La Argentina ostenta el primer puesto mundial en el juego del Don Pirulero.
“…el cirujano, suelto de cuerpo, con pulso firme y confiado en su maestría, tomó con firmeza el afiladísimo bisturí y con aquilatada seguridad trazó el profundo corte, siguiendo la larga línea dibujada con marcador sobre el abdomen del macilento paciente, que por cierto tenía más aspecto de cadáver, que de estar vivo…”
“La carne se abrió como si una fuerza interior la impulsara; como si hubiese estado esperando la liberación del corte aliviador…”
“…todos, el cirujano y su ayudante, anestesista, enfermeras, instrumentadoras y auxiliares, se echaron hacia atrás con violencia, adivinándose en sus caras ocultas por las verdes mascarillas, los gestos de repugnancia y asombro…”
“…el olor que de pronto inundó el quirófano era espantoso y millones de gordos y serpenteantes gusanos pululaban por doquier, desbordando la herida abierta, molestos por la repentina intrusión y la explosión de luz a la que no estaban acostumbrados, en su silenciosa e imparable tarea de comerse al paciente por dentro…”
Este párrafo, que bien podría tratarse de un fragmento de un truculento relato, tomado de una escatológica sala de cirugía, lejos está de pertenecer al campo de la medicina.
Es lo que pasa en esta doliente Argentina, infectada hasta el tuétano por los gusanos, hijos putativos de la podredumbre generalizada que nos conquista.
Así estamos. Donde se hunde el bisturí encontraremos el tejido descompuesto y maloliente, producto de años de aquelarre ilimitado en el que el concubinato impuro de la política y la corrupción ha calado hasta los huesos en la estructura social.
Y todo hace presumir que, sea donde sea que las nuevas autoridades hundan el bisturí, seguramente encontrarán más focos de gangrena enquistados en lo profundo de la estructura de las instituciones.
Todos sabemos ya que esa septicemia, prohijada sistemáticamente durante estos largos doce años de avasallamiento, opera como un lastre pesado que nos dificulta el despegue que merecemos como Nación.
Ya en conocimiento de ello, deviene irremediablemente la gran pregunta: ¿Seguiremos contemplando con estoicismo e indiferencia las explosiones de gusanos?
¿Continuaremos participando de este campeonato de Don Pirulero?
¿Habrá algún señor fiscal de la Nación o quizás algún honorable señor Juez que tome cartas en estos asuntos y se aboque a investigar a estos personajes ligados a las mafias?
¿Alguno de los señores magistrados dejará de atender sólo su juego y verificará qué hay de cierto en las denunciadas ramificaciones que enlazan a los fugados misteriosamente del penal de máxima seguridad con personajes políticos, que lejos de amedrentarse y llamarse a silencio redoblan sus apuestas con frases de compadrito a la violeta?
¡Qué bueno sería para la salud de la República que varios jueces y fiscales actuaran de oficio y desbrozaran estas marañas que son “vox populi” pero que nunca arriban a una resolución final!
¡Qué bueno sería saber si realmente “La Morsa” es quien dicen que es…!
No faltará aquel despistado que crea que los esfuerzos del nuevo gobierno deben estar centrados exclusivamente en los detalles de gestión, para solucionar la pobreza, la inseguridad, la inflación, las deficiencias de la educación, las finanzas públicas y otras desgracias heredadas.
Claro que todo eso es prioritario e importante, pero también lo es ventilar los miasmas putrefactos que nos envuelven cada vez que alguien hunde el bisturí.
De no ser así, seguiremos sospechando de todo y de todos y cualquier cosa que nos digan despertará nuestras dudas.
Es imprescindible que cunda el escarmiento.
Es elemental que se raspe hasta el hueso la carne podrida.
Es necesario que dejemos de jugar al Don Pirulero y que los que tienen que hacer, hagan.
¡Queremos volver a creer…!!
Usted se preguntará lo mismo que yo me pregunto: ¿quedan funcionarios con los atributos necesarios para transformar esa famosa frase hecha, que repetimos hasta el cansancio: “llegar hasta las últimas consecuencias…” en algo más que simples y huecas palabras?
Porque si llegar hasta las últimas consecuencias es parecido a lo que sabemos del caso Nisman, a poco tiempo de cumplirse un año de su muerte… ¡no sirve…!
Ninguno de nosotros ignora que menuda tarea tienen por delante quienes hoy nos gobiernan, para combatir las infecciones con las que dejaron el cuerpo de la Nación, pero de nada serviría si la impunidad generalizada, mas allá de algún chivo expiatorio condenado con reticencia y liviandad, permite que nunca sepamos quiénes aprovecharon sus cargos para enriquecerse ilícitamente o se asociaron con delincuentes comunes para inundar de drogas el país.
Por eso creo que el pueblo, sobre todo el pueblo sano que no se dejó comprar con prebendas tendenciosas, necesita que se llegue hasta el caracú en todo esto.
Veríamos con sumo beneplácito que se formen comisiones especiales de notables, para que se investigue a cada uno de los personajes que llenaron por años las tapas de los diarios y que hoy, llenos de soberbia y borrachos de impunidad, salen a vociferar con sus frases pícaras y risueñas de filósofos de arrabal y léxico de albañal, convencidos de que nunca deberán rendir cuentas ante la justicia de los hombres, despreocupados de la justicia divina por sentirla lejos e inasible y por ser ateos funcionales con tendencia a la herejía, porque ningún inmoral puede creer sinceramente en Dios.
Basta de Don Pirulero.
Basta de cuidar cada uno su “augero”.
Basta de pretender ciudadanos ejemplares, insertados contra natura en un cuerpo social deforme de tanta inmoralidad y malos ejemplos.
Basta de creer que es más ladrón el motochorro o el punga del subte o el boquetero o el pirata del asfalto y otras especialidades del hampa, que el chorro de traje y corbata con verborrea de conventillo del bajo Flores y pinta de taita orillero.
Basta de creer que lo de Boudou fue un desliz insignificante. Sólo a una rata de alcantarilla se le ocurre falsificar los papeles de un auto para despojar a una ex esposa.
Dejemos de aceptar resignadamente que es natural que la política sea un reducto en el que recalan los alérgicos al laburo, personajes de dudoso prontuario y amistades impresentables que esconden muertos en sus roperos.
Metamos tres o cuatro en cana y veremos cómo cierran la cloaca con o sin telón piloso los canyengues deslenguados.
Que aparezca el matasanos que, con valentía y dedicación, rasque y raspe la matadura agusanada, hasta liberarla de la podredumbre gangrenosa que se extiende como una enredadera venenosa por los cimientos de la política, para volver a hacerla creíble y recuperar la vocación de servicio, que viene siendo reemplazada desde hace muchos años por la ambición y la codicia.
Resucitemos el dogma.
Rescatemos el valor del ejemplo que llega de arriba.
Desenmascaremos a los arribistas, aislando y repudiando a los equilibristas exitosos, que caminan sin red por la cuerda floja de la moral.
Quizás entonces podremos decir con orgullo: “¡Soy argentino!”
Será Justicia.
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