Perón habló ante la manifestación. Severa calificación para los infiltrados: "...los días venideros serán para la reconstrucción nacional y la liberación de la Nación y del pueblo argentino... no solamente del colonialismo que viene azotando a la República a través de tantos años, sino también de estos infiltrados que trabajan adentro, y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan desde afuera, sin contar que la mayoría de ellos son mercenarios del dinero extranjero..."
Cantitos:
"Si evita viviera sería montonera".
"Perón, Perón..."
"Qué pasa, qué pasa general, está lleno de gorilas el gobierno popular".
"Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está".
"Ni yankis ni marxistas, peronistas".
"Rucci, traidor, saludos a Vandor".
"Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical".
"No somos yankis, no somos socialistas, somos obreros, obreros peronistas".
"Vea vea vea, qué cosa más bonita, Rucci dio la vida por la patria peronista".
"Rucci, leal, te vamos a vengar".
"Perón, Evita, la patria peronista".
"Perón, Evita, la patria socialista".
"Evita, Evita, Perón te necesita".
"Montoneros: el pueblo te lo pide, queremos la cabeza de Villar y Margaride".
"Apoyo a los leales, amasijo a los traidores".
"Aserrín, aserrán, es el pueblo que se va".
(La Prensa 2/5/1974).
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Cuando Perón rompió
con Montoneros
por Ceferino Reato.
Cuarenta años atrás, la Plaza de Mayo fue escenario de la
ruptura definitiva entre Juan Domingo Perón y Montoneros, la organización
político militar que él mismo había alentado cuando seguía proscripto en el
exilio madrileño y la Argentina era gobernada por una seguidilla de dictadores.
Los montoneros ya no eran la “juventud maravillosa” del General: se habían
convertido en “infiltrados que trabajan adentro y que, traidoramente, son más
peligrosos que los que trabajan desde afuera”, como también les dijo desde el
balcón de la Casa Rosada aquel 1° de mayo de 1974. Muchos jóvenes ya no lo
escuchaban porque le habían dado la espalda y se estaban yendo. El acto terminó
con la mitad de la plaza vacía y con la otra mitad, la que había sido
movilizada por los sindicatos, gritando victoriosa: “¡Ni yanquis ni marxistas,
peronistas!” y ¡Perón, Evita, la patria peronista”. Perón había bendecido a los
gremialistas “sabios y prudentes” y a los sindicatos que formaban “la columna
vertebral de nuestro Movimiento”.
Fue el día en que Perón los echó de la Plaza de Mayo y de su
Movimiento o, como siguen sosteniendo los ex jefes guerrilleros, cuando ellos
decidieron irse empujados por la presión de sus bases. Lo cierto es que ya no
hubo retorno porque Perón, que era Presidente por tercera vez, murió dos meses
después. Montoneros había planeado el acto del 1° de mayo como una asamblea
popular ante la cual Perón debía rendir cuentas de su gobierno, y la consigna
que llevó a la plaza fue punzante: “¿Qué pasa, qué pasa, qué pasa General, que
está lleno de gorilas el gobierno popular?” La gritaron con fuerza cuando el
Presidente salió al balcón a las cinco de la tarde. También insultaron a su
esposa, la vicepresidenta Isabel Perón. Con fastidio, Perón esperó que se
callara, luego les hizo gestos con las manos pidiendo silencio y, como no lo
consiguió, se largó a hablar.
Perón comenzó así: “Compañeros: hace hoy veinte años que en
este mismo balcón y con un día luminoso como éste, hablé por última vez a los
trabajadores argentinos. Fue entonces cuando les recomendé que ajustasen sus
organizaciones porque venían días difíciles. No me equivoqué ni en la
apreciación de los días que venían ni en la calidad de la organización
sindical, que se mantuvo a través de veinte años, pese a estos estúpidos que
gritan”.
La disputa había comenzado hacía ya un año, en abril de
1973, cuando Perón conoció a la cúpula montonera en el Hotel Excelsior, donde
la Via Veneto de la Dolce Vita hace una curva, calle de por medio con la
embajada de Estados Unidos en Italia. Perón había viajado a Roma en una visita
a autoridades italianas y vaticanas. Allí, luego del triunfo del peronismo en
las elecciones del 11 de marzo, el General recibió a Mario Firmenich, Roberto
Perdía y Roberto Quieto.
Recuerdo en mi libro Operación Traviata varias anécdotas de
aquel encuentro; todas indican que ambas partes se cayeron muy mal. Lo admitió
meses después Firmenich en una recordada charla a los dirigentes de Montoneros
en la Ciudad Universitaria de la Universidad de Buenos Aires, donde señaló que
hasta la reunión en Roma ellos no conocían al verdadero Perón y que recién en
aquel momento se dieron cuenta de la “contradicción principal” que los
separaba: “nosotros somos socialistas, pero él no lo es”. De allí derivaban
otras diferencias como, por ejemplo, que ellos creían en la lucha de clases
como motor de la historia mientras Perón defendía la conciliación entre
empresarios y trabajadores arbitrada por el Estado.
En ese contexto, Firmenich, Perdía y Quieto rechazaron la
propuesta de Perón de dejar las armas e insertarse en la política. Para él, los
grupos guerrilleros eran “formaciones especiales” para luchar contra la
dictadura, que debían desarmarse ahora que el país había vuelto a la democracia
y el peronismo al poder; ellos pensaban, en cambio, que “el poder brota de la
boca del fusil” y que la conquista del aparato estatal para impulsar la
revolución socialista imponía un “momento militar”, un choque a todo campo
contra las Fuerzas Armadas.
A partir de allí, la disputa derivó en nuevos
enfrentamientos, cada vez más profundos, de los cuales ya no pudieron retornar:
la matanza en el aeropuerto de Ezeiza, cuando Perón regresó al país luego de su
exilio; la renuncia del presidente Héctor J. Cámpora, a quién Perón acusó de
haberse dejado influenciar por Montoneros; las nuevas elecciones
presidenciales, que consagraron a Perón con casi el 62 por ciento de los votos,
del brazo, esta vez, de los sindicatos, enemigos jurados de la Juventud
Peronista; el asesinato del líder de la CGT, José Ignacio Rucci, la mano
derecha de Perón en el gremialismo y uno de los garantes del pacto social con
los empresarios; la “purga” de los montoneros y sus aliados de todos los cargos
relevantes que ocupaban en el peronismo, el gobierno nacional y las administraciones
provinciales; el debut de la Triple A, un grupo paraestatal organizado para
matar montoneros e izquierdistas; el endurecimiento de la legislación
represiva; la expulsión de ocho diputados díscolos, como Carlos Kunkel; la
escisión de Montoneros con la formación de la Juventud Peronista Lealtad, en la
que participaron el padre Carlos Mugica, Chacho Álvarez, Horacio González y
Alberto Iribarne, entre otros, y la destitución de gobernadores afines a los
montoneros, como el bonaerense Oscar Bidegain y el cordobés Ricardo Obregón
Cano.
Todo eso ocurrió en apenas un año. Para el acto del 1° de
mayo de 1974, la situación ya estaba clara: Perón y Montoneros no se
soportaban; tenían proyectos muy distintos. Claro que la disputa trascendió
rápidamente las fronteras del peronismo y manchó de odio y de sangre a toda la
sociedad argentina.
http://www.clarin.com/politica/Peron-rompio-Montoneros_0_1130287188.html
Imágenes: internet.
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