APOSTAR A LA VIDA
Estuve en Esquel visitando la zona afectada por los incendios en el Parque Nacional Los Alerces, y uno de esos días coincidió con el Año nuevo de los árboles para la tradición judía, Tu Bishvat. Junto con el batallón 39 de Gendarmería, su Comandante y el Capellán, realizamos una pequeña ceremonia donde plantamos un abedul.
Respondiendo al incendio, plantando y celebrando la vida en el símbolo del árbol, el capellán realizó una bendición y yo conté a los presentes que era el día del calendario hebreo donde celebramos el año nuevo de los árboles, y que es tradición plantarlos en la Tierra prometida en esta fecha.
Argentina es nuestra tierra prometida, donde los árboles no deben quemarse intencionalmente sino plantarse vocacional y espiritualmente. Como dice la Biblia “Porque el hombre es como el árbol del campo”.
Tomado del propio Facebook se Sergio Bergman:
No es la primera vez que este sujeto, tan cuestionado por la propia comunidad judía, hace referencia a los territorios argentinos como la tierra prometida. Como podemos ver en este artículo de su sitio oficial para el es común referirse a nuestro territorio soberano como tierra prometida.
Argentina, de paraíso perdido a tierra prometida
Nadie dudaría en afirmar que la Argentina, en cuanto proyecto de país, puede aprovechar con ventajas su enorme potencial. Una mirada retrospectiva a nuestra historia nacional nos produce, sin embargo, una honda sensación de frustración. Es que el País, en algunas etapas, tuvo todas las condiciones objetivas, internas y externas, como para haberse convertido en una potencia mundial y no las aprovechó.
Habiendo sido bendecida con vastos recursos naturales, por los que fue llamada granero del mundo, el paradigma de rico productor agropecuario le permitió al país ser una referencia mundial cuando se hablaba de un paraíso de abundancia. Una generación con compromiso patrio y visión de futuro supo construir las bases de una pequeña Europa en el sur de América y sentó los cimientos de una industria básica que florecía basada en la actividad agropecuaria.
De la colonia española al puerto exportador se fue plegando ante nuestros ojos, una y otra vez, el Paraíso que fuimos o que pudimos ser. Como Adán y Eva confundidos en el error, no fuimos expulsados del Paraíso por comer del fruto del conocimiento, sino por haberlo comido y no haber adquirido el conocimiento del bien y del mal. La capacidad de discernir es un atributo de la conciencia, pero también del conocimiento y de la ciencia, necesaria para hacer las cosas bien.
Cuando los dones equivalen a lo que está bien, solo hay que reconocer y agradecer. Cuando las dificultades nos confrontan con lo que no está bien, o se nos presenta la experiencia del mal, la conjunción del conocimiento con la conciencia y la ciencia permite transitar y trascender la dificultad, la tragedia o la prueba. Se requiere conocer y reconocer fortalezas y debilidades para encontrar una estrategia para revertir el mal y afirmar el bien. Ya no se trata del destino decretado, sino del futuro perdido por no saber, no querer o no poder hacer las cosas bien.
El paraíso perdido de la Argentina no es una tragedia nacional, sino una oportunidad siempre vigente. […]
Hacer del territorio argentino una Nación es recuperar la tierra prometida, restituyendo, en ella, el Paraíso terrenal que tenemos que reconstruir en la tierra. Construir un paraíso en el país significa, vivir la experiencia de transformarlo entre todos y levantar, en él, una Nación. Hay que tomar conciencia de que la promesa de la tierra es potencial, que solo la haremos realidad con la cultura del esfuerzo y la decisión de tomar no solamente de la tierra lo que se nos da, sino ofrendarle a ella. Para poder concretarlo, hay que tener la disposición espiritual de partir y compartir el pan. Este paraíso anunciado no consiste únicamente en la abundancia, sino en la equidad con que ésta se disfruta.
La Argentina es tierra de promesas, ya que quienes llegaron para habitarla encontraron aquí las bendiciones de libertad, trabajo y pan. Sin embargo, esto no fue fruto de la gratuidad del jardín, sino del esfuerzo de trabajar la tierra y querer convertirla en paraíso. Un paraíso para los perseguidos y hambrientos que llegaron de Europa, que no solo sobrevivieron aquí, sino que vivieron con intensidad la construcción de un país que buscaba convertirse en una Nación y le ofrecieron lo sagrado de sus días en la ofrenda de esos valores esenciales que hacen que una sociedad multicultural pueda desarrollarse en paz: un pacto y un contrato social. Recuperar la promesa de la tierra y vivir su paraíso es desplegar lo mesiánico en la obra de nuestras propias manos.
Un país como el nuestro tiene los recursos para alimentar a todos sus hijos. Por lo tanto, si eso no se cumple, no es porque seamos una tierra pobre, sino por ser una sociedad miserable, que no es capaz de encontrar el valor de la equidad que hacer digna a una Nación y cumple el sueño de la tierra prometida, paraíso retratado en nuestra propia Constitución.
Volver al paraíso es regresar al jardín que habitaban los pueblos originarios, a la visión que inspiraron nuestros próceres y a la promesa con la que soñaron nuestros abuelos inmigrantes. Ellos, hijos de su tiempo, vislumbraron una utopía, una tierra prometida que, con el tiempo, habría de convertirse en Nación por medio de esfuerzos consensuados. Pero la historia que construimos los argentinos nos fue alejando cada vez más de esa quimera hasta convertirla en fantasía. Por eso se impone articular un proyecto cívico que nos permita recuperar la bendición de una Nación plena y auténtica.
Fragmento de Argentina Ciudadana. Con textos bíblicos
Fuente, Sitio Oficial Sergio Bergman:http://www.sergiobergman.com/argentina-de-paraiso-perdido-a-tierra-prometida/
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