GRACIAS POR ESTAR AQUÍ...

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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

martes, agosto 09, 2022

Abrazo victorioso de fe y patria.

 

Por Christian Viña * 


"Amar la Patria es el amor primero, y es el postrer amor después de Dios. Si es crucificado y verdadero, ya son un solo amor, ya no son dos". Estos versos del argentinísimo padre Leonardo Castellani adquieren, en estos cuarenta años de la Gesta de Malvinas, una particular proyección de eternidad. "Haz que por Ti la Patria en que vivimos sea un anuncio de la Celestial", cantamos, con fervor, en el bello "Cristo Jesús"; que, desde hace décadas, resuena en nuestro país, en honor al Sagrado Corazón de Jesús. Y Malvinas es y será siempre eso: un anuncio de la Tierra definitiva, de la Patria eterna. Porque se combatió con la mirada bien puesta en el Cielo, y los pies bien puestos sobre la tierra; para enfrentar a quienes, al pretender despojarnos materialmente de nuestro suelo, buscaron -y buscan- arrancar también nuestra identidad católica, nuestra certeza de la trascendencia, y nuestra lucha por la Eternidad.

MI ROSARIO NATAL.

En la tarde del 1º de abril de 1982, con 21 años, en mi Rosario natal, estaba estudiando las materias del segundo año de la carrera de Periodismo, junto a un compañero. Hicimos una pequeña pausa y, al encender la radio -no existía internet- escuchamos: Con las últimas olas de esta noche, o las primeras de la madrugada de mañana, tropas argentinas desembarcarán en nuestras Islas Malvinas. Era algo que veíamos venir, por lo sucedido en días anteriores, con comerciantes de chatarra argentinos; que buscaban desmantelar una estación ballenera, en la isla Georgia del Sur. Sentí, inmediatamente, una felicidad enorme por la noticia. Solo unos meses antes había concluido el Servicio Militar Obligatorio; y aguardaba, con entusiasmo, como reservista, el momento de convocatoria para ir al frente. Mi papá, Leoncio, que quiso ser militar, y no pudo, al igual que tantísimos argentinos, corrió a inscribirse como voluntario: "No tengo instrucción en armas -me dijo-; pero creo que como cocinero, o camillero, o en cualquier otro lugar, podré prestar algún servicio".

Nos enteramos, a las pocas horas, que el desembarco había sido designado Operación Rosario, por la Virgen del mismo nombre. ¡Como católicos, marianos, y rosarinos, teníamos motivos extras para celebrar! Y, con el correr de los días, conforme avanzaban los despliegues militares, sentíamos que nuestros corazones literalmente saltaban de nuestros pechos, por tanto fervor patriótico. Soñaba con ir al combate; y ser, también, de algún modo, corresponsal de guerra.

Fueron aquellos 74 días las jornadas más argentinas de todo el siglo XX. Desde las batallas por la independencia, y por la soberanía nacional, del siglo XIX, las armas patrióticas no habían librado un combate de semejantes características. Sentimos, como pueblo, que una causa absolutamente superior nos arrancaba de nuestras divisiones, de nuestros egoísmos, de nuestras mezquindades, y de nuestra recurrente tendencia a la pereza, a la vida sin sacrificio, y a esperar todo de los demás. ¡Era la hora de ser protagonistas! Y la inmensa mayoría de la población contribuyó con lo suyo: los soldados, de las distintas Fuerzas Armadas, y de Seguridad, en el frente; y, en el continente, juntando fondos para ayudarlos, reuniendo comida -incluido el chocolate, por las bajas temperaturas-; y nuestras madres y abuelas, tejiendo bufandas y mantas. Como hoy se hace, en buena parte de Occidente, por Ucrania, se hizo entonces, en nuestro país. Pero, claro, en aquel momento casi todo el mundo -salvo honrosísimas excepciones, como Perú y Venezuela, que nos apoyaron por completo; e, incluso, con pertrechos militares- se puso del lado del invasor extracontinental. Más allá, incluso, de circunstanciales declaraciones diplomáticas. En ése, como en otros tiempos críticos, la inutilidad de instituciones multinacionales, como las Naciones desUnidas, y su "extremismo de centro"; y también su fortaleza con los débiles, y debilidad ante los fuertes, mostraron toda su crudeza. Es que, en los momentos cruciales, duelen más que los disparos del oponente, la calculada "prudencia" de los "neutrales"; y las palmaditas de ocasión de los presuntos amigos.

EL ALINEAMIENTO.

Sí, todo el pueblo salió a la calle a vivar a la Patria. La dirigencia política -luego devenida en "casta"- del momento, sin excepciones, apoyó la empresa. E hicieron lo mismo dirigentes empresarios, sindicales, intelectuales y artistas de todas las procedencias. El alineamiento de todos los sectores y capas sociales no fue con circunstanciales gobernantes; sino con una causa que a ellos, como al resto de los argentinos, nos supera con creces. Era la primera vez, en décadas -y por qué no decirlo, en siglos- que los argentinos deponíamos por un tiempo las armas del odio, el resentimiento y la sed de venganza, por una hermandad no fingida, y un patriotismo vivificante; verdadera bocanada de aire puro, luego de tantos desencuentros, violencia, y muerte. Fuimos capaces de comprender que no sólo los mundiales de fútbol podían movilizarnos, en pos de la gloria. La verdadera Gloria no estaría solo en la victoria; que, por cierto, hubiese sido muy bienvenida. Estaba ya en el propio combate; en ese firme afán de dejar de ser esclavos de la oligarquía y el imperialismo, que en las décadas siguientes mostraron todas sus garras, y su permanente invasión económica, política, y cultural.
Basten, como ejemplo, la seguidilla de leyes antiargentinas, antivida, antifamilia, y antipobres que nos impusieron. No nos perdonaron que quisiésemos seguir siendo católicos; y rezarles al Señor, y a la Virgen, en español, y no en inglés.

HEROISMO EN EL COMBATE.

El heroísmo de nuestros soldados se agiganta con el tiempo. Hay que leer los buenos libros, testimoniales; por ejemplo, de nuestros aviadores, de nuestros marinos, y de nuestros soldados, para descubrir hasta dónde llegó su coraje, y destreza profesional. Hasta quienes estuvieron en el otro bando, y no renunciaron a la verdad, y a la honestidad intelectual, han reconocido esto, en más de una ocasión; en publicaciones perfectamente hallables, más ahora, a través de la red. ¿Pero no hubo, acaso, deslealtades, pusilanimidad, y negligencias? Claro que sí: los hay en todas las circunstancias en donde, dos o más mortales, estamos de por medio; mucho más en situaciones extremas. No debe cederse, de cualquier modo, al relato excluyente de los vencedores; que han buscado, y siguen buscando, presentarnos inadmisibles versiones sobre el comportamiento de nuestros guerreros. Casos excepcionales, y astutamente manipulados, no enturbian de ningún modo la estatura moral de la enorme mayoría de los Veteranos.

El 14 de junio de 1982, día del fin de la batalla de Puerto Argentino, ciertamente derramamos abundantes lágrimas. Pero fuimos millones -comenzando por quienes regresaron de las Islas- los que decidimos no rendirnos. Y seguir la lucha, por el momento, con distintos medios.

Los que ganaron, circunstancialmente, la batalla se encargaron, como siempre lo han hecho -junto a la masonería, y el poder internacional del dinero-, de imponernos su exclusiva, sectaria y, por momentos, ridícula descripción de lo ocurrido. Suele decirse que a la historia la escriben los que ganan; pero está la otra historia, la tallada en tantos corazones bien nacidos, que no sabe de operaciones de propaganda, ni de versiones políticamente correctas.

LA POSTGUERRA.

A medida que se iban reincorporando a sus familias, fuimos recibiendo, como podíamos, a los Veteranos de Guerra. Ya desde los tiempos de mi labor periodística en los diarios y, luego en las radios, y en la televisión de Rosario, busqué darles espacios para que ellos contasen sus propias historias, y mantuviesen bien vivo ese fuego argentino. Me hice amigo de varios de ellos; desde generales, hasta humildes soldados. Y buscaba, por todos los medios a mi alcance, de visibilizarlos -como se dice ahora-, en sus reclamos, en sus sueños y, también, en sus frustraciones. Los acompañé en numerosas charlas en colegios, y otras instituciones. Y, en la medida de mis posibilidades, apelaba a la popularidad que me daban los medios para acercarles soluciones concretas, a sus problemas cotidianos.

Me emocionaba hasta las lágrimas cuando me contaban, por ejemplo, que en una mano tenían el fusil, y en la otra el Rosario. Uno de ellos, Pablo, con el que tengo también, cierto parentesco, me decía: Todas las noches le pedíamos al Señor y a la Virgen dos cosas: el regreso, y la Victoria. Pero si solo se podía darnos una cosa queríamos ¡la Victoria!...

Ya como seminarista, y luego como Sacerdote, pude acceder al testimonio directo de varios capellanes militares, que estuvieron en Malvinas, como Monseñor Roque Puyelli; el padre Vicente Martínez Torrens, autor de "Dios en las trincheras", y el sacerdote dominico Domingo Reanudiere de Paulis, entre otros. Hasta bajo el fuego del invasor seguían celebrando la Santa Misa, y confesando.

Pero, claro, ello como tantas otras cosas no cuenta a la hora del relato; que busca imponerse, como discurso único, desde el gobierno, por medio de viejos guerrilleros, hoy devenidos en censores públicos, serviles al globalismo.

Tuve el honor de asistir a varios Veteranos, con el auxilio de los Santos Sacramentos; en sus horas finales, o en sus momentos más difíciles. Nunca será mucho lo que hagamos por nuestros héroes, vivos y difuntos. Es de hijos bien nacidos, ser siempre agradecidos. "Doscientos años no son todo en Ti, Argentina. El combate nos reclama raudamente. Otros siglos nos esperan en Malvinas. ¡Allá vamos, a tomar de nuevo el frente!", escribí en mi libro "Hoy rodeados de amor"; a propósito del Bicentenario de la Revolución de Mayo, de 1810. Sí, aquí estamos. Esperando el regreso. Y, mientras tanto, seguimos sembrando Evangelio y Patria; con la seguridad de que la única batalla perdida es aquella que no se libra.

* Sacerdote y periodista.

 PUBLICADO EN DIARIO LA PRENSA.

https://www.laprensa.com.ar/518956-Abrazo-victorioso-de-fe-y-patria.note.aspx

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