Julio Irazusta es el más respetado de los autores de revisionismo histórico argentino. La vastedad de su cultura, la elegancia de su prosa, que no desaparecía ni en medio de la polémica más agria, su formación cosmopolita, la precisión y el caudal de sus investigaciones son todos elementos que le valieron un lugar en la consideración intelectual de su tiempo que no se adjudicó a otros compañeros de aventura, más radicales en sus definiciones políticas y más cuestionados por la calidad u honradez de sus producciones.
Al igual que todas las otras plumas relevantes del revisionismo, Irazusta fue un converso. Nacido en 1899 en Gualeguaychú, Entre Ríos, creció en una familia cercana al radicalismo cuyas raíces se dividían en partes iguales entre unitarios y federales.
Aficionado a la lectura (su ritmo era leer un libro por día), estudiante en Oxford, viajero frecuente por Europa y conocido de autores como Bernard Berenson o George Santayana, Irazusta parecía llamado a una carrera de crítico literario o artístico sin mayor vinculación con la historia salvo la que dictaba su comercio habitual, en el papel, con los grandes historiadores de todas las épocas. Pero ese destino previsible se torció hacia fines de la década de 1920.
Por aquel tiempo el triunfo del fascismo en Italia y la difusión de las ideas de Charles Maurras en Francia acentuaron el desencanto generalizado con la democracia liberal que en nuestro país no había logrado disipar el ascenso del radicalismo a partir de 1916. Irazusta, su hermano Rodolfo -el gran cómplice de su vida intelectual y política- y otros intelectuales como Ernesto Palacio o Juan E. Carulla asimilaron esas doctrinas de corte nacionalista y las volcaron contra un régimen que juzgaban caduco. Todos ellos integraron la redacción de la revista La Nueva República (fundada en 1927) y prestaron sus conceptos y palabras a la crítica del gobierno agonizante de Hipólito Yrigoyen, al tiempo que proveían de argumentos al golpe militar que iba a derrocarlo.
Los Irazusta y el grupo de La Nueva República apoyaron la asonada convencidos de que sería el punto de partida de una refundación del país bajo otra estructura política y económica. Algunos incluso llegaron a integrarse al nuevo gobierno, pero la desilusión no tardó en aparecer. El régimen militar conducido por el general José Félix Uriburu desistió de los planes más ambiciosos de sus mentores y pronto buscó, de la mano del general Agustín P. Justo, una salida electoral en línea con la organización republicana y oligárquica que lo había precedido.
De ese modo, si 1930 fue un parteaguas en la política argentina, no lo fue menos en la vida intelectual de Julio Irazusta.
La "restauración conservadora" ocurrida tras el golpe y la lectura de la Historia de la Confederación Argentina, de Adolfo Saldías, autor al que Irazusta estudió "lápiz en mano" en busca de datos sobre la época de Rosas con los que empezó a armar su fichero personal, lo empujaron a un vasto proceso de reinterpretación de la historia nacional a partir de la realidad del momento.
REVELACION
"Lo que estudiábamos y lo que veíamos, el pasado y el presente, se iluminaban recíprocamente", escribió en la introducción de sus Ensayos históricos. Uriburu, rodeado de malos consejeros, se aparecía como un nuevo Lavalle a quien habían hecho "variar sus objetivos fundamentales". Y la posterior firma del pacto Roca-Runciman, en 1933, obró como una "revelación" para los Irazusta y les dio elementos "para hacer una verdadera radiografía de la política argentina".
La reacción de los hermanos fue publicar en 1934 La Argentina y el imperialismo británico, libro que suele tomarse como punto de partida del revisionismo histórico en el país. Su gran novedad, que no pasó inadvertida para la crítica de su tiempo, radicaba en la parte tercera, donde, en palabras de Julio Irazusta, "por primera vez se intenta una reivindicación total de la obra de Rosas".
La figura maldita de la historiografía nacional, a la que, es cierto, los trabajos de Saldías, Vicente y Ernesto Quesada y Manuel Bilbao algo habían enderezado, emergía ahora con sus defectos pero también con todas las virtudes que la guerra entre unitarios y federales había impedido apreciar.
En Rosas, Julio Irazusta encontró su gran tema como historiador. La obra que intentó a partir de ese hallazgo fue una completa revisión de la mirada unitaria de la historia y, a la vez, una certera apología del Restaurador de las Leyes a quien en 1935, al cumplirse el centenario de la suma del poder público, dedicó el influyente "Ensayo sobre Rosas", y al que desde entonces no dejó de estudiar hasta completar la monumental Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, en seis tomos.
Para Irazusta, Rosas era "la clave de la historia argentina". En su ensayo de 1935 denunciaba que el caudillo había sido "aborrecido sin ser estudiado" por parte de políticos e intelectuales liberales afectados de "tacitismo agudo", es decir, "que sufrieron la tentación de hacer de Rosas un Tiberio para ellos mejor parecerse a Tácito".
IMPARCIALIDAD
Observaba graves defectos de criterio en los detractores del Restaurador. Uno era "aplicar a los hechos de una edad categorías que corresponden a otra"; otro "más dañino, porque más hábil", era "juzgar (en Rosas) según les conviniera sus designios por el resultado, o sus obras por sus designios". Un "odio heredado" había obstaculizado la reflexión histórica, "cuyo deber consiste en ser cada vez más imparcial a medida que se aleja de los hechos que examina".
Toda la vida intelectual de Irazusta fue un intento por compensar esa parcialidad. Y donde lo hizo de manera más sistemática fue en la Vida política.... Libro que, con sus pasajes aburridos o minuciosos en exceso, es mucho más que una edición anotada de la correspondencia de Rosas. Se trata más bien de una historia política del país y de su líder a partir de los escritos personales que intercambió durante cinco décadas con las figuras relevantes de su tiempo.
En sus numerosas páginas el historiador Irazusta es más ensayista que narrador y muchas veces cede lugar al panegirista: opina, refuta, aclara, corrige y anuncia qué va a contar y por qué lo cuenta, siempre en constante discusión retrospectiva con los "publicistas enemigos" del Restaurador, de Sarmiento y Alberdi a Groussac y Ravignani, a quien por lo demás usa en abundancia como fuente.
Al correr de los volúmenes Irazusta no economiza elogios. Rosas, escribe, "fue el mejor temperamento de hombre de acción en el país", una "torre de fuerza...una mole de granito en medio de la polvareda de caracteres que se arremolinea en su torno". El caudillo, insiste, "fue el gobernante argentino que supo rodearse mejor de hombres capaces de asesorarlo" y su administración "la que dio acceso a mayor número de próceres en los consejos de gobierno. Y durante más tiempo". En contra de las tergiversaciones, eran la capacidad, la prudencia y el savoir-faire las características que distinguían al equipo rosista en tiempos de anarquía y guerra civil intermitente.
Concluida la publicación de esa que fue su obra cumbre, Irazusta no desistió de la puja retórica con los historiadores tradicionales, a los que siguió objetando por una visión que consideraba parcial.
Así, en 1955 publicó Las dificultades de la historia científica, una detallada refutación de un estudio previo sobre Rosas del doctor E.H. Celesia, obra de "pretensión científica" a la que reprochaba sus "métodos de controversia apasionada, explicables durante la lucha misma a que ellos se refieren, pero absurdos después que la lucha cesó hace ya más de cien años".
Irazusta veía en Celesia el constante esfuerzo de la historiografía oficial por "blanquear a sus elegidos, y ennegrecer a su réprobo, esfumando colores por un lado, y cargando tintas por otro". El libro, alegó, era una "inquisitoria" y su autor actuaba como "acusador" o "fiscal" antes que como historiador. Dos décadas después respondió con altura y lucidez la crítica a todo el revisionismo que esbozaba una figura de la nueva historia académica, Tulio Halperín Donghi.
Como el nacionalismo, el revisionismo tuvo un destino desparejo. Sus ideas ganaron la batalla intelectual a partir de la década de 1940 y fueron absorbidas por el peronismo triunfante (al que Irazusta nunca adhirió). Pero su influencia decayó al diluirse en corrientes que se mezclaron con el marxismo, el tercermundismo o la guerrilla guevarista.
Estudiante aplicado de la historia, Irazusta, quien murió en 1982, nunca pretendió trasladar la experiencia rosista a la realidad de su tiempo. Su aspiración, más modesta aunque no por eso menos trabajosa, fue comprender aquel fenómeno sin distorsionarlo con leyendas nacidas al calor de la "pasión banderiza". El respeto y los elogios que le tributaron incluso sus adversarios más enconados, testimonian que al final consiguió lo que se proponía.
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