Ante la imagen de la Virgen de Guadalupe, conservada en una tilma que debería haberse degradado por completo hace más de tres siglos, el Papa Francisco ha invitado el sábado a contemplar en silencio a esa muchacha mestiza embarazada, la Madre de Dios, que dio en 1531 un vuelco inesperado a la evangelización de América.
En la homilía de la misa celebrada en la basílica, la meta espiritual de su viaje,Francisco afirmó que «Nos puede hacer bien un poco de silencio, y mirarla a ella, mirarla mucho y calmamente». Como expresión de esa actitud, el Papa leyó unos versos de un himno litúrgico: «Mirarte simplemente, Madre / dejar abierta sola la mirada; / mirarte toda sin decirte nada».
Francisco había comentado poco antes el espíritu de servicio de María, que se fue a otro pueblo distante para ayudar a una prima bastante mayor que ella, y «así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana».
El santuario de Guadalupe es el más visitado del mundo, con más de 20 millones de peregrinos cada año, y la Virgen «Morenita» es la Patrona de las Américas, con una devoción creciente en los Estados Unidos. Además de las 12.000 personas que caben en la nueva basílica, y de las 30.000 acomodadas en la explanada, millones de mexicanos siguieron por televisión una ceremonia especialmente entrañable.
El Papa dejó como regalo a la Virgen una sencilla diadema de plata y oro con cuatro palabras en latín: «Madre mía, esperanza mía». La primera jornada del Papa en México se caracterizó por un vigoroso toque de atención a las autoridades y a los obispos del país para que aborden con energía la lucha al narcotráfico, a la increíble violencia que genera, y a la corrupción.
La ceremonia de la tarde supuso un cambio de temática, pues fue un encuentro exclusivamente religioso destinado a honrar a María. El programa del domingo incluye una misa en Ecatepec, la municipalidad más degradada de la inmensa aglomeración metropolitana de Ciudad de México, y la visita a un hospital pediátrico.
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