¿Un presidente envenenado?: la misteriosa muerte del tío de Eduardo Talero.
Fue el hombre que condenó al destierro al poeta colombiano. Hay sospechas de que su muerte fue producto de un asesinato.
Si no hubiera sido por esa concesión, Eduardo Talero habría sido fusilado como tantos compatriotas que participaron en las sucesivas guerras civiles que tuvieron lugar en tierras colombianas. No habría peregrinado por distintos países de Latinoamérica. Muchos menos se habría asentado en aquel rincón de la Patagonia llamado Territorio de Neuquén al que terminó amando tanto como a su tierra natal.
¿Habrá perdonado alguna vez a su tío el presidente? Seguramente sí. ¿Pudo haberle deseado la muerte o habría sido capaz de atentar contra su vida? Tal vez nunca se sepa. Lo que sí es seguro es que muchos otros estaban dispuestos a hacer lo posible para matarlo. Tenían sobradas razones para hacerlo.
Durante muchos años posteriores a la muerte de Rafael Núñez, se hizo fuerte el rumor de que al presidente lo habían asesinado y hasta se publicaron libros alimentando esa sospecha.
El último artículo relacionado con el tema lo escribió el año pasado el periodista Juan Carlos Guardela, para el diario El Espectador, donde narra detalles poco conocidos sobre los últimos días del mandatario colombiano.
14 de septiembre de 1894
Rafael Núñez caminaba con su concuñado Lázaro Ramos por las calles de Cartagena cuando un conocido se le acercó para regalarle una caja de cigarros, una de las debilidades que tenía el mandatario. Se trataba de tabacos de Ambalena, característicos por su forma delgada y su aroma intenso. Estos que le obsequiaron parecían más gruesos, pero el caudillo no le dio demasiada importancia. Antes de ingresar a su despacho, le pidió a Ramos que los guardara para “la hora de la siesta”.
Por haber enfermado producto del dengue, Núñez había delegado la presidencia en manos de su vice Miguel Antonio Caro y dedicaba su tiempo a escribir artículos periodísticos en el diario local El Porvenir, que él mismo había fundado. Si bien el país era un hervidero, Núñez estaba tranquilo, a la espera de una pronta recuperación en su salud para volver a la arena política, probablemente a la quinta presidencia, como muchos lo alentaban.
Atrás había quedado la discusión familiar por la situación de su sobrino Eduardo Talero, a quien había mandado a fusilar y había indultado a principios de ese mismo año. El joven abogado ya había abandonado el país y era un dolor de cabeza menos.
A las 16 de ese mismo día, Núñez y su concuñado se sentaron a fumar los cigarros que le había regalado esa persona que él conocía, pero que nunca se supo quién era o al menos nadie de su entorno lo nombró. Indudablemente aquel hombre le inspiró confianza; de lo contrario, no hubiese aceptado ese regalo de ninguna manera.
Años antes, el mandatario había tenido tres frustrados intentos de asesinato: una canasta con frutas envenenadas que le habían regalado y dos hombres que fueron detenidos en inmediaciones de su residencia, uno armado con un fusil y otro con cuchillos.
Primeros síntomas
Después de varias bocanadas de humo espeso, el concuñado del presidente comenzó a sentirse mareado, como si hubiera caído en un pesado letargo, sin poder expresar una sola palabra. Inmediatamente lo llevaron a la cama para que reposara. Con el correr de las horas retomaría la conciencia, aunque había perdido la visión de un ojo. Nunca más la recuperaría.
Para el presidente la situación sería peor. Debilitado por su precario estado de salud, Núñez le reconoció a su esposa Soledad que se sentía mal y confundido. “Tengo la cabeza como hueca; las ideas se me escapan, no recuerdo nada, ni los nombres de las personas”, le aseguró.
Dos periodistas y escritores lo visitaron esa misma noche y mantuvieron con él una larga charla que indudablemente lo animó, aunque seguía con dolores de cabeza.
Esa leve mejoría lo llevaría a cometer un error que terminaría agravando más su estado de salud. Para relajarse antes de dormir, abrió la caja de cigarros y se fumó uno. Y luego otro. Y otro más.
Según relató su esposa, en un momento intentó ponerse de pie buscando equilibrio y cayó hacia atrás. Quiso hablar y no pudo. No lo haría nunca más.
Tres médicos estuvieron a su lado durante cuatro días y aplicaron todo tipo de técnicas para salvarle la vida, especialmente aquellas relacionadas con la homeopatía, método curativo en el que creía el presidente. Sin embargo, nunca tuvo una mejoría.
“La palidez del rostro era intensa, y a más de esto tenía el párpado izquierdo caído, hasta el punto que solo lo levantaba cuando ella (su esposa Soledad) le llamaba la atención, volviendo a dejarlo caer”, asegura el escritor Gustavo Otero Muñoz en su libro La vida azarosa de Rafael Núñez.
Últimos minutos
Aunque el presidente tenía un marcado rasgo anticatólico, el 18 de septiembre a las 6 de la mañana llegó monseñor Eugenio Biffi para darle la confesión. Fue a pedido de la esposa del mandatario, que ya sentía que el final de su marido era inevitable. Para afirmar a sus preguntas, Núñez tenía que apretarle la mano al religioso, ya que no había forma de que pronunciara palabra alguna.
Pese a la visita del cura y aún consciente de que estaba muriendo, Rafael Núñez se negó a perdonar a sus enemigos y a arrepentirse de los actos, por más despiadados que parecieran. Ni siquiera del destierro de su sobrino Eduardo Talero.
A las 9:40, los cañones de la muralla rompieron la calma de esa mañana que ya anticipaba la primavera, anunciando la muerte del presidente de la Nación.
La noticia generó algarabía entre estudiantes liberales, que no dudaron en festejar con fuegos artificiales, y causó mucho pesar entre quienes lo acompañaron durante la resistencia de tantas revueltas sangrientas que dejaron cicatrices profundas en cada rincón de Colombia.
Los funerales de Rafael Núñez duraron tres días para que personalidades de todo el país pudieran llegar a despedirlo. Luego, el cuerpo del presidente fue embalsamado y sepultado en un mausoleo que se convirtió en un monumento nacional.
Aunque se trató de una ceremonia solemne, no faltaron los incidentes violentos entre los conservadores y liberales, los mismos enfrentamientos que marcaron al país durante años.
Lejos de aquellos vehementes contrastes políticos, Eduardo Talero había comenzado un largo recorrido que lo llevaría por distintos países de América y que terminaría en ese pueblito de casas humildes que se llamaba Neuquén, en pleno corazón de la Patagonia argentina.
En cada territorio que le dio asilo, el joven abogado y poeta relataría su increíble historia familiar cargada de dramatismo y violencia. Defendería sus ideales de libertad con la belleza de las palabras que solo manejan los hombres de letras y buscaría el equilibrio de la Justicia que nunca pudo conseguir en su tierra.
También recordaría a su tío el presidente, ese hombre implacable que le perdonó la vida solo por la desesperada súplica de su madre. Aquel hombre que encendió pasiones y odios, y cuya muerte todavía despierta polémica y misterios.
“La gran leyenda negra de Rafael Núñez”. Juan Carlos Guardela. Periodista, docente y escritor colombiano.
¿Siempre se comentó la posibilidad de que a Nuñez lo hubieran envenenado?
Siempre. Desde principios de siglo, las abuelas y la tradición oral hablaban del envenenamiento de Rafael Núñez. Obviamente, eso no fue asumido de manera seria por la historiografía oficial del país. Además, porque había una visión centralista de todos los aspectos de la vida, de manera que quienes tenían la decisión cultural de investigar un crimen eran de la capital. Núñez presentó los síntomas de un envenenamiento a través del sistema nervioso central. Por eso todavía algunos médicos de Cartagena podrían solicitar ante la Corte Suprema la exhumación del cadáver. Eso en el año 2000 trató de hacerse por un grupo de periodistas del que fui parte, pero lo que obtuvimos fueron risas por parte de la Academia de Historia Nacional.
¿Una exhumación del cuerpo del ex presidente permitiría confirmar o descartar esa hipótesis?
Claro. En esa época se hacían los embalsamamientos de los cadáveres con arsénico. Pero la ciencia ha avanzado y los exámenes permitirían saber si el arsénico fue ingerido antes o después de fallecer.
¿Por qué cree que hay tantas trabas para establecer la causa de muerte de Rafael Nuñez?
Lo que pasa es que el cuerpo fue enterrado en un mausoleo que es un monumento nacional y la estructura está muy sellada. Es decir, para tener acceso al cadáver hay que romper todo. Y eso es intocable. Pero sería bueno comprobar que desde el principio de la república ya se cometían crímenes en contra de dignatarios.
¿Ese misterio sigue instalado en la opinión pública colombiana?
Sí. Ha quedado como la gran leyenda negra de Rafael Núñez. Lo que ocurre es que su cuñada –la hermana de su esposa- aseguró en alguna oportunidad saber quién fue el homicida, pero nunca lo dijo. Se llevó el secreto a la tumba.
Publicado en el Diario "La Mañana de Neuquén", domingo 4 de octubre de 2020.
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