García Lorca vive en la libertad
por Alfredo Leuco.
15 de mayo 2020.
Hay dos informaciones que instalaron en mi cabeza el recuerdo de un talentoso que admiro mucho. Hoy le quiero hablar de Federico, alguien que apenas vivió 38 años, pero no murió nunca. Hoy les quiero hablar de una leyenda que se llama García Lorca. Un día desembarcó en estas pampas y se quedó a vivir en el corazón de los argentinos. Toda su estadía fue en el Hotel Castelar de Avenida de Mayo 1152. Su habitación, en ese hotel tan señorial y maravilloso, fue convertida en museo. La noticia triste que es esta semana, crisis económica y pandemia mediante, cerró sus puertas ese alojamiento tan tradicional de Buenos Aires que fue construido hace 90 años.
La otra información que me despertó nostalgias de Federico García Lorca es que este domingo, en todo el mundo se conmemora el Día Internacional contra la Homofobia. Es a propósito de que un 17 de mayo la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades. Este domingo se cumplen 30 años de aquel día en que muchas personas empezaron a dejar de ser discriminados por su elección sexual.
Es que dicen que para el amor, García Lorca, no tenía límites ni esquemas. Jugaba en todos los puestos.
De paso le recuerdo que ser gay o lesbiana, todavía es delito en 72 países y en 8 los castigan con la pena de muerte: Irán, por ejemplo, régimen al que tanto admiran los falso-progresistas del mundo, con los cristinistas a la cabeza. Y ya que hablamos de este tema le cuento que recién hace 10 años, Fidel Castro pidió disculpas por las persecuciones brutales a los que sometió a los “pajaros”, como llaman en Cuba a los homosexuales. Había campos de trabajo forzado para “reeducarlos” y en la puerta un cartel fascista de izquierda: “El trabajo los hará hombres”. Hoy no hay matrimonio igualitario y ni siquiera unión civil en Cuba. Legal y formalmente, ahora no tienen ningún castigo. Pero la policía brava de la tiranía los sigue acorralando contra el Malecón y son descartados en los trabajos.
No quería dejar pasar la oportunidad de decir estas verdades. Pero volvamos al admirado García Lorca. Federico nació en un hermoso pueblito granadino llamado Fuente Vaqueros. Y la mejor poesía del siglo pasado, escrita en castellano, parió a uno de los más grandes entre los grandes.
Federico García Lorca fue todo lo que un enamorado de la vida puede amar. Un poeta inigualable, un dramaturgo celebrado por todos, un disfrutador de los placeres de la vida, un pianista, un fabricante de palabras para poner en boca de la magia inocente de los títeres.
Fue profundamente popular y culto a la vez. Apasionado y fino. Gitano y una especie de anarquista que supo unir la gloria de la literatura al combate de la militancia anti franquista.
Por eso lo fusilaron los falangistas. Porque no podían soportar tanto sol y tanta vida. Por eso la dictadura y el mismísimo Francisco Franco ni se atrevían a nombrarlo. Su solo nombre, su recuerdo en el imaginario popular, era una gigantesca fogata que podía iluminar la noche que vino después de la guerra civil española.
Federico era Federico y sus pasiones. Amigo de Salvador Dalí, Luis Buñuel que le hizo una de las mejores fotos y de Rafael Alberti. En Granada lo supo homenajear Gabriel García Márquez y Darío Fo. No se podía haber elegido una mezcla mejor. En Gabo y Darío Fo seguro que vivió el duende andaluz y la luz de García Lorca.
Le confieso que digo García Lorca y siento que estoy nombrando la cultura de verdad. La cultura que habita en “La Casa de Bernarda Alba” o en “Las Bodas de sangre” que lo trajeron felizmente a la Argentina, invitado por Lola Membrives.
Fue un luminoso 13 de octubre de 1933. El diario “La Nación” publicó la información donde además se confirmaba que Victoria Ocampo, a través de su editorial Sur, le iba a publicar “El romancero gitano”.
Se puede decir que Buenos Aires hipnotizó a García Lorca. Y que él se entregó al caudaloso Rio de la Plata y se dejó llevar. Tres veces postergó su regreso a España. Aquí frecuentó al Malevo Muñoz a quien admiraba después de leer “La crencha engrasada”. A Enrique Santos Discépolo, a los hermanos González Tuñón y a Conrado Nalé Roxlo. Algo asi como una selección de talentos. Si hasta da bronca no haber vivido en esa época.
La pequeña habitación número 704 del hotel Castelar donde vivía Federico, siempre era una fiesta. Dicen que allí escribió dos actos de “Yerma”. Por las noches, el placer y la lujuria, explotaba en todas sus aristas. Era recitar poesías, tertulias literarias en cafés como El Tortoni, la peña “Signo” donde conoció a Alfonsina Storni y, nada menos que a Pablo Neruda. ¿Se imagina a García Lorca y a Neruda juntos? Uno podría soñar que solo faltaba Carlos Gardel. Pero ese sueño se cumplió. César Tiempo fue el que los presentó. Fue el autor del milagro. En el corazón de la calle Corrientes. ¿En qué otra calle podría ser? Fue en hall del teatro que ahora se llama “Blanca Podestá” y que en aquel entonces se llamaba Smart.
Gardel y García Lorca juntos. Toda la madrugada bebiendo la noche, cantando el mudo, recitando el poeta. El tango le había pegado fuerte en su sensibilidad. Como la música negra del Harlem cuando estuvo en Nueva York o las caderas seductoras del son cubano en La Habana.
Federico no se privó de nada. Conoció a Julio de Caro, a Luis Angel Firpo, boxeador mítico si los hay, a Enrique Cadícamo, a Juan Carlos Cobián.
Hijo de un campesino pudiente y de una madre culta que le enseñaba letras y músicas, el 19 de agosto de 1936 fue llorado por sus familiares y por toda la España republicana, camisa blanca de mi esperanza, diría Víctor Manuel. Lo habían acribillado contra un paredón en el barranco de Viznar para que naciera la leyenda. Lo enterraron en una fosa común y anónima. Cadáver entre cadáveres por el solo pecado de ser republicano. Todos recordamos su frase genial: “Como no me he preocupado por nacer, no me preocupo de morir”.
Hoy los argentinos lo recordáramos con sus últimas palabras sobre Buenos Aires.
Un periodista le preguntó si tenía previsto volver y él contestó:
– Ojalá. Pero yo no quiero ir a estrenar ni a dictar conferencias. Me gustaría ir para estar con mis amigos, para remar en el Tigre, para oír el magnífico alarido de los partidos de fútbol, para escuchar los tristes bandoneones de notas verdes y acongojadas, para beber el vodka ruso en las tabernillas de la calle 25 de mayo con el grupo de poetas más sensible y más simpático que he encontrado en mi vida.
Ese era el sueño de Federico. Sus últimos deseos, sus ganas de vivir, sus ganas de luchar para siempre hasta que las balas negras del franquismo lo condenaron a ser eterno. Lo acribillaron en el futuro de la cultura. Ojalá en paz nos recuerde como nosotros los recordamos a él. Federico García Lorca, emblema de la diversidad cultural. Monumento a la belleza en todas sus formas. Un canto a la libertad que ningún fascista pudo matar. Apenas se fue, Herido de amor…
Publicado en http://alfredoleuco.com/
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