GRACIAS POR ESTAR AQUÍ...

GRACIAS POR ESTAR AQUÍ...
...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

“
"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

lunes, agosto 30, 2021

30 de agosto de 1980: quema de libros.

 


1980 - 1.500.000 DE LIBROS QUEMADOS POR LA DICTADURA CÍVICO-MILITAR GENOCIDA.

“Los libros son tuyos, vení a buscarlos”, le dijo el capitán de navío Francisco Suárez Battan, interventor en la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), al jefe del Estado mayor general del Ejército Guillermo Suárez Mason. La invitación para proceder al retiro y destrucción de libros calificados de “subversivos” por la flamante Junta Militar se constituyó en el punto de partida para que se ordenara la quema de un millón y medio de ejemplares publicados por la editorial más importante de Hispanoamérica.

El 30 de agosto de 1980, la dictadura militar cumplió con un rito siniestro que es casi una obsesión de los totalitarismos: la quema de libros. En la mañana de ese día, en un terreno baldío de Sarandí, en la provincia de Buenos Aires, la Policía bonaerense al mando del general Ramón Camps los roció con nafta y quemó un millón y medio de ejemplares del Centro Editor de América Latina (Cedal), el sello fundado por Boris Spivacow, recordado por sus colecciones Capítulo, Historia del movimiento obrero, Biblioteca Política Argentina, Nueva Enciclopedia del Mundo Joven y Transformaciones, entre centenares de entregas en fascículos o volúmenes económicos. La profesora Amanda Toubes, directora de la colección La Enciclopedia del mundo joven, y Ricardo Figueira, director de las colecciones de la editorial, fueron testigos de la quema. También estaba presente Boris Spivacow, fundador del CEAL. Antes había sido el director de Eudeba, desde mediados de los años ‘50, y la transformó en la editorial universitaria más importante en lengua española hasta el 28 de julio de 1966, cuando en La Noche de los Bastones Largos, la editorial llegó a su fin gracias a la censura de Juan Carlos Onganía.

Esta quema no fue un hecho aislado sino más bien la culminación de una persecución que atacó muchas editoriales, entre ellas el allanamiento y clausura de Siglo XXI editores, y más tarde el encarcelamiento de los directivos, el cierre definitivo y la quema de libros de la editorial Constancio C. Vigil en Rosario y la desaparición de trabajadores editoriales como Graciela Mellibovsky (asistente de producción del CEAL), Pirí Lugones (correctora y traductora de Jorge Alvarez, Carlos Pérez Editor y Crisis) y tantos otros.

Esa pira bibliográfica, la más grande que perpetró la dictadura militar en Argentina ardió durante tres días seguidos.

Varios siglos atrás, el creador de la imprenta, Johannes Gutenberg, en referencia al poder de su invención, decía que había formado un ejército de veintiséis soldados de plomo, capaces de conquistar el mundo. El sentido y alcance de aquella frase fue entendido por todas las dictaduras del mundo que intentaron arrasar con la ideología disidente.

La quema de libros fue el último eslabón de la cadena represiva sobre la cultura. Tenía un fuerte mensaje intimidatorio dirigido a la comunidad e incluía la exposición pública de los libros secuestrados, el discurso de alguna autoridad castrense, la toma de fotografías antes y durante la quema, y la posterior publicidad de lo sucedido en diversos medios de comunicación

El genocidio, con su plan sistemático de exterminio de personas, tuvo su paralelo, salvando las distancias de su gravedad, con la ejecución de un plan de persecución y destrucción bibliográfica. Las listas negras de libros, los controles de las actividades de extensión de las bibliotecas, el seguimiento de los lectores y las quemas de libros eran prácticas recurrentes.

* * * * * * * * * *

VEINTICUATRO TONELADAS DE FUEGO Y MEMORIA”(Nota de Mempo Giardinelli en Página 12/ 26 de julio 2013)

Hoy, 26 de junio, hacen exactamente 33 años del día en que la dictadura ordenó quemar millones de libros del Centro Editor de América Latina.

Ese 26 de junio de 1980 está en la memoria más horrible de la Argentina y escribo esto pensando una vez más en todo el dolor que todavía nos deben.

Propongo recordar lo sucedido. Propongo que imaginemos aquel 26 de junio de aquel 1980. Día frío y gris, pero no llueve. La acción en Sarandí, partido de Avellaneda, provincia de Buenos Aires. A corta distancia de lo que entonces se llamaba Capital Federal, vemos que de un gran depósito sobre las calles O’Higgins y Agüero (hoy Crisólogo Larralde) entran y salen camiones cargados de libros. Son veinticuatro toneladas de libros. En silencio, suboficiales, soldados y policías vacían lentamente el depósito bajo las escrutadoras severas miradas de oficiales del Ejército Argentino, algunos muy jóvenes.

El depósito –un amplio galpón– y todos los libros pertenecen a la conocida editorial Centro Editor de América Latina, una de las más prestigiosas y originales casas editoras de libros del país y el continente, fundada y dirigida por Boris Spivacow, un respetado matemático de 65 años, hijo de inmigrantes rusos. Entre 1958 y 1966 había sido gerente general de Eudeba (la Editorial de la Universidad de Buenos Aires) y la había colocado en el pináculo de la consideración pública por sus colecciones de extraordinaria calidad y cuidado a precios populares. Hasta que la tristemente célebre Noche de los Bastones Largos, el 29 de julio del ’66, junto con centenares de profesores e investigadores, Spivacow fue forzado a abandonar Eudeba y la universidad.

Inmediatamente empezó a soñar con una empresa independiente y autosuficiente. Y así, con toda la experiencia acumulada, fundó la editorial Centro Editor de América Latina, que llegó a convertirse en una de las más fuertes editoriales del continente, y sus colecciones fueron formadoras de ciudadanía y fuente de conocimiento en todas las disciplinas.

Las fuerzas armadas de la época tenían a Spivacow, como se decía entonces, “marcado”. La supervivencia casi milagrosa de la editorial durante los primeros años de la dictadura tenía, por lo tanto, los días contados. Y el final fue ese día, ese 26 de junio del año ’80, en que llegaron las tropas en sus camiones y empezaron a cargar libros, paquete por paquete, y en sucesivos viajes llevaron 24 toneladas de cultura y conocimiento desde el depósito de Agüero y O’Higgins hasta un baldío que había entonces a muy pocas cuadras, en la calle Ferré, entre Agüero y Lucena.

Allí, una vez descargados los libros –posiblemente un par de millones de ejemplares– un valiente oficial habrá dado la marcial y ceremoniosa orden de prenderles fuego. “Procedan”, habrá dicho con firmeza y yo imagino que sin inmutarse, sin culpa alguna, sin siquiera darse cuenta de la atrocidad que cometía en ese instante miserable.

Así se quemaron esos libros, aquel 26 de junio de 1980, y con ellos se quemaron años de saber, de cultura, de investigaciones, de sueños y ficciones y poesías. Y se quemó una parte esencial de la Argentina más hermosa, incinerada por la Argentina más horrenda y criminal.

El expediente judicial –informan ahora amigas y amigos que han guardado intacta la memoria de esa jornada ominosa– dice que aquel día estuvieron presentes allí algunas personas de la editorial: el fotógrafo Ricardo Figueiras, Amanda Toubes, Alejandro Nociletti, Hugo Corzo y el propio Boris Spivacow.

Me cuesta imaginarlos, ahora. Pero no los veo llorando sino concentrados y serios, dignos y elocuentes en su silencio atronador. Los veo observando con dolor a las bestias de uniforme que cumplían esa orden infame que algún oficial de alta graduación, algún oscuro dictador habría dispuesto en algún oscuro lugar del poder. Pero no veo que ninguno de ellos baje o desvíe la mirada. Como si supieran que algún día y en una democracia, aunque plena de imperfecciones, esos libros amados iban a renacer de entre las cenizas.

Y eso es lo que sucede hoy, 26 de junio de 2013 y en Democracia: amigos de la Biblioteca Nacional informan que hoy por la mañana se hará el primer acto simbólico en el mismo lugar de la quema, ahí en Sarandí. Lamento estar tan lejos, pero simbólicamente voy a hacer con mi hija una casita de libros en el jardín de nuestra casa. Y le voy a explicar cómo es que el fuego destruye todo, libros incluidos, pero nunca puede destruir los sentimientos, el saber y la memoria.

Fuente de información e imagen: Pensamiento Discepoleano

http://www.pensamientodiscepoleano.com.ar/DOCUMENTOS%20HIST%C3%93RICOS%202.html?fbclid=IwAR0vVqGcuNboH1XAE9ER3kholFVGeuvtC_e1aB9N0vbv2oh3aphtwL3H9Ow#quemadelibros

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.