Estar contento por el Padre Leonardo Castellani.
(pertenece al libro:
Camperas del Padre Leonardo Castellani).
¡Oh, laguna Pipo, si volviera yo a verte una vez más, y
pudiese besar tus orillas, mis canas se irían todas de mi cabeza y volverían a
cantar en mi corazón los jilgueros de mi infancia! íSi te viese de nuevo como
aquella mañana en que el sol saliente inflamaba tus inmensos aguazales azules
sembrados de totoras y casi materialmente cubiertos por alfombras overas de
innumerables aves acuáticas, flamencos rosas, patos blancos, caraús negros,
chorlitos, biguás, gallaretas, quillas, tuyuyúes, tuyangos, siriríes, chajáes,
teros y garzas que pescaban con inmensa algarabía! Yo estaba contento y
escuchaba al borde del agua las cosas que me decían todas las cosas...
-Quisiera poder caminar por la tierra -oí decir a una
Mojarra-, entonces sí que estaría contenta.
-¡Si yo pudiese volar! -silbó la Iguana.
-Nadar por el agua debe ser la gran felicidad -dijo un Tero
desembarrando elegantemente sus patas.
-Tonterías -dijo un Pato bachiller-. Yo camino, yo nado y yo
vuelo y sin embargo estoy profundamente descontento. Camino mal, chueco y
desgraciado, y se ríen todos de mí; nado mal, y no puedo alcanzar a la Mojarra
y tengo que comer gusarapos; vuelo mal y me alcanza en mi vuelo la escopeta.
Mejor es saber una cosa bien que muchas mal. La felicidad consiste, a mi
parecer, en tener todas las habilidades de todos los animales sin ninguno de
sus defectos.
-Jay -dijo el Surubí asomando el hocico-, échele un galgo.
La felicidad en esta tierra consiste en estar contento.
-¿Cómo se hace para estar contento con tantas penalidades?
-Para estar contento hay que estar contenido. En latín contento significa
contenido. Hay que contenerse con gran fuerza dentro de los límites del charco
en que Dios nos puso. La mitad de mis paisanos pasan una vida perra por andar
buscando el mar cuando Dios los puso en la laguna. Hay que saber caber en su
molde y apretarse adentro de la propia horma, y hacer el gusto a lo poco, mis
hijos.
-Esas son teorías -dijo el Sirirí.
-¿Teorías? -replicó el Surubí muy enojado, asomando la aleta
pinchuda y el lomo overo-. ¡Teorías son las de ustedes! Yo he sufrido mucho; y
cuando uno sufre, sólo la verdad ayuda, y las teorías se apagan. Yo no he
nacido en este barrizal, sino allá en el río Amores, que es un paraíso. Un día,
una inundación me trajo aquí y yo que era joven y desprevenido no noté cuando
el canal se secaba; y se secó y me cortó y me dejó en la laguna. Yo no soy
pescado de barrial y pensé al principio morirme de dolor en esta pobreza.
Lloré, grité, maldije, salté afuera a la playa, con peligro de ahogarme, y me golpeé
la cabeza contra todas las totoras y los duraznillos. Un día entendí que
recalcitrar era al ñudo y resolví explorar en todos los sentidos las
posibilidades de la pobreza en que Dios sin remedio me había encerrado, hasta
tocar el límite de arriba y el de abajo y los límites de todo el circuito
horizontal. Viajé y trabajé y el trabajo me templó. Vi que no era tan pequeño
el charco como mi dolor lo había exagerado y que para los años de vida que me
quedan, al fin y al cabo, iba a durar sin secarse. ¿Ustedes creen que alguna
vez no se acongoja mi corazón queriendo locamente volar por los aires hasta mi
río natal espléndido que él siente murmurar dulcemente atrás de aquellos
pajonales? Pero yo le aprieto fuertemente por medio de la resignación. Y lo
hago estar contento y contenido en este charco, con el trabajo, con hacer bien
a todos, con los escasos placeres de este barrizal... y con la esperanza de...
¿quién sabe? ¿Por qué no puede venir un día otra inundación que me abra el
camino del río inmortal para siempre? Si yo me muero antes, me basta con esta
vida a la que me he acostumbrado; pero, ¿quién me quita a mí la esperanza de la
otra? El Surubí se estaba metiendo en muchas filosofías y a mí la humedad de la
tierra en que estaba tumbado escuchando me estaba haciendo mal. Me levanté, le
tiré un cascotazo al pato sirirí y todos los acuátiles se zambulleron y toda la
bandada se levantó de un golpe, sacudiendo el ambiente purísimo con el aletear
repentino y unánime de sus rémiges poderosas.
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