La efigie de
Ramón Carrillo
y la memoria.
El médico sanitarista -una de las figuras previstas en el nuevo billete de $5.000- fue protagonista de uno de los actos más perversos y tenebrosos de la etapa del primer peronismo: la clausura de la fábrica de golosinas Mu-Mu.
Por Julio Rajneri.
Los representantes latinoamericanos del Centro Wiesenthal han rechazado el uso de la efigie del ex ministro de Salud de Perón Ramón Carrillo en nuevos billetes a emitir, por considerarlo un admirador de Hitler, un protector de refugiados nazis y un introductor de ideas racistas y homofóbicas.
El tema ha sido controvertido pero, además, Carrillo fue protagonista principal de uno de los actos más perversos y tenebrosos de la etapa del primer peronismo: la clausura de la fábrica de golosinas Mu-Mu, perteneciente a una familia de la colectividad judía.
El 7 de julio de 1949, Mu-Mu fue clausurada por la Dirección General de la Policía municipal, bajo el cargo de producir golosinas envenenadas. En febrero de ese año Carrillo había ordenado a la Dirección Nacional de Alimentación (DNA) inspeccionar a la fábrica. El informe determinó que los productos elaborados estaban en buenas condiciones higiénicas. Fracasado ese primer intento, Carrillo entonces optó por hacer la denuncia ante la autoridad municipal, acompañando una supuesta acta de inspección sin firma de técnico.
La autoridad municipal decretó el cierre inmediato de Mu-Mu fundado sobre esa endeble prueba. No había habido denuncia alguna de persona afectada en su salud. Junto con la clausura se ordenó una nueva inspección. El resultado de ese examen fue enviado a la oficina de Bromatología del Ministerio de Salud, pero sus conclusiones recién se conocieron en 1956. Dictaminaba que los alimentos eran aptos para el consumo.
La sanción fue atribuida desde la familia a una represalia por el intento de cobrar una deuda de la Fundación Eva Perón, pero su magnitud permite inferir un ingrediente antisemita.
Junto con la clausura, se desató una campaña en los diarios, revistas y radios de la cadena oficial de una virulencia inusitada, de la que da una idea el artículo publicado al día siguiente de la clausura en el diario oficialista Democracia:
“La mencionada fábrica constituía un foco de envenenamiento para la población infantil. El criminal manejo de los materiales con que se elaboran los productos alcanzaba límites que superan toda imaginación. Bajo la inocente y atractiva forma de caramelos, bombones y otras golosinas se ocultaba todo un mundo microbiano, de alto poder tóxico. Larvas y fragmentos de insectos y pelos de roedores, bacterias vivas, hongos y otros elementos formadores de hidrógeno sulfurado y anaerobias, constituían la materia con la que elaboraban los productos para el consumo de los niños”.
Continuaba el artículo: “Las maniobras de este siniestro comerciante han motivado la general indignación en todos los sectores del pueblo. Estamos en condiciones de adelantar que muchas personas que surtían sus establecimientos en la fábrica de marras, han decidido arrojar a la calle las mercaderías iniciando un boicot a todos los productos elaborados por la casa infractora”. (…) Los cuatro hermanos Groisman, propietarios de la fábrica Mu-Mu, donde se elaboran los alimentos tóxicos, resultan responsables de una criminal adulteración. Su delito no tiene atenuantes. (…) Las víctimas de estos siniestros industriales eran los niños. Con más horrenda precisión todavía, los hijos de las familias humildes, ya que la gente pudiente puede comprar a sus pequeños confituras más caras”.
Concluía: “La justicia tiene que ser inexorable con estos envenenadores de niños, a quienes la codicia ha enceguecido hasta el punto de hacerles olvidar los más primarios deberes de humanidad”.
Al día siguiente, multitud de comercios que vendían sus productos fueron inspeccionados y las golosinas Mu-Mu arrojadas a la calle. El vendaval desatado a semejanza de un pogrom de la tierra de sus ancestros convirtió la vida de los Groisman en una pesadilla kafkiana.
Tres años y medio después, fue levantado el cierre de lo que quedaba de la fábrica. El mecanismo empleado refleja la forma en que se resolvían los conflictos que afectaban los derechos constitucionales en aquella época.
Comenzó en el velorio de Eva Perón, cuando el Gran Rabino de la congregación, Amram Blum, se detuvo junto al féretro y empezó a cantar a media voz una plegaria, el Khadish, una oración litúrgica que se escucha en los funerales judíos. Perón, conmovido, se abrazó con el rabino cuando éste terminó. A partir de ese día, Blum visitó al presidente en varias oportunidades. En una de ellas le planteó el caso Mu-Mu. Perón le contestó: “Vaya y trasmítale a sus amigos los Groisman que el asunto ya está arreglado”.
Publicado en Diario "Río Negro2, 21 de mayo del 2020.
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