Propongo sacar la discusión del terreno de las intencionalidades aviesas, para colocarla en el de los intereses concretos. Y poner por encima de todo el interés común, el del país, donde siempre habrá ganadores y perdedores y de eso se trata el manejo decente del Estado: de alcanzar el mayor de los equilibrios posible en cada coyuntura.
El interés personal o de grupo podrá tener mala prensa, se lo asocia maniqueamente a la ambición desmedida e incluso al delito, pero existe y mal que les pese a los fanáticos suele ser legítimo. Todos tenemos intereses, los defendemos y peleamos por ellos hasta sin darnos cuenta. Los políticos tienen intereses. Los empresarios tienen intereses. Porque las personas tenemos intereses.
Ni un CEO es, en sí, tan naturalmente ruin como señalan los políticos; ni un político es tan genéticamente trucho, per se, como señalan los tecnócratas. Claro que si los políticos ponen por delante el interés del partido para garantizarse el puestito en la próxima elección, estaremos llamando política a la politiquería. Pero si los CEOs ponen por delante el interés de la empresa para garantizarse el puestito cuando se termine la gestión, estaremos llamando eficiencia al privilegio. Los dos distorsionan el sentido de la política y la desprestigian. Unos convirtiéndola en sinónimo de choreo y los otros, en una traba innecesaria, empezando por sus propias fortunas.
Hemos disociado la eficiencia de la política, cuando lo deseable (lo ideal) sería formar generaciones de políticos austeros y buenos administradores, y de técnicos sensibles, conscientes de que, al fin y al cabo, la miseria de los otros los termina afectando a ellos (salvo que ya trengan pasajes al extranjero para cuando despierten de la pesadilla de la función pública). Eso, que hoy suena a tontería utópica, significaría estar dándonos un futuro. La pelea políticos vs. técnicos es falsa, sólo reproduce un sistema inepto para resolver los problemas de las mayorías.
El macrismo, en su particular visión de la transparencia, le ha entrado a las últimas parándose como “defensor de la ley”. Pero sucede que, ¿casualmente?, en el Correo se impusieron los intereses de la familia presidencial y en el otro se vieron afectados los de una generación completa.
El problema es político. Si todos los días se suma un nuevo conflicto de intereses entre “directivos” del Gobierno y el interés del Estado, la transparencia se vuelve sospechosa, la credibilidad se desgasta y sin credibilidad cualquier gobierno es, a la larga, una misión imposible. ¿Qué innova una innovación sin ética?
En varias áreas del Ministerio de Energía, en la regulación de la aviación civil, en el Correo y demás, el macrismo ha puesto en manos de los zorros el cuidado de las gallinas. No creo que sean malos los zorritos, sólo estoy convencido de que son zorros y de que les gustan las gallinas. Pedirle al zorro que desconozca su naturaleza, se “rescate” y coma rúcula es demasiado pedir.
Perón decía que “los muchachos son buenos, pero si se los controla son mejores”. La discusión sobre la eficiencia, la ética y los intereses personales o de grupo es vieja. Los K la dejaron en veremos, adueñándose del sentido de la política. Los CEOs M, con el presidente a la cabeza, generan conflictos desde el supuesto eficientismo que pregonan. Ahorrar en una empresa puede generar mal humor interno. Ahorrar en el Estado genera conflictos y un pésimo humor si quienes deciden el ajuste ganan en lo personal.
El jueves, al recular con el caso del Correo y el de las jubilaciones, el Presidente reconoció la cadena de incompatibilidades que compromete a su gobierno. Que no actúe tarde la Oficina Anticorrupción, sino que rija con todo su rigor la Ley de Ética Pública, en letra y espíritu.
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