La ruta argentina del vino, según Felipe Pigna.
Del Carlón a la alta gama.
El vino en Argentina comienza a popularizarse con los inmigrantes, pero ya para entonces la bebida había recorrido un largo camino, que había comenzado por Europa, en la época de la colonia, explica el historiador Felipe Pigna.
“La gente acá tenía un vino para ricos y un vino para pobres. El vino para ricos era, básicamente, importado de Málaga y Francia. Y el de los pobres se tomaba en la pulpería”, resume Pigna.
Ese “vino para pobres” era el “carlón”, al que se le agregaba mosto para que no llegara avinagrado, porque tardaba dos meses en llegar a Buenos Aires desde Mendoza.
Pero, en verdad, “la bebida popular era el aguardiente. El vino empieza popularizarse con los inmigrantes, cuando ya tenemos una producción, una gran cantidad de bodegas y un mercado de consumo. El migrante tiene en su dieta el vino”, precisa el historiador.
Recién a partir de los 80’ y los 90’ del siglo XIX se crea un “mercado serio” y con la llegada del ferrocarril a Mendoza ya se mueven grandes volúmenes de producción, que le van a permitir a la Argentina convertirse, cuarenta años más tarde, en un importante productor y consumidor.
De todos modos, en aquellos años 20 “la élite seguía tomando vino importado y poco vino argentino. Para los años 30’ y 40’, sin embargo, ya hay buen vino, lo que podríamos denominar de alta gama”, detalla Pigna, y cita como ejemplo las bodegas Arizu y Norton.
Luego, en los 30’, en una primera gran crisis se arrancaron muchas hectáreas de viñedos y se derramaron muchísimos hectolitros de vino.
La vitivinicultura sufrió una segunda crisis, pero seguida esta vez de una reconversión, a partir de los 70’ y los 80’, hasta que en los 90, de la mano de enólogos como el francés Michel Roland, “que pensaron en apuntar más a la calidad que a la cantidad”, se empezó a producir y a exportar vinos de alta gama.
Telam.
Publicado en Diario "Río Negro", 24 de noviembre de 2017.-
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