Mafalda a los 55: siempre tiene razón pero ahora en 21 idiomas.
La creación universal de Quino se publicó por primera vez un 29 de septiembre de 1964. Un repaso por su origen, su progenitor y una selección de diez tiras que parecen escritas anoche.
Odia la sopa. Está indignada por que al Pájaro Loco todavía no le dieron el Premio Oscar. Piensa que un depravado inventó la sopa y un degenerado, la cuchara. Le gustan Los Beatles, la cultura hippie y los libros. Piensa que la sopa es –o debería ser– una mala palabra. Es preguntona, perspicaz, graciosa y rapidísima, sensible, incisiva. Considera que la sopa es un brebaje espantoso, una porquería inmunda, y se entiende porque ese plato era una superstición "para crecer" de la generación anterior a la suya. Su papá es oficinista, su mamá es ama de casa y tiene un hermanito que se llama Guille. Igual que su tortuga Burocracia, padece “sopofobia”. Sus amigos son Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito y Libertad, con quienes juega a la bomba atómica, si acaso no tienen tiempo para jugar a algo más largo. Mafalda, a la que le gusta escuchar noticieros en la radio y, de ser necesario, pedir muletas para el ánimo, detesta la sopa.
Este domingo, Mafalda, la niña rebelde que, además de odiar la sopa al punto de descomponerse en la playa luego de imaginar que el mar es un gran plato de ese alimento, quiere ser intérprete de la ONU y proclamar la paz mundial, cumple 55 años. Y como proclamó en más de una ocasión su creador, Quino, si las tiras cómicas todavía siguen vigentes, es porque “lamentablemente”, el mundo no ha cambiado demasiado. Inflación, la jubilación, China, el feminismo y el vegetarianismo, política: Mafalda, la historieta argentina más universal y globalizada, aún tiene razón en (casi) todo.
Tanto Quino como Mafalda se inscriben en una tradición fulgurante de la historieta argentina, una de las más importantes a nivel mundial y la más destacada de Latinoamérica. Con antecedentes como Patoruzú (1928), de Dante Quinterno, Don Fulgencio (1934), de Lino Palacio, y revistas como El Tony (1928), la historieta local tiene su época dorada entre las décadas del 40 y del 70, al calor de la gran maquinaria editorial y de prensa gráfica, con revistas como Rico Tipo (1944-1972), de Divito, y Tía Vicenta (1957-1966 y 1977-1979), de Landrú. Una mención aparte dentro de este linaje merecen El Eternauta (1955), con guión de Héctor Oesterheld y con dibujos de Solano López (1957) y una readaptación con dibujos de Alberto Breccia (1969), y la figura del italiano emigrante Hugo Pratt, con El Corto Maltés, una de las historietas de aventura más famosas del siglo XX.
Traducida a una veintena de idiomas –entre los últimos, al guaraní, el hebreo y el armenio–, con una cuidada versión en Braille (disponible de forma gratuita en todas las bibliotecas públicas del país), y una película animada en 1982, Mafalda, la nena de abundante melena negra con corte "carré", que fue publicada por primera vez el 29 de septiembre de 1964 en la revista Primera Plana, tiene en su origen un fundamento comercial.
Un año antes, a Quino le encargan una serie de tiras cómicas en las que se vea representada una "familia tipo", con un vínculo explícito con los electrodomésticos. Como condición, todos los personajes deben llevar nombres que comiencen con la letra M. La idea es promocionar en los medios de comunicación los productos de Mansfield, de la empresa Siam Di Tella. Pero el artilugio comercial es descubierto y esas tiras no se publican. Algunos meses después, Quino retoma algunas de esas ideas y da forma definitiva a Mafalda.
Para el nombre, Quino se inspira en una película: en Dar la cara (1962), de José Martínez Suárez con David Viñas como coguionista, hay una beba llamada Mafalda. A Quino le gusta y así surge el nombre de su más famosa creación.
A Mafalda le preocupan los temas humanos universales, los que nos inquietan a todos, en mayor o menor medida: la felicidad, la política, la democracia, la familia, los amigos, la guerra, el arte, la cultura, la escuela, las vacaciones, el hambre, la pobreza –memorable es la tira en que ve niños pobres y quiere ponerse una curita en el alma–, la paz, los derechos de los niños… y la lista sigue. “A Mafalda la hice protestona, cascarrabias”, la describe Quino en algún momento, y cuando la hace insultar lo hace con palabras como “pichiruchi” o la muy castiza “botarate”.
Desde su oficina en Parque Patricios, Kuki Miller, histórica editora de Quino en Ediciones de la Flor, cree que no tiene nada más para decir de aquella nena contestataria, porque ya fue dicho todo y, sanseacabó. Si hasta el Nobel de Literatura José Saramago la proclamó “su maestra de filosofía” y el semiólogo Umberto Eco la elogió en el prefacio de la edición italiana. Y ni bien termina de expresar esa idea, arremete con una anécdota recién salida del horno: “La semana pasada, Mafalda llegó a Harvard”. ¿Cómo? “Resulta que en un curso para empresarios y Ceo’s de todo el mundo, hay un economista argentino que dio una clase sobre macroeconomía y para ejemplificar algo compartió una tira de Mafalda”. La tira en cuestión es una de la niña de vacaciones en la playa cuando, recostada en la arena caliente tomando sol, es sorprendida abruptamente por una ola.
En este punto, entonces, hay que decir que conocer la historia de Mafalda implica conocer también el recorrido de Quino, su autor. Tercer hijo de un empleado de bazar que habla poco y de una ama de casa andaluza y charlatana, ambos inmigrantes españoles, Joaquín Salvador Lavado nace un 17 de julio de 1932 en la ciudad de Mendoza. Si su papá es escaso en palabras, su mamá es, en cambio, locuaz: de esa mezcla sale Joaquín, un pequeño de gran timidez, al que comienzan a llamar Quino para diferenciarlo de los otros “Joaquines” de la familia. Por ejemplo, de su tío Joaquín Tejón, que es dibujante publicitario y pintor. Quino siempre recuerda haber visto a ese tío dibujar y haber sentido la epifanía de su vocación: la de saber que dibujar es lo que más quiere hacer en la vida.
Publicado en Diario "Clarín", 26/09/2019.-
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