¿Qué expresa ese gesto?
Con Francisco, ni siquiera los vaticanistas pueden responder a eso. Aunque bien mirado, son quienes menos entienden al papa argentino; ya llevan años en vano intentándolo.
Bergoglio ha dejado testimonio ayer de su malestar con Mauricio Macri. Nada que no hubiera hecho antes con otro presidente argentino. Hay que revisar las fotos junto a Néstor Kirchner en la catedral de Buenos Aires en los primeros años de su gobierno para encontrar un antecedente. De aquel presidente molestaban su intemperancia y cierta violencia verbal, propias de su estilo de construcción política. "A mí la Iglesia no me interesa", solía decir Kirchner en privado. Terminó por mudar los tedeum al interior del país para evitar admoniciones del entones cardenal. De aquellos recelos estaban atentos sólo los argentinos. Pero en Roma, es urbi et orbi.
La distancia con Macri podría encontrar razones parecidas. El presidente no necesita poner en palabras que a él tampoco le importa mucho la Iglesia fuera del ámbito de lo protocolar. Es algo visible. Curioso, pero podría haber aquí un punto en común con Kirchner.
Quien representó una ruptura en la relación de estos dos presidentes con el cardenal Bergoglio, primero, y el papa Francisco, luego, ha sido Cristina Kirchner. La presidenta completó siete encuentros con el papa en los menos de tres años en que coincidieron como jefes de Estado. Superó incluso el encantamiento entre Menem y el papa polaco Wojtyla de los años del poscomunismo.
Para un dirigente que ha tenido acceso frecuente a ambos, el secreto de aquella relación es del orden de las jerarquías. "Cristina se subordinó a Bergoglio, encontró en él alguien que la condujera, que le llenara un vacío. Y al papa eso le gustó".
Francisco y CFK, según esta interpretación, construyeron una relación de complicidad. Algunos ejemplos: intercambiaban notitas de diez líneas con algún pedido o cosas así con un emisario informal. Compartieron posiciones sobre política internacional, sobre la situación en Siria, por poner un caso. Cristina pasó por Roma antes de su último mensaje en la ONU. Cuando habló en Nueva York, habría expuesto cosas que le pidió el papa.
De la distancia de aquel acto en Tecnópolis el día de la consagración de Francisco, en marzo de 2013 -cuando Cristina aludió a la llegada de a Roma de "un papa latinoamericano"- a los almuerzos de tres horas en Santa Marta mediaron también otras cuestiones. Entre algunos miembros de la Iglesia argentina es común escuchar que la entonces presidenta adoptó a Francisco como su pastor y se entregó a él espiritualmente: la bisagra habría sido la confesión de cuestiones reservadas, de su intimidad, en las que encontró en el papa comprensión y piedad cristianas.
La única desavenencia habría sido la candidatura en Buenos Aires de Aníbal Fernández, impulsada por CFK y resistida por el papa, y con la que el peronismo perdió la elección después de casi 30 años. Cristina Kirchner defendió su elección: ha dicho que ningún otro dirigente la defendió como Aníbal F. en las horas difíciles que siguieron a la muerte del fiscal Nisman, si se exceptúa la muerte de Kirchner, el trance más duro de su presidencia.
No hay nada más lejano a todo aquello que una relación institucional, como propone Macri para su vínculo con el papa. La canciller Susana Malcorra ha enfatizado esa línea desde el primer día, para desconcierto de Bergoglio, que se inclina por un vínculo más humano, incluso de privilegios, con sus compatriotas. Cuestión que molestó todos estos años en la Curia romana. "Nos odian", confiesa un diplomático.
Detrás de todo esto están las diferencias que ya mantenían Macri y Bergoglio en Buenos Aires respecto de la unión civil y el matrimonio igualitario. El cardenal siempre procuró que ese primer contrato no se celebrara en su ciudad. No lo consiguió.
Ayer nada parece haber sido del gusto del papa. Las fuentes mencionan cierta desconfianza por las ideas de hombres de la delegación "promotores del relativismo y la cultura de lo efímero", según un exégeta de Bergoglio. Incluso habría desconcertado al papa la presencia de la gobernadora de Tierra del Fuego, Rosana Bertone, sobrina de Tarciso Bertone, último secretario de Estado del Vaticano y quien mantuvo un sonoro enfrentamiento con Bergoglio que le costó el cargo.
¿Puede distraerse el papa con estas cuestiones? Se sabe: nada de lo humano ni de lo político le es ajeno a Bergoglio.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 28 de febrero de 2016.
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