BELGRANO "EL DEL CORAZÓN MÁS GRANDE".
Decir Manuel Belgrano, es darle nombre a la veneración y gloria a la memoria. Es decir: PATRIA, HONOR Y LIBERTAD.
Cualquier calificativo que se utilizase para definir la grandeza de don Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, nacido en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, no alcanza a cubrir su magnitud. Fue uno de los cerebros más lúcidos, más prudentes, más reflexivos, más equilibrados y mejor informados que hubo en su tiempo en el Río de la Plata.
Fue austero, dotado de una enorme capacidad de renunciamiento, con el estricto sentido del deber y de la disciplina. Amó la verdad apasionadamente, y su absoluta incapacidad para velar por si mismo le hizo morir pobre. No tenía medios económicos y las autoridades le negaban toda ayuda.Fue austero, dotado de una enorme capacidad de renunciamiento, con el estricto sentido del deber y de la disciplina. Amó la verdad apasionadamente, y su absoluta incapacidad para velar por si mismo le hizo morir pobre. No tenía medios económicos y las autoridades le negaban toda ayuda.
Sólo los amigos le brindaron los socorros indispensables y esto no dejaba de atormentarle. Es el único argentino que trabajó dieciséis años antes de la Revolución y diez años después también por la Revolución En 1819 estaba seriamente enfermo y cuando se encontraba en Santa Fe comenzó a decaer, para empeorar al encontrarse en el campamento cordobés de Cruz Alta días después. El gobernador de la provincia mediterránea, doctor Manuel Antonio de Castro, salteño, lo visitó con un médico, quien diagnosticó una hidropesía muy grave. Belgrano comprendió que debía radicarse en Tucumán, confiando en los beneficios de ese clima, pero un desdichado suceso apresuró el desenlace funesto que se preveía.
Sus detractores dispusieron nada menos que Belgrano fuera engrillado, resolución a la que su médico, el doctor José Redhead se opuso resueltamente no sólo por lo que ello demostraba de arbitrario hacia quien nada tenía que ver con los hechos que se registraban, sino por el estado del ilustre patricio, cuyas piernas y brazos hinchados mal hubieran podido soportar el suplicio.
Decepcionado y físicamente destruido, regresó a Buenos Aires, llegando en marzo de 1820, después de un viaje tan dilatado como penoso,Días enteros permaneció en su lecho, en la misma habitación donde naciera, atendido por sus hermanos, entre ellos el canónigo don Domingo Estanislao, y la dulce Juana, que le hizo de madre.
Iban a verlo muchos amigos de la juventud y casi todos los vecinos; uno, Juan Súllivan, que era médico, tocaba el clavicordio, para distraerlo.
Lleváronle unos días a San Isidro, frente al río, pero fue necesario volver pronto a la ciudad. A medida que los signos de su hidropesía aumentaban, se le descarnaba el semblante. Su hermosa cara “así como es lindo, debe ser su corazón”, había dicho Cumbay-, su color sonrosado, su nariz fina y recta, con la lumbre mansa de sus ojos claros y el rizado de los cabellos rubios –“el alemán”, como lo llamaba Balbín-, habíase transformado por completo. Sólo los ojos eran los mismos, aunque más mansos, velados a veces por una cortina de lágrimas sutiles.
En vigilia casi continua –dormía dos o tres horas, no más, cada día- algunas tardes pasábalas en su sillón poltrona, mirando el patio, un retazo del cielo de su Buenos Aires bien amada. Allí supo una vez que se anunciaba una invasión de santafesinos de López; como si el alma le empujara, quiso ponerse en pie, y acaso pensó ordenar que le ensillaran un caballo para concurrir a la defensa, pero el dolor le recordó que era un vencido, y dejándose caer en su asiento, llevóse las manos a la cara y lloró, el pecho partido de angustia.
.Tenía momentos en que rogaba que le dejaran solo. Su amigo el ex gobernador de Córdoba, doctor Castro, que le preguntó el porqué de su voluntaria soledad, obtuvo esta respuesta:
-Pienso en la eternidad, adonde voy, y en la tierra querida que dejo…
La indigencia le amargaba sus días finales. El gobernador interino, Ramos Mejía, le socorrió con unos pesos. Para poder pagar sus deudas, solicitó Belgrano que se le diera otra cantidad mayor a cuenta de sus haberes. El gobernador pasó su solicitud a la Junta de Representantes. Los hombres que la formaban tenían entonces preocupaciones de mucho interés y no disponían de mucho tiempo para gastarlo en atender al hombre de Mayo, que moría lentamente en la pobreza. Hicieron a un lado la solicitud.
Llegó Balbín, su buen amigo, de Tucumán, unos días antes de que expirara.
-Amigo –le dijo Belgrano-, mi situación es cruel. Me hallo muy malo. Duraré muy pocos días. Espero la muerte sin temor, pero me llevo al sepulcro un sentimiento…
-Dígamelo usted, si puede saberse…
-El de que muero tan pobre que no tengo con qué pagarle el dinero que usted me prestó, aunque no lo perderá. El gobierno me debe algunos miles de pesos, y luego que el país se tranquilice, se los pagarán de mi albacea, quien queda encargado de satisfacer la deuda.
Balbín estaba ya casi tan pobre como su amigo. La intranquilidad del país, que era el nombre que se le daba a la anarquía naciente, le dejaba sin blanca. En septiembre, el día 26, publicaba un aviso en La Estrella del Sud, de Buenos Aires, ofreciéndose para “enseñar a la perfección y en poco tiempo los idiomas francés, español y latín, por sólo cuatro pesos al mes”…
Belgrano dictó y firmó su testamento veinticinco días antes de morir, el mismo en que se cumplía la primera década de la Revolución. En él encargaba a su hermano, el canónigo, del cuidado de “sus escuelas”. En secreto, encomendó al mismo que, una vez pagadas todas sus deudas, aplicara el sobrante al cuidado y educación de la hija que dejaba en Tucumán, Manuela Mónica, que fue luego “dechado de virtud y amabilidad, tan semejante a su padre en la fisonomía como en la dulzura de su carácter”, según los Apuntes del general Ignacio Álvarez Thomas, escritos en 1846.
Regaló su reloj de oro al doctor Redhead: “Es todo cuanto tengo que dar a este hombre bueno y generoso”.
El 19 de junio dio un beso a su hermana Juana, para pagarle sus amorosos desvelos, y en la mañana del otro día, a las siete, expiró suspirando:
-¡Ay, Patria mía!...
Hecha la autopsia de su cadáver, se comprobó con asombro que “el corazón era más grande que el del común de los mortales”, lo que debía ser uno de los efectos de su enfermedad.¿o debido a su grandeza y generosidad?
Se le amortajó con un hábito de Santo Domingo, pues así lo dejó pedido, y en un féretro de madera de pino, recubierto de tela negra, lleváronlo sus hermanos y algunos pocos amigos la media cuadra que distaba su casa del convento dominico, y allí, a la entrada de la iglesia, al pie de la pilastra derecha del arco central, le cavaron la fosa. Una losa de mármol blanco, trozo de la cubierta de una cómoda que había pertenecido a la madre, lo cubrió con la leyenda: “Aquí yace el general Belgrano”
Sólo un diario, El Despertador Teofilantrópico se ocupó de la muerte de Belgrano. Para los demás no fue noticia.
Para concluir me despido con un vibrante ¡VIVA LA PATRIA! ¡VIVA MANUEL BELGRANO!
Publicado en HISTORIA Y MISTERIOS DE BUENOS AIRES (Facebook).
Imágen: Revisionistas.
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