DOS AMIGOS RESCATARON UN EDIFICIO HISTÓRICO DEL VALLE Y LO CONVIRTIERON EN UN BODEGÓN FAMILIAR.
Don Domingo, el emblemático boliche de chacra de 100 años,
vuelve a ser un bodegón.
Vecinos del Alto Valle expresaron su alegría por la puesta
en valor de una antigua edificación de chacra en Guerrico, que hoy se convirtió
en un espacio gastronómico de Río Negro.
Los antiguos almacenes de ramos generales en el Alto Valle,
vendían todo lo que pudiesen necesitar los pobladores para la vida diaria.
Desde pan y vino, hasta una garrafa o pomada para los zapatos, por poner
algunos ejemplos.
En las zonas de rurales, dichos almacenes también servían
como paradas de paso, donde tomar algo fresco durante el calor del verano o
cerciorarse algún tentempié para seguir el camino. En este tipo de sitios, los
trabajadores de las chacras solían comprar sus menesteres y, en muchos casos,
con cuentas corrientes abiertas, cuyos saldos se abonaban al terminar la
cosecha.
Bastante de este espíritu tenía Don Domingo, el antiguo
boliche de chacra ubicado sobre la ruta 22 a la altura de Guerrico, en la
entrada de Allen. La construcción, típica de la arquitectura vernácula
patagónica rural, se caracteriza por los ladrillos a la vista, una cornisa
corrida en la parte superior, aberturas altas y angostas con dinteles rectos,
puertas y ventanas de hoja doble en madera con proporciones verticales y una
planta en “chaflán” o esquina ochavada, entre otros elementos.
Este edificio, que tiene más de 100 años en el mismo sitio,
es un emblema patrimonial de la zona y llama la atención por su fachada cargada
de historia y recuerdos ¿Cuántas personas se habrán preguntado al pasar sobre
su pasado? Y ¿cuántas de ellas anhelaron su restauración? Para todas ella, ese
día llegó.
De almacén a bodegón.
Oscar Velázquez y Marcelo Aveldaño, son los emprendedores
gastronómicos que, a partir de un sueño, vieron la oportunidad y no dudaron.
Hicieron un arreglo con el dueño actual del edificio, lo restauraron y abrieron
un bodegón que funciona los fines de semana.
“A nosotros nos llamó la atención la estructura, el
edificio, no sabíamos de la historia del lugar, la conocimos acá”, cuentan
Óscar, oriundo de Alberti, provincia de Buenos Aires. Su socio también es
bonaerense, pero vive hace 20 años en el Valle.
La obra de recuperación de Don Domingo les llevo casi seis
meses, había sido vandalizado y había mucho por hacer. Decidieron conservar los
carteles de afuera y todo lo posible en el interior, aunque levantaron pisos e
hicieron de vuelta los techos, abrieron arcadas y remplazaron vidrios.
Además, renovaron la cocina, el patio y pusieron baños
nuevos y un quincho. Según contaron a este medio, lo que más se mantuvo es la
fachada y el cielorraso de los salones con madera de pinotea.
Desde que abrieron a mediados de noviembre, la respuesta de
la gente fue muy buena “tengo muchos mensajes sin contestar… no esperábamos
esta locura”, admite Oscar sobre el apoyo que recibieron de toda la comunidad.
“Recibimos un montón de mensajes de aliento, hasta de gente que vive en
España”, dice emocionado.
La propuesta gastronómica de Don Domingo es para familias y
amigos, con parrillada y comidas lo más caseras posible, como pastas, que
recuerde “a las comidas de antes”, finalizan los emprendedores y aclaran que
por ahora abren solo los fines de semana.
Un lugar con historia.
Los primeros dueños de Don Domingo fueron el matrimonio
conformado por los inmigrantes españoles Domingo Fernández Alonso y María
Manuela Carro Fernández. Esta familia, junto a sus hijos, se establecieron en
la chacra sobre ruta 22, donde luego instalaron el almacén de ramos generales
en la primera década del 1900.
En aquella época era muy común la producción vitivinícola
del vino de mesa. Según el ingeniero Federico Witkowsky, “Don Domingo levantó
la copa del néctar sagrado hacia 1915”... mientras que sus hijos continuaron el
legado “para el año 1945 constituyen la firma Bodega y Viñedos “La ciudad de
Astorga” de Fernández Carro S.C.C.” y comercializaban los vino bajo la marca
Dominguito, que duró hasta fines de los 70.
El almacén anexo al camino de chacra sobre ruta 22, luego
fue alquilado por los Herrera (“El Boliche de Herrera"), Los Boné, Don
Onofre López (El Pobre Onofre) y Primo Bassi.
Recuerdos y actualidad.
El médico reumatólogo, el doctor Oscar Fernández Carro,
nieto de Domingo nos cuenta que su padre fue el tercero de los nueve hermanos y
que tanto la chacra de 50 hectáreas, como el edificio del almacén siguen
perteneciendo a la familia.
“La chacra está en producción, fue pasando de manos dentro
de la familia. Algunos de los nietos se dedican a la fruticultura, por ejemplo
mi primo Jorge, en el predio donde hoy está el boliche. Otros se dedican a la
producción de alfalfa y en mi caso me dedico a la producción de césped y hay un
vivero en el otro extremo de las 50 hectáreas”, explica Oscar.
Con respecto al edificio de Don Domingo “el último que lo
había alquilado fue Don Onofre (“El Pobre Onofre” así se llamaba el boliche).
Luego quedó abandonado y había problemas con la ocupación y suciedad. Pero
bueno, ahora encontramos a esta gente que con muy buena voluntad decidió hacer
el bodegón don Domingo” cuenta con esperanzas sobre esta reciente recuperación
de aquel icónico lugar.
“Mi abuelo llegó a la chacra en 1910 y el almacén ya estaba
construido cuando el compró, igual que la bodega que está a unos 300 metros del
boliche. Mi abuela estaba a cargo del boliche y mi abuelo se dedicó a la
vitivinicultura”, recuerda.
Sus abuelos habían llegado de Astorga, España, en la época
de promoción de tierras. Arribaron al Alto Valle en carreta de bueyes desde la
zona de Cabo Alarcón, donde estuvieron primero en una estancia.
“Yo lo que más recuerdo del boliche es cuando estaba Herrera
y Primo Bassi y Blanca que era su esposa. Primo era un compone huesos muy
respetado y era muy amigo de mi padre. Hay muchas anécdotas como la (famosa)
historia de Bairoletto que estaba buscado por la policía”, cuenta el Doctor
Fernández Carro, orgulloso de sus raíces y de lo que hoy pudo construir junto a
su familia.
La reapertura de Don Domingo no solo recupera un edificio
centenario: devuelve a la comunidad un pedazo de su identidad. En un Alto Valle
que cambia año tras año, estos gestos de memoria activa permiten hilvanar
pasado y presente, y recordar que detrás de cada chacra, cada bodega y cada
viejo almacén hay historias que todavía buscan ser contadas.
Publicado en Más Producción. Diario La Mañana de Neuquén.
22 de noviembre 2025.
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Marcelo, Oscar y un proyecto de recuperación edilicia
histórica para el Alto Valle. Convirtieron un viejo almacén de chacra en
bodegón familiar. Está ubicado en el kilómetro 1.192 de la Ruta 22 y ya lo
podés visitar. Historias del lugar y cómo podés visitarlo.
(Por Diego Von Sprecher).
Su primer nombre fue Don Domingo y su construcción data de
principios del siglo pasado. En la década del ’30 se lo conoció como “El
boliche de Herrera” y, ya más acá en el tiempo, muchos lo recordarán como “El
Pobre Onofre”. Esa construcción centenaria, ubicada en Guerrico y testigo
privilegiado de más de un siglo de historia del Valle, estuvo a punto de caer
bajo la piqueta. Hoy, contra todo pronóstico, reabre sus puertas convertido en
un bodegón familiar.
Marcelo Avendaño y Oscar Velázquez, dos amigos que eligieron
el Alto Valle para vivir, soñaron que el mítico edificio situado a la vera de
la Ruta 22 todavía podía salvarse. Los propietarios ya pensaban en demolerlo:
los actos de vandalismo eran constantes y cada tanto debían ahuyentar a quienes
ingresaban sin permiso.
Aun así, Avendaño y Velázquez apostaron por lo imposible.
Tras alquilar el lugar, se embarcaron en una obra compleja y minuciosa:
recuperaron la fachada y la estructura original del edificio, incluidos sus
ventanales largos y sus techos altos, elementos que conservan intacta la
esencia del histórico comercio. Pero también sumaron otros espacios para darle
funcionalidad y comodidad.
Una inauguración histórica en Guerrico, la zona rural de Allen.
Fueron meses de trabajo intenso que, desde este fin de
semana, quedarán grabados en la memoria de la región. Porque no sólo comenzará
a funcionar el bodegón “Don Domingo 1910”; también se habrá salvado uno de los
pocos edificios patrimoniales que aún quedaban en pie en el Alto Valle.
El bodegón Don Domingo abrirá sus puertas este viernes 15 de
noviembre, con una inauguración que promete ser un acontecimiento histórico
para toda la zona. El salón tiene capacidad para 60 comensales y comenzará su
actividad con parrilla libre.
Con el correr de las semanas, se sumarán pastas, comidas al
horno y a la olla, platos tradicionales que buscan rescatar los sabores con los
que se construyó la gastronomía regional.
Además, el predio incluye un patio rodeado de chacras donde
se levantó un amplio quincho con asadores y parrilla, ideal para disfrutar
encuentros al aire libre.
“Queremos trabajar con el público del Alto Valle. Este
bodegón tiene un perfil de restorán de campo: para venir a comer tranquilos,
disfrutar de la sobremesa en familia o
con amigos y reencontrarse con los sabores tradicionales. También esperamos al
turismo, porque este lugar tiene muchísima circulación y queremos ofrecer una
muy buena alternativa gastronómica para quienes pasan por la ruta”, explicó
Marcelo.
Quienes deseen reservar una mesa ya pueden hacerlo al 298
413-4418, y también pueden seguir las novedades del lugar en Instagram:
@bodegon.dondomingo.
El rescate de la identidad local y un pedido para los
vecinos de Allen
El interior del bodegón comienza a tomar forma con una
ambientación cálida y tradicional: se colocaron arañas como luminarias y se
está trabajando en una decoración que respete la historia del edificio.
Los dueños lanzaron una propuesta especial para la comunidad
de Allen y Guerrico: invitan a quienes tengan carteles, objetos antiguos,
herramientas, fotografías o recuerdos vinculados a la vida rural del Alto Valle
a dejarlos en guarda para decorar el lugar y reforzar su identidad histórica.
La idea es que el bodegón sea un espacio vivo, donde también
la memoria de la zona esté presente en cada rincón. Quienes deseen colaborar
pueden comunicarse directamente con los propietarios y dejar objetos en guarda
para exhibirlos.
¿Por qué volvió a llamarse Don
Domingo?
El nombre del bodegón no es casual. Es un homenaje a sus
fundadores: Domingo Fernández Alonso y María Manuela Carro Fernández, quienes
llegaron a Allen en 1910 y se destacaron por su trabajo en la producción.
Levantaron uno de los primeros comercios de la zona y dieron origen a una
historia que hoy, más de un siglo después, vuelve a cobrar vida.
Bairoletto y un episodio que quedó grabado en la memoria.
La historia del viejo almacén tiene capítulos que parecen
sacados de una novela. Uno de ellos involucra a Juan Bautista Bairoletto, el
legendario bandolero pampeano.
Jorge Fernández Carro, nieto de Domingo, ratificó la
veracidad del hecho que algunos han relegado al mito. En una nota publicada en
2002, preservada en el archivo del diario Río Negro, relataba:
“No sabemos en qué año pasó, pero creemos que fue en 1932 o
1933, cuando se lo conocía como el boliche de Herrera. Bairoletto mandó a decir
que por la noche iba a venir a buscar provisiones, y acá todos lo esperaron
armados. Y fue nomás, pero ahí empezaron a los tiros y varios salieron
heridos”.
Marcelino Fernández, otro descendiente, recordaba que su
madre solía repetir que los vecinos querían hablar con el gobernador por los
robos que hacía Bairoletto en la región.
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Bodega y Viñedos “La ciudad de Astorga” de Fernández Carro
S.C.C.
Don Domingo Fernández Alonso (1870 – 1931), oriundo de
Astorga, provincia de León, España, llega a la Argentina y se instala en Buenos
Aires; de ésta ciudad, viaja como cocinero de un grupo de tropilleros hacia
suelo patagónico, lo acompaña su hermano Nicanor y se instalan en la Estancia
Cabo Alarcón (cerca de Picún Leufú, Provincia del Neuquén).
Tiempo después, desde España recala en este alejado paraje
neuquino doña Manuela Carro, fusionando un inquebrantable destino con don
Domingo.
Hacia el año 1910, año del nacimiento del pueblo de Allen,
el matrimonio Fernández– Carro se establece en tierras allenses, y entonces, en
sus ojos brilló una nueva esperanza.
Abroquelados en el trabajo y con la piel cubierta de sudor,
se pusieron el sol a hombros y comprendieron que: la vida es la labranza y la
muerte la consiguiente cosecha.
Don Domingo había crecido entre viñedos y bodegas, típico
paisaje de las góticas tierras leonesas; en el génesis de sus recuerdos
aparecía persistentemente esta postal, y así la viña se constituyó en su
inseparable compañía en el suelo de Sayhueque. Luego, erigió unas piletas para
la elaboración de un tipo de vino que tenía reminiscencias de los gruesos vinos
de las órdenes monásticas esparcidas por la meseta ibérica.
Y, en la primavera de 1915, airoso don Domingo levantó la
copa desbordante del néctar sagrado, expresión tangible de toda dignidad
social, y pudo dar un anhelado descanso a la nostalgia del alma.
Los hijos siguen los designios de sus progenitores y para el
año 1945 constituyen la firma Bodega y Viñedos “La ciudad de Astorga” de
Fernández Carro S.C.C., sociedad integrada por los hermanos: Teodoro Carlos,
Domingo Isidro, Catalina Francisca, Haydeé Cruz, Marcelino y Alfredo Fernández
Carro. La bodega ya contaba para entonces con una capacidad de 534.000 litros.
Vinos que eran comercializados en bordelesas con la marca DOMINGUITO.
Poseían 50 hectáreas de viñedos propios en Allen y 50
hectáreas en Fernández Oro, desarrollando una intensa actividad vitivinícola
que les obligó a ir ampliando las instalaciones hasta alcanzar una capacidad de
vasija total de 1.235.000 litros. La bodega quedó registrada en el Instituto
Nacional de Vitivinicultura bajo el número N 70738.
Han elaborado vino de mesa tipo blanco, rosado, clarete y
tinto, que fraccionaban en damajuanas de 5 y 10 litros y eran comercializados
con la afamada marca DOMINGUITO. Asimismo, elaboraran vinos reserva Pinot y
Semillón envasados en botellas de 950 cm3 que expendían con la tradicional
etiqueta DOMINGUITO.
En el año 1979 alquilan la bodega a la firma S.A. Luis
Filippini Ltda. y en 1982 le dan de baja ante el I. N. V.
*** Afiches de bordelesas de vino de la Patagonia Norte de Federico
Witkowski.
![]() |
| Una antigua botella del vino Dominguito. Gentileza Flia. Fernández Carro. La Mañana de Neuquén. ::: ::: ::: |
![]() |
| Pepe Zapata Olea. |
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Fernández Carro, prolíficos descendientes de pioneros
maragatos.
Por Beatriz Chávez.
09/08/2020 .
La historia de esta familia comienza a fines del siglo XIX en España, en la comunidad autónoma de Castilla y León, Astorga, donde vivían los Maragatos, llamados así por descender de moros y godos que vivieron en España y se unieron, aliaron y casaron. Aquellos habitantes vendían los productos de su comarca con sus “carromatos” tracción a sangre. Cuando llegó el ferrocarril debieron adaptarse al nuevo transporte. Este hecho histórico determinó que algunos maragatos decidieran emigrar a distintos lugares del mundo, principalmente Sudamérica. Argentina fue uno de los países elegidos por sus bondades de progreso: Carmen de Patagones fue un punto de concentración de estos inmigrantes, que actualmente se reconocen como maragatos.
Uno de ellos fue don Domingo Fernández Alonso, nacido el 8 de mayo de 1870 en el pueblo de Santa Coloma de Somoza, a 16 kilómetros de la ciudad de Astorga. Hijo de comerciantes, vio frustrado su futuro y decidió migrar hacia la tierra prometida. En 1893 se embarcó. Había iniciado un noviazgo con Manuela Carro Fernández, nacida el 16 de mayo 1886.
Domingo partió con la promesa de regresar en su búsqueda. Así fue que con su hermano Nicanor, Enrique Carro, primo de su prometida, y algunos amigos como Celestino Delanna, criado, llegaron a Carmen de Patagones.
Más adelante, los hermanos Nicanor y Domingo Fernández lograron adquirir cuantiosas tierras en el departamento de Picún Leufú: fundaron la estancia Cabo Alarcón, mismo nombre del fortín establecido en ese lugar; allí se dedicaron a la ganadería y cría de lanares y abastecían a la región de Neuquén. Su familia nos recuerda que don Domingo Fernández volvió a León a casarse con Manuela un 25 de julio de 1898. En España tuvieron a su primera hija, Catalina. Regresaron a Argentina, a su estancia: allí nacieron sus hijos Julio, Isolina, Domingo Isidro (Golo), Manuela (Ica) y Teodoro (Doro).
La gran cantidad de descendientes de esta familia se juntan anualmente en Allen para celebrar, recrear su historia y recordar viejos tiempos.
En 1910, los hermanos Nicanor y Domingo decidieron disolver la sociedad familiar dedicada a la ganadería. Nicanor se quedó con la propiedad de la Estancia Cabo Alarcón y Domingo, con el dinero que le correspondió de la venta de la estancia, se trasladó al Valle de Río Negro en un carro tirado por caballos. Demoraron casi 30 días en el recorrido.
Llegaron a Allen. Adquirió una chacra sobre la actual ruta 22 en la zona de Cte. Martín Guerrico: 50 hectáreas que dedicó a la producción vitivinícola. Fundó la bodega Ciudad de Astorga con sus vinos Dominguito. También abrió un almacén de ramos generales que se llamaba don Domingo. El almacén aún existe, se llamó El Pobre Onofre, nombre del inquilino, propiedad de los descendientes. Ese almacén, en 1920, había sido atacado por el famoso bandolero Bairoletto; mataron al almacenero y su hija. El arribo de los Fernández Carro a Allen fue en 1910, cinco años antes de que fuese fundado oficialmente el pueblo por Piñeiro Sorondo, que también se dedicaba a la vitivinicultura con su bodega Barón de Río Negro. En Allen nacieron sus otros hijos Alfredo, Haydee y Marcelino (Chicho). En 1917, doña Manuela debió ser trasladada a la ciudad de Bahía Blanca para tratar una cruel enfermedad, pero falleció a los 31 años. Sus hijos quedaron al cuidado de su esposo y su hija mayor Cata.
Esta familia está compuesta por fruticultores, enólogos, comerciantes, docentes, agrónomos, contadores, abogados y médicos. La relación con los descendientes de doña Manuela Carro y don Enrique Carro, exintendente de la ciudad de Neuquén, primo de ella, se mantiene viva. Abelli, Prezoli, Diez, Grieco, García, Aragón, Badariotti, Vázquez, Líseri y Kovalow son apellidos que se han agregado a la familia. La gran cantidad de descendientes de esta familia se juntan anualmente en Allen para celebrar, recrear su historia y recordar esos pretéritos tiempos en que llegaron sus abuelos y bisabuelos a contribuir al crecimiento de esta zona única, de la Norpatagonia, en la que dejaron su indeleble huella.
Beatriz Carolina Chávez.
Diario Río Negro -09/08/2020.
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Primeros pobladores: la familia Fernández Carro, pioneros de
Allen.
Llegó desde España y fue uno de los impulsores del
desarrollo de la región.
Por Lic. Vicky Chávez.
Primeros pobladores: la familia Fernández Carro, pioneros de
Allen
En un recorrido por las vidas de las familias adelantadas en
poblar la Norpatagonia, nos encontramos con muchas arribadas a fines del siglo
XIX y la mayoría en el siglo XX. Todas ellas conformaron el entramado social,
político y económico de la región.
Sus descendientes son los encargados de recrear la memoria a
través de la magia de la historia oral que se nutre de sus relatos. Este
recorrido no lo encontramos en archivos ni repositorios sino que se basa en los
recuerdos.
Una de ellas es la de Domingo Fernández Alonso.
En las últimas décadas del siglo XIX en la Provincia de
León, España, la prosperidad que se estaba viviendo, dio un rápido giro debido
al progreso. Había llegado el ferrocarril y cambió la estructura económica de
la región.
La rica comarca de los Maragatos, principalmente agrupados
en la comunidad autónoma de Castilla y León, reúne varias sub comarcas, dentro
de estas, la Ciudad de Astorga.
Los maragatos recibieron el nombre de los vocablos
"mauri capti" (moros cautivos) o de “mauro gotho”, al entender que
provenían de aquellos moros y godos que convivían en España, y que al aliarse,
relacionarse y casarse, dieron origen a hijos que no eran ni moros ni godos,
sino "maurogothos" (maragatos).
Esta región, compuesta por prósperos comerciantes, en
carromatos con tracción a sangre, recorría el centro y oeste de España,
vendiendo principalmente productos artesanales que producían en su comarca.
Los maragatos, aparte de ser arrieros, se dedicaban a la
agricultura y al cuidado de las recuas de mulas, necesarias para su trabajo.
También se dedicaban a la actividad textil.
Se habían consolidado como comerciantes, agricultores y
manufactureros, desplazando sus mercaderías de un lugar a otro en carros
tirados por caballos. Así habían surgido familias de prósperos trabajadores, que
impulsados por el comercio, crearon “empresas” de producción y distribución
dentro de la comarca. Distintos productos eran fabricados y llevados al
consumidor en su lugar de residencia.
La ciudad de Astorga, capital de la Maragatería, junto con
Somoza, producían y manufacturaban los productos del campo y la ganadería,
lana, quesos, carne, dulces y cuanto producto se pudiera consumir en la ciudad.
El progreso apareció, llegó el ferrocarril, lo que significó
un antes y un después para muchas familias, fundamentalmente comerciantes, que
debieron adaptarse al nuevo trasporte, terminando con el tradicional comercio
de productos transportados en carromatos.
Este hecho histórico, determinó que algunos Maragatos
decidieran emigrar a distintos lugares del mundo, principalmente Sudamérica.
Argentina fue uno de los países elegidos por sus bondades de
progreso, siendo Carmen de Patagones un punto de concentración de estos
inmigrantes, que actualmente se auto reconocen como Maragatos.
El inicio de la historia.
Domingo Fernández Alonso, joven Maragato, nacido el 8 de
mayo de 1870 en el pueblo de Santa Coloma de Somoza, a 16 kilómetros de la
ciudad de Astorga, hijo de comerciantes, vio frustrado su futuro y decidió
migrar hacia la tierra prometida buscando lo que él y su familia había perdido:
el progreso.
En el año 1893 decidió embarcarse hacia Argentina, detrás de
su futuro y que hoy relatamos es parte de nuestra historia. En ese entonces
había establecido una relación sentimental con Manuela Carro Fernández, nacida
el 16 de mayo 1886, joven que vivía en su misma ciudad. Ella pertenecía a una
familia adinerada, con muy buen estatus social, que incluso tenía una hermana
que estaba en una orden religiosa cristiana como monja.
La familia Fernández Carro.
El amor entre ellos fue muy fuerte, tanto que Domingo partió
con la promesa de regresar en su búsqueda en cuanto la tierra prometida le
permitiera cumplir el deseo obsesivo de consagrarse en América.
Así fue que con un hermano suyo Nicanor Fernández Alonso, un
primo de su prometida Enrique Carro, y algunos amigos como Celestino Delanna, Criado,
Crespo y otros más, luego de largo tiempo de navegación, llegaron a Carmen de
Patagones, punto de reunión de Maragatos inmigrantes en el año 1893.
Lograron adquirir abundantes tierras en el departamento de
Picun Leufu, fundando la estancia Cabo Alarcón, mismo nombre del fortín
establecido en ese lugar, dedicándose a la ganadería y cría de lanares,
abasteciendo a la región de Neuquén con tan preciado producto.
Tenían, como en su pueblo Santa Coloma de Somoza, una
tropilla de caballos con la cual arrastraban los carros que traían la
producción lanar para su venta en Neuquén.
La historia oral, trasmitida a través de cuatro o cinco
generaciones, cuenta que Don Domingo Fernández viajó nuevamente a su origen,
León, contrajo matrimonio con su prometida, el 25 de julio de 1898, Doña María
Manuela Carro Fernández y tuvo en España a su primera hija Catalina Fernández
Carro (Cata), que nació en el año 1889.
Regresó nuevamente a Argentina con su flamante esposa e hija
a la estancia Cabo Alarcón, que compartía en propiedad con su hermano Nicanor,
luego de 2 años de su partida.
Cuentan que junto a su esposa María Manuela traía en su
viaje a las prometidas de algunos de los acompañantes en su aventura, para que
desposaran en este país.
En la Estancia, ubicada a 140 Km de Neuquén hacia el sur, en
ese entonces Territorio Nacional, nacieron sus hijos Julio, en 1901, Isolina,
en 1903, Domingo (Golo), en 1905, Manuela (Ica) Fernández Carro, en 1907, y
Teodoro (Doro), en 1909.
En 1910, los patriarcas Don Nicanor Fernández quien se había
casado con su pareja de apellido Soteras, y Don Domingo Fernández Alonso, junto
a su esposa, deciden disolver la sociedad familiar dedicada a la ganadería,
quedando Nicanor con la propiedad de la Estancia Cabo Alarcón.
Actualmente gran parte de la estancia, su casona familiar y
el cementerio donde yacen dos hijas mellizas que fallecieron tempranamente,
fueron cubiertos por las aguas de la represa del Chocón en la década de 1970.
Domingo Fernández Alonso con el dinero de la venta de la
estancia, se trasladó al Valle de Rio Negro demorando casi 30 días en el
recorrido en un carro tirado por caballos, que aún se conserva, único medio de
locomoción en ese momento.
Llegó a Allen, adquirió una chacra de 50 hectáreas sobre la
actual Ruta 22 en la zona de Coronel Martín Guerrico, que dedicó a la
producción vitivinícola, fundó la Bodega “Ciudad de Astorga” con sus vinos
“Dominguito”.
Junto con la Bodega fundó un Almacén de Ramos Generales que
se llamaba Don Domingo. Actualmente, el almacén sigue en el lugar, es propiedad
de los herederos y se ha llamado hasta hace poco tiempo “El Pobre Onofre”,
nombre que proviene de su último inquilino.
Fue en ese almacén en la década del ’20 donde ocurrió un
hecho delictivo que fue protagonizado por un famoso bandolero conocido como
Bairoleto. Cuentan que llegó junto a sus secuaces, asaltaron al almacenero de
turno matándolo a él y a su hija.
La llegada a Allen, fue en el año 1910, cinco años antes que
fuese fundado oficialmente el pueblo por Piñeiro Sorondo, que también se
dedicaba a la vitivinicultura con su bodega “Barón de Rio Negro”. Allí nacieron
sus otros hijos Alfredo en 1912, Haydee en 1914, Marcelino (Chicho) en 1915.
En 1917, Doña Manuela Carro Fernández, luego de una probable
enfermedad infecciosa, debió ser trasladada de Bahía Blanca para su
tratamiento, ya que en la zona no había complejidad para hacerlo.
En una carta de su puño y letra, dirigida a su esposo
Domingo desde Bahía Blanca, le encarga cuide a sus hijos, y a Julio, su hijo
varón mayor, que se haga cargo del almacén que juntos explotaban, y augurios
que pronto volvería a estar en el seno de la familia.
Este deseo ferviente de Doña Manuela, nunca se cumplió, una
complicación medica, como la infección generalizada pudo más que su deseo de
vivir y a la temprana edad de 31 años falleció dejando su numerosa familia en
soledad.
Asistida por su esposo Domingo, su hija Catalina se consagró
a la crianza y cuidado de sus hermanos, tanto que jamás se casó, falleció en la
misma Bodega a los 85 años de edad.
Una nueva etapa familiar.
Fallecida Doña Manuela Carro, la vida continuó su camino y
la familia comenzó a ser liderada por Don Domingo y su hija Catalina, que en
ese momento tenía 15 años y era la mayor de los hermanos.
Catalina se hizo cargo de la casona familiar, de sus
hermanos y de su padre. Con mano fuerte fue la guía de todos ellos, ocupo el
lugar que su madre María Manuela muy tempranamente había dejado vacío.
El trabajo y el tesón, llevó a tener un muy buen pasar económico de todos ellos, tanto que uno de los primeros vehículos automotores del pueblo de Allen, fue el de la familia Fernández Carro.
Hoy la familia Fernández Carro se ha convertido en un enorme
grupo de descendientes que nunca dejaron atrás su historia, fruticultores,
enólogos, comerciantes, docentes, agrónomos, contadores, abogados, médicos y
fundamentalmente gente orgullosa de su pasado y de sus raíces.
Nietos y bisnietos han armado el árbol genealógico a partir
de Domingo y María Manuela intentando completar la historia de quienes han
hecho posible esta gran familia, recopilando información y datos.
Las Chacras de Allen y Fernández Oro continúan en poder de
sus descendientes, Algunos viven en la provincia de Neuquén ejerciendo sus
profesiones y otros en la Ciudad de Buenos Aires.
La relación con los descendientes de Doña Manuela Carro y
Don Enrique Carro, ex intendente de la ciudad de Neuquén, primo de ella y que
la acompañó en su epopeya se mantiene viva, Abelli, Prezzoli, Diez, Grieco,
Huerta, Peña, Escudero, García, Aragón, Badariotti, Vázquez, Líseri, Kovalow,
son apellidos que se han agregado a la familia y todos han contribuido a formar
la Gran Historia de nuestro querido Valle de Río Negro y Neuquén.
Más de 70 descendientes se juntan anualmente en Allen
disfrutando de un gran encuentro familiar, afianzando lazos para las nuevas
generaciones y que ellos sigan trasmitiendo historias, cultura y anécdotas de
sus raíces, el gran fin, mantener presente a la familia y con el orgullo de ver
crecer el Valle por obra de sus manos.
La Mañana de Cipolletti - 2 de octubre del 2020.
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