“No pises las alfombras por favor”, advierte nuestro anfitrión, Guido Scherer, el administrador de El Messidor. En el “castillo” –lo llaman así por su estilo francés y porque es lo más cercano a un castillo que pueda verse en la zona– todo es pulcro y prolijo. Y como en toda institución vieja hay un protocolo tácito. Por lo pronto, nadie puede entrar a recorrer la casa porque sí, y se aloja una familia por vez, nunca dos familias distintas.
Alguna vez hubo visitas guiadas turísticas, pero fue sólo un tiempo. Para alojarse en la residencia se requiere una invitación formal del gobernador de turno.
“A partir de la gestión de Jorge Sapag, sólo a invitados especiales del gobernador o ministros del gobierno nacional se los atiende, no pagan nada, pero funcionarios de la provincia o invitados no especiales tienen que pagar por la comida. Cuando llegan les pregunto lo que quieren comer, compro las cosas, y antes de irse les alcanzo los tickets de las compras para que paguen”, explica Scherer.
El exgobernador Jorge Sapag “le tenía un cariño especial a la casa”, cuenta Scherer, pero fue Jorge Sobisch quien más uso le dio. Solía instalarse todo enero y recibía allí a su gabinete. Durante su gestión construyeron el quincho, cambiaron el techo y se realizó un ciclo de conciertos al aire libre en el parque de El Messidor.
Sapag también se alojaba frecuentemente, pero no más de una semana. El actual gobernador Omar Gutiérrez es de hospedarse pero de manera eventual, y nunca más de un par de días.
“El que menos lo usó fue don Felipe Sapag, no le gustaba El Messidor me parece, venía cuando mucho una noche, nunca vino de vacaciones”, apunta Scherer.
Don Felipe tenía motivos para querer alejarse de ese castillo.
Desde que lo adquirió el gobierno provincial en 1964 como residencia oficial, El Messidor ha sido testigo privilegiado de parte de la historia argentina.
“Desde Videla y Bignone, después de que habían dejado el poder, hasta Alfonsín luego de renunciar a la presidencia, Carlos Menem, Eduardo Duhalde y el emperador japonés Hirohito estuvieron alojados aquí”, destaca Scherer, administrador desde el 2008, pero con 37 años de servicio en la residencia oficial, primero como chofer y mantenimiento general.
De todos los mandatarios y visitantes famosos que ha recibido la residencia en los últimos 40 años, Scherer destaca la visita de Hirohito como la de mayor despliegue de seguridad y movimiento de gente. Pero contrario a lo que podría esperarse, el emperador japonés era sencillo y lo único que pidió llevarse fueron dos pedazos pequeños de madera de arrayán.
Scherer recuerda la visita de Menem, por la famosa “picadura” de avispa que intentó disimular una cirugía estética. En esa ocasión Menem se alojó con diez amigos. “La verdad es que estuvieron tranquilos, Menem descansaba mucho. Fue más un retiro espiritual”, asegura el administrador, y se ríe. Desmiente que hubiera habido mujeres por la noche, pero sí que jugaban a las cartas. De hecho, uno de los invitados que acompañaba al expresidente pidió que trajeran una mesa de póker especial desde el casino de Bariloche.
Pero sin duda el “castillo” ganó peso en la historia por haber sido la “prisión” de Isabel Perón durante siete meses después de ser destituida en el golpe de Estado de 1976.
La casa
Un Berni auténtico cuelga en el costado, al frente la inevitable chimenea de piedra, el sillón nuevo y otros clásicos retapizados –varias veces– rodean dos mesitas de madera en perfecto contraste; detrás, un ventanal abre la vista a la terraza de piedra y el cuadro inalterable del lago Nahuel Huapi. A la derecha, cuatro cuadros con fajas de telar mapuche recuerdan que es tierra neuquina.
El revestimiento interior de ciprés y el piso de lenga le dan a la casa la calidez necesaria. En El Messidor nada es estridente, todo es mesurado, sencillo pero de calidad, y ahí radica su belleza.
La residencia tiene un total de siete habitaciones, de las cuales tres son matrimoniales y cuatro simples. En la planta alta hay sólo una habitación matrimonial con baño privado –donde suele dormir el matrimonio más importante que se aloja– y las otras comparten baño.
En la planta baja está el living, una biblioteca privada, el comedor, otras dos habitaciones y un baño.
Los pisos y paredes de madera transpiran historias, pero también mitos de fantasmas, fogoneados por el boca en boca de un pequeño pueblo. “He escuchado cosas normales de una casa de madera que cruje, pero por las dudas por la noche dejo la radio fuerte”, cuenta Scherer. El administrador confirma los ruidos, pero ofrece una convincente explicación: “Es una casa grande de madera y al cambiar la temperatura siempre hay sonidos”.
Horacio De Azevedo, administrador de El Messidor durante 13 años, agrega: “No había huéspedes y se escuchaba que alguien caminaba arriba. Había una mucama miedosa que me decía ‘Señor, arriba yo no subo, hay gente’, entonces tenía que ir a revisar, y cuando confirmaba que no había nadie, ahí subía”.
El mito también se alimentó de coincidencias, como la muerte del esposo de la exadministradora Marga Moure en una habitación y la de un linyera en el muelle, que fue encontrado en el agua gracias a la “visión” de una vidente que indicó el lugar donde estaba el cuerpo.
Los hermanos Sapag y la primera pelea que ganó Elías
En 1964 Neuquén era una provincia con un puñado de miles de habitantes. El MPN llevaba sólo un año en el poder (hoy acumula más de medio siglo) y estaba todo por construirse. El esquema funcionó aceitadísimo hasta principios de los 90: Felipe Sapag gobernaba y su hermano Elías, desde el Senado, se ocupaba de las relaciones con el gobierno nacional y hacía valer su voto en el Congreso.
Los dueños de El Messidor, José Demaría Sala y su esposa Sara Madero, tenían a la venta el castillo construido por Alejandro Bustillo. Y Don Elías decidió que debía comprarlo para que la provincia de Neuquén obtuviera prestigio internacional con la visita a Villa La Angostura de dignatarios de todo el mundo. Por eso señó la compra con dinero propio.
Cuenta la historia que pasa de generación en generación en la familia que cuando el gobernador se enteró de la decisión que había tomado su hermano lo llamó y le dijo: “¿Vos estás loco? Somos un gobierno popular, no vamos a ir comprando castillos por ahí”.
El MPN era aún uno de los tantos “neoperonismos” provinciales creados por la proscripción y el exilio de Perón.
Tal vez fue la primera vez que Elías Sapag hizo jugar fuerte su influencia: convenció al ministro de Economía del presidente Arturo Illia, Eugenio Blanco, de que le cortara la asistencia financiera a Neuquén. Faltaba mucho para que la renta petrolera le diera a la provincia recursos extraordinarios y sin auxilio federal el Estado no podría pagar los salarios.
Otto López Osornio, ministro de Economía de la provincia en ese entonces, no lograba destrabar los envíos desde Buenos Aires.
Dicen que las peleas entre los hermanos Sapag eran largas y profundas, pero que la sangre no llegó al río sino hasta que en 1991 Felipe quiso imponer a su hijo Luis como candidato a gobernador. Eso fue mucho después porque en ese 1964, el gobernador debió ceder y concederle a su hermano el senador los 17 millones de pesos moneda nacional, unos 100.000 dólares en ese entonces, que costaba el castillo.
Los fondos llegaron a la provincia, los sueldos se pagaron y la ley de compra de El Messidor se aprobó el 23 de septiembre de 1964.
Publicado en Diario "Río Negro", 6 de Enero de 2017.
Publicado en Diario "Río Negro", 6 de Enero de 2017.
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