Hace dos semanas Anahí Tappatá admitía que la que estaba llevando no era la vida que ella había pensado para su madurez. Una enfermedad maldita e indomable le estaba haciendo padecer, desde hacía cuatro años, esa clase de dolor que la vida, hasta ese momento, le había ahorrado; buena parte del resto de los sufrimientos los había atravesado y sobrevivido. "Hasta aquí llegué", le costó decir. Que ella se resignara a tirar la toalla evidenciaba que la esperanza se acababa, como la respiración en sus últimos días.
Con Heber Tappatá, su marido, fueron el equipo profesional más sólido que se conoció por estos lugares. Resilientes. Estrictos desde lo ético, primero para con ellos y luego para con los otros. Ávidos de conocimientos que siempre compartían en investigaciones académicas y periodísticas. Hiper profesionales. Solidarios. Del bien común hicieron una bandera. Así toda una vida. Junto a cuatro hijos.
Con el Gringo Soria, en el Ejecutivo de Roca, conformaron una dupla imbatible en ideas y acciones nunca antes vista en esta ciudad.
Muerto el gobernador y muerto su marido días después, Anahí comenzó a dejar de ser quien era. Comprensible. Siguió trabajando en la gestión municipal de Martín Soria con el mismo compromiso de siempre, pero con un esfuerzo físico impresionante. Su salud presentaba algunos síntomas de deterioro. Hasta que todo terminó en un cáncer de hígado.
Obsesiva sin límites. Frontal. Culta y educada, con estilo. Personal y elegante, con preferencia siempre por los colores estridentes. De perfil bajo, austera. Si bien no se consideraba política era una figura pública con fuerte compromiso con el bien común. Jamás una mínima sospecha de corrupción la rozó; jamás.
Tal vez por todo esto, cuando horas atrás admitía en su casa "hasta aquí llegué" también estaba haciendo honor a su tango preferido, "Honrar la vida", de Eladia Blázquez.
Los restos de Anahí Tappatá serán despedidos este sábado a las 9 en el cementerio Parque Las Fuentes de Roca.
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