Eva Perón: ejemplo de la mujer cristiana.
Se conmemora un nuevo aniversario del natalicio de María Eva Duarte de Perón en el año que se cumplen 70 años de su paso a la inmortalidad.
Evita, tal como ha acontecido con las grandes figuras de la historia argentina, ha sido víctima de falsedades que fueron creando un mito.
Desde sus orígenes, su nacimiento, su condición de hija extramatrimonial, su carrera de actriz, su noviazgo con el Coronel Perón, su matrimonio, el viaje a Europa, la Fundación de Ayuda Social, su cristianismo, la enfermedad y su muerte heroica… Todo esto fue manipulado, sea por panegiristas y/o detractores, muchos de ellos, lisa y llanamente, falsificando la verdad para denostarla o construirla tendenciosamente en función de agendas espurias (feminismo, aborto, asistencialismo, etc.) y contrarias a la verdadera esencia de su pensamiento y de su acción concreta en su corta vida al servicio de los humildes y de los trabajadores argentinos.
Historiadores, cineastas y novelistas han construido una Evita a su gusto, las más de las veces con dinero extranjero que dieron a luz películas y miniseries cuyo objetivo no sólo es maltratar su figura, sino horadar a la Argentina en su conjunto.
Lo cierto es que son contados los estudiosos que se han tomado el trabajo de revisar fuentes y documentos que atestiguan sin dobleces la autenticidad de su vida y de su ideario. La mayoría de los trabajos que desde hace décadas se cuentan de a miles expresan más las opiniones de sus autores que la verdad de Eva Perón.
No hay duda que Evita fue la abanderada de los humildes. Pero también fue la primera mujer que gravitó, como nunca antes, en la política argentina, por voluntad de Perón que ya desde Roma, en el año 1939 venía promoviendo la necesidad de inclusión de la mujer en la política y en la vida comunitaria, cuando escribió: “Comienza la obra de la mujer y de la mujer joven”. Además, lo que resulta extraordinario, es que el testimonio que dio Evita desde enero de 1944 hasta su muerte, expresó siempre una profunda fe cristiana que encarnó en obras.
Historiadores, cineastas y novelistas han construido una Evita a su gusto, las más de las veces con dinero extranjero que dieron a luz películas y miniseries cuyo objetivo no sólo es maltratar su figura, sino horadar a la Argentina en su conjunto.
Lo cierto es que son contados los estudiosos que se han tomado el trabajo de revisar fuentes y documentos que atestiguan sin dobleces la autenticidad de su vida y de su ideario. La mayoría de los trabajos que desde hace décadas se cuentan de a miles expresan más las opiniones de sus autores que la verdad de Eva Perón.
No hay duda que Evita fue la abanderada de los humildes. Pero también fue la primera mujer que gravitó, como nunca antes, en la política argentina, por voluntad de Perón que ya desde Roma, en el año 1939 venía promoviendo la necesidad de inclusión de la mujer en la política y en la vida comunitaria, cuando escribió: “Comienza la obra de la mujer y de la mujer joven”. Además, lo que resulta extraordinario, es que el testimonio que dio Evita desde enero de 1944 hasta su muerte, expresó siempre una profunda fe cristiana que encarnó en obras.
La mujer argentina que para Evita: “Es ante todo la representante de lo incontaminado y lo veraz”, estaba llamada a ser guardiana de los valores fundantes de la nacionalidad, responsable de la construcción cristiana de la familia porque en la voluntad de la mujer: “Está presente la vida misma, con su infinita secuela de valores, con su infinita gama de necesidades, grandes y pequeñas”. Es por eso que Evita sostendría que: “Menos tememos las argentinas a la mujer que pilotea automóviles, yates y aviones, que a la emancipada de la familia o a la que toma el amor y el matrimonio como un ´egoísmo de dos´ sin entender que de la solidez y de la fecundidad del matrimonio depende el engrandecimiento de la patria”.
La mujer posee para Eva Perón dos rasgos constitutivos y trascendentes que la hacen sublime e irremplazable: el don de la maternidad y la conyugalidad. Respecto al primero, expresará: “La misión sagrada que tiene la mujer no sólo consiste en dar hijos a la Patria, sino hombres a la Humanidad. Hombres en el sentido cabal y caballeresco de la hombría, que es cuna del sacrificio cotidiano para soportar las contrariedades de la vida y base del valor que inspira los actos sublimes del heroísmo cuando la Patria lo reclama. Hombres formados en las costumbres cristianas que han hecho fuerte a nuestra estirpe y sensibles a la emoción de nuestros criollísimos sentimientos. Hombres austeros, que forjen su vida al calor del hogar, donde siempre palpita un corazón de mujer”. Y el saberse esposa y amiga del varón con quien la mujer forja en unidad un destino indestructible al servicio de la familia que es el corazón de la Argentina, le hará expresar que: “La mujer (…) reclama un lugar para compartir con el hombre sus jornadas y para trabajar con él por el triunfo definitivo de la fe, por la voluntad y por la vida que se nutren en su espíritu generoso y porque las ciudades, los campos y la civilización también fueron afianzados con energías femeninas”.
En nuestro país, las mujeres fueron partícipes fundamentales junto a los varones del proceso de liberación nacional aportando los atributos propios de su condición femenina. Así lo sostendrá Evita al argumentar: “¿Qué tenemos que ver con los comités, con los partidos políticos, con los complejos y lejanos resortes electorales? (…) A esas mujeres, a esas compañeras mías, yo les diría: leed los diarios del mundo. Pensad en que el hambre, la miseria y el dolor vagan por las tres cuartas partes del globo. ¿Es humano dejar a los hombres la sola responsabilidad de correr la aventura trágica del poder?”(…) “No hay un solo pueblo, como tampoco un solo Estado, que no venere el recuerdo emocionado de alguna de las mujeres heroínas de América del pasado o del presente.”; y respecto al rol de la mujer el 17 de octubre de 1945: “No puedo olvidar esa noche del 17 de octubre, día de la epopeya en que la mujer argentina salió a reconquistar la libertad de su vida”.
En su concepción, ninguna mujer podría realizarse de manera individual en un país dependiente e injusto sino a la par del varón con el objeto de servir mancomunadamente a la emancipación del país: “El movimiento femenino peronista no es una excepción ni quiere serlo. Define sus aspiraciones y su programa en la doctrina peronista de la liberación económica, la soberanía política y el justicialismo social”. Porque: “En el seno de nuestra democracia no cabe el distingo absurdo entre sexos, sino la unidad moral, recia y firme, sin cuyo requisito la política carece de responsabilidad y de conciencia”.
En estos tiempos turbulentos, confusos y desesperanzados, cuando asistimos al deterioro de la mujer, empujada por el poder global a reclamar agendas de un individualismo vacío de contenido humano, en el contexto de la fractura profunda de los lazos solidarios de la comunidad que acontece desde 1976 a esta parte, es el noble magisterio de Evita que urge restaurar en la actualidad, el que nos permitirá echar luz acerca del signo de época que nos toca vivir, donde no es si varones o mujeres, sino, fundamentalmente, el lugar que desde la condición femenina debe ocuparse para reconstruir estos lazos y volver a unir solidariamente una generación con otra.
La Argentina necesita repensarse y para ello resulta indispensable acudir a los valores eternos, fundantes de nuestra patria, a la ética como principio creador de una nueva política que permita la reconstrucción del sentido del Hogar y de la familia -célula fundamental de la sociedad y lugar privilegiado para transmitir la fe- como cultura del encuentro y corazón de la Comunidad Organizada que debemos restaurar para bien de la Patria.
* Ignacio Cloppet. Miembro de la Academia Argentina de la Historia.
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