En la mitad de su mandato, el Presidente vuelve a las fuentes de su estrategia discursiva. Tal como se planteó en los primeros meses de la gestión de Cambiemos, el relato oficial encarnado por Mauricio Macri vuelve a intentar concentrarse en la buena onda, en la superación personal elevada a la categoría de políticas públicas, más que en el vocabulario confrontativo propio de La Grieta.
Temas ambientales, de salud nutricional, educación sexual, paridad de género con papis más presentes, entre otras medidas anunciadas durante el mensaje de apertura de sesiones parlamentarias, apuntan a la teoría de gobierno, muy moderna, que hace foco en la felicidad social como un objetivo de la neuropolítica, más allá de los parámetros de la “vieja política”. Las enseñanzas de Krishnamurti y otros referentes del espiritualismo cool parecen darle letra nuevamente a los ghost writers del Presidente.
Resulta claro el contraste con la postura abiertamente combativa de la retórica presidencial en el mensaje al Congreso del año pasado, cuando la pelea con el kirchnerismo generaba suficientes dividendos al oficialismo como para encarar confiado la elección parlamentaria de medio término: no hay que olvidar la performance televisiva de María Eugenia Vidal destrozando simbólicamente el relato K a costa del pobre Brancatelli.
Hoy pareciera que el Gobierno teme que tanta Grieta, sumada a la impaciencia colectiva con el pantano económico, alimente peligrosamente el malhumor social, y que lo que arranca como unos cánticos malintencionados en las tribunas termine en una bola de nieve de desesperanza popular.
Cuando el bajón anímico (que ya se registró en los sondeos de imagen presidencial) se apropia de la escena comunicacional, el PRO suele replegarse en el duranbarbismo primitivo, que supo ganar una elección a fuerza de gestos modernizadores y antiideológicos, como un modo eficaz de aprovechar el budismo light de Mauricio para desmarcarse de la rancia y bastante hipócrita arenga clasista y combativa del peronismo K.
En línea con los coqueteos New Age de la Casa Rosada -que tanto irritan al Papa argentino-, el mensaje subliminal del discurso de apertura de sesiones 2018 fue una versión aggiornada del “estamos mal pero vamos bien” menemista, tan riesgoso y falaz como el “estábamos bien pero ahora vamos mal” que el cristinismo y la oposición moyanizada ensayan con desesperación, con un ojo puesto en las cédulas de citación a Comodoro Py.
Es sintomático que este repliegue espiritual del relato presidencial combine cierta tregua pacifista respecto del cuco K con una apertura de grietas internas en Cambiemos, fogoneada expresamente por la repentina instalación oficial del debate sobre el aborto legal. Este tema abre surcos nuevos (o dormidos) en la Iglesia, en las filas del progresismo opositor pero tambiém en la coalición de gobierno e incluso en el staff histórico del PRO. ¿Será otro error no forzado de Macri? ¿O se trata de una etapa renovada del “divide y reinarás”, que busca superar la ya desgastada Grieta socieconómica que partió las aguas y dio tanto rédito durante la última década y media?
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