“Un sabor eterno se nos ha prometido, y el alma lo recuerda”
(Leopoldo Marechal).
Leopoldo Marechal nació en la ciudad de Buenos Aires, el 11
de junio de 1900 en el barrio porteño de Almagro.
Se destacó en casi todos los géneros literarios: poesía,
ensayo, narrativa y teatro. Identificado claramente con el peronismo, habiendo
ocupado importantes cargos dentro del gobierno de Juan Domingo Perón cuando la Dirección General de Cultura
se transforma en Secretaría Leopoldo Marechal queda a cargo de la Dirección de
Ensenanza Artística y militando activamente en la resistencia peronista,
Leopoldo Marechal después de 1955 su presencia fue proscrita y por lo tanto
desterrada de los manuales de literatura y de las librerías. Se llamaba a si
mismo “el poeta depuesto” y lo fundamentaba: “En nuestra fauna sumergida
existen hoy el Gobernante Depuesto, el Militar Depuesto, el Cura Depuesto, el
Juez Depuesto, el Profesor Depuesto y el Cirujano Depuesto. No quedó aquí
ningún hijo de madre sin deponer. -¿Y usted qué lugar ocupa en esa fauna? –me
preguntó Megafón chisporroteante de malicia. –Soy el Poeta Depuesto –le confesé
modestamente”.
Haciendo una autocrítica del primero y segundo gobierno
peronista decía: “Entre los errores del justicialismo en su primera
encarnación, no pocos se redujeron a “exteriorizaciones irritantes” que se
debieron y pudieron evitar. Su mayor error a mi juicio, fue el de haber
realizado una revolución “a medias”: una revolución debe ser integral, porque,
si se hace a medias, en la otra mitad no tocada subsisten anticuerpos que la
derrotarán al final. Y lo comprobamos en 1955”.
Autor de "Días como flechas",
"Heptamerón", "Cuaderno de navegación”, "Antígona
Vélez", "Historia de la calle Corrientes", las novelas "El banquete de Severo Arcángelo",
"Megafón o la guerra", "Adán Buenosayres" una obra que en
su momento fue incomprendida, criticada y silenciada.
El 26 de junio de 1970 el escritor muere a causa de un
síncope en su departamento de Rivadavia al 2300 en Capital Federal.
Yo vi la Patria en el amanecer
que abrían los reseros con la llave
mugiente de las tropas.
La vi en el mediodía tostado como un pan,
entre los domadores que soltaban y ataban
el nudo de la furia de sus potrillos.
La vi junto a los pozos del agua o del amor,
¡niña y trazando el orbe de sus juegos!
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