, como fueron para citar los casos más relevantes entre nosotros los de San Martín, también hijo de india y de español, y después  Perón, hijo de india y con ancestros europeos por parte de padre.
A comienzos de siglo, la oligarquía y el ejército, contraídas defensivamente contra el avance de “los rojos” socialistas y anarquistas y luego de los comunistas, y con un largo historial de racismo en su haber al cual ya nos hemos referido, reflejaban por entonces las nuevas ideas y prácticas racistas antijudías de la vieja Europa, las que ocuparían un espacio privilegiado más tarde, durante la Primera Década Infame, no sólo en el plano gubernamental sino  también en ciertos sectores de la sociedad civil, movilizados desde las conferencias de Lugones en 1923 en el teatro Coliseo, en contra de la inmigración (la de baja ralea, se entiende) y especialmente de  los judíos.
La llamada revolución del 4 de junio de 1943 fue realizada por militares formados en ese ambiente corporativo de ideas corporativistas, jerárquicas y antijudías del ala nacionalista del ejército argentino. Y si bien el posterior gobierno peronista salido de su seno por la alianza de ese sector y las mayorías trabajadoras del país tuvo otro signo distinto en esta materia, sin exclusiones ni discriminaciones, al punto que las organizaciones judías  apoyaron la reelección de Perón, ese nacionalismo popular llevaba larvado en su seno el germen del antijudaísmo inoculado a partir del vector nazi fascista que lo integraba, proveniente del nacionalismo elitista, y que habría de perdurar más o menos implícito en el ejército hasta el momento de su eclosión en la experiencia nazi llevada a cabo por todas las fuerzas armadas de la nación en el período 1976-1983, y también en el imaginario peronista oficial  hasta el retorno a la democracia[14]. Y en cuanto a la consideración de la situación de los indígenas estuvo ausente en los planes oficiales para la nueva sociedad proyectada.
A partir de la década de los sesentas, las tradicionales miradas negativas sobre los indígenas en la historia argentina, que habían quedado instaladas en el plano cultural y académico oficial, comenzaron a ser impugnadas en esos mismos planos pero desde veredas opuestas, y fueron perdiendo terreno tanto en nuestro país como en muchos lugares del mundo, a tenor de los crecientes procesos de concientización y lucha de las masas contra los factores de dominación externos e internos que se fueron produciendo en los países coloniales y semicoloniales.
Sin embargo, ello no significó que el discurso fuera sustituido por una acción gubernamental sistemática en beneficio de las comunidades indígenas. Para ello habrá que esperar el retorno a la democracia, a fines de 1983, y desde entonces los problemas indígenas (no “el problema indígena”) comenzarán a ser tenidos en cuenta desde las esferas gubernamentales incluyendo la participación de sus protagonistas. Mucho ha incidido en este impulso la acción firme y sostenida de los organismos internacionales de defensa de los derechos humanos y de los pueblos autóctonos sometidos que desde entonces han comenzado a recuperar su iniciativa, su voluntad de lucha, y el ejercicio del derecho a pensar  y a hacer escuchar su voz por sí mismos.
No obstante, a pesar de que actualmente la sociedad argentina ha comprendido que Argentina también es Iberoamérica y no Europa (mal que les pese a los grupos y sectores del stablishment), y que, en consecuencia, los pueblos originarios padecen de una injusticia histórica integral, el cambio de actitud de la sociedad blanca dominante y de las políticas públicas respecto de los indígenas frecuentemente adolece de errores en las acciones emprendidas.

PATERNALISMO, EDUCACIÓN, INTEGRACIÓN

Habitualmente, quienes hablan y escriben en nuestro país, y en Iberoamérica, sobre los grupos étnicos dominados son, como siempre lo ha sido, predominantemente integrantes del grupo étnico dominante. Por ejemplo, en los libros de lectura, en los manuales escolares, en los libros sesudos de los cientistas sociales y en los diarios y revistas, los autores escriben desde su posición de clase dentro de la sociedad blanca dominante, pues son generalmente blancos de clase media, sin olvidar que medios de comunicación e industrias culturales son siempre de propiedad de integrantes del grupo étnico dominante.
Por más que en la actualidad la mayoría de esos voceros –científicos, escritores, periodistas, documentalistas, etc- expresen una actitud y un pensamiento divergente al de sus homólogos de las épocas de la lujuria oligárquica, de todas maneras al asumir el ejercicio de la voz en defensa de las etnias dominadas se constituyen en Otros externos a los indígenas y frecuentemente su voz no resulta ser igual a la voz de los indígenas así como el pensamiento expresado no suele corresponder exactamente al de éstos últimos.
En la mayoría de esas emisiones, más allá de sus, en principio, probables buenas intenciones, no se halla presente el yo indígena sino el de los portavoces externos, razón por la cual no pueden reflejar la profundidad de los propios y reales puntos de vista de los indígenas acerca de su pasado, de su cultura y de la realidad, así como tampoco sus sentimientos, sus emociones y la compleja sensación de ser indígena en el seno de una sociedad blanca dominante que en su interior no es igualitaria ni justa ni democrática.
Y por más que estos mensajes se presenten como indigenistas o proindigenistas, es decir, como proviniendo del núcleo real de la cultura y los intereses indígenas, en la práctica no lo son. Su carga ideológica, larvada o metamorfoseada, generalmente se corresponde con la ideología  de la sociedad blanca dominante.
Hasta aquí podríamos concluir que, por su origen, esos mensajes son por lo menos insuficientes para la comprensión de los problemas indígenas y en consecuencia para la lucha por sus reivindicaciones. Insuficientes tal vez no en cantidad sino en cuanto a la posibilidad de expresar en profundidad y en su totalidad la amplitud y complejidad de  los problemas indígenas a que aluden.
Eso en el mejor de los casos, pues además de esa clase de resultados, cada vez que algún integrante de una cultura o de una clase dominante o por lo menos en una situación de dominancia subroga a los legítimos propietarios de los derechos de pensar y expresar reivindicaciones correspondientes a culturas o clases dominadas suelen producirse otros resultados que constituyen un problema mucho más grave.
Son los que se originan en ciertos enfoques, formas de conocimiento y de transmisión de los asuntos contenidos en dichos mensajes que terminan impidiendo el conocimiento de la verdad verdadera al sustituirla con verdades a medias y hasta con falacias. No obstante, como sus enunciados son presentados con visos de rigor analítico y discursivo es muy fácil caer en la trampa de apropiarnos acríticamente de un falso conocimiento y de naturalizarlo después.
Los defectos de esos mensajes son varios y suelen presentarse conjuntamente, potenciando sus efectos. Entre otros, mencionaremos los siguientes:

  1. La mirada externa presenta a las diversas culturas indígenas fuera de la historia;
  2. no tiene en cuenta la historia de su aniquilamiento, dominación y explotación por parte del Poder desde la llegada de los europeos a América;
  3. se las presenta aisladas de la sociedad global dominante, como culturas exóticas;
  4. con un enfoque estático y cristalizado;
  5. fragmentando y reduciendo su universo cultural en casilleros predeterminados con un enfoque de anticuario, de documentación y de inventario, como hacían los antropólogos ingleses con los pueblos del África negra en el siglo XIX;
  6. sin tomar en cuenta para su estudio el comportamiento al interior de los grupos étnicos o subculturales de variables sociales propias de la cultura dominante presentes en su vida concreta;
  7. sin considerar las relaciones entre ellas y la cultura dominante en términos de dominación, violencia física y violencia simbólica, desigualdad social, explotación económica, etc;
  8. sin relacionar los conocimientos con las diversas mediaciones sociales intervinientes en la trama de poder político, económico, social y cultural en que son producidos, como son los intelectuales, los enseñantes, los Mass Media, el sistema educativo y el político, como constructores de significados hegemónicos, así como tampoco con las ideologías y los presupuestos explícitos e implícitos existentes en nuestra sociedad nacional y en el mundo;
  9. en la escuela nunca se estudian los conflictos sociales del presente, el cierre de fábricas, la desocupación, la corrupción pública y privada, el hambre y la desnutrición infantil, las huelgas y las protestas sociales, ni los sueldos miserables que reciben los peones en las chacras, es decir, esos trabajadores por lo general chilenos y/o mapuches cuyos hijos tienen que estudiar en el aula, de la forma más arriba señalada, un fenómeno social llamado discriminación.

La utilización de tales procedimientos devienen en un discurso tramposo y deshonesto del asunto en cuestión, pues en él se ha producido un contrabando ideológico, omitiendo, reduciendo o distorsionando la verdad y produciendo un constructo irreal, una construcción intelectual falsa que suele convertirse en una machietta, y que por lo tanto deja fuera de foco los problemas fundamentales y actuales de esos grupos dominados, o bien concluye creando o reforzando estereotipos o tipos ideales, tanto con carga negativa como mítica al estilo del “buen salvaje” de otros siglos.
Tanto los productos intelectuales como las acciones gubernamentales, y entre éstas especialmente las educativas, presentan casi siempre estas formas de conocimiento y de discurso sesgado, atrofiado y distorsionado.
Uno puede preguntarse por qué ocurre. Y las respuestas pueden ir desde un ingenuo“no se dan cuenta” (pues no tienen criticidad para conocer la realidad ni para criticar el fruto de sus trabajos) hasta una estrafalaria teoría conspiracionista: “lo hacen ex profeso” (pues están al servicio de la dominación). Ambas clases de respuestas tienen largo andamiento en nuestra realidad y en nuestra historia pero si bien pueden representar algún grado de verdad no contienen toda la verdad.
Lo cierto es que todo trabajador intelectual y todo ser humano en uso de sus facultades intelectuales, piensa y actúa con supuestos ideológicos internalizados que no se hacen totalmente presentes a su conciencia. Por eso, es exagerado atribuir en bloque a los intelectuales –aun descontando honrosas excepciones– la condición de mercenarios, pues la mayoría de ellos obran con el convencimiento de ser honestos intelectualmente y de no hacer concesiones.
Pero, si bien no son culpables por acción, consideramos que sí lo son por omisión de criticidad en su tarea, aunque sólo sea en parte. Razón por la cual es legítimo enjuiciar su tarea a la luz de la responsabilidad social que les cabe como intelectuales al tener la posibilidad de influir sobre la conciencia de los demás. Esto ya ha sido hecho anteriormente en muchos lugares del mundo pero se ha olvidado últimamente, acorde con la tónica de los tiempos que corren.
Y aunque suspendamos provisoriamente un juicio en ese sentido, mucho más útil es preguntarnos a quién beneficia esa clase de productos intelectuales que a veces hasta pueden expresar la verdad, pero no toda la verdad, como corresponde a un verdadero intelectual con responsabilidad social por su tarea y con compromiso militante con la verdad y la justicia, que es como se debe definir críticamente a un intelectual. Y la respuesta es muy sencilla: al sistema social capitalista constituido sobre bases oligárquicas, es decir, basado formalmente en los valores del liberalismo político pero en la práctica real sustentado en la dominación permanente y creciente de una subclase conservadora como es la oligarquía en sus actuales modalidades de existencia y de pequeños grupos y agencias con poder político, económico, social y cultural, los cuales ejercen su dominación y explotación sobre amplias capas de la sociedad de Argentina y de Iberomérica.
El ejemplo más cercano y contundente es la enorme rentabilidad política y económica que ha representado para  la oligarquía argentina la construcción de una historia falsificada, puesta enteramente a su servicio y no al de la nación. En este caso, la “verdad” histórica se impuso por la violencia de los hechos y de las aulas creando dogmas y mitos sacrosantos. Una vez que la memoria colectiva se aleja de los hechos reales, por el paso del tiempo y por el constante machaque oficial, los dogmas parecen verdades, se naturalizan y terminan convirtiéndose en mitos que son creídos y transmitidos de generación en generación. Pues bien, el resultado es el mismo cuando en lugar de estudiar el pasado pretendemos conocer las culturas indígenas actuales de nuestro país.

PATERNALISMO INDIGENISTA

Anteriormente hemos calificado como gatopardista el accionar de algunas agencias gubernamentales que operan sobre los problemas relacionados con las comunidades indígenas. Ahora añadiremos la caracterización de paternalismo para algunas de sus prácticas relacionadas con el pensar y actuar la integración de los indígenas, con la aclaración de que el paternalismo también suele ser  ejercido con frecuencia por los intelectuales, sobre todo en esta materia, y además por otros trabajadores intelectuales como son los educadores, y por la escuela misma finalmente.
Entre nosotros, ¡quién no ha leído o escuchado alguna vez la famosa frase “Nuestros hermanos los indios”, que es todo un cliché habitualmente presente en textos escolares, en las curriculas de la escuela primaria y en el cuaderno de los alumnos! 
Los autores de libros y manuales, las autoridades educativas que elaboran los lineamientos curriculares y los docentes, creen sinceramente que al utilizar esa frase están contribuyendo a la lucha contra la desigualdad y la discriminación social.
Nada más lejos de la verdad. Ni esa frase ni otras por el estilo son inocentes ni ingenuas. Por el contrario, cumplen una función muy triste sobre todo cuando son empleadas en los ámbitos educativos: sirven para engañar al lector, o sea el docente y el alumno, y para distraerlos del camino hacia la verdad en los asuntos sobre los que se dice querer enseñar.
El paternalismo, en este ejemplo, nace por el hecho de hablar y escribir sobre los Otros Dominados, en forma favorable a ellos pero desde la cultura dominante, en cuyo núcleo ideológico se sitúa la escuela y el docente que cumplen una función precisa  y determinada en línea con los fines que inspiraron la creación del aparato educativo del Estado.
Cuando la escuela, el libro, el maestro, hablan de una cultura dominada, lo hacen desde su propia mirada, su ideología y sus intereses de clase, las más de las veces no explicitados ni concientes. Su punto de observación es el de la centralidad del sistema dominante, condensado en su núcleo de valores hegemónicos, considerados representativos de la totalidad social, desconociendo u obviando la historia de su contradictoria construcción y la existencia de otros actores y otros puntos de vista legítimos pero en condiciones de subordinación a aquél.
La institución escuela expresa al sistema global al ser fruto del mismo, al ser un instrumento para sus fines. Ella toma la iniciativa de hablar y de actuar, como otras instituciones públicas, sobre los Otros Dominados, fundamentalmente porque tiene la facultad para hacerlo. Pero esa misma facultad le ha sido y le es privada, retaceada y hasta impedida, según los casos y las necesidades del sistema, a sus legítimos propietarios.
El ejercicio de esa facultad aparece encubierto por buenas intenciones, buenos sentimientos y valores altruistas, igualitarios, etc, pero de hecho entraña una minusvaloración de aquellos a quienes se sustituye en el ejercicio de su expresión y en la toma de decisiones que tienen que ver con ellos mismos y con sus relaciones con la sociedad global.
En última instancia, como concesión forzada, aunque difícilmente gratuita, el sistema dominante puede llegar al extremo de aceptar oficialmente que los Otros Dominados se expresen sobre sí mismos y tomen decisiones por sí mismos en algunos asuntos muy acotados de sus realidades particulares, pero nunca permite ni permitirá que puedan hacerlo -como sería lógico y natural en un contexto sociopolítico realmente democrático- que lo hagan respecto de la sociedad global que ellos también integran. Es algo así como lo que sucedía en el feudo medieval: el siervo podía decidir por sí mismo qué hacer con la exigua porción de tierra de mala calidad que su señor le había destinado para su manutención y la de su familia, pero en la extensa y feraz  extensión correspondiente a aquél, que él laboraba como bestia de carga la mayor parte del tiempo, debía abstenerse de pensar, de opinar y de actuar por sí mismo. 
Esa minusvaloración de los grupos y las culturas indígenas tiene como presupuesto que ellos no están en condiciones de asumir sus derechos políticos y culturales con representatividad colectiva.
Obviamente que pueden hablar individualmente, tienen para ello los mismos derechos constitucionales de igualdad que el resto de los habitantes. Pero para los asuntos étnico-culturales es la sociedad blanca dominante la que toma a su cargo su “defensa” frente a las condiciones adversas que se les presentan en su relación con los no indígenas. Y también decide su “integración” en los términos y con los alcances y límites que ella define desde el núcleo ideológico de valoraciones e intereses del sistema.  Es decir, actúa con ellos como un padre generoso que se ocupa de sus hijos en tanto no están en condiciones de valerse por sí mismos hasta llegar a su mayoría de edad. O más bien, como su  tutor “natural”.
En la escuela, los niños estudian a los indígenas como un objeto cultural exótico, no como algo que está presente en sus vidas al punto que muchos niños llevan apellidos indígenas pero sus maestros hacen silencio sobre ese hecho, pues parten de que la condición de indígena o descendiente de ellos no es un valor cultural digno de aprecio sino todo lo contrario. Como ejemplo, vaya la siguiente triste anécdota:
En 1986, en una reunión provincial de profesores de ciencias sociales del nivel medio, una joven profesora rionegrina replicó flamígeramente a otro profesor, “¡cómo le vas a preguntar a un chico si tiene ascendencia indígena... lo estás humillando!”. Lo que ese profesor había contado era su experiencia de utilizar abordajes didácticos diferentes al estudiar la historia local y los valores democráticos, valiéndose del recurso de hacer reconocer a sus alumnos los apellidos de los adjudicatarios de viviendas de los planes provinciales que publicaba el periódico regional. Les hacía reparar en las características fonéticas de los apellidos de origen español, italiano, alemán y mapuche, con la finalidad de estudiar la identidad multicultural de nuestras localidades a lo largo de la historia. Pero según los presupuestos básicos de esa profesora, tener ascendencia mapuche es motivo de humillación, y peor aún si se menciona en público, por lo cual supongo que admitirá que los niños descendientes de mapuches puedan hablar de “eso” con sus padres, fuera de la presencia de extraños y en voz baja...
Coincidente con lo anterior es el siguiente caso: cuando recientemente un historiador argentino[15] publicó un libro aportando las pruebas de que San Martín era hijo de don Diego de Alvear -y por lo tanto hermanastro de Carlos María- y de una india guaraní (lo cual no era nada novedoso pues en vida de San Martín la sociedad porteña rumoreaba al respecto y lo intuía por sus facciones despreciándolo por ello), los docentes de todo el país se sintieron asombrados y optaron primeramente por dudar de la veracidad de esa información que la televisión difundía constantemente en entrevistas al autor. En nuestra pequeña escala local innumerable cantidad de docentes en ejercicio (sobre todo de la escuela primaria) y otros próximos a serlo nos preguntaron si “eso” se podía mencionar a los alumnos. Un ex maestro jubilado que en sí mismo lleva evidentes rasgos de ascendencia indígena, pletórico de santa indignación por el sacrilegio cometido contra el prócer arremetió contra el historiador y contra su trabajo, desde las páginas de una pequeña publicación local, calificándolos de ave de carroña y de libelo difamatorio, respectivamente. Más allá de lo anecdótico, lo grave es que, hasta el presente, la condición mestiza de San Martín es ocultada en las escuelas y se continúa mencionando que es hijo de Don Juan de San Martín y de doña Gregoria Matorras del Ser.
Otro ejemplo en el mismo sentido, es decir, del prejuicio racial y social, es que cuando llega la fecha del aniversario de la localidad suele invitarse al aula para dialogar con los alumnos sobre “aquellos viejos tiempos” exclusivamente a viejos colonos europeos o a sus descendientes, y sólo excepcionalmente a alguien de origen mapuche, chileno, o simplemente criollo, como si éstos no hubieran estado presentes en la historia de nuestros pueblos.
En el caso particular de Villa Regina, en 1924, fecha de su fundación, no había indígenas, pero sí abundaban chilenos y criollos que trabajaron esforzada y parejamente desde entonces en las chacras junto a los italianos inmigrantes que habían llegado siendo tan pobres como ellos. Hoy, ochenta años después, la mayoría de los descendientes de aquellos italianos son propietarios capitalistas enriquecidos y los descendientes de los chilenos y criollos siguen trabajando para ellos en las chacras o en las numerosas empresas que aquellos poseen, integran las barriadas marginales de la ciudad y siguen estando abajo en la escala social y seguramente lo estarán también sus descendientes en el futuro. Sin embargo,  esta situación injusta no ha merecido ningún recuerdo historiográfico crítico y lo que es peor, ningún anclaje en la memoria colectiva de la sociedad local.[16]
Lo anterior, para el caso de localidades con descendientes de mapuches, se observa claramente en las escuelas de la Línea Sur, donde existe la costumbre de rescatar privilegiadamente como pioneros merecedores del reconocimiento y agradecimiento de la posteridad, a los descendientes de sirios, libaneses y europeos, olvidando a los mapuches que poblaban la zona desde mucho tiempo antes de la llegada de aquellos y cuyo destino fue ser siempre mano de obra barata de los propietarios rurales de esos orígenes.
Constituye un clásico en el tratamiento de estos temas la referencia a que los manuales y los libros de lectura de la escuela primaria y los libros de texto de los colegios secundarios leídos en las diversas regiones de nuestro país presentan invariablemente imágenes de los habitantes de Argentina realizadas en base a los patrones de representación de los hombres blancos occidentales.
Por más que, por razones históricas, en nuestro país el color predominante de la tez de sus habitantes sea el blanco de origen europeo, extensas regiones del mismo como son las del norte y centro tienen predominancia de habitantes con pieles oscuras, indígenas o mestizas. Por otra parte, por razones de movilidad geográfica en el pasado y en el presente, gran cantidad de esos pobladores también habitan las regiones que más recibieron el aporte inmigratorio europeo. Entonces, cabe preguntarse por qué se elige para los libros que circulan en el sistema educativo nacional una imagen de hombres y mujeres con un determinado color de piel. ¿Acaso el blanco es un color neutral?, ¿o una ausencia de color que se hace evidente por contraposición a la utilización de la expresión “hombre de color” para referirse a un negro?
El ejemplo precedente nos da pie para decir que las expresiones eufemísticas tampoco son inocentes en la mayoría de los casos. Precisamente, el significado de eufemismo[17] (“Manera de expresar suave o decorosamente ideas cuya recta  y franca expresión resultaría dura o malsonante”) sirve a nuestros propósitos. Quien no se atreve a pronunciar los términos negro, aborigen o judío, y los reemplaza por la ya mencionada hombre de color, por natural o hebreo, respectivamente, parte del supuesto de que aquellos son hirientes u ofensivos y lo que en realidad está haciendo es confirmar su supuesto carácter denigratorio que sólo existe en la mente de quienes discriminan. Más claramente, quien así obra discrimina.
Análogamente a los ejemplos anteriores, en las escuelas argentinas de la Patagonia es frecuente que los docentes sientan pudor de preguntar a algún alumno si es chileno. La historia del tradicional y generalizado uso de ese gentilicio en nuestro país, al igual que los otros términos ya mencionados, con sentido discriminatorio y ofensivo ha terminado por naturalizar el supuesto de que ser chileno, negro, indígena o judío es un desmedro, una condición inferior.
Como vemos, la discriminación opera no sólo al nivel del discurso explícito, es decir, de aquello que se expresa visual o lingüísticamente, hablando del presente, y como memoria oficial respecto del pasado, sino también por medio de lo que se calla o se oculta y de la desmemoria u olvidos oficiales.
Veamos otro caso similar ocurrido hace un par de años en Río Negro: una madre chilena fue a hablar con la maestra de su hijo porque tanto sus compañeros de aula como los demás alumnos de la escuela se burlaban constantemente de él debido a que su apellido era Concha, un apellido muy común en Chile así como en España es un tradicional nombre de mujer o un diminutivo de Concepción, pero que en Argentina representa la más popular de las denominaciones de la vulva y la vagina. La pobre madre le dijo a la maestra que su hijo lloraba y no quería ir más a la escuela y le pidió que hiciera algo para terminar con ese comportamiento. La respuesta de la docente fue la siguiente: ¡Pero, señora... usted lo que tiene que hacer es cambiarle urgentemente el apellido a su hijo!
No conozco otro caso más cruel de herir y humillar a una madre, a un hijo, a un padre, y a la vez a un alumno de una escuela argentina y a una familia extranjera radicada en nuestro país, que el de esa maestra.
En lugar de educar a los alumnos de su grado y de su escuela para cambiar su comportamiento discriminatorio, la maestra cohonestaba su conducta y el culpable resultaba ser el niño chileno por ser portador de apellido. La “solución” de la maestra, una de las caras de la institución escolar, era que su alumno renunciara a uno de los componentes de su identidad como es el apellido. Identidad que no es sólo legal sino fundamentalmente histórica, social y moral. Su respuesta se compadecía totalmente con aquella tradicional prohibición racista y discriminatoria de ponerle a los recién nacidos nombres del acervo cultural indígena, hoy felizmente desaparecida en nuestro país.
¿Me pregunto cómo se podrá hacer desaparecer el dolor de aquella familia ante la definición implícita de una maestra, pero también de una escuela, de un sistema educativo provincial y de un Estado nacional a quienes aquella representa, que consideran que el apellido de un ser humano es reputado despreciable y merecedor de burla y escarnio?  
Es evidente la inferioridad atribuida a todo lo autóctono y la superioridad de lo europeo, blanco y católico, en el imaginario social constantemente reproducido por la escuela, por otras instituciones y por las políticas públicas. Esa constante construcción y reproducción falsa del pasado y de la realidad se canaliza a través del discurso y de las prácticas sociales y se consolida en la mentalidad colectiva como estereotipos y representaciones negativas de los Otros Dominados que permanecen fuertemente arraigadas con el paso de los años.
Por supuesto, esta negatividad de la mirada no se aplica solamente a las grupos y culturas indígenas o a sus descendientes. También opera respecto de otros inmigrantes de países vecinos, además de los chilenos, como es el caso de los peruanos, los bolivianos, los paraguayos y los uruguayos, los cuales tienen en su biotipo claras señales de su ascendencia indígena, ya sea pura o mestizada. En este último caso no la pasan mejor, la cultura dominante también los ignora y desvaloriza asimilándolos a la condición de “indios” cuando en ellos la vertiente genética europea ha sucumbido frente al desmedro que representa para la conciencia de aquella la dominancia de la otra, la autóctona. De allí que a todos ellos les hayamos inventado motes como los de “chilotes”, “perucas”, “bolitas”, “paraguas”y “charrúas”, que no son fruto de un inexistente gracejo nacional sino de nuestro proverbial sentido de superioridad, por lo demás ya conocido en casi todo el mundo.
Puestos a vilipendiar a España, a su cultura, y a los aspectos positivos de su presencia en América -que sin dudas los tuvo-, el injerto europeo de los tres siglos de Indias españolas no satisfizo a los liberales de la segunda mitad del siglo XIX pues el tronco genético resultó ser  la vertiente nativa americana[18]; y los mestizos, de piel oscura frente al español, tiraban para la tierra, para los de abajo y para los del interior, en lugar de hacerlo para Europa, para los de arriba y para los de la ciudad de las luces, la inefable Buenos Aires.
El desencanto de los “Organizadores” se inclinó por lavar esas pieles oscuras en el torrente de la inmigración europea promovida inmediatamente. Pero cincuenta años más tarde, tendrían otra desilusión pues no habían venido los rubios de ojos celestes del mundo anglosajón, pobladores de ciudades cosmopolitas, ilustrados y con abundantes capitales sino los pueblos pobres, en su gran mayoría analfabetos o semialfabetizados, con mezclas de sangres moras y eslavas (consideradas inferiores por los de la alta Europa y en consecuencia por la oligarquía vicaria), provenientes en su gran mayoría de la baja Europa rural.
En la escuela, esa mirada respecto de los países vecinos, instalada como presupuestos ideológicos de los que parten el aparato educativo y los propios docentes, se expresa en la distancia entre el discurso meramente declarativo, “generoso”, integracionista hacia el mundo entero, y las políticas efectivas respecto a los países de Iberoamérica, lo que no hace sino reflejar el mismo fenómeno que se produce al interior de la sociedad argentina.
La ya mencionada convocatoria universal del Preámbulo de la Constitución de 1853 no fue realizada pensando en nuestros vecinos, nuestros hermanos de sangre y de cultura, sino en los europeos anglosajones. Desde entonces, los inmigrantes sudamericanos han sufrido un destino parejo al de las culturas indígenas nacidas en suelo argentino: todos ellos son representados como un “problema” al interior de la sociedad dominante,  en términos de diferencias, desviaciones y amenazas.
En la construcción de los Otros el pensamiento opera habitualmente por medio de estereotipos, categorías y prejuicios, conducentes a su percepción devaluada, negativa, punto de partida de las prácticas discriminatorias. La escuela, los medios de comunicación, sobre todo la televisión, los cientistas sociales, los libros, pero también la familia y la calle difunden esos presupuestos socializando a la niñez desde sus primeros años, contribuyendo así a la producción y reproducción del prejuicio y las prácticas discriminatorias.
Ciertamente, las actitudes racistas se basan en buena medida en razones psicológicas al fundarse en reacciones de miedo ante la diversidad y la incomprensión de lo desconocido. De allí nacen los prejuicios, los rechazos, los sentimientos de odio y las actitudes violentas  para con quienes vienen a resultar peligrosos y amenazantes para el Nosotros. Esas reacciones son el resultado de una larga historia de construcciones de identidades al interior de las tramas de relaciones sociales de dominación en todas las escalas.[19]   
Son los libros escolares, el cine y la televisión, con sus textos, sus imágenes y sus cánones estéticos, los vehículos más importantes para la formación de las creencias y el conocimiento oficial del mundo por parte de los niños, siendo su núcleo ideológico la concepción etnocéntrica y eurocéntrica. Ésta no es una mera e inocente posición o corriente de pensamiento, sino un resultado y un instrumento de la dominación histórica mundial, ejercida inicialmente por algunos países europeos sobre los de otros continentes a partir de la primera mundialización, a comienzos de la edad moderna, agregándose otros centros de dominación a partir de la etapa de la división internacional del trabajo. Fue entonces cuando aquellas concepciones fueron asumidas como propias por las oligarquías vicarias de los países latinoamericanos en términos de raza, clase, religión, nacionalidad y género a los fines de la producción y reproducción dentro de sus países del modelo mundial dominante
Esa concepción incluye en sí también al modelo de civilización cristiana, consustancial a ella, el cual también se debate en una querella permanente de tipo religioso con otras confesiones y cosmovisiones que en la práctica son percibidas por los alumnos con notas diferenciales, problemáticas, negativas en suma, como son las religiones orientales o el Islam. Y aun dentro del mismo tronco cristiano, esa concepción dominadora se expresa en forma similar respecto de toda otra confesión religiosa que no sea el catolicismo, considerado religión e iglesia oficial de casi todos los países latinoamericanos. Con  lo cual estamos orillando el problema de la discriminación por razones religiosas.
Culturas y religiones que no sean las del Nosotros, son las de Ellos. Pero no sólo se considera (se construye) como diferentes a sus creaciones culturales sino a ellos mismos, sus portadores. Quien sustenta productos culturales inferiores ha de ser, en esta lógica, un inferior. Lo cual es aprendido por el Nosotros como menos inteligentes, menos capaces, atrasados, sin espíritu de progreso, viciosos, etc.
Cuando los Otros (indígenas, mestizos y blancos) son pobres, sean nacidos en nuestro país o en los países vecinos, constituyen otro problema para el Nosotros de la sociedad dominante, que se  considera  absolutamente inocente respecto de la pobreza de Ellos, la cual es considerada como propia de sus estirpes, como un mal endémico o una patología que se lleva en la sangre de generación en generación, ocultando que todos los grupos dominados han sido y son explotados desde hace siglos, por lo menos en nuestro país, por miembros de la sociedad blanca aunque tengan en común con ellos la piel blanca, la religión católica o la nacionalidad y que seguirán siendo pobres sin remedio mientras exista una élite dominante.
Así, es frecuente escuchar a grandes y chicos en la calle, en las escuelas y colegios, expresiones del tipo de “los chilenos vienen a sacarle  el trabajo a los argentinos”, ¡a Nosotros que hemos sido siempre tan generosos con los extranjeros y mirá cómo nos pagan!,  cuando lo real e incontestable es que entre Nosotros los inmigrantes chilenos han constituido desde hace más de un siglo la mano de obra barata explotada por los dueños de establecimientos rurales, de fábricas y talleres, y de casas de familia. Y lo mismo puede decirse de los inmigrantes del resto de los países vecinos en las correspondientes zonas de nuestro país donde se han concentrado.
Cuando éste es el tenor de los discursos del Nosotros es porque ya nos sentimos frente a la amenaza que Ellos representan para nuestra cultura, nuestro país, nuestra provincia, nuestra localidad, nuestro barrio y nuestra familia, pero fundamentalmente para nuestra seguridad, nuestro bienestar y nuestra riqueza. ¡Como si entre Nosotros estos bienes sociales estuvieran armoniosamente distribuidos! Es entonces cuando se escucha: “¡Hay que hacer algo al respecto porque si no acá todos vamos a ser chilenos muy pronto!”
Fue en ese contexto que se produjo en la provincia de Neuquen, pocos años atrás, el aberrante hecho de que las autoridades provinciales prohibieran a una alumna del nivel primario, nacida en Chile, que fuera abanderada de su escuela. Hubo quienes apoyaron esa medida basándose en “razones” de  patriotismo, otros en la falta de reciprocidad hacia los alumnos argentinos por parte de los establecimientos educativos chilenos y otros lo hicieron fundados en que las leyes están para ser respetadas.
Ese presunto patriotismo argentino invocado en esa ocasión representa una versión oligárquica de la idea y el sentimiento de patria, muy diferente a la versión popular y latinoamericana; y que la falta de reciprocidad de otros países es insuficiente para impedir la generación de una práctica igualitaria respecto a la condición de abanderado en las escuelas, la cual debe inscribirse en el desarrollo permanente de un espíritu y una vocación humanista universal; y respecto de las leyes hay que decir que ellas deben estar al servicio de los hombres y los pueblos y no éstos al servicio de aquellas. Por último, todos deberíamos sentirnos llenos de gozo de que un alumno de cualquier nivel del sistema educativo que haya nacido en el extranjero merezca ser abanderado de una escuela argentina, pues sería una prueba de que nuestras declaraciones latinoamericanistas se corresponden con la práctica aunque sea en un asunto tan sencillo como éste.     
Sólo puede ser atribuido a la falta de conciencia histórica, social y política, que haya argentinos pobres que se identifiquen con ese Nosotros aparentemente neutral y se sientan nacionalistas y patriotas contra Ellos, los pobres de los países pobres vecinos. Pero no debería extrañar tal estado mental si recordamos que en la década de los 90´s abundaban los argentinos que no siendo pobres e integrando el Nosotros se expresaban en similares términos respecto de los inmigrantes pobres, y por extensión hacia sus países de origen, no teniendo el más mínimo pudor en soñar y hasta predicar a favor de un nuevo status de “americanos” (yanquees), dispuestos a renunciar a la soberanía nacional y hasta a la nacionalidad argentina si fuera necesario, imitando en esto a Sarmiento, mientras remaban para allá en los tiempos de la convertibilidad 1 a 1.
Resumiendo, el tema escolar “Los inmigrantes” se estudia en forma reificada, congelado en la visión de la inmigración europea de fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando en realidad los inmigrantes sudamericanos siguen arribando a nuestro país constantemente. Pero para éstos no se aplica el reconocimiento de pioneros del presente en una Argentina semivacía, como si ellos no trabajaran y no hicieran ningún aporte a la sociedad del Nosotros. Razón por la cual algunos de sus integrantes más conspicuos protestan porque los chilenos reciben viviendas de los planes provinciales o ayudas de emergencia por parte de las municipalidades. Es que con los inmigrantes pobres nos olvidamos del Preámbulo y de nuestro civilizado espíritu cosmopolita.
En cambio, tratándose de los indígenas, ¡Nosotros les tendemos la mano, los ayudamos! ¡Nosotros somos los buenos, los caritativos, los solidarios, pues ellos necesitan nuestra ayuda para llegar algún día a ser como Nosotros! ¡Nosotros los queremos integrar y paradójicamente a veces ocurre que no se dejan...! ¡Actuamos con ellos como el buen samaritano, porque nace de Nosotros, de nuestro espíritu generoso, pues sabemos que no tienen las mismas herramientas culturales que nosotros, ellos están un poco más abajo que Nosotros pero incluso los preferimos antes que a los chilenos pues por lo menos han nacido en nuestro país...!
Lo que acabo de describir con ironía en el párrafo precedente y que hasta resulta grotesco y triste a la vez, suele ser identificado actualmente como una muestra de “espíritu solidario”, “fraternidad” (“nuestros hermanos los indios”, no un componente de Nosotros sino una zona próxima que nos viene de arrastre: Ellos). Este pensamiento internalizado, el correspondiente discurso oficial y las prácticas oficiales consiguientes son las herramientas que se emplean para la búsqueda de la “integración” (¡...!).
Pero la integración no es tal sino cuando se lleva a cabo en condiciones que aseguren el paso de una comunidad, de una cultura o de un grupo étnico o social, desde una situación anterior reputada como injusta, no igualitaria, no democrática y habitual objeto de gatopardismo (como ha ocurrido con otras experiencias históricas de integración de los indígenas en las naciones hispanoamericanas independientes), a una nueva sociedad que sea todo lo contrario (lo cual no es el caso de Argentina), y donde todos los seres humanos puedan realizarse integralmente como personas, es decir en su plena dignidad, compartiendo solidariamente la existencia con todos.
Los pueblos indígenas y sus descendientes transculturados aspiran al respeto real por sus diferencias y al mismo tiempo a la igualdad de oportunidades concreta -y no meramente declarativa- que les corresponde como seres humanos, por ende como derechos humanos, tanto para el acceso al bienestar material como para la toma de decisiones en los espacios públicos.
La educación que se imparte en las escuelas en contra de la discriminación de los indígenas es una falacia toda vez que la escuela ha discriminado no sólo a ellos sino a todos los Dominados y de todas las formas posibles y lo sigue haciendo de otras maneras. En consecuencia, se demuestra la hipocresía del sistema dominante que en un tema tan sensible como el de los derechos humanos actúa como lo hace el tero: pega el grito en un lado y pone los huevos en otro, porque al obviar otras modalidades del ejercicio de la discriminación las perpetúa, y porque la eficacia del conocimiento no es suficiente para modificar los comportamientos sociales. Y si no repárese en la paradoja de que por la escuela argentina pasaron tanto los genocidas del período 76-83 como sus víctimas.  
Por todo lo dicho, consideramos que es necesario reflexionar sobre estos temas desde nuestra condición de docentes pues la educación no está pensada para terminar en el aula o en la escuela, sino para difundir sus beneficios en toda la sociedad, siendo el principal de ellos su potencial carácter de arma para la lucha no violenta y democrática para la construcción de una existencia mejor que la presente.
Pero debemos hacerlo críticamente, sin seguir modas intelectuales adoptadas automáticamente porque vienen “de arriba” o porque somos fetichistas de la letra impresa: “si está  en el libro por algo será...”
Si así procediéramos podríamos iniciar el camino para desaprender el racismo implícito, los prejuicios y las prácticas discriminatorias que todos hemos aprendido en la calle y en la escuela y podríamos empezar a cortar la cadena de su reproducción, a la que hemos sido condenados por la oligarquía y sus gerentes.

***[20]
NOTAS




* Todos los derechos reservados.


[1]   “El 8 de junio [de 1810] fueron a la Real Fortaleza los oficiales naturales indios que hasta aquí habían servido agregados a los cuerpos de castas de pardos y morenos, y recibiéndolos la Junta se les leyó a su presencia por el secretario la orden siguiente: “La Junta no ha podido mirar con indiferencia que los naturales hayan sido incorporados al cuerpo de castas, excluyéndolos de los batallones españoles a que corresponden. Por su clase, y expresas declaratorias de su Majestad, en lo sucesivo no debe haber diferencias entre el militar español y el militar indio: ambos son iguales, y siempre debieron serlo, porque desde principios del descubrimiento de estas Américas quisieron los Reyes Católicos que sus habitantes gozasen los mismos privilegios que los vasallos de Castilla”.
(JUSTO, Liborio, Nuestra patria vasalla).

2       “... porque seamos justos con los españoles. Al exterminar a un pueblo salvaje cuyo territorio iban a ocupar, hacían simplemente lo que todos los pueblos civilizados  hacen con los salvajes, lo que la colonia efectúa deliberadamente o indeliberadamente con los indígenas, absorbe, destruye, extermina. Si este procedimiento  terrible de la civilización es bárbaro y cruel a los ojos de la justicia y de la razón es, como la guerra misma, como la conquista, uno de los medios de que la providencia ha armado a las diversas razas humanas, y entre éstas a las más poderosas y adelantadas, para sustituirse en lugar de aquellas que por su debilidad orgánica o su atraso en la carrera de la civilización no pueden alcanzar los grandes destinos  del hombre en la tierra. Puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que están en
        posesión de un terreno privilegiado; pero gracias a esta injusticia, la América, en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada hoy por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la  más bella y la más progresiva de las que pueblan la tierra; merced a estas injusticias, la Oceanía se llena de pueblos civilizados, el Asia empieza a moverse bajo el impulso europeo, el África ve renacer en sus costas los tiempos de Cartago y los días gloriosos de Egipto. Así, pues, la población del mundo está sujeta a revoluciones que reconocen leyes inmutables: las razas fuertes exterminan a las débiles, los pueblos civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los salvajes”.
(Sarmiento en El Progreso (Chile), el 27 de septiembre e 1844).

[3]     SAHIHUEQUE.
        “El cacique [tehuelche] Casimiro tenía una pequeña bandera argentina, y fuera donde fuese, al celebrar una      reunión de cualquier índole, clavaba el asta de su banderita en la tierra, como significando que él era argentino y   las deliberaciones eran presididas por la insignia azul y blanca.
        Cuando un día Sahihueque vio la bandera de Casimiro, sus ojos se entrecerraron y su corazón comenzó a latir  ansiosamente, impelido por un tremendo anhelo. Así, poco tiempo después, al encontrarse con el sargento mayor Mariano Bejarano, describiendo la bandera que había visto en manos de Casimiro, Sahihueque pidió:
— Decile a tu gobierno que yo también quiero una bandera, pero tiene que ser más  grande que la de Casimiro.
       — ¿Más grande? ¿Y por qué más grande? –quiso saber, extrañado, Bejarano.
       — Porque yo soy más argentino que él.
       De este increíble sentimiento de argentinidad, de amor a la patria, si se quiere, da cuenta el mismo Bejarano,  describiendo en su “Diario de viaje” [...] un episodio del que fue testigo [...]. en las tolderías del Caleuvú, cuando llegó una patrulla militar chilena. Le explicaron: durante el invierno anterior, la gente de Sahihueque había prestado ayuda a un grupo de soldados chilenos, evitando que murieran helados en la cordillera. Para expresar su agradecimiento, el jefe militar de Valdivia, Cnel. Serrano, de Osorno, además de otros regalos, enviaba dos hermosas banderas chilenas con destino exclusivo al cacique.
       Sahihueque las miró, sacudió la cabeza, y dijo:
       — Devolvele estas banderas a tu coronel. Decile que Sahihueque no las va a aceptar. Sahihueque es argentino.”
       (CASTANY, Ernesto, Valentín Sahihueque. Cacique argentino. En Todo es Historia, Nº 136, pp.76-77).


“CARTA DE MANUEL NAMUNCURÁ AL DIARIO LA PRENSA, EL 30 DE ABRIL DE 1908, A LOS 97 AÑOS DE EDAD.

“Me es doloroso recordar lo que se tiene por famosa conquista de la pampa, en cuya virtud los míos fueron desalojados de las Salinas Grandes, donde se deslizó mi niñez, viendo dirigir a mi malogrado padre, el general Juan Calfucurá, a cien mil hombres, con quienes combatió heroicamente durante cuarenta años a los chilenos... después... me ausenté llevando el pabellón de la patria, que lo he sabido honrar desde mi juventud, tal vez mejor que muchos que se han titulado patriotas y que no han buscado otra cosa que hacerse propietarios de las tierras... No me quedó otro recurso que remontar a pie las cumbres nevadas de los Andes... me habían puesto fuera de la ley... A pesar de que mi patriotismo no decayó un instante y de que hacía gala de él en suelo extranjero, desde mi llegada a la república de Chile fui objeto de la mayor hospitalidad. ...en Villa Rica se me presentaron mil ochocientos soldados... que volvían triunfantes del Perú... Querían que aceptara ese contingente y otros que vendrían luego, para dirigirlos a la conquista de las tierras de que fui desalojado por el ejército argentino. Pero sentí, como buen patriota, que me avergonzaba de oír tales ofrecimientos y los rechacé con toda energía y altivez, declarándome más argentino que muchos de los que se hallaban destacados  en la frontera de la pampa y deseaban exterminar a los de mi raza. Entonces resolví regresar solo a mi patria... había guardado silencio hasta ahora, creyendo servir así a los intereses de mi patria, pero he resuelto comunicarlo... en vista de que casi he desaparecido del mundo de los vivos.”
(CEVALLOS, Estanislao S., Callvucurá y la dinastía de los Piedra. Col. Capítulo. Vol.1. p. XXII. Bs. As., CEAL, 1981).

[4]     “¿Logramos exterminar a los indios? Lautaro, Rengo y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso. El exterminio de esa canalla es providencial y útil, sublime y grande... Dejarles los niños a las madres indígenas es perpetuar la barbarie. Hay caridad en alejarlos cuanto antes de esa infección. Se les debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”. (Sarmiento en El Nacional, del 19 de mayo de 1857).

[5]     “Estamos por dudar de que exista el Paraguay,  descendientes  de  razas  guaraníes,  indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y  mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní.  Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contacto hay que librarse”. (Carta de Sarmiento a Mitre en 1872).

       (George. G. Petre, ministro británico en la Argentina, escribió que la población del Paraguay fue “reducida de cerca de un millón de personas bajo el gobierno de Solano López, a no más de trescientas mil, de las cuales más de las tres cuartas partes eran mujeres”). (SUÁREZ, Matías, Sarmiento, ese desconocido. Bs. As., Teoría, 1968). 

[6]     “... No trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esa chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos.”
( Carta de Sarmiento a Mitre en 1861).

“... Sandes ha marchado a San Luis. Está saltando para llegar a La Rioja y darle una buena tunda al Chacho [...] Si va, déjelo ir. Si mata gente, cállense la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarles mejor”.
(Carta de Sarmiento a Mitre, citada por FERNÁNDEZ RETAMAR, R., Calibán. Apuntes sobre la cultura de nuestra América. Bs. As., La Pleyade, 1973).

[7]    BORRERO, José María, La Patagonia trágica. Este libro, actualmente muy difícil de hallar pues no se ha vuelto a reeditar desde hace muchas décadas, es uno de los primeros testimonios de denuncia de las matanzas de indígenas en Santa Cruz y Tierra del Fuego, y de su protección y defensa por parte de los salesianos establecidos en esas zonas.

[8]    LARRAÍN IBÁÑEZ, Jorge, Modernidad, razón e identidad en América Latina. Santiago, Andrés Bello, 1996. Véase el cap. 2, Razón y construcción del otro. El autor pasa revista a las ideas de los filósofos del siglo  XVIII, de los economistas clásicos, de Hegel, de Engels y Marx, y muchos otros, todas representativas del etnocentrismo y eurocentrismo que vieron a los naturales de América, de África y Asia como atrasados, inferiores (incluso en estatura), irracionales, viciosos, inmorales, ociosos, degenerados, indolentes, ignorantes, pasivos, flojos, resignados, imprevisores, falsos, traidores, mentirosos, de estupidez hereditaria, etc.
También los animales de América fueron considerados inferiores en su naturaleza al extremo de que Hegel dice que los pájaros en América, a pesar de tener un plumaje colorido y brillante no saben cantar, pero abriga la esperanza de que “cuando venga el día en que las selvas del Brasil ya no resuenen con los tonos inarticulados de hombres degenerados, muchos de los plumíferos cantores producirán también melodías más refinadas” (citado por el autor).    
        Todos ellos justificaban la dominación colonialista, y hasta la esclavitud, la celebraban y la saludaban alborozados. Engels y Marx, lo hicieron con la dominación británica en la India y en Irlanda (solo en estos dos casos variaron sus posiciones después de 1860); con Argelia, “un hecho importante y afortunado para el progreso de la civilización”; con California (“la magnífica California fue arrebatada a mexicanos flojos que no sabían qué hacer con ella”, “... en interés de su propio desarrollo, México estará en el futuro bajo la tutela de los Estados Unidos”) y siempre tuvieron una mirada negativa sobre las repúblicas latinoamericanas.

[9]     “Cualquier craneota inmediato es más inteligente que el inmigrante recién desembarcado en nuestra playa. Es algo amorfo, yo diría celular, en el sentido de su completo  alejamiento de  todo lo que es mediano  progreso en la  organización mental. Es un cerebro lento, como el del buey a cuyo lado ha vivido; miope en la agudeza psíquica, de torpe y obtuso oído en todo lo que se refiere a la espontánea y fácil adquisición de imágenes por vía del gran sentido cerebral. ¡Qué oscuridad de percepción, qué torpeza para transmitir la más elemental sensación a través de esa piel  que recuerda la del paquidermo en sus dificultades de conductor fisiológico!” [...]

        Crepuscular, pues, y larval en cierto sentido, es el estado de adelanto psíquico de ese campesino, en parte, el vigoroso protoplasma de la raza nueva, cuando apenas pisa nuestra tierra. Forzosamente tiene uno que convencerse de que el pesado palurdo no siente como nosotros [...] su mecanismo psicológico es lento e intermitente como la rueda de la hilandera primitiva o el arado grosero del agricultor de la media edad, esa sensibilidad moral, receptáculo y fábrica de todos los sentimientos e ideas morales del hombre culto y definitivo, es todavía un vago remedo de lo que sería después”.
        (José María Ramos Mejía (1849-1914). Presidente del Consejo Nacional de Educación entre 1908 y 1912).

[10]   También los negros participaron en las milicias organizadas por Liniers formando el cuerpo de Pardos y Morenos y continuaron luchando después en la guerra contra España y en las guerras civiles de las Provincias Unidas del Río de la Plata pese a que el decreto de la Asamblea de 1813 sobre libertad de vientres no los alcanzara. La esclavitud recién fue abolida en 1853 por la Constitución Nacional.

        DICIEMBRE 1806. _ Sir Popham está bloqueando Montevideo. El 6 de Setiembre Liniers da una proclama solicitando al pueblo se organice en milicias regulares. El francés tiene 53 años. Parece un mozo. La población responde decidida. Hasta los indios ofrecen su apoyo. El acta del Cabildo del 22 de Diciembre dice que “diez caciques de estas pampas piden permiso para entrar en la sala” y venían a agradecer el “haber echado a esos colorados de vuestra casa, que lograron tomar por una desgracia” y que “os ofrecemos nuevamente reunidos todos los grandes caciques que veis, hasta el número de 28.000 de nuestros súbditos, cada uno gente de guerra y cada uno con 5.000 caballos; queremos sean los primeros en combatir a  esos colorados que parece aún que se quieren incomodar.”
        El Cabildo agradece con afecto la ayuda, agregando que por ahora “las tropas que en cuerpo se hallan formadas,    aseguran la defensa de esta hermosa capital”.
(Diario de la Historia Argentina).

[11]    Ésta es la mirada del nacionalismo popular latinoamericano, uno de cuyos representantes más destacados fue el gran patriota cubano José Martí.
        “Martí, por su parte, es el consciente vocero de las clases explotadas. “Con los oprimidos había que hacer causa común”, nos dejó dicho, “para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de los opresores”.  Y como a partir de la Conquista, indios y negros habían sido relegados a la base de la pirámide, hacer causa común con los oprimidos venía a coincidir en gran medida con hacer causa común con los indios y los negros, que es lo que hace Martí. Esos indios y negros se habían venido mezclando entre sí y con algunos blancos, dando lugar al mestizaje que está en la raíz de nuestra América, donde también según Martí, “el mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico”. Martí es radicalmente antirracista porque es portavoz de las clases explotadas, donde se están fundiendo las tres razas. Sarmiento se opone a lo americano esencial para implantar aquí, a sangre y fuego, como pretendieron los conquistadores, fórmulas foráneas: Martí defiende lo autóctono, lo verdaderamente americano. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que rechazara torpemente cuanto de positivo le ofrecieran otras realidades: “injértese en nuestras repúblicas el mundo”, dijo, “pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”. FERNÁNDEZ RETAMAR, R., op. cit., p.99.

[12]   Término derivado del título de la novela de Giuseppe di Lampedusa, El gatopardo, habitualmente utilizado        como “cambiar algo para que nada cambie”.

[13]     SUÁREZ, Matías E., op. cit., cap. II.
        VEDOYA, Juan Carlos, Cómo fue la enseñanza popular en la Argentina. Bs. As., Plus Ultra, 1973.

[14]    Ser peronista mientras Perón vivía implicaba creer en la existencia de una conspiración mundial dirigida por la sinarquía internacional, término de dudoso origen que incluía a los judíos como alma mater del capitalismo y del socialismo, trabajando a dos puntas para conseguir la dominación mundial. Y aunque aquel vocablo se refiriera, junto a otros factores oscuros de poder, al sionismo internacional y no a los judíos en general, se daba por sentado que éstos, en cualquier país del mundo y cualquiera fuera su nacionalidad, siempre obedecerían al sionismo en primer lugar, así como la mayoría de los partidos comunistas del mundo seguían al pie de la letra las órdenes del P. C. de la Unión Soviética referidas a la política local.

[15]    GARCÍA HAMILTON, Don José. La vida de San Martín. Bs. As., Sudamericana, 2000.

[16]    En 1988, siendo Director Municipal de Cultura promoví la sanción de una ordenanza municipal por la cual las autoridades municipales deben celebrar el 18 de septiembre de cada año la fecha patria de los chilenos con carácter obligatorio como si se tratara de una efemérides nacional; en la Plaza de los Próceres, lugar donde se llevan a cabo los actos patrios oficiales de Argentina; y con todas las formalidades de estilo correspondientes a éstos. Fundamentaba la medida en la historia de nuestros orígenes comunes y la consiguiente fraternidad de nuestros pueblos, en el reconocimiento al constante aporte de hombres y mujeres de Chile en nuestra Patagonia y por ende en nuestra ciudad y en una vocación de integración efectiva como latinoamericanos. Desde entonces Villa Regina fue la única ciudad de Argentina que asumió tal compromiso en base a una ordenanza municipal. Hasta ese momento la colectividad chilena festejaba su fecha patria aisladamente, en la periferia de la zona suburbana, sin participación oficial de las autoridades municipales ni del resto de la población.

[17]     SAPIENS. Enciclopedia Ilustrada de la Lengua castellana. T. 2, pág. 491. Bs. As., Sopena, 1981.

[18]    Precisamente, todo lo opuesto al pensamiento de José Martí. Véase más arriba nota Nº 11.

[19]  GENTILI, Pablo (comp.), Cultura, política y currículo. Bs. As., Losada, 1997. Para éste y otros asuntos relacionados con la construcción social de los Otros recomendamos toda la obra.



***   ***   ***

 [1]   “El 8 de junio [de 1810] fueron a la Real Fortaleza los oficiales naturales indios que hasta aquí habían servido agregados a los cuerpos de castas de pardos y morenos, y recibiéndolos la Junta se les leyó a su presencia por el secretario la orden siguiente: “La Junta no ha podido mirar con indiferencia que los naturales hayan sido incorporados al cuerpo de castas, excluyéndolos de los batallones españoles a que corresponden. Por su clase, y expresas declaratorias de su Majestad, en lo sucesivo no debe haber diferencias entre el militar español y el militar indio: ambos son iguales, y siempre debieron serlo, porque desde principios del descubrimiento de estas Américas quisieron los Reyes Católicos que sus habitantes gozasen los mismos privilegios que los vasallos de Castilla”.

(JUSTO, Liborio, Nuestra patria vasalla).

2       “... porque seamos justos con los españoles. Al exterminar a un pueblo salvaje cuyo territorio iban a ocupar, hacían simplemente lo que todos los pueblos civilizados  hacen con los salvajes, lo que la colonia efectúa deliberadamente o indeliberadamente con los indígenas, absorbe, destruye, extermina. Si este procedimiento  terrible de la civilización es bárbaro y cruel a los ojos de la justicia y de la razón es, como la guerra misma, como la conquista, uno de los medios de que la providencia ha armado a las diversas razas humanas, y entre éstas a las más poderosas y adelantadas, para sustituirse en lugar de aquellas que por su debilidad orgánica o su atraso en la carrera de la civilización no pueden alcanzar los grandes destinos  del hombre en la tierra. Puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que están en
        posesión de un terreno privilegiado; pero gracias a esta injusticia, la América, en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada hoy por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la  más bella y la más progresiva de las que pueblan la tierra; merced a estas injusticias, la Oceanía se llena de pueblos civilizados, el Asia empieza a moverse bajo el impulso europeo, el África ve renacer en sus costas los tiempos de Cartago y los días gloriosos de Egipto. Así, pues, la población del mundo está sujeta a revoluciones que reconocen leyes inmutables: las razas fuertes exterminan a las débiles, los pueblos civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los salvajes”.
(Sarmiento en El Progreso (Chile), el 27 de septiembre e 1844).

[1]     “SAHIHUEQUE.
        “El cacique [tehuelche] Casimiro tenía una pequeña bandera argentina, y fuera donde fuese, al celebrar una      reunión de cualquier índole, clavaba el asta de su banderita en la tierra, como significando que él era argentino y   las deliberaciones eran presididas por la insignia azul y blanca.
        Cuando un día Sahihueque vio la bandera de Casimiro, sus ojos se entrecerraron y su corazón comenzó a latir  ansiosamente, impelido por un tremendo anhelo. Así, poco tiempo después, al encontrarse con el sargento mayor Mariano Bejarano, describiendo la bandera que había visto en manos de Casimiro, Sahihueque pidió:
— Decile a tu gobierno que yo también quiero una bandera, pero tiene que ser más  grande que la de Casimiro.
       — ¿Más grande? ¿Y por qué más grande? –quiso saber, extrañado, Bejarano.
       — Porque yo soy más argentino que él.
       De este increíble sentimiento de argentinidad, de amor a la patria, si se quiere, da cuenta el mismo Bejarano,  describiendo en su “Diario de viaje” [...] un episodio del que fue testigo [...]. en las tolderías del Caleuvú, cuando llegó una patrulla militar chilena. Le explicaron: durante el invierno anterior, la gente de Sahihueque había prestado ayuda a un grupo de soldados chilenos, evitando que murieran helados en la cordillera. Para expresar su agradecimiento, el jefe militar de Valdivia, Cnel. Serrano, de Osorno, además de otros regalos, enviaba dos hermosas banderas chilenas con destino exclusivo al cacique.
       Sahihueque las miró, sacudió la cabeza, y dijo:
       — Devolvele estas banderas a tu coronel. Decile que Sahihueque no las va a aceptar. Sahihueque es argentino.”
       (CASTANY, Ernesto, Valentín Sahihueque. Cacique argentino. En Todo es Historia, Nº 136, pp.76-77).


“CARTA DE MANUEL NAMUNCURÁ AL DIARIO LA PRENSA, EL 30 DE ABRIL DE 1908, A LOS 97 AÑOS DE EDAD.

“Me es doloroso recordar lo que se tiene por famosa conquista de la pampa, en cuya virtud los míos fueron desalojados de las Salinas Grandes, donde se deslizó mi niñez, viendo dirigir a mi malogrado padre, el general Juan Calfucurá, a cien mil hombres, con quienes combatió heroicamente durante cuarenta años a los chilenos... después... me ausenté llevando el pabellón de la patria, que lo he sabido honrar desde mi juventud, tal vez mejor que muchos que se han titulado patriotas y que no han buscado otra cosa que hacerse propietarios de las tierras... No me quedó otro recurso que remontar a pie las cumbres nevadas de los Andes... me habían puesto fuera de la ley... A pesar de que mi patriotismo no decayó un instante y de que hacía gala de él en suelo extranjero, desde mi llegada a la república de Chile fui objeto de la mayor hospitalidad. ...en Villa Rica se me presentaron mil ochocientos soldados... que volvían triunfantes del Perú... Querían que aceptara ese contingente y otros que vendrían luego, para dirigirlos a la conquista de las tierras de que fui desalojado por el ejército argentino. Pero sentí, como buen patriota, que me avergonzaba de oír tales ofrecimientos y los rechacé con toda energía y altivez, declarándome más argentino que muchos de los que se hallaban destacados  en la frontera de la pampa y deseaban exterminar a los de mi raza. Entonces resolví regresar solo a mi patria... había guardado silencio hasta ahora, creyendo servir así a los intereses de mi patria, pero he resuelto comunicarlo... en vista de que casi he desaparecido del mundo de los vivos.”
(CEVALLOS, Estanislao S., Callvucurá y la dinastía de los Piedra. Col. Capítulo. Vol.1. p. XXII. Bs. As., CEAL, 1981).

[1]     “¿Logramos exterminar a los indios? Lautaro, Rengo y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso. El exterminio de esa canalla es providencial y útil, sublime y grande... Dejarles los niños a las madres indígenas es perpetuar la barbarie. Hay caridad en alejarlos cuanto antes de esa infección. Se les debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”. (Sarmiento en El Nacional, del 19 de mayo de 1857).

[1]     “Estamos por dudar de que exista el Paraguay,  descendientes  de  razas  guaraníes,  indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y  mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní.  Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contacto hay que librarse”. (Carta de Sarmiento a Mitre en 1872).

       (George. G. Petre, ministro británico en la Argentina, escribió que la población del Paraguay fue “reducida de cerca de un millón de personas bajo el gobierno de Solano López, a no más de trescientas mil, de las cuales más de las tres cuartas partes eran mujeres”). (SUÁREZ, Matías, Sarmiento, ese desconocido. Bs. As., Teoría, 1968). 

[1]     “... No trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esa chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos.”
( Carta de Sarmiento a Mitre en 1861).

“... Sandes ha marchado a San Luis. Está saltando para llegar a La Rioja y darle una buena tunda al Chacho [...] Si va, déjelo ir. Si mata gente, cállense la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarles mejor”.
(Carta de Sarmiento a Mitre, citada por FERNÁNDEZ RETAMAR, R., Calibán. Apuntes sobre la cultura de nuestra América. Bs. As., La Pleyade, 1973).

[1]    BORRERO, José María, La Patagonia trágica. Este libro, actualmente muy difícil de hallar pues no se ha vuelto a reeditar desde hace muchas décadas, es uno de los primeros testimonios de denuncia de las matanzas de indígenas en Santa Cruz y Tierra del Fuego, y de su protección y defensa por parte de los salesianos establecidos en esas zonas.

[1]    LARRAÍN IBÁÑEZ, Jorge, Modernidad, razón e identidad en América Latina. Santiago, Andrés Bello, 1996. Véase el cap. 2, Razón y construcción del otro. El autor pasa revista a las ideas de los filósofos del siglo  XVIII, de los economistas clásicos, de Hegel, de Engels y Marx, y muchos otros, todas representativas del etnocentrismo y eurocentrismo que vieron a los naturales de América, de África y Asia como atrasados, inferiores (incluso en estatura), irracionales, viciosos, inmorales, ociosos, degenerados, indolentes, ignorantes, pasivos, flojos, resignados, imprevisores, falsos, traidores, mentirosos, de estupidez hereditaria, etc.
También los animales de América fueron considerados inferiores en su naturaleza al extremo de que Hegel dice que los pájaros en América, a pesar de tener un plumaje colorido y brillante no saben cantar, pero abriga la esperanza de que “cuando venga el día en que las selvas del Brasil ya no resuenen con los tonos inarticulados de hombres degenerados, muchos de los plumíferos cantores producirán también melodías más refinadas” (citado por el autor).    
        Todos ellos justificaban la dominación colonialista, y hasta la esclavitud, la celebraban y la saludaban alborozados. Engels y Marx, lo hicieron con la dominación británica en la India y en Irlanda (solo en estos dos casos variaron sus posiciones después de 1860); con Argelia, “un hecho importante y afortunado para el progreso de la civilización”; con California (“la magnífica California fue arrebatada a mexicanos flojos que no sabían qué hacer con ella”, “... en interés de su propio desarrollo, México estará en el futuro bajo la tutela de los Estados Unidos”) y siempre tuvieron una mirada negativa sobre las repúblicas latinoamericanas.

[1]     “Cualquier craneota inmediato es más inteligente que el inmigrante recién desembarcado en nuestra playa. Es algo amorfo, yo diría celular, en el sentido de su completo  alejamiento de  todo lo que es mediano  progreso en la  organización mental. Es un cerebro lento, como el del buey a cuyo lado ha vivido; miope en la agudeza psíquica, de torpe y obtuso oído en todo lo que se refiere a la espontánea y fácil adquisición de imágenes por vía del gran sentido cerebral. ¡Qué oscuridad de percepción, qué torpeza para transmitir la más elemental sensación a través de esa piel  que recuerda la del paquidermo en sus dificultades de conductor fisiológico!” [...]

        Crepuscular, pues, y larval en cierto sentido, es el estado de adelanto psíquico de ese campesino, en parte, el vigoroso protoplasma de la raza nueva, cuando apenas pisa nuestra tierra. Forzosamente tiene uno que convencerse de que el pesado palurdo no siente como nosotros [...] su mecanismo psicológico es lento e intermitente como la rueda de la hilandera primitiva o el arado grosero del agricultor de la media edad, esa sensibilidad moral, receptáculo y fábrica de todos los sentimientos e ideas morales del hombre culto y definitivo, es todavía un vago remedo de lo que sería después”.
        (José María Ramos Mejía (1849-1914). Presidente del Consejo Nacional de Educación entre 1908 y 1912).

[1]   También los negros participaron en las milicias organizadas por Liniers formando el cuerpo de Pardos y Morenos y continuaron luchando después en la guerra contra España y en las guerras civiles de las Provincias Unidas del Río de la Plata pese a que el decreto de la Asamblea de 1813 sobre libertad de vientres no los alcanzara. La esclavitud recién fue abolida en 1853 por la Constitución Nacional.

        “DICIEMBRE 1806. _ Sir Popham está bloqueando Montevideo. El 6 de Setiembre Liniers da una proclama solicitando al pueblo se organice en milicias regulares. El francés tiene 53 años. Parece un mozo. La población responde decidida. Hasta los indios ofrecen su apoyo. El acta del Cabildo del 22 de Diciembre dice que “diez caciques de estas pampas piden permiso para entrar en la sala” y venían a agradecer el “haber echado a esos colorados de vuestra casa, que lograron tomar por una desgracia” y que “os ofrecemos nuevamente reunidos todos los grandes caciques que veis, hasta el número de 28.000 de nuestros súbditos, cada uno gente de guerra y cada uno con 5.000 caballos; queremos sean los primeros en combatir a  esos colorados que parece aún que se quieren incomodar.”
        El Cabildo agradece con afecto la ayuda, agregando que por ahora “las tropas que en cuerpo se hallan formadas,    aseguran la defensa de esta hermosa capital”.
(Diario de la Historia Argentina).

[1]    Ésta es la mirada del nacionalismo popular latinoamericano, uno de cuyos representantes más destacados fue el gran patriota cubano José Martí.
        “Martí, por su parte, es el consciente vocero de las clases explotadas. “Con los oprimidos había que hacer causa común”, nos dejó dicho, “para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de los opresores”.  Y como a partir de la Conquista, indios y negros habían sido relegados a la base de la pirámide, hacer causa común con los oprimidos venía a coincidir en gran medida con hacer causa común con los indios y los negros, que es lo que hace Martí. Esos indios y negros se habían venido mezclando entre sí y con algunos blancos, dando lugar al mestizaje que está en la raíz de nuestra América, donde también según Martí, “el mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico”. Martí es radicalmente antirracista porque es portavoz de las clases explotadas, donde se están fundiendo las tres razas. Sarmiento se opone a lo americano esencial para implantar aquí, a sangre y fuego, como pretendieron los conquistadores, fórmulas foráneas: Martí defiende lo autóctono, lo verdaderamente americano. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que rechazara torpemente cuanto de positivo le ofrecieran otras realidades: “injértese en nuestras repúblicas el mundo”, dijo, “pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”. FERNÁNDEZ RETAMAR, R., op. cit., p.99.

[1]   Término derivado del título de la novela de Giuseppe di Lampedusa, El gatopardo, habitualmente utilizado        como “cambiar algo para que nada cambie”.

[1]     SUÁREZ, Matías E., op. cit., cap. II.
        VEDOYA, Juan Carlos, Cómo fue la enseñanza popular en la Argentina. Bs. As., Plus Ultra, 1973.

[1]    Ser peronista mientras Perón vivía implicaba creer en la existencia de una conspiración mundial dirigida por la sinarquía internacional, término de dudoso origen que incluía a los judíos como alma mater del capitalismo y del socialismo, trabajando a dos puntas para conseguir la dominación mundial. Y aunque aquel vocablo se refiriera, junto a otros factores oscuros de poder, al sionismo internacional y no a los judíos en general, se daba por sentado que éstos, en cualquier país del mundo y cualquiera fuera su nacionalidad, siempre obedecerían al sionismo en primer lugar, así como la mayoría de los partidos comunistas del mundo seguían al pie de la letra las órdenes del P. C. de la Unión Soviética referidas a la política local.

[1]    GARCÍA HAMILTON, Don José. La vida de San Martín. Bs. As., Sudamericana, 2000.

[1]    En 1988, siendo Director Municipal de Cultura promoví la sanción de una ordenanza municipal por la cual las autoridades municipales deben celebrar el 18 de septiembre de cada año la fecha patria de los chilenos con carácter obligatorio como si se tratara de una efemérides nacional; en la Plaza de los Próceres, lugar donde se llevan a cabo los actos patrios oficiales de Argentina; y con todas las formalidades de estilo correspondientes a éstos. Fundamentaba la medida en la historia de nuestros orígenes comunes y la consiguiente fraternidad de nuestros pueblos, en el reconocimiento al constante aporte de hombres y mujeres de Chile en nuestra Patagonia y por ende en nuestra ciudad y en una vocación de integración efectiva como latinoamericanos. Desde entonces Villa Regina fue la única ciudad de Argentina que asumió tal compromiso en base a una ordenanza municipal. Hasta ese momento la colectividad chilena festejaba su fecha patria aisladamente, en la periferia de la zona suburbana, sin participación oficial de las autoridades municipales ni del resto de la población.

[1]     SAPIENS. Enciclopedia Ilustrada de la Lengua castellana. T. 2, pág. 491. Bs. As., Sopena, 1981.

[1]    Precisamente, todo lo opuesto al pensamiento de José Martí. Véase más arriba nota Nº 11.

[1]  GENTILI, Pablo (comp.), Cultura, política y currículo. Bs. As., Losada, 1997. Para éste y otros asuntos relacionados con la construcción social de los Otros recomendamos toda la obra.

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