“¿Qué pasaba? Carcajadas estruendosas en el pabellón de afásicos precisamente cuando transmitían el discurso del presidente”, empezaba uno de los notables relatos de Oliver Sacks, el célebre neurólogo interesado en estudiar los déficits de sus pacientes desde el lenguaje. Sacks contaba en ese texto que a un afásico, incapacitado de entender las palabras en cuanto tales, no se le puede mentir precisamente con palabras. Lo que capta el afásico es la expresión de los ademanes que acompañan el decir, la gestualidad involuntaria, espontánea, que nunca se puede deformar con tanta facilidad como las palabras.
Los pacientes de Sacks se reían con el discurso del presidente porque aunque a las palabras las sondeaban con dificultad sí percibían, en la combinación con sus movimientos no verbales, un mensaje anómalo. Cuando el médico le preguntó a una paciente, Emily D., qué le provocaba el discurso del presidente ella le dijo que no era convincente. “Utiliza las palabras en forma incorrecta. O tiene una debilidad cerebral o nos oculta algo”.
Pensar que el poder produce siempre simulacro es una tentación demasiado simplista. No es un problema solo de la enunciación política. Hay algo que los adherentes a un candidato o a una idea están dispuestos a creer o a tolerar aunque no cierre. Los que acompañan a Macri callan o buscan pretextos que expliquen por qué un dirigente que hablaba de formas republicanas elige miembros de la Corte por decreto, niega de antemano los despidos que su gestión produce a mansalva y avanza sobre leyes que marcaban políticas públicas plurales. Los adherentes al kirchnerismo hacen lo propio frente a un modelo que no tocó la estructura financiera, mantuvo inalterado el esquema tributario y también otorgó grandes subvenciones a capitalistas amigos (Cirigliano, Báez, López).
Con la política puesta en palabras hay otras omisiones. Raramente esta se mete en el campo donde los que escuchan se niegan a escuchar. La estructura productiva argentina no genera trabajo para todos. La seguridad pública no se puede garantizar plenamente porque el riesgo civil y criminal, como dice Robert Castel, es consustancial a la coexistencia de individuos en una sociedad moderna. Cuando no hay trabajo o seguridad plena, como pasa en el capitalismo, se produce decepción y resentimiento.
Lo que no invita a la resignación o a la aceptación de un realismo inmodificable: la política puede ser lucha por mayor igualdad o mayor seguridad. El asunto es cómo meterse con lo impronunciable. O con contradicciones a veces elocuentes que sí captaban los pacientes de Sacks en los pabellones del hospicio.
Publicado en Diario "La Capital" de Rosario, domingo 24 de enero de 2016.
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