¿Por qué los tucumanos insisten con que “Pachamama” significa “Madre—Tierra”? Si abrieran un diccionario quichua cualquiera, como el que editó Domingo Bravo en la Universidad Nacional de Tucumán, se darían con que no es cierto.
El turismo es una industria relativamente nueva. Al menos en la Argentina, la gente empezó a viajar masivamente en vacaciones —porque empezó a tener vacaciones también— en tiempos de Perón. Algunos lugares no necesitaban explicación, Mar del Plata se vendía sola, arena, sol, descanso. Córdoba era sierra, burrito, río. En el norte la cosa fue un poco más complicada, los turistas llegaron algo después, sobre todo por la distancia. Aquí el visitante quedaba extasiado ante las selvas y montañas que se ofrecían a la vista.
Y su gente.
En algunos lugares, los campesinos, artistas magníficos empezaron a vender lazos, aperos, mates, riendas, sombreros, ponchos que antes hacían quizás para usar en la casa o para cambiar por mercaderías que no producían. Y los turistas miraron asombrados a esos otros argentinos, igual que ellos, que vivían de manera distinta, a otro ritmo, con diferentes costumbres. Pero si preguntaban a los guías en qué creía esa gente, era incómodo decirles “son católicos, como usted y como yo, creen en Diosito, en la Virgen María, ¿ha visto?”.
Entonces se inventó la Pachamama.
Se le organizó una fiesta, se le idearon usanzas, más o menos como los gauchos salteños (sombrero aludo, poncho colorado y negro, caronas inmensas, cuero graneado), que empezaron a tallar en la década del 40 que es cuando fueron inventados como tradición, también para fomentar el turismo.
Nosotros sabíamos, antiguamente, que la Pachamama era un curro para charlar turistas, lo malo fue que, con el auge del analfabetismo funcional e intensivo, algunos locales comenzaron a creer que era cierto, que era una tradición que venía del tiempo de los indios, que se trata de la adoración a una deidad pagana que traducen como “Madre—Tierra”.
Y no es cierto.
Vamos a Domingo Bravo, lingüista santiagueño y digamos también, formado académicamente en Tucumán. Dice “Pacha. Tiempo, época. Con esta acepción entra en la composición de los adverbios: úmay pa´cha (tiempo lejano) y cunan pacha (tiempo actual, ahora)”.
Sería más poético explicar a los turistas que “Pachamama” es “Madre—Tiempo”. Imagínese, madre del tiempo es lo mismo que decir eternidad, madre de todo lo creado. Hasta más poético sería. Pero quizás más difícil de explicar a los visitantes semejante historia, ¿no?
Pero, sigamos adelante con la nota: ¿Cómo se dice “tierra” en quichua? Volvamos a Bravo, que dice: “Ashpa. Tierra, terreno, polvo. Voz que entra en la composición de topónimos. También se pronuncia Allpa”. Diga si no es una lástima que hayan elegido decirle “Madre del Polvo”, a quien es la deidad pagana más famosa de estos pagos.
En algunas partes de Tucumán y Santiago se dice “alpamishqui” a una miel que se saca de la tierra, “alpa”, en este caso es tierra y mishqui”, dulce. “Alpa—chiri” es “tierra fría”. Por citar dos casos conocidos. Es decir, los tucumanos saben algo de quichua, les queda en el habla cotidiana.
En el norte el quichua fue una lengua muy usada, según quedó registrado en el Acta de la Independencia, firmada en Tucumán en 1816, redactada en castellano y en ese idioma. Santiago quedó hasta mediados del siglo pasado, como un reducto de la lengua del Cuzco, pero antes, como queda dicho, fue lengua usada en todo el norte.
Nadie quiere terminar con el trabajo de los guías turísticos tucumanos. Si quieren seguir diciendo a turistas suizos, porteños o cordobeses que “Pachamama” es “Madre—Tierra”, quién es uno para oponerse, ¿no? Pero lo menos que podrían hacer, antes de salir en el colectivo a recorrer los valles es, conocer la verdad.
Después, que mientan lo que quieran.
Por Juan Manuel Aragón.
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