Cristina Kirchner entra en el Senado de la Nación. La mitad del bloque peronista la mira de reojo y la quiere afuera. Ella, dicen, no está dispuesta a seguir otra línea más que la suya, reacciona contra el Gobierno, y todo eso cae muy mal entre los ortodoxos del poder. La revista Parlamentario hasta le puso un sobrenombre: “la rebelde”. Tan mal estaba con el resto del peronismo, que Cristina terminaría renunciando a su bancada, en medio de acusaciones durísimas y un escándalo político televisado.
La historia sobre la sorpresiva soledad política que encontró CFK durante su primer y corta estadía como senadora –entre 1995 y 1997– no es nueva, pero podría repetirse. La burla, esta vez, es más cómica que trágica: uno de las pocos aliados que tuvo la entonces esposa del gobernador Kirchner en su cruzada contra el menemismo era el joven senador Miguel Ángel Pichetto, el actual verdugo K. Qué tiempos aquellos.
Hoy Pichetto admite públicamente que prefiere quedar pegado al Gobierno que “jugando para Cristina”, y ni la saluda cuando ella llega a la Cámara para asumir. Enfrente contestan que quien no la quiere “tiene que salir del bloque”. “No le vamos a perdonar ir por afuera del peronismo. Ella no peleó por el movimiento y hasta lo despreció”, dice un senador peronista con sentido del rencor. Un histórico operador del espacio aporta una visión optimista: “Ojo con que algunos gobernadores no le bajen línea a Pichetto para que no rompa con CFK”. No fue por esto, pero a fines de la semana anterior el rionegrino mandó a aplazar el tratamiento de la reforma laboral que quiere imponer el Ejecutivo, dandole tiempo así a que CFK jure como senadora.
El pase de facturas no termina ahí: en el kirchnerismo mastican bronca por la designación a Juan Manuel Abal Medina, senador hasta el 10 de diciembre y futuro miembro de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria, con el visto bueno del Gobierno. Ya comenzó la seducción oficial.
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