Días pasados se ha cumplido otro aniversario del desembarco argentino en las Malvinas, que precediera a la guerra concluida el 14 de junio del 82. Y, aunque no esté bien visto hacerlo, me propongo celebrar aquí la decisión de intentar recuperar lo que es nuestro, adoptada por el gobierno militar que nos regía entonces.Por lo pronto, tanto da que se tratara de un gobierno constitucional o de facto. La decisión debe juzgarse en sí misma, con prescindencia de quién la adoptó.
Algún mal intencionado afirmó que el intento obedeció a que el gobierno tambaleaba y el desembarco uniría a la población detrás de sus autoridades.
Estimo que la hipótesis es falsa y malévola. Basta considerar que el almirante Anaya, miembro de la Junta que nos gobernaba, abrigaba desde siempre la ilusión de recuperar las islas y trató de transformarla en realidad no bien estuvo en condiciones de hacerlo.
Como se recordará, el asunto comenzó con el incidente protagonizado por Constantino Davidoff en la Georgias, cuando empezó a desmontar una vieja factoría ballenera, autorizado para ello por el gobernador inglés de Malvinas.
Los ingleses adujeron que la gente de Davidoff había izado la bandera argentina en su campamento y que había disparado algunos tiros. Cosa seguramente cierta pero que nada tiene de extraño, porque es natural que en un campamento argentino se enarbolara la bandera argentina y que sus ocupantes dispararan contr aves marinas según lo explicaron.
Pero Margaret Thatcher inició una escalada que desencadenó la guerra. Despachó un buque artillado, pretendió que los argentinos presentaran sus pasaportes como si estuvieran en un país extranjero y dispuso el ataque al submarino argentino Santa Fe.
Quizá nosotros hayamos caído en la celada inglesa al desembarcar Infantes de Marina. Porque a Inglaterra le interesaba llegar a la guerra, para justificar la instalación de una fuerza militar considerable en las Malvinas.
Pero también es cierto que la Argentina no podía tolerar que obreros argentinos fueran desalojados por la fuerza del archipiélago.
La argentina fue una reacción digna, aunque estuviera en inferioridad de condiciones frente al Reino Unido. Y sus soldados se batieron como es debido en el enfrentamiento.
Claro, después de la derrota, fueron devueltos al continente como enfermos contagiosos y el general Bignone, primero, y después el doctor Alfonsín, llevarona cabo una minuciosa tarea de desmalvinización, infame al fin de cuentas.
Por eso, a 39 años de la guerra, quiero reivindicar la decisión de llegar a ella fustigando la desmalvinización.
Y repetir dos axiomas que acuñé oportunamente al respecto: La Historia se escibe con victorias y con derrotas; lo imperdonable es mantenerse al margen de ella .
El otro: Las guerras se pueden perder, las que no se pueden perder son las posguerras.
Publicado en Diario "La Prensa", 8 de abril del 2021.
http://www.laprensa.com.ar/500813-Dos-de-abril.note.aspx
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