Sin duda, Ramón Carrillo fue el mejor ministro de Salud Pública que tuvo la Argentina a lo largo de su historia. Pero la circunstancia de haberlo sido bajo el gobierno de Perón provocó que la clase dominante lo convirtiese en un “maldito”, persiguiéndolo y silenciándolo, aún después de su muerte.
La aparición en Miradas al Sur de un recordatorio sobre la importancia de Carrillo me lleva a rememorar la lucha permanente desarrollada en su defensa por Rodolfo Áyax Alzugaray, compañero y amigo, con quien milité en el Partido Socialista de Izquierda Nacional, orientado por Jorge Abelardo Ramos, allá por los años ’60 y ’70, y del cual nos apartamos ambos: yo, a través de una renuncia; Rodolfo, expulsado por un tribunal partidario.
Rodolfo había nacido en Tucumán, el 30 de marzo de 1930, y desde muy joven manifestó interés por la medicina social, que por entonces implementaba Carrillo desde el ministerio. Así fue administrador de hospitales en Córdoba, pero por su militancia política fue exonerado por el gobierno dictatorial de Juan Carlos Onganía hacia 1967. Se traslada entonces a la Capital y además de prodigar esfuerzos en la lucha por el socialismo nacional, se interioriza de la gestión realizada por Carrillo y de sus ideas expuestas en Teoría del Hospital. Su admiración por el neurocirujano santiagueño se consolida y, aún más, se convierte en compromiso de vida al observar de qué modo fueron silenciadas su obra y su nombre.
Integrante de esa marea social que deviene de “la resistencia”, desarrolla su labor como administrador en varios hospitales y, en 1973, producido el triunfo popular del 11 de marzo, es designado administrador del Hospital de Neurocirugía de Haedo, donde vuelca todas sus fuerzas, sin medir horarios ni cansancio físico, con tal entusiasmo que puede decirse que “vive para el hospital”. Yo mismo lo vi –en ocasión de la internación de mi padre– concurrir los domingos al mediodía y a la noche para asegurarse de que los enfermos recibían los alimentos y los medicamentos indicados. A esta tarea inagotable, sumaba su conducta ética. Sometido a toda clase de presiones y propuestas sospechosas, mantiene su conducta intachable cumpliendo con todos los requisitos exigidos en materia de licitaciones, cumplimientos de pliegos, etc. Merced a su esfuerzo, un grupo de muchachas que cumplían tareas de limpieza en el hospital se organiza como Cooperativa de Trabajo “17 de Octubre”, liberándose de la explotación de los bajos salarios y malas condiciones de trabajo a que eran sometidas por los titulares de la concesión. (Bajo la dictadura, las chicas se vieron obligadas a convertirla luego en “Cooperativa 12 de octubre”).
Esa era su manera de ser leal a su admirado Carrillo, hasta que al producirse la instauración de la dictadura genocida, fue desplazado de sus funciones, sin reconocimiento de servicios ni resarcimiento alguno. A partir de allí se mantiene como puede, con la ayuda de Norma, su compañera, empleada en el hospital Posadas, dedicándose a hacer trámites de habilitación de farmacias y a partir de allí inicia el estudio de la vida y obra de su admirado Carrillo.
Así, Alzugaray fue el primero en romper el boicot de silencio que se había armado contra el gran sanitarista: juntó documentación, testimonios, recortes periodísticos de la vieja época, hasta que concluyó su libro Ramón Carrillo, el fundador del sanitarismo nacional, que fue publicado, en dos tomos, en 1988 por el Centro Editor de América Latina en la colección Biblioteca Política Argentina, dirigida por el amigo Oscar Troncoso, con prólogo de ese argentino, ejemplo de investigación histórica y de conducta moral que fue el ex compañero y amigo Fermín Chávez.
En esa obra, Alzugaray recorre la vida de Carrillo y recupera sus principales aportes ideológicos: “Los médicos debemos pensar socialmente… La medicina asistencial tiende a resolver el problema individual cuando se ha planteado, es pasiva; la sanitaria es defensiva, pues trata de proteger; la social es activa, dinámica y necesariamente preventiva… El principal promotor de la enfermedad no es el virus, son las malas condiciones de trabajo, la escasa nutrición…”, así hablaba Carrillo.
También analiza su Plan analítico de Salud Pública y su Teoría del Hospital, donde resume su concepción moderna acerca de la función social del médico y deja atrás el viejo concepto de la medicina. Por eso, Carrillo le dice a Evita: “Me parece muy bien el proyecto de los campeonatos infantiles de fútbol, pero la condición es que a cada chico que quiera jugar se le haga un examen clínico y cure sus dolencias antes de ingresar al campeonato”. Por eso se preocupa por la distribución del ingreso y la mejor alimentación del pueblo, que permitirá bajar la mortalidad infantil del 90 por mil en 1940, al 56 por mil en 1955. Por eso, junto con el doctor Carlos Alberto Alvarado inicia una campaña contra el paludismo en el norte del país. Las cifras hablan de su tarea: de 122.000 casos en 1946, sólo se registran 240 casos en 1955. Por eso también la construcción de policlínicos y la duplicación de camas.
Pero Alzugaray estudia también los roces y choques de Carrillo con sectores de la burocracia peronista y su renuncia en 1954, viajando a los Estados Unidos para tratar sus cefaleas permanentes y su hipertensión aguda. Estando allá se entera del golpe militar que derroca a Perón y sus amigos le hacen saber que allanaron su casa, buscando excusas para inculparlo de algún negociado y que confiscaron sus dos propiedades, así como sus cuadros y libros, imputándole ilicitudes que luego resultan inexistentes. Alzugaray publica cartas donde Carrillo defiende su integridad ética, rechaza todos los cargos e intenta, a través de un amigo que se desnude la verdad de los cargos infundados. En una de esas cartas, señala: “Vivo en la mayor pobreza, mayor de la que nadie puede imaginar… No tengo la certeza de que algún día alcance a defenderme solo, pero en todo caso, si desaparezco, queda mi obra y queda la verdad sobre ese gigantesco esfuerzo donde dejé mi vida”.
En los Estados Unidos, cuando mejora levemente, se contrata con una empresa minera que va a trabajar a Brasil, cerca de la ciudad brasileña de Belem do Pará. Pero poco dura el contrato, la empresa levanta sus instalaciones y él queda varado, sin recurso alguno. Se dirige entonces al modesto hospital local para trabajar como médico, pero la verdad es que no hacen designaciones ni tienen presupuesto para otro médico, por lo cual acepta trabajar de modo honorario. Y sus colegas brasileños se sorprenden notablemente cuando lo ven operar, en un nivel varias veces superior al común en esa época y lugar. Piden informes a Río de Janeiro y desde allí les comunican que fue ministro de Salud Pública y neurocirujano con medalla de oro en Buenos Aires. Ello provoca reconocimiento pero no se traduce en mejora económica. “Mi obra debe ser reconocida –señala en otra carta– y no puedo pasar a la posteridad como ladrón de nafta, se me cerraron todas las puertas y no pasa un día en que no reciba un golpe… Te pido que, llegado el caso, te hagas cargo de mi defensa y mi reivindicación moral”.
Poco después, sufre una hemorragia cerebral y fallece el 20 de diciembre de 1956. ¿Así termina su calvario? No. El gobierno de la dictadura aramburista prohíbe a sus familiares el retorno de los restos de Carrillo para ser enterrado en la Argentina.
Hasta muerto continúa siendo un maldito, un fantasma acusador de las tropelías oligárquicas, un maestro que difunde ideas para defender la salud del pueblo. Esta actitud bárbara sólo se explica en el odio desenfrenado de los gorilas. Pero no es siquiera una medida transitoria. Recién diez años más tarde –señala Alzugaray– los restos de Carrillo regresan a su patria.
Contra ese odio, contra ese silenciamiento, Alzugaray bregó permanentemente con su Centro Cultural Ramón Carrillo y con su libro. Se hicieron actos, con la participación de dos médicos de primera línea que reivindicaron a carrillo: Floreal Ferrara y José Carlos Escudero, todo ello impulsado por Alzugaray.
No obstante la escasa publicidad por falta de medios y luego por la quiebra del Centro Editor de América Latina, el libro sobre la historia de Carrillo se fue agotando, como esas ideas que decía Scalabrini Ortiz corren como el agua entre las piedras y las alcantarillas y nadie puede observar, pero que resurgen un día indetenibles. Alzugaray comenzó a trabajar sobre el libro para enriquecerlo con nuevos datos, pero la muerte lo sorprendió el 23 de julio de 2004.
En 2005, Daniel Chiarenza, publicó El olvidado de Belem, vida y obra de Ramón Carrillo, y en 2008, los familiares de Alzugaray interesaron a la editorial Colihue para la segunda edición de Ramón Carrillo, el fundador del sanitarismo nacional, libro que apareció en abril de ese año, con algunos agregados a la primera edición.
Ya vivíamos otra época y era posible que los estudiantes supieran que la prioridad es la salud del pueblo, que son aplicables los genéricos, que se deben respetar las condiciones de trabajo para evitar enfermedades. Carrillo empezó entonces a ser reconocido. Alzugaray quedó en el olvido. Pero otra gran figura del sanitarismo nacional, José Carlos Escudero, supo hacer justicia: “La actuación pública y la dignidad de Alzugaray eran contundentes. Experto en la vida y obra de Ramón Carrillo y pese a pasar apuros económicos, nunca sucumbió a la tentación de alquilar su sapiencia a la cáfila de pequeños anticarrillos que hacían lo contrario de éste, pero usaban a Carrillo como biombo para esconder su neoliberalismo y sus transas. Tampoco, siendo Alzugaray un sanitarista cuya palabra era escuchada, accedió a prestar su nombre a las sucesivas propuestas bancomundialistas en el área. En los últimos tiempos, inclusive, se había radicalizado, diciendo que se requería nada menos que un sistema nacional de salud, estatal y gratuito, para enfrentar nuestros problemas”.
Silenciado siempre –sólo un diario publicó unas pocas líneas sobre su fallecimiento–, su lucha continúa sin embargo y sus ideas –las suyas, las de Carrillo– mantienen toda su plenitud.
Fuente de información e imagen: Miradas al Sur. Edición número 328. Domingo 31 de agosto de 2014.
http://sur.infonews.com/notas/la-reivindicacion-del-doctor-ramon-carrillo
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