Estamos hechos de rutinas y esas rutinas nos configuran. Según el diccionario la rutina es: “la costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática”. No es muy favorable el término porque se lo asocia a alienación, a vacío, a automatismo; sin embargo no es así ya que todos somos inevitablemente rutinarios desde que suena la alarma que nos anuncia el inicio de la jornada.Sin rutinas es hacer equilibrio en una cuerda inestable que sabemos que en cualquier momento nos abandona y nos precipitamos. Necesitamos de estos hábitos, nos dan seguridad, nos anclan a terreno firme. Hay algunos que tienen que ver con nuestras ocupaciones, con aquello que se nos impone y no puede variarse; pero hay otros que son creaciones nuestras. Seguramente conocerás a alguien que no puede pasar un domingo sin lavar el auto o que no sale a la calle sin haberse pintado los labios. Pueden parecernos cosas tontas pero bien miradas no lo son.Hay rutinas que adquieren una significación especial, un trasfondo más complejo, son los ritos que están muy emparentados con las ceremonias. Quién no recuerda o todavía comparte el rito de la comida de la vieja o de la abuela y sus olores y sabores inconfundibles. El rito de los preparativos para una salida con amigas o una escapada a pescar. El rito de tener en cada cumpleaños las mismas sonrisas alrededor de tu mesa. El rito que los habitantes del pueblito de Königsberg presenciaban alrededor de 1750, cuando veían pasar todas las tardes y con una puntualidad única a Immanuel Kant, (una de las mentes más brillantes de la humanidad), en su paseo vespertino; dice la leyenda que hasta les servía para calibrar sus relojes.Ritos perdidos y siempre añorados, como aquel recorrido diario de un auto blanco detenido frente a mi casa, y un hombre (muy parecido a mí) que se baja a hablar de las cosas cotidianas, mientras la tarde ( como dice la canción) “va acunando sombras”.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 14 de Abril de 2019.
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