San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición eterna de las almas.
Amén.
SOBRE LA FIESTA DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL.
Monseñor Martín Dávila.
En esta fiesta recordamos, la tercera aparición de San
Miguel Arcángel en el monte Gargano en Italia el 29 de Septiembre del 493.
Siendo este santo Arcángel general de la milicia celestial, el primero de los
bienaventurados espíritus que asisten continuamente al trono de Dios, y
componen el coro octavo en la jerarquía del Cielo.
San Miguel siempre ha sido venerado por la Iglesia de Dios
como el protector especial de los cristianos, del mismo modo que antes de
fundarse el Cristianismo lo había sido del pueblo judío.
Prácticamente fueron cuatro apariciones las que tuvo San
Miguel, en la gruta del monte Gargano, la primera el 8 de Mayo del 490, la
segunda el 19 de Septiembre en 492, y la cuarta el 22 de Septiembre de 1655.
Esta tercera aparición fue muy consoladora y muy célebre, y
en reconocimiento de los beneficios que procuró a la Iglesia el enviado del
Omnipotente, se estableció esta fiesta para recordar este acontecimiento y en
honra de San Miguel; fiesta que desde el siglo V se celebra el 29 de setiembre,
y que era en otro tiempo muy solemne en varios países de Occidente.
Antes de continuar con todo lo relacionado con San Miguel
Arcángel, vamos a tratar de la existencia y esencia de los ángeles en general.
¿Quiénes son los Ángeles?
Los ángeles constituyen una realidad de la fe. Ya que son
servidores y mensajeros de Dios, porque como Nuestro Señor Jesucristo dice:
“Ven continuamente el rostro de mi Padre, que esta en el cielo” (Mt., XVIII,
10). Además, en cuanto oyen su voz se convierten en poderosos ejecutores de Su
Palabra, como lo dice el Salmo CIII, 20.
Etimológicamente, “ángel” significa “mensajero”, lo que
indica, como lo afirma San Agustín, su función pero no su naturaleza.
Los ángeles pueden ser definidos como “sustancias
intelectuales, puramente espirituales, creadas por Dios y superiores a los
hombres”. Siendo “espíritus” no poseen un cuerpo como el género humano. Fueron
también, creados para adorar, alabar y bendecir a Dios, así como dice San
Pablo: “Que adoren todos los ángeles de Dios” (Heb., I, 6).
En la Sagrada Escritura existen testimonios de estos
espíritus puros. Nos baste con recordar a los “Querubines que custodian el
paraíso terrenal” (Gén., III, 24); “Los tres ángeles que se le aparecen ante
Abraham” (XVIII, 19); “Al Arcángel Rafael, quien acompañó a Tobías y lo liberó”
(Tob., V, 1ss); “Al Arcángel Gabriel, quien anunció la Encarnación del Verbo
divino”; “Los ángeles que anuncian el nacimiento de Jesús a los pastores, y su
resurrección” (Lc., I, 11, 26; XXIV, 4ss); “Y los innumerables ángeles del
Apocalipsis” (I; XI; VIII, 4ss).
Con fundamento en la Escrituras y la tradición; la Iglesia
católica definió como “verdad de fe” no sólo la existencia de los ángeles, sino
también su creación. Es común que se considere que fueron creados antes que los
hombres, y en un número indeterminado.
La Santa Biblia, en especial San Pablo, quien evoca la
tradición, nos dice que los ángeles están divididos en nueve jerarquías:
Querubines, Serafines, Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potestades, Principados,
Arcángeles y Ángeles.
Se desprende claramente de las Sagradas Escrituras que los
ángeles no son semejantes en dignidad; existen ángeles superiores e inferiores.
Sus funciones también son diferentes: La Biblia menciona a los ángeles de la
guarda (Mt., XVIII, 10; Hech., XII, 15), los guías de los hombres (Tob., XII),
los ángeles que alaban a Dios y ejecutan Sus órdenes (Lc., II, 13ss), los
ángeles que están frente al trono de Dios (Tob., XII, 15).
También se menciona en varias ocasiones las hileras innumerables
de inmensos ejércitos celestes. Todo esto no lleva a pensar en un orden, en una
jerarquía celestial, que ya, se ha mencionado, al frente de la cual está el
Arcángel San Miguel (Apoc., XII, 7-9)
En el momento mismo de la creación, los ángeles fueron
“elevados a un nivel sobrenatural”, sin embargo, no todos se sujetaron a esa
condición. Muchos abusaron de su libertad; y en un acto de soberbia se
rebelaron contra Dios por lo que inmediatamente fueron castigados al infierno.
Santo Tomás de Aquino nos enseña que un ángel es apenas
diferente a los demás, sin embargo, es en sí mismo una “especie”. Además,
continua S. Tomás, los ángeles se encuentran en determinados lugares, donde
llevan a cabo sólo su función especifica, y no la de los demás.
¿Quién es San Miguel Arcángel?
En la creación del mundo angélico, Dios colocó a San Miguel
en el segundo puesto después de Lucifer. El creador dividió a los Ángeles en
tres grandes jerarquías y en nueve coros. Sus nombres están revelados en la
Sagrada Escritura: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Potestades,
Principados, Virtudes, Arcángeles y Ángeles. Los Ángeles se quedarán
eternamente en el mismo coro. Todos estos fúlgidos Espíritus arden por el deseo
de Cumplir la Santa Voluntad de Dios con la velocidad del pensamiento.
¡San Miguel, al ver que era uno de los primeros Príncipes,
revestido de poder, gloria esplendor más que los demás, se humilla, se pone a
los pies de Dios y reconoce con profunda gratitud que la magnificencia en la
naturaleza angélica y todos los dones y privilegios de la Gracia son gratuitos
por la bondad del Creador, sin ningún mérito suyo y sin ningún derecho a dicha
dignidad en cuanto fue creado de la nada y su origen será siempre la nada!
Un amor seráfico, una dedicación profunda inunda su radiante
espíritu y se humilla en la contemplación de la Bondad y del Amor Divino. En
esta tranquila armonía del Cielo nada podía presagiar los funestos eventos de
una guerra inminente que destruirá sus filas en todos los coros angélicos.
La prueba de los Ángeles y la derrota de los rebeldes por
medio de San Miguel
Antes de que Dios ponga el fundamento invisible de la
Creación, puso como fundamento invisible la OBEDIENCIA en todas las criaturas razonables,
Jesucristo adquiere su nueva gloria como Jefe de la humanidad, mediante la
obediencia a los decretos eternos de la Santa Trinidad. María Santísima recorre
el camino real de la Maternidad Divina con su humilde: “Fiat mihi secun-dum
verbum tuumo”. Es el camino maestro también para los Ángeles.
Para admitir estos sublimes Espíritus a la visión
Beatificada en la gloria eterna y confirmarlos en la Gracia, Dios quiere
someterlos a una prueba. Todos los Ángeles recibieron una visión clara del Ser
Divino y de sus infinitas perfecciones, debían reconocer la Majestad Divina
como súbditos del señor. Creador de su radiante existencia: adorarlo, servirlo
como su Único y Sumo Bien.
Gran parte de ellos obedeció con alegría y con humildad,
ofreciendo con amor a la propia adoración y a la propia existencia para
obedecer en todo a la voluntad Divina. También Lucifer se sometió, pero más por
conveniencia que por amor, siéndole por el momento imposible retirarse ante una
orden tan amorosa. También porque el orgullo estaba apenas germinando en su
espíritu. Era la pequeña semilla del mal que luego se convirtió en el árbol
gigantesco los pecados de toda especie trasplantado en el mundo visible.
En un segundo tiempo, como vio María Agreda Abadesa en el
maravilloso libro de la “Mística Ciudad de Dios” y es la opinión de muchos
teólogos, entre ellos Tertuliano, san Cipriano, san Basilio, san Bernardo y
otros santos, Dios mostró a los Ángeles al Verbo Divino su Unigénito, revestido
con la naturaleza humana, preferida por El y muy favorecida, hasta ensalzarla
en el Trono eterno de la Santísima Trinidad.
Pidió a los Ángeles que lo adoren como a su Rey, no solo en
su Naturaleza Divina, sino también unida hipostáticamente con la naturaleza
humana y servirlo. Con la luz de la Gracia actual, Dios iluminó a todos los
Ángeles los méritos infinitos del verbo humanado y que, ha merecido también
para cada uno de ellos todas las Gracias y Dones que poseen, comprendida la
gloria y la felicidad sin fin que nos espera a todos en la Visión Beatífica.
“A este precepto, todos los obedientes y Santos Ángeles se
rindieron y prestaron asenso y obsequio con humilde y amoroso afecto de toda su
voluntad”
Exultación y sumisión por parte de los Ángeles obedientes.
Para sí hosanna, admiración, gran estupor, gran condescendencia y humillación
del Verbo Divino.
Pero no Lucifer. Su repugnancia por la naturaleza crece, y
si antes obedecía de mala gana, ahora no puede más. La envidia inunda su
espíritu soberbio, cegado por su suprema belleza y poder personal, resiste a la
Voluntad Divina. Invita también a los otros Ángeles para que desobedezcan,
prometiéndoles un Reino independiente del de Cristo Humanado. El, Lucifer,
sería el jefe, y ellos, príncipes. Decía con soberbia:
“Subiré al Cielo (visión beatífica), sobre los astros de
Dios, ensalzaré mi trono… subiré a la altura de las nubes… seré igual al
Altísimo” (Is 14,14)
Este insensato grito de rebelión se hizo eco en el ambiente
celestial y fue acogido por un tercio de los Ángeles. Inició así la grande y
tremenda guerra para destronar a Dios y apropiarse de su trono. Viendo San
Miguel el caos y el tumulto provocado por los rebeldes, con una gran voz
exclamo: “¿Quién (ES) COMO DIOS?”, sumergiéndose en su nada ante el Creador de
toda existencia. Lo adora, ofrece su amor fiel, todo su ser al servicio de la
Majestad Divina, para defender su Honor y la Gloria humillada por los rebeldes
ingratos.
Con un discurso inflamado por la Gloria del Señor, exhorta a
todos los Ángeles para que resistan a la malsana rebelión de Lucifer,
recodándoles el sagrado deber de adoración y de gratitud para con Dios y la
humilde sumisión por los inmensos beneficios recibidos.
Exhorta a todos para que acepten con un amor humilde todos
los planes y proyectos que se refieren a la Encarnación del Verbo Divino. El
hijo unigénito del Padre es siempre su Rey y Creador aún bajo las condiciones
de la naturaleza humana.
En este punto Dios interviene, con su tercera orden,
disimulando con Paciencia Divina al tumulto causado por Lucifer y por sus
seguidores. La autenticidad de este hecho vio y lo describió San Juan Apóstol
en el Apocalipsis:
“una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de
sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.
Está en cinta y grita con los dolores de parto y con el tormento de dar a luz”
(Ap. 12.1).
En este cuadro estupendo Dios mostró a todos los ángeles la
divina maternidad de María Santísima e intelectualmente la unión Hipostática de
la Naturaleza Divina con la naturaleza humana en la Sagrada Persona de
Jesucristo: “Mágnum pietatis Sacramentum” (Tm 3,16).
Para salvar a los Ángeles tribulados y vacilantes San Miguel
gritó:
“Veneremos a esta mujer singular y bendita, que será la obra
de arte de la Santísima Trinidad, la Madre futura del Verbo Divino y nuestra
futura, gloriosa y admirable Reina Arrodillémonos ante los planes divinos que
recaen sobre Ella”.
Respondió Lucifer. “No ¡Nunca serviré a una naturaleza
inferior de la mía, como es la naturaleza humana!”. Y con él gritaron
muchísimos Ángeles.
Dios respondió: “Y bien, esta Mujer a la que le has negado
veneración, será Aquella que te aplastará la cabeza y por ella serás vencido y
aniquilado. Porque si por tu soberbia entrará la muerte en el mundo del futuro,
por su humildad entrará la vida y la salud a todos los mortales, los cuales
gozarán del premio y la corona que tú y los tuyos han perdido”.
Los buenos entonan cantos armoniosos en honor de María
Santísima para alabar su futura existencia y deciden unánimemente defender
contra los rebeldes el honor del Verbo Encarnado y de su futura Madre y Reina.
En este punto Lucifer prorrumpe contra la Mujer predilecta
con insultos ásperos y blasfemias que eran inauditos en el ambiente del Cielo.
“¿Quién (ES) COMO DIOS?, exclama nuevamente San Miguel y
desencadena una gran guerra en el Cielo, como vio San Juan Apóstol en la isla
de Pathmos y describe su visión del Apocalipsis: “Entonces se entabló una
batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón.
Lucharon encarnizadamente el dragón y sus ángeles, pero fueron derrotados y los
arrojaron del cielo para siempre” (Ap 12. 7-8).
A la derrota de Lucifer, sigue un castigo adecuado para su
pecado. El ángel rebelde se vio trasformado de Espíritu de Luz en un monstruo
horrible con siete cabezas, que significaban las siete legiones en las cuales
fueron divididas y ordenados los ángeles caídos, transformados también ellos en
seres repugnantes, en diablos, Lucifer nombra un jefe para cada Legión, según
los siete vicios capitales: Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia,
pereza. Pecados con los cuales más tarde, arrastrarán a los hombres para poblar
su reino del eterno dolor.
Entre el inmenso asombro de San Miguel y de los Ángeles
buenos se abrió el infierno donde Lucifer se precipito transformando en un
Dragón Rojo con todos sus secuaces.
En la profundidad del infierno Lucifer comprendió su
equivocación que terminó en tragedia irreparable: “La diadema de nuestra cabeza
ha caído; ay de nosotros que hemos pecado” Pero era tarde… demasiado tarde…
para siempre, para la eternidad.
Cuando regresó la calma después de la separación, las tinieblas
del pecado de la Luz de la Gracia, la mirada adolorida de Dios busca consuelo
ante la Imagen de la “Mujer vestida de Sol” suspirando el tiempo de su creación
y con ímpetu divino susurra… Ave, Ave oh llena de Gracia… ¡Yo estaré siempre
contigo!
Luego Dios se dirigió a San Miguel y lo felicitó por su
fidelidad y por su espléndida victoria.
Dios Omnipotente, para premiar la fidelidad heroica de San
Miguel, le dio el puesto dejado vacío por Lucifer, lo constituyó en el Primer
Ministro de la Santa Trinidad, Príncipe de los príncipes angélicos y jefe
Supremo de los nueve coros de Ángeles, lleno de poder, honor y gloria y más
cerca del trono Divino. Su esplendor está en grado de iluminar toda la tierra,
como vio San Juan en el Apocalipsis.
Restablecido el orden en los cielos angelicales, el campo de
batalla donde prosiguió la lucha entre la luz y las tinieblas pasó a la tierra
de los hombres.
El ángel destronado consiguió seducir a nuestros primeros
padres para hacerlos pecar, como él, contra el
Altísimo, queriendo ser como dioses (Gen 3, 5) y el Señor
declaró la guerra al tentador: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre
tu linaje y su linaje” (Gen 3, 15).
A partir de este momento, la historia humana está atravesada
por una ardua lucha contra el poder de las tinieblas. Iniciada al comienzo
mismo del mundo, esta batalla durará hasta el último día, según las palabras
del Señor. El hombre, inserto en esta batalla, debe luchar por sumarse al bien.
Es por eso, que en estos días es muy importante, que se
consideren las palabras que San Miguel, le confía a Sor Filomena: “Haz conocer
a los hombres mi gran poder ante la Santísima Trinidad. Diles que me expongan
con confianza todos sus deseos y necesidades espirituales y corporales. ¡Qué
sepan, que mi especial protección a favor de mis devotos es ilimitada! ¡Haz
conocer mi grandeza”, fue la orden dada a sor Filomena y por medio de ella a
todos los cristianos!.
El Papa Pío XII, con respecto a éstas palabras inspiradas
por San Miguel y divulgadas por Sor Filomena dice: “¡Extrañamente, recurrir al
Arcángel es mucho más urgente que que entonces! El mundo, intoxicado por la
mentira y por la deslealtad, herido por los excesos de la violencia, ha perdido
la santidad moral y la alegría”.
San Miguel, también le dice a Catalina Emmerick: “Hasta que
todos los cristianos no imploren mi socorro, mis Ángeles y yo no
restableceremos el orden en la tierra”.
Así es que, si queremos salir victoriosos, en este combate,
además de las armas decisivas de la gracia de Dios, que los sacramentos nos
proporcionan en superabundancia, los hombres cuentan con el auxilio y la
protección de los ángeles.
Al príncipe de la Jerusalén celestial corresponde la
capitanía de todas legiones angélicas en la lucha contra las fuerzas del
infierno por la salvación de las almas. Así es, como san Miguel prosigue en la
tierra la lucha triunfal que comenzó en el Cielo.
Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “ ¿Quién es
San Miguel Arcángel? De Gloria Crux.
Fuente de información:
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