Crónica del bombardeo a Río Colorado por los aviones de la llamada revolución “libertadora” que derrocó al presidente Juan D. Perón en 1955. El relator, que recurre al seudónimo de “Conti” era Santos Malvino, propietario y editor del periódico indicado en la referencia.
Copia textual de la Portada del periódico LA REGION del 23 de septiembre de 1955, Año XXIIII, Nro. 2116
'Río Colorado escribió una página trágica en su historia".
Tres días, largos días, de verdaderas angustias, vivió la población de Río Colorado a raíz de los acontecimientos ocurridos durante los días 17, 18 y 19 de septiembre de 1955, fechas que pasarán a la historia de nuestro pueblo.
Con prescindencia de toda ideología política, atributo del ciudadano, encaramos la crónica de estos acontecimientos ante que todo como argentinos y luego como vecinos de este pueblo.
La situación geográfica de Río Colorado, a pocos kilómetros de Bahía Blanca y a la vera de la línea férrea que desde Zapala, une al sur argentino con la citada ciudad. Dos puentes, uno férreo y el otro carretero, ambos sobre el río Colorado y que son los puentes de comunicación terrestre y sin los cuales quedaría nuestro pueblo aislado; la circunstancia de que una fuerza de ejército que procedía de Neuquén hubiera de detenerse forzosamente aquí, crearon esa angustiosa vía cruxis a que hacemos referencia.
Nunca ni pudimos sospechar que ocurrieran tan tremendos episodios.
Relatados cronológicamente los sucesos, éstos se iniciaron en el atardecer del 17 cuando un avión de guerra procedente del aeródromo Comandante Espora, luego de realizar diversos círculos en los alrededores del pueblo, dejó caer bombas sobre el puente ferroviario, cosa que supimos luego, como así que no había sido alcanzado por los impactos.
La población se sacudió de asombro y terror y en esos precisos momentos comenzó a vivir, si así puede decirse, una nueva vida.
El oscurecimiento de las calles, impuesto por las autoridades como oportuna medida de previsión, si bien cubrió con su manto piadoso a la población, que se recluyó en sus hogares, agudizó aún esa tan horrenda sensación que habíamos vivido.
Un terrible capítulo fue escrito por los acontecimientos del día 18, domingo, pues con las primeras luces del día apareció un enorme avión, el que luego de bombardear nuevamente el puente, otra vez sin alcanzarlo, se dirigió en vuelo bajo por sobre la población. Recién entonces nos informamos que en horas de la madrugada había entrado a la estación un tren con tropas procedentes de Neuquén y que se encontraba detenido. Algunos grupos de soldados que se diseminaban por el pueblo a toda prisa, nos dieron recién la sensación del gravísimo momento.
Nuestra redacción, nuestra casa, está ubicada a solo cien metros de la estación ferroviaria. De manera que sin querer o queriendo, cosa que aún no sabemos, hubimos de presenciar la dantesca escena. El avión descendió, disminuyó la velocidad y enfiló de este a oeste, diríamos que por la calle Eva Perón y cuando estaba por llegar a la de Rivadavia, vimos como se desprendían del aparato dos bombas que pesadamente cayeron en la Estación, a solo veinte metros del edificio del mismo y explotaron sobre la casa que ocupa, dentro del terreno de la empresa, el empleado Sr. Burguer y su familia, felizmente con sus ocupantes ausentes. La explosión fue realmente pavorosa, y justificamos este calificativo con la razón de que nunca habíamos escuchado explosiones de esa naturaleza y… a tan corta distancia. Una espesa nube de humo se levantó y aún no se había disipado, cuando el avión volvió a dar un círculo, volando siempre bajo y en la misma dirección y al llegar por Eva Perón a General Roca, vimos que se desprendían otras bombas y escuchamos la terrible explosión. Los impactos habían dado sobre el galpón de máquinas, que quedó completamente destrozado, salvándose milagrosamente el gran tanque de combustible que sirve de alimentación a las Diesel. Algunos vagones destrozados, chapas hundidas y vidrios hecho añicos y gruesas señales de la violencia de las esquirlas, estaban sobre los costados del tren que había conducido a esas tropas, felizmente vacío.
La fuerza de las explosiones hizo temblar los alrededores y produjo, muy especialmente en los frentes de los edificios de calle San Martín, desde General Roca a Hipólito Irigoyen, daños de gran consideración, reventando cortinas metálicas, desplazando y destrozando puertas, conmoviendo techos y haciendo pedazos la mayor parte de los grandes cristales de las vidrieras de las casas comerciales de ese radio.
Los más previsores, habían iniciado muy temprano un éxodo que, luego de esas cuatro bombas, se generalizó. En efecto, apresuradamente, con el espanto reflejado en los rostros de todos, porque en esos momentos no hay cobardes ni valientes, la población en masa abandonó sus hogares y se lanzó a las calles, desorientada, con niños en brazos, con enfermos que sacaban de sus lechos, sin saber hacia donde ir. En tanto, cuanto vehículo había en el pueblo se movilizó con la presteza de las circunstancias y se apresuró la evacuación del vecindario, parte del cual, formando largas caravanas, se alejaba a pie hacia las afueras del pueblo.
Fue la Colonia Juliá y Echarren el principal refugio de nuestros vecinos, ubicados en uno ú otro lugar, encontrando en todos ellos amable, generosa y cálida hospitalidad que es característica de los colonos.
Y desde allí vivimos los otros capítulos de ese excepcional momento, pues durante todo ese día de “fiesta”, pues que era domingo, los aviones realizan frecuentes visitas sobre el pueblo abandonado, realizando descargas de bombas, que agudizaban aún más la angustia, pues como era lógico, se ignoraba el objetivo de los disparos, que en su mayor parte perseguían la destrucción de las vías.
Pasamos así un día realmente terrible y no lo fue menos gran parte del lunes 19, pues apenas llegada la luz del día, observóse la indeseada visita de tres aviones y pudieron apreciarse varias explosiones que provocaron la destrucción de unos vagones tanques que contenían petróleo, el cual se incendió y formó una larga espesa columna de humo, la que apreciada a la distancia y sin saberse la causa que la producía, creaba en la imaginación terribles supuestos. Otras de las bombas de ese día causó el destrozo y un principio de incendio en parte de las casas ubicadas en el ángulo sur de la Colonia ferroviaria; y otra de esas bombas cayó exactamente en la vereda sur de la Avenida San Martín, próxima al extremo este de la casa habitación del Jefe de la estación, por supuesto evacuada ya, destrozando por completo un jeep del ejército que estaba detenido en las proximidades. Estas tres bombas completaron el cuadro de desastre para los edificios comerciales de la Avenida San Martín, en el sector comprendido entre las calles Rivadavia e Hipólito Irigoyen, todo acusando serios destrozos, desde sus cortinas metálicas colgando en trozos, sus cristales destrozados, resentidos los techos, semi hundidos algunos, acusando peligrosas combas; puertas y ventanas desplazadas, y un pandemonium de cosas revueltas, de artículos entremezclados, maderas colgantes, etc, etc, todo lo cual acusa para la economía riocoloradense un sensible quebranto y una grave desorganización, pues deberá pasar un largo tiempo hasta que la normalidad estética y económica pueda restablecerse, para lo cual, sin duda han de contribuir los organismos oficiales competentes, que han de comprender que una población pacífica y trabajadora como Río Colorado sufra, diríamos que sin comerlo ni beberlo, semejantes consecuencias, tan grandes perjuicios materiales, aparte de la tremenda depresión moral luego de 3 días de angustias.
Los comunicados radiales de la tarde del lunes, anunciando la posibilidad de una reunión de jefes de los Comandos en lucha, trajeron una enorme sensación de alivio, pues a decir de verdad como parte afectada que éramos, la población en su totalidad, y eso puede afirmarse, se anhelaba por sobre todas las cosas que hubiera paz, y volviera la tranquilidad a su agitado espíritu. Porque una cosa es estar detrás de las radios escuchando lo que sucede en otras partes, y otra cosa es estar en una de esas partes, muriéndose de angustias, sintiéndose presa entre las invisibles garras del terror. Y cuando la radio anunció por parte de ambos bandos que se había llegado a un acuerdo para buscar un entendimiento, esa sensación de alivio a la que hacíamos referencia, se expresó por medio de esas cándidas palabras que escapan de la jaula del alma, y que son esos hondos suspiros que constituyen el mejor descanso para el fatigado espíritu.
Por lo demás, se supo que las fuerzas procedentes de Covunco y Neuquén, con el sentido práctico de las circunstancias, habían resuelto deponer su actitud de oposición al movimiento, para lo cual extendióse banderas blancas, señal que fue recogida por (……….) pasar una noche tranquila.
En las primeras horas del martes 20, se inició el retorno de la población a sus hogares, entregada en cuerpo y alma a la acordada tregua de 72 horas convenida entre los comandos.
Desde todos los hogares afluían los vehículos conduciendo cientos y cientos de personas que, no obstante la presencia de tres aviones sobre el pueblo, habían recobrado en parte la tranquilidad. Pero esa tranquilidad fue turbada en varias oportunidades, no por la presencia de los aviones, que luego de cumplir una misión de observación, se habían alejado, y esta vez para no retornar en todo ese día, sino por la invasión en el ambiente de los rumores mas disparatados, semilla fatal que fructificaba inmediatamente en el resentido espíritu, originándose otra vez, otra vez y otra vez, el intento de un nuevo éxodo, con disparadas precipitadas, correr de vehículos, gritos de alarma que flajelaban el alma de los que, sin saber qué ocurría, salían de las casas y no sabían que hacer para huir del supuesto peligro, del imaginario peligro. Solo cuando las tropas se alejaron del pueblo dirigiéndose, según informaron, hacia Neuquén renació la calma (…..)
Conti
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