El regreso a la añorada patria.
El 28 de mayo de 1880, días después del 70 aniversario de la Revolución de Mayo durante la presidencia del Dr. Nicolás Avellaneda, llegaban los restos mortales del Libertador José Francisco de San Martín al muelle de las Catalinas en Buenos Aires.
Por Marcelo Calabria - Asociación Cultural Sanmartiniana. - Miembro del Instituto Nacional Belgraniano.
Múltiples fueron las gestiones para cumplir con el deseo que expresara el Gran Capitán en la Cláusula 4ta. de su testamento: "... pero sí desearía el que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires".
Así a pocos meses de la muerte del ilustre patriota, el 1 de noviembre de 1850, Juan Manuel de Rosas instaba al yerno de San Martín, Mariano Balcarce -a la sazón agente diplomático de este país en Francia-, para que "... luego que sea posible proceda, a verificar la traslación de los restos mortales del finado general a esta ciudad por cuenta del gobierno de la Confederación Argentina para que, a la par que reciba de este modo un testimonio elocuente del íntimo aprecio que su patriotismo le hacía merecer de su gobierno y de su país, quedé también cumplida su última voluntad".
Desde ese momento varias fueron las tratativas para lograr el cometido.
En 1864, durante la presidencia de Mitre, se sanciona la ley que propugna las acciones necesarias y los fondos correspondientes para llevar adelante el postergado proyecto.
Sin embargo pasarán varios años hasta que finalmente el 5 de abril de 1877 el presidente Dr. Nicolás Avellaneda convoca al pueblo de la Nación "para reunirse en asociaciones patrióticas, recoger fondos y promover la traslación de los restos mortales de don José de San Martín para encerrarlo dentro de un monumento nacional, bajo las bóvedas de la Catedral de Buenos Aires".
Pocos días después se firma el decreto creando la Comisión Nacional para restituir a la patria los restos del Libertador, constituyéndose la misma el 24 de abril de ese año, siendo encabezada por el Vicepresidente de la Nación, Dn. Mariano Acosta, e integrada por el presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, don Salvador María del Carril; el presidente de la Municipalidad de Buenos Aires, don Enrique Perisena; el general Julio de Vedia; don Antonio Malaver; el secretario del Senado, don Carlos Saravia; y el secretario de la Suprema Corte de justicia de la Provincia de Buenos Aires, don Aurelio Prado y Rojas entre otros.
La comisión funcionó incluso hasta un año después de cumplido su cometido disolviéndose el 6 de abril de 1881 momento en que realiza la rendición final de sus cuentas y procede a la devolución de los saldos excedentes.
Su gran actividad guiada por la austeridad y honestidad de su presidente permitió movilizar a todo el país constituyendo comisiones análogas comunales, provinciales y nacionales que aportaron a la causa nacional de repatriación de los restos de San Martín.
A casi treinta años de su muerte y gracias a la actividad de dicha comisión, los restos de José de San Martín llegaban el 28 de mayo de 1880 a Buenos Aires a bordo del navío Villarino.
Con la presencia del pueblo, gobierno en pleno, representantes extranjeros y la prensa local e internacional el "olvidado guerrero" recibió su merecido y póstumo homenaje.
En efecto, en el acto de llegar las cenizas, otro ilustre patriota fue el encargado de dar las palabras de bienvenida al cortejo, y en el mismo muelle las palabras de Domingo Faustino Sarmiento expresaron con gran sentimiento lo siguiente: "San Martín no es una gloria nuestra solamente. Reivindícanla como propia cuatro repúblicas americanas, si bien sus restos mortales pertenecen al país que lo vio nacer, no obstante que su acción y la influencia de su alma se extendieron sobre la mitad de este continente, como la fama de sus gloriosos hechos trascendió luego por toda la redondez del mundo, y su nombre llena una de las más bellas páginas de la historia moderna, cual es la aparición de los pueblos civilizados que poblaron el nuevo mundo descubierto por Colón".
"Washington, Bolívar y San Martín son, por cierto, dignos heraldos... de esta tierra (...) Después de un largo ostracismo, vuelven hoy estos gloriosos despojos a reposar en nuestro seno y serán depositados en el altar de la patria, santificado por la presencia del más ilustre de sus mártires, el perseguido de veinte años, el que hoy reconoce la historia humana Gran Capitán y la América del Sur como su Libertador, y la patria como la más brillante joya de su corona".
Seguidamente, luego de que el ex presidente hubiera completado su extenso discurso en que otorgó a San Martín el título de "el más ilustre héroe de la Independencia", el cortejo llegó a la plaza San Martín donde el presidente Avellaneda esbozó magníficos párrafos productos de su gran elocuencia entre los que se destacan los siguientes: "La América mostrará entre sus monumentos el sepulcro del primero de sus soldados. La República Argentina guardará los despojos del más glorioso de sus hijos. Seis naciones viven independientes, dentro de las líneas trazadas por la espada del gran capitán".
"Pueblos de la América escuchadme: no olvidéis el consejo del Libertador; y cuando encontréis su estatua ecuestre en las márgenes del Plata, en los llanos de Maipú o a orillas del Rimac, leed siempre las eternas palabras escritas en su base: la presencia de un militar afortunado es temible a los Estados que se constituyen de nuevo; para que jamás convirtáis una espada en cetro.(...) Sombra del Gran Capitán, vuestro último voto se encuentra cumplido. Descansáis en vuestra tierra. Levantaos para cubrirla. Señor oídnos: las naciones más poderosas están sometidas a trágicas vicisitudes y la historia de este siglo se halla llena de tristes ejemplos. Señor proteged la independencia de vuestra patria y la santa integridad de su territorio contra todo enemigo extraño. Que vuestro brazo invisible trace murallas de fierro en las fronteras para que la bandera que hicisteis flamear en las cumbres más excelsas de la tierra, no sea uncida jamás al carro de un vencedor".
Las palabras del entonces presidente Dr. Nicolás Avellaneda resaltaron además el difícil momento nacional -de revoluciones y levantamientos- por el que atravesaba la nación y que tuvieron un respiro ante tan significativo momento.
Como si fuera la misión póstuma del Libertador, con la llegada de sus restos, nuevamente pacificar las tempestades de las luchas intestinas, el principio que lo rigiera en vida y que también fue citado por Avellaneda: "El general San Martín no derramará jamás la sangre de sus compatriotas y sólo desenvainará su espada contra los enemigos de la independencia sudamericana".
Terminado los discursos se transportaron los restos a la catedral, donde se levantó el catafalco que aún hoy los resguarda para veneración de toda la América, y que desde aquel momento se ha convertido en el altar en el que debemos reflexionar todos los americanos sobre sus principios y enseñanzas de amistad y unidad latinoamericana para no dudar un solo momento y ponerlos de una vez y para siempre en práctica.
Desde ese momento varias fueron las tratativas para lograr el cometido.
En 1864, durante la presidencia de Mitre, se sanciona la ley que propugna las acciones necesarias y los fondos correspondientes para llevar adelante el postergado proyecto.
Sin embargo pasarán varios años hasta que finalmente el 5 de abril de 1877 el presidente Dr. Nicolás Avellaneda convoca al pueblo de la Nación "para reunirse en asociaciones patrióticas, recoger fondos y promover la traslación de los restos mortales de don José de San Martín para encerrarlo dentro de un monumento nacional, bajo las bóvedas de la Catedral de Buenos Aires".
Pocos días después se firma el decreto creando la Comisión Nacional para restituir a la patria los restos del Libertador, constituyéndose la misma el 24 de abril de ese año, siendo encabezada por el Vicepresidente de la Nación, Dn. Mariano Acosta, e integrada por el presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, don Salvador María del Carril; el presidente de la Municipalidad de Buenos Aires, don Enrique Perisena; el general Julio de Vedia; don Antonio Malaver; el secretario del Senado, don Carlos Saravia; y el secretario de la Suprema Corte de justicia de la Provincia de Buenos Aires, don Aurelio Prado y Rojas entre otros.
La comisión funcionó incluso hasta un año después de cumplido su cometido disolviéndose el 6 de abril de 1881 momento en que realiza la rendición final de sus cuentas y procede a la devolución de los saldos excedentes.
Su gran actividad guiada por la austeridad y honestidad de su presidente permitió movilizar a todo el país constituyendo comisiones análogas comunales, provinciales y nacionales que aportaron a la causa nacional de repatriación de los restos de San Martín.
A casi treinta años de su muerte y gracias a la actividad de dicha comisión, los restos de José de San Martín llegaban el 28 de mayo de 1880 a Buenos Aires a bordo del navío Villarino.
Con la presencia del pueblo, gobierno en pleno, representantes extranjeros y la prensa local e internacional el "olvidado guerrero" recibió su merecido y póstumo homenaje.
En efecto, en el acto de llegar las cenizas, otro ilustre patriota fue el encargado de dar las palabras de bienvenida al cortejo, y en el mismo muelle las palabras de Domingo Faustino Sarmiento expresaron con gran sentimiento lo siguiente: "San Martín no es una gloria nuestra solamente. Reivindícanla como propia cuatro repúblicas americanas, si bien sus restos mortales pertenecen al país que lo vio nacer, no obstante que su acción y la influencia de su alma se extendieron sobre la mitad de este continente, como la fama de sus gloriosos hechos trascendió luego por toda la redondez del mundo, y su nombre llena una de las más bellas páginas de la historia moderna, cual es la aparición de los pueblos civilizados que poblaron el nuevo mundo descubierto por Colón".
"Washington, Bolívar y San Martín son, por cierto, dignos heraldos... de esta tierra (...) Después de un largo ostracismo, vuelven hoy estos gloriosos despojos a reposar en nuestro seno y serán depositados en el altar de la patria, santificado por la presencia del más ilustre de sus mártires, el perseguido de veinte años, el que hoy reconoce la historia humana Gran Capitán y la América del Sur como su Libertador, y la patria como la más brillante joya de su corona".
Seguidamente, luego de que el ex presidente hubiera completado su extenso discurso en que otorgó a San Martín el título de "el más ilustre héroe de la Independencia", el cortejo llegó a la plaza San Martín donde el presidente Avellaneda esbozó magníficos párrafos productos de su gran elocuencia entre los que se destacan los siguientes: "La América mostrará entre sus monumentos el sepulcro del primero de sus soldados. La República Argentina guardará los despojos del más glorioso de sus hijos. Seis naciones viven independientes, dentro de las líneas trazadas por la espada del gran capitán".
"Pueblos de la América escuchadme: no olvidéis el consejo del Libertador; y cuando encontréis su estatua ecuestre en las márgenes del Plata, en los llanos de Maipú o a orillas del Rimac, leed siempre las eternas palabras escritas en su base: la presencia de un militar afortunado es temible a los Estados que se constituyen de nuevo; para que jamás convirtáis una espada en cetro.(...) Sombra del Gran Capitán, vuestro último voto se encuentra cumplido. Descansáis en vuestra tierra. Levantaos para cubrirla. Señor oídnos: las naciones más poderosas están sometidas a trágicas vicisitudes y la historia de este siglo se halla llena de tristes ejemplos. Señor proteged la independencia de vuestra patria y la santa integridad de su territorio contra todo enemigo extraño. Que vuestro brazo invisible trace murallas de fierro en las fronteras para que la bandera que hicisteis flamear en las cumbres más excelsas de la tierra, no sea uncida jamás al carro de un vencedor".
Las palabras del entonces presidente Dr. Nicolás Avellaneda resaltaron además el difícil momento nacional -de revoluciones y levantamientos- por el que atravesaba la nación y que tuvieron un respiro ante tan significativo momento.
Como si fuera la misión póstuma del Libertador, con la llegada de sus restos, nuevamente pacificar las tempestades de las luchas intestinas, el principio que lo rigiera en vida y que también fue citado por Avellaneda: "El general San Martín no derramará jamás la sangre de sus compatriotas y sólo desenvainará su espada contra los enemigos de la independencia sudamericana".
Terminado los discursos se transportaron los restos a la catedral, donde se levantó el catafalco que aún hoy los resguarda para veneración de toda la América, y que desde aquel momento se ha convertido en el altar en el que debemos reflexionar todos los americanos sobre sus principios y enseñanzas de amistad y unidad latinoamericana para no dudar un solo momento y ponerlos de una vez y para siempre en práctica.
Publicado en Diario "Los Andes" de Mendoza lunes 27 de mayo de 2013.
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