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LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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martes, mayo 24, 2022

El imperio que naufragó en el desierto egipcio.

 

El imperio que naufragó en el desierto egipcio.

La invasión napoleónica de 1798 a Egipto fue el primer ejemplo de imperialismo liberal, sostiene el autor de esta nota. Aunque no triunfó militarmente, dejó un legado reformista en la organización estatal de ese país.

Por Alexander Mikaberidze.

“En el principio era Napoleón”. Así comienza la aclamada historia de Thomas Nipperdey sobre la Alemania del siglo XIX, Alemania de Napoleón a Bismarck. Pero aunque Nipperdey se refería al papel central de Napoleón Bonaparte en la creación de la Europa moderna, en muchos aspectos su afirmación también se aplica al Oriente Medio de hoy.

La invasión napoleónica de 1798 a Egipto fue el primer ejemplo de imperialismo liberal y puso de relieve la velocidad con que la Revolución Francesa había trascendido las fronteras de Francia… y de Europa. Aunque la expedición fue un fracaso militar, dejó un legado perdurable en la región.

Para empezar, la invasión constituyó el primer intento moderno de incorporar una sociedad islámica al redil europeo. También fue el momento formativo del discurso del orientalismo, cuando todos sus elementos ideológicos convergieron y se empleó todo un arsenal de instrumentos de dominación occidental para protegerlo. La ocupación en sí no hizo mucho por modernizar la sociedad egipcia, porque los principios revolucionarios que los franceses trataron de introducir eran demasiado radicales y extraños y se toparon con la resistencia local. Pero Napoleón creó en Egipto un vacío político que pronto fue ocupado por Kavalali Mehmet Ali Pasha, quien, una década después de la partida de los franceses, comenzó a sentar los cimientos del Egipto reformado y modernizado que más tarde tendría un papel tan importante en Oriente Medio.

La campaña napoleónica a Egipto también cambió drásticamente las políticas europeas para con la región. En lugar de asestar el golpe planeado al poder imperial británico, la invasión francesa impulsó al Imperio Otomano, aliado tradicional de Francia, a establecer una alianza con sus antiguos adversarios, Rusia y Gran Bretaña, y transformó la naturaleza de la rivalidad franco-británica en Oriente. Hasta ese momento, Francia tradicionalmente había lanzado incursiones a India desde las bases insulares del Océano Índico, recurriendo a un poderío naval que los británicos podían contrarrestar con su propia flota. Pero el intento de Napoleón de conquistar Egipto por tierra modificó profundamente esa ecuación al obligar a Gran Bretaña a evaluar también la posibilidad de que otras potencias pudieran acercarse a India a través de territorios adyacentes al subcontinente indio.

Este imperativo impulsó a Gran Bretaña a encarar un prolongado esfuerzo para sumar otros dominios con el fin de proteger sus posesiones indias de un ataque por tierra. “Hemos conquistado un imperio con el poder armado”, señalaban funcionarios de la East India Company británica en 1798, “y debe seguir descansando en el poder armado, de lo contrario caerá por el mismo medio ante un poder superior”. Esta dependencia de la fuerza apuntaló al Raj británico hasta 1947 y sustentó las intervenciones británicas en Egipto, Yemen, Omán, Irán y Afganistán.

Estas Guerras Napoleónicas más amplias proyectaron una larga sombra sobre el corazón del mundo islámico. Aunque fueron fundamentalmente europeas por su naturaleza, moldearon la relación de Europa con el mundo islámico durante el siglo siguiente. El Imperio Otomano se vio convertido en blanco no sólo de las ambiciones imperiales rusas sino también de los planes franceses, austríacos y británicos que contribuyeron a sus continuas pérdidas territoriales y el surgimiento de la “Cuestión Oriental”. Es más, las similitudes entre el discurso y los métodos de Napoleón con los usados en las intervenciones occidentales del siglo XX en Oriente Medio subrayan el impacto de largo plazo de su legado.

En 1810-1812, un siglo antes de “Lawrence de Arabia”, los agentes de Napoleón buscaban alentar a las tribus árabes de Siria e Irak a unirse en un levantamiento contra los otomanos. Y gobiernos franceses posteriores llevaron a la práctica la visión de Napoleón de un imperio colonial francés. En 1830, las tropas francesas, algunas de ellas veteranas de la campaña egipcia, invadieron Argelia basándose en planes de emergencia elaborados bajo el gobierno de Napoleón dos décadas antes y sentaron las bases de un período de dominio colonial francés que perduró hasta 1962.

Irán, cuyo propio imperio era cosa del pasado, tuvo un destino igualmente doloroso al convertirse en un peón en manos de las potencias europeas. Traicionado tanto por Francia como por Gran Bretaña, Irán sufrió derrotas humillantes a manos de Rusia, que adquirió Georgia y el Cáucaso en 1813 y casi reemplazó la influencia iraní en la región.

Las Guerras Napoleónicas revelaron las ineficiencias de los estados otomano e iraní y pusieron de relieve el creciente desequilibrio militar y económico entre ellos y las principales potencias europeas. Las guerras, en consecuencia, iniciaron una era de reformas promovidas por el Estado, en tanto los líderes políticos otomanos, egipcios e iraníes trataban de forjar gobiernos y fuerzas armadas a imagen de los europeos.

Este es uno de los legados napoleónicos más perdurables en Oriente Medio. Gobernantes de mentalidad reformista como el sultán otomano Mahmud II, Mehmet Ali de Egipto y el príncipe heredero de Irán Abbas Mirza no cuestionaron las normas culturales ni las estructuras sociales sobre las cuales descansaba el orden tradicional. Por el contrario, creían que fuerzas armadas y reformas administrativas al estilo europeo les permitirían consolidar su poder interior y proteger a sus estados de las amenazas externas de modo más eficaz.

Pero estas reformas entrañaban la aplicación de prácticas occidentales en las sociedades islámicas y planteaban desafíos a las estructuras de poder existentes, porque introducían al gobierno central en la vida diaria de sus súbditos de manera más directa y generalizada que nunca. Es por eso que muchos grupos –entre ellos, los ulama (líderes religiosos), los sauditas del centro de Arabia, los jenízaros otomanos y las elites tradicionales iraníes– reaccionaron de manera tan negativa y rechazaron incluso los cambios modernizadores que podrían haber protegido mejor sus respectivos estados.

Este enfrentamiento cada vez más se vio como una lucha por la esencia misma del modo de vida islámico. Y sus profundos efectos, conjuntamente con otros aspectos del legado napoleónico, siguen reverberando en Oriente Medio hoy.

A. Mikaberidze, profesor de historia de la Univ. de Luisiana, Shreveport, es autor de The NapoleonicWars: A Global History (Las Guerras Napoleónicas: Historia mundial).

©Project Syndicate. Trad.: Elisa Carnelli

PUBLICADO EN REVISTA Ñ DIARIO CLARÍN.

https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/imperio-naufrago-desierto-egipcio_0_tR0Czxycm.html

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