La cosa nostra, l’omertá y otros componentes del sistema político nacional.
Nunca la mafia política y económica estuvo mejor representada y más a sus anchas.
Pasadas unas horas de su rara ampliación de indagatoria decidida por voluntad unilateral de Cristina Fernández, que considera que merece el privilegio de pasar por encima del Código Procesal y hasta del propio rechazo in límine del tribunal que la juzga, casi se han agotado las opiniones sobre esa suerte de defensa anticipada y extemporánea, que deja descolocados a sus propios abogados defensores, que ahora tienen el pobre payasesco papel legal de ratificar sus dichos, simplemente, por vacuos que fueren.
También ha quedado claro que la viuda no sólo se siente dueña de todos los dólares que existen o lleguen al país y de las exiguas reservas, sino también del Senado, que considera su otro domicilio o feudo privado, desde el que, refugiada como en una madriguera, impera y hace su voluntad.
Por supuesto que la seudo defensa ejercida por la procesada no sólo no lo es, en cuánto se limita a acusar a otros de haber hecho lo mismo que ella, algo innecesario ya que había sido puesto en vergonzosa evidencia con el caso de Los cuadernos y su centenar de cómplices empresarios que han aceptado su culpabilidad, a fin de que, como todo ladrón arrepentido, no les caiga el peso de la ley sobre sus cabezas, y con algunos benefactores de la patria que en el extremo de la impunidad y el caradurismo, mandaron presos a sus amanuenses. Habría que ver, para ser justos, si esos confesos coimeros tienen ahora algún grado de participación, subcontrato o acuerdo de compras en el gasoducto que lleva orgullosamente el nombre de Néstor Kirchner, también mandado al frente por corrupto por su esposa, en su verborrágica catarsis. Eso mostraría definitivamente que Argentina se ha terminado.
Debe quedar claro que el negociado con Clarín del que acusó a su difunto favorito, involucra al socio del matrimonio presidencial David Martínez Guzmán, un súbito billonario mexicano, y acaba de culminar en este gobierno, luego de varias fusiones y ventas, en el mayor y más alevoso de los monopolios. La fusión de Multicanal-Cablevisión-Fintech-Telecom-Telefónica Personal- Fibertel, inadmisible en cualquier otro país más o menos serio. Martínez, como Eskenazi, es seguramente otro experto en mercados regulados, frase en la que sólo creen los descuidados, como la SEC americana.
Traicionada.
Esta rotura de la omertá, el juramento sagrado mafioso que se pena con la muerte en el mundo corleoniano, no es fruto de un descuido ni del despecho. Es la convicción de la señora Fernández de que ha sido ella la traicionada por algunos de los miembros de la mafia. Simplemente se ocupa de recordárselo. Más que una defensa de la acusación de la Justicia, es un reproche contra los que cree que rompieron primero ese pacto de silencio y secreto. Este supuesto la guía, la alimenta, le enciende la llama que se manifiesta en cada intervención, en cada mise en scène, porque su lógica no es la lógica de la política ni la lógica de la justicia ni siquiera la lógica de la moral: es la lógica de la mafia. Eso no le permite comprender que las situaciones no son simétricas. Si a consecuencia de cualquier denuncia ante la justicia fuera condenado cualquier funcionario que no le perteneciera, nadie saldría a hacer marchas, ni a pedir la remoción de la Corte, ni a postrarse ante los organismos internacionales inventados que se burlan de la Constitución Nacional y que han sido creados para perpetuar las mafias mundiales en todos sus formatos.
A esta altura de la realidad, pocos ignoran que el sistema político argentino es un sistema mafioso multipartidario, con una maraña de leyes que subordinan a los políticos a someterse al poder de las finanzas, con una boleta sábana que excede al simple formato impreso, con un montón de ganapanes que hacen de la política un linkedin, y el poder un objetivo por el poder mismo. Se dirá que eso pasa en muchos países. Es cierto. Pero no es el objetivo de esta columna el salvar a la humanidad, sino evitar la mayor cantidad posible de desencantados y de emigrantes argentinos. En el otro extremo, está la polarización, herramienta fundamental para todo formato corrupto y sobre todo, de burócratas inútiles. El fanatismo, el hinchismo. El barrabravismo que impide ver lo mal que juega el equipo del que se tiene un escudo en la puerta del placar, o en el espejito del auto.
La URSS debe haber sido, aún más que el nazismo, uno de los ejemplos más claros de adoctrinamiento que se conocen. Su pueblo estaba impregnado de un enorme fanatismo, creía además que estaba salvando a su patria, que lo esperaba el progreso, la justicia, la equidad, la grandeza y la felicidad. En nombre de esa creencia auspiciaba dictadores salvajes, asesinos, oprobios, esclavitudes, purgas, millones de muertes, segregación, racismo, confiscaciones, hasta ofrendar sus derechos y libertades al poder omnímodo de sus amos en nombre de su odio y su resentimiento. Ese adoctrinamiento lo llevó a la sumisión. Quién haya conocido aquel pueblo de la Unión Soviética, no puede evitar la comparación con la actualidad nacional, la irracionalidad y fanatismo de los planteos, la negación, heredada del materialismo dialéctico que ahora ha devenido en relato, que sostiene que todo lo que se niega no existe, por evidente que fuera.
Al mismo tiempo, y en paralelo, la viuda de Kirchner es la madrina de la mafia peronista. La jefa del Cartel kirchnerista. Si es atacada por la justicia y es juzgada, ningún otro jefe ni padrino estará en su contra. La sanción social o la prisión no cambian el hecho. Aún los peores enemigos saben que el poder no está en la sociedad, ni en la ley, ni en la justicia, ni en la policía. El poder está en la mafia. Sólo los otros padrinos pueden decidir su destino. La cosa nostra no recurre a la justicia. Fiscales abstenerse. Aunque se llamen Elliot Ness.
Por eso, se observa que líderes peronistas como Miguel Pichetto, por ejemplo, que aparentemente habían tomado un camino de sensatez, de pronto se cuelga de la teoría delirante del law fare, o se solidarizan con el criterio de que, si el pueblo la ha votado, la justicia no puede arrogarse el derecho a ignorarlo, aunque se hubiese robado un presupuesto entero, y en especial a las clases más pobres. Y lo mismo pasa con quienes deben favores al padrino, o la madrina, si se prefiere. Eso explica los Manes, pero también explica el silencio sin nombre de varios supuestos adalides liberales, de quien la sociedad sospecha del origen de su financiamiento, que omiten personalizar, que hablan de su oposición a la corrupción, pero dejan incólume o al menos eluden la mención a Cristina y su procesamiento concreto, que prefieren expresarse con eufemismos y generalidades, como las reinas de belleza que abogan por la paz universal, y ahora por la lucha contra el cambio climático, por los trans y contra el machismo.
Mafias. Grandes, pequeñas, potenciales. Pero todos los padrinos defienden al padrino más grande. Lo odian, pero lo apañan y le temen. Por eso se vio al periodismo militante o al periodismo neutral defendiendo la elección popular, o condenando la supuesta proscripción que implica inhabilitar a alguien para la función pública, sanción que está consagrada por la ley y por la misma Constitución Nacional. Es la hora de cobrar los favores. O de pagar por los favores recibidos. La mafia no perdona. Ni olvida.
Marabuntas o mangas de langostas.
Por esa condición ancestral de comportamiento animal, como las marabuntas o la manga de langostas, que parecen desarrollarse con un caos y un desorden crecientes pero que conducen inexorablemente a un final preciso y fatal, el concepto de “me juzgará el pueblo” o “ya me juzgó la historia”, el criterio de que la política está por encima de la ley, coincide, punto por punto, con la línea que están siguiendo los otros partidos o movimientos latinoamericano pro Patria Grande, con la prédica de la Iglesia de Puebla fundada por Francisco I en base al Documento de Puebla, (¿será de ahí de donde proviene el término pueblada?, con la constitución de Chile, que elimina el tercer poder, el judicial y lo reemplaza por un Tribunal de penas político, o con la constitución proyectada colombiana, por supuesto por la línea del partido único que todo lo juzga de Castro o Maduro, o de China, Corea del Norte o la vieja URSS. También está en línea con el concepto de justicia transnacional que hace que orgas de inútiles burócratas sublimados invadan las constituciones de cada país y le quiten el tercer poder, el poder de contralor, el poder republicano de los tres poderes que se controlan entre sí.
Hace rato que el neomarxismo con nombres diversos, desde socialismo a progresismo, viene siguiendo la línea Marx-Gramsci, de combatir al capitalismo con su mayor arma, hasta apoderarse de ella y esgrimirla como bandera propia: la democracia. Pero esa democracia socialista no es lo mismo que estamos dispuestos a morir para defender. Es una democracia de partido único, de Cristinas Fernández, donde no hay poder judicial, donde los políticos se controlan entre políticos, una democracia sin república, o sin principio republicano. Una democracia dictatorial, en la que el que gana manda y el que pierde simplemente obedece o se somete. Sin control, sin jueces, sin derecho administrativo que detenga los abusos del estado contra los ciudadanos. Una democracia venezolana, o cubana, o de la Alemania del Este.
Aun países serios como Uruguay sufren ese embate de confusión y deseducación, aunque todavía no se da cuenta. El exvicepresidente Sendic, una versión guerrillera simbólica oriental, todavía no pudo explicar en qué perdió mil millones de dólares ANCAP durante su gestión, y fue condenado por la justicia apenas por usar su tarjeta de crédito oficial para compras relativamente ridículas. Allí casi es considerado de mal gusto demandar que los funcionarios públicos se sometan a la acción de la justicia. Justamente la brillante advocación del fiscal Luciani.
Democracia popular, un engendro.
Fuera del subcontinente, cada día crece más la demanda de democracia popular o directa, que, sin explicitarlo traen al dorso la eliminación de la justicia como poder, el argumento del law fare o la elección por votos de los jueces, que llevan al fraude, a la democracia sin república, a la esclavitud del que pierde, sin ningún derecho. Esa es la demanda básica de todos los movimientos que promueven el redistribuicionismo, la religión woke, el reseteo global y la agenda 2030: países donde quien gane, o algún partido único que gane, decida sin ningún límite judicial o legal el destino de todos: en vez de apelar al viejo apotegma “el que gana gobierna y el que pierde ayuda”, que tampoco quiere decir nada, aunque ahora se es más sincero: el que gana manda y roba lo que quiere. Para repartir o para quedárselo. Todo control judicial es considerado antidemocrático. Para eludirlo basta invocar el law fare. Palabra del Papa, palabra de Dios. Esa es la nueva democracia. Una democracia sin republicanismo. Sin controles mutuos ni defensa del ciudadano. A eso se suma el embrutecimiento educativo, el choripanismo y la indoctrinación del estilo URSS, y el populismo, que no es nada más que coimear al votante, con dádivas, con fanatismo, con patrioterismo o haciéndolo creer que está salvando a su país de quién sabe qué enemigos, o del tremendo cambio climático (Preguntar a España) o de algún otro enemigo invisible.
Cuando Hayek en su inmortal Camino de Servidumbre que le valiera el Nóbel analiza este mismo tema, encuentra el modo de unir la metodología de la burocracia de izquierda o derecha, más allá de nombres y consignas. “Todo gobierno de planificación central termina siempre en dictadura”, dice. Por un lado, porque cuando la sociedad (la acción humana) no actúa de acuerdo a sus planes o a sus ecuaciones, prefiere cambiar a la sociedad, no a sus planes. Entonces ordena, prohíbe, rige, encepa, confisca, reparte. Quiere suplantar miles de mercados con decretos. Hasta que el pueblo se muere de hambre. Cuando se acaba lo que hay para repartir y prometer y viene la miseria, se consolida la dictadura, siempre de partido único o del oligopolio político. Por eso el populismo no es ideológico, no es de izquierda ni de derecha. Es simplemente un instrumento de sojuzgamiento. Es simplemente humillante. Y además, no quedan dudas que alguien que pretende controlar el valor del dólar, repartir equidad, eliminar desigualdades, redistribuir la riqueza, está haciendo planificación central.
El otro gran pensador de la democracia, Alexis de Tocqueville, concluyó al final de su vida que hay que redefinir lo que es democracia y gobiernos democráticos, que no es un simple sistema de votación, sino que es un sistema de equilibrio de poderes y derechos, de respeto por las minorías y de honestidad, sin la que nada sirve, ni siquiera hay democracia auténtica posible. El progresismo o socialismo woke ha redefinido la democracia de la peor manera: el poder por el poder mismo a como cuadre. El poder absoluto para el que gana. Pero a los muchos problemas que ese concepto acarrea, hay uno adicional: la corrupción. Nada peor que un sistema sin controles, o autocontrolado. O sin límite alguno. Terminará siempre en un gobierno de ladrones. Con sus socios empresarios privados delincuentes, por supuesto. Con sus sindicatos cómplices delincuentes, por supuesto. Con sus organizaciones de desarrapados veniales, por supuesto. Con su pueblo hambreado, como cualquier argentino sabe. Porque la justicia, aun con todos los defectos humanos que pueda tener, es el único límite posible. Y en una democracia republicana, los funcionarios judiciales también son susceptibles de rendir cuentas, y de ser sancionados si se desvían de la línea honesta.
Sin quererlo, o no, quien sabe, Cristina Fernández está en la línea del progresismo neomarxista, de la agenda 2030, o de la encíclica socialista no escrita de Francisco I. Ellos no lo saben, pero como decía Perón, son todos peronistas. No importa la ideología.
PUBLICADO EN DIARIO LA PRENSA.
Imagen: Diario La Prensa.
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