PARA EL DIA DE LA FIESTA DE LA ADORACIÓN DE LOS REYES (EPIFANÍA) Meditación de San Juan Bautista de la Salle.
Nunca nos cansaremos de admirar la fe de los santos Magos; pues no se halló en Israel fe que se parezca a la de estos admirables gentiles, según dice san Bernardo.
Descubren una estrella nueva y extraordinaria y, a su sola vista, parten de una región remota en busca de Aquel que, ni ellos conocen ni es conocido siquiera en su propio país.
Alumbrados por su luz y, más aún, por la de la fe, se ponen en camino para anunciar un nuevo Sol de justicia, en el lugar en que ha nacido, y dejan atónitos a sus habitantes con el ruido de semejante nueva. Ellos, en cambio, no se maravillan, porque siguen los destellos de la Luz verdadera, y porque " sólo la fe conduce a Jesucristo ", en expresión de san Pablo.
La estrella no se les muestra en vano: su aparición llevó consigo la gracia de Dios; y aquel día se trueca para ellos en día de salud, por haberse mostrado fidelísimos a las inspiraciones divinas.
¿Prestamos atención nosotros a las iluminaciones que de Dios recibimos? ¿Somos tan diligentes en seguirlas, como lo fueron los santos Magos en dejarse conducir por la estrella que los guiaba?
De esa pronta fidelidad a la gracia depende muchas veces la salvación y felicidad de un alma. Dios dispensó a Samuel el favor de hablarle, porque se presentó tres veces consecutivas para oírle, tan pronto como sintió su llamamiento. Y san Pablo mereció la gracia de su total conversión, porque se mostró primero fiel a la voz de Jesucristo que le hablaba.
Eso debéis hacer vosotros con tanta diligencia como ellos.
Luego que llegaron a Jerusalén, y dentro del palacio de Herodes, los Reyes Magos preguntan: ¿Dónde ha nacido el Rey de los judíos?
¡Qué pregunta para hecha en el palacio mismo del príncipe! Es cierto, dice san Agustín, que varios reyes habían nacido en Judea, y que el propio Herodes - allí reinante tenía varios hijos; pero a ninguno de ellos venían a adorar y reconocer los Magos como Rey, por que el Cielo no los había enviado en su busca.
Verdad es también, según cuenta san Fulgencio, que poco antes le nació a Herodes un hijo en su palacio; el cual reposaba en cuna de plata, y era respetado de toda la Judea. Con todo, aquellos Reyes ni hacen caso de él ni le mientan siquiera en el palacio real.
¡Oh santa osadía la de nuestros Magos! ¡Entrar así en la capital y llegarse hasta el trono de Herodes! Nada temían porque la fe que los animaba y la grandeza del que venían buscando les urgía a olvidar y a tener en menos toda clase de consideraciones humanas; por eso consideran a Herodes, con quien están hablando, como infinitamente menor que Aquel que les había anunciado la estrella.
No es posible admirar debidamente que gentiles educados en los errores del paganismo poseyeran fe tan viva y se mostrasen tan fieles en seguir sus luces.
Esta fe se aumentó y fortaleció sobremanera cuando, congregados todos los príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, indagó de ellos Herodes el lugar en que había de nacer el Cristo. En Belén, le respondieron; a lo que agregó el rey dirigiéndose a los Magos: Cuando encontréis a ese Niño que buscáis, yo mismo iré a adorarle. Mas ellos, salidos del palacio, no volvieron a ocuparse del rey Herodes.
Así debe apremiaros la fe a despreciar todo cuanto el mundo estima.
Dejada la ciudad de Jerusalén, se dirigieron los Magos a la humilde aldehuela de Belén, para encontrar allí al Rey que buscaban. Iban conducidos por la estrella, que caminaba delante de ellos, hasta que, llegados al lugar adonde yacía el Niño, se paró. Entrando entonces en el establo, " vieron los Magos a un niñito envuelto en pobres pañales, acompañado de María su Madre ".
¿Cómo no temieron los Magos, a tal visión, ser víctimas de algún engaño? ¿Son éstas, insignias de rey? ¿Dónde está su palacio?; ¿dónde su trono?; ¿dónde su corte?: exclama san Bernardo.
Y prosigue: su palacio es el establo; un pesebre le sirve de trono; la compañía de la Santísima Virgen y san José forman su corte.
No tienen por despreciable el lugar; los pobres pañales no les causan extrañeza, ni los maravilla ver a un débil niño amamantado por su madre. Se prosternan delante de Él, dice el Evangelio; le reverencian como a su Rey y le adoran como a su Dios. Ved lo que les impulsó a obrar la fe, de cuyo espíritu estaban vivamente penetrados.
Reconoced a Jesucristo bajo los pobres harapos de los niños que instruís; adoradle en ellos; amad la pobreza y honrad a los pobres, a ejemplo de los Magos. Porque la pobreza ha de seros amable a vosotros, encargados de educar a los pobres. Muévaos la fe a hacerlo con amor y celo, puesto que ellos son los miembros de Jesucristo.
Ése será el medio para que el divino Salvador se complazca entre vosotros, y de que vosotros le halléis; ya que Él amó siempre la pobreza y a los pobres.
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