El fascismo y la marcha sobre Roma, libro del italiano
Emilio Gentile que acaba de publicar Edhasa, es una historia de suspenso. En
especial el capítulo que narra los días inmediatamente anteriores a la llegada
de los fascistas a la capital italiana para hacerse del poder en un acto que
muchos adivinaban y muchos no querían creer. De un gran mitin del Partido
Fascista en Nápoles, los oradores partían a la carrera para preparar una marcha
que el mismo Mussolini se encargaba de envolver en otras líneas posibles de
acción. La táctica era confundir al gobierno italiano, pero también el Duce
dudaba si la marcha sobre Roma era la forma más apta para lograr la hegemonía
fascista en el debilitado gabinete italiano. No eran sólo subterfugios. El
suspenso se prolongó durante horas, incluso mientras los fasci di combatimento
se estaban movilizando. ¿Qué habría sucedido si el Duce hubiera retrocedido en
el instante preciso que lo condujo a Roma y al poder?
Traigo el ejemplo no para comparar la situación argentina
con el avance del fascismo (no insulten, por favor), sino para mostrar de qué
modo los escenarios futuros pueden ser un riesgoso despeñadero de la
omnipotencia predictiva.
De las elecciones de octubre de 1983, que le dieron la
presidencia a Raúl Alfonsín, tengo una anécdota que debería figurar en algún
manual de instrucciones sobre pronósticos. Uno de los encuestadores más
inteligentes de aquella época, días antes de los comicios, expuso los resultados
de sus sondeos frente a un grupo de cientistas sociales. Los números marcaban que el ganador sería Alfonsín.
Después de mostrarlos, sacudió la cabeza, se sonrió y dijo: “Algo debo haber
hecho no del todo bien”. No podía creer lo que le saltaba en sus encuestas, no
sólo porque iba en contra de sus deseos sino porque iba en contra de las
predicciones de casi todo el mundo. Quienes escuchábamos nos miramos, sin saber
qué decir frente a ese hombre dividido entre su método y la historia argentina
que (pensaba él) tendería a repetirse como en 1973. En ese momento, Pancho
Aricó, el gran intelectual socialista recién llegado de su exilio en México,
dijo: “¿Y no será que se ha producido un twist?” Usó la palabra con irónico
tono cordobés.
Aricó tenía razón: se había producido un twist, en el que
pocos creían en ese momento. Y téngase en cuenta que esto sucedía antes del
desastroso acto de cierre de la campaña peronista, donde el caudillo Herminio
Iglesias quemó un cajón frente a miles de manifestantes y, lo que fue peor,
frente a las cámaras de la televisión. Ese fue el twist evidente.
Pero otro twist ya se había producido, y lo mostraban las
encuestas de mi incrédulo amigo. Dicen que Alfonsín estaba convencido de que
ganaba esas elecciones. El convencimiento de un candidato es un elemento
central en el ímpetu con que encara la campaña, no en el resultado. Alfonsín
tenía ese ímpetu. Pero derrotar al peronismo por primera vez en elecciones
limpias y sin proscripciones era algo que pocos pensaban que podía suceder. El
peronismo había sido proscripto después de 1955, entre otros motivos porque se
lo creía imbatible. Las encuestas de mi amigo, que preludiaban la derrota
peronista en 1983, no fallaban por su método sino por inverosímiles. La
ideología y el imaginario (combinados) son tanto o más fuertes que el método.
Carlos Altamirano ha escrito sobre la llamada, y hoy
olvidada, “renovación peronista” encabezada por Cafiero (puede leerse en la
compilación de Palermo y Novaro La historia reciente). En 1988, poco antes de las
elecciones internas del justicialismo, Cafiero parecía el seguro vencedor en un
proceso que lo había tenido como estratega. Sin embargo, esas elecciones las
ganó Menem, que derrotó a Cafiero incluso en la provincia de Buenos Aires, su
plaza fuerte. Sólo después (señala Altamirano) “lo acontecido deja ver sus
razones”. Recuerdo no sólo la tristeza de los peronistas renovadores, sino
sobre todo la decepción de esperanzas que ellos creían fundadas.
¿Alguien anunció en
mayo de 2003 que el débil presidente Kirchner, recién electo en comicios que lo
habían dejado segundo detrás de Menem, acumularía un poder formidable dentro y
fuera de la geografía justicialista? ¿Alguien dijo que iba a haber kirchnerismo
por más de una década? Las predicciones de 2003 iban en un sentido contrario.
Ni palabra sobre una década que hoy se debate sobre si es “ganada” o “perdida”.
De atenerse a los pronósticos, habría que llamarla la década “impensada”.
Sin embargo, hacer pronósticos o trazar “escenarios
posibles” es un ejercicio interesante. No puede suceder cualquier cosa en
cualquier momento. Pero si es cierto que no puede suceder cualquier cosa,
también es cierto que la política tiene sucesos impredecibles: la muerte, por
ejemplo. La de Perón estaba entre las posibilidades cercanas, sólo se trataba
de unos meses más o menos. La escalada por el poder dentro de su movimiento se
había desatado antes. Pero la de Kirchner podía no haber sucedido. ¿Qué habría
sido el kirchnerismo si Néstor hubiera seguido a cargo de la estrategia? ¿Qué
habría sucedido si no se hubieran cometido equivocaciones muy evidentes?
Más que de las predicciones fallidas, la historia aprende de
estas preguntas. ¿Qué habría sucedido si tal hecho no hubiera tenido lugar?
Juan Carlos Torre, en sus Ensayos sobre movimiento obrero y peronismo, sostiene
que el 17 de octubre “no tuvo nada de inevitable” y por eso se propone hacer
una “historia conjetural”, partiendo de que esa jornada histórica y mítica
hubiera tenido un desenlace diferente. Se aprende de esa conjetura más que de
la predicción del futuro. Cuando llega el momento de controlar las
predicciones, sólo las recuerdan los memoriosos o quienes van a los archivos.
Antes de que me lo recuerden, no voy a pasar por alto que, después de las
elecciones de 2009, dije que el kirchnerismo estaba de salida.
¿Cuántos supieron antes que Kirchner se convertiría en el
presidente del acto en la ESMA? Justamente él, que había permanecido alejado de
las organizaciones de derechos humanos cuando gobernó su provincia. ¿Alguien lo
imaginaba inaugurando una nueva etapa de la relación entre organismos y
gobierno? No había datos de ese “escenario” en su pasado. No fue previsto.
La política está hecha de esos “no previstos”, que son la
superficie rugosa del día a día, allí donde se ponen en juego la imaginación y
el talento. Justamente un político interesante no es quien repite sino quien
inventa. En ese sentido, la imaginación se diferencia del oficio político que,
hasta cierto punto, puede aprenderse. Se aprende a ser un “buen cuadro”. Más
difícil es que alguien aprenda a ser un gran dirigente que produzca un
“escenario”. Helmut Kohl, jefe de los conservadores alemanes y canciller,
llamaba a Angela Merkel “la muchacha”. ¿Alguien recuerda ese sobrenombre
condescendiente con el que se designaba a la que hoy es la mujer más poderosa
del mundo?
Por supuesto que es posible prever qué inversión necesitaría
la Argentina para disminuir su importación de energía; es posible prever que en
los próximos años la educación de los pobres y los excluidos será el gran
desafío nacional (creo que no queda prácticamente nadie en este país que no
haya pronunciado tal frase); es posible simular escenarios con distintas
reformas impositivas y evaluar sus ventajas y consecuencias. La política, la
mayor parte del tiempo, depende de esos datos predecibles. Pero los cambios
importantes a veces recorren caminos no predichos y todavía dependen de
iniciativas originales. Captar el momento de giro es sencillo cuando se piensa
en tiempo pasado.
http://www.perfil.com/contenidos/2014/09/14/noticia_0012.html
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